martes

Templo de Salomón









Sócrates, el filósofo griego decía: “Yo sólo sé que no sé nada”

Isaac Newton, el filósofo ingles preconizaba: Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano.

Mariano José de Larra, el escritor español sentencia: “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas".

Confucio, el filósofo chino enseña que “Lo único que se necesita para aprender es un ESPÍRITU HUMILDE”


En realidad de verdad amigos, somos mucho más de lo que apenas podemos ver y tocar físicamente.

La anatomía del ser humano va más allá de la parte física, hecho que no era ignorado por las antiguas y sabias formas de la medicina egipcia, china, indiana, tibetana, colombiana, maya, etc., etc.

De nada sirve conocer la química oficial si no se conoce la “química oculta”. De poco serviría conocer la biología exterior si no se conoce la biología interna del hombre. Lo propio ocurriría conocer solamente la Anatomía “externa”, si se desconoce la Anatomía “interna”.

Baldío sería el estudio teórico de la Bacteriología sin un microscopio de laboratorio.

Es absurdo estudiar medicina sin haber desarrollado la clarividencia positiva, que nos permita ver y palpar la anatomía oculta del hombre.

En la Escritura se nos dice que Dios hizo al hombre a su propia imagen y semejanza. Así ha sido declarado no solamente en la Biblia Cristiana, sino también en la mayoría de los escritos sagrados de los seres iluminados. Los patriarcas judíos enseñaron que el cuerpo humano es el microcosmos, o pequeño cosmos, hecho a la semejanza del macrocosmos, o gran cosmos.

Esta analogía entre lo finito y lo infinito se ha dicho que es una de las claves por la cual se pueden develar los secretos de la Sagrada Escritura.

El Viejo Testamento es un libro de texto fisiológico y anatómico para aquellos que son capaces de leerlo desde un punto de vista científico.

Las funciones del cuerpo humano, los atributos de la mente y las cualidades del alma humana, han sido personificados por los sabios de la antigüedad, y un gran drama ha sido elaborado acerca de sus relaciones entre si mismos y con los demás.

Al gran egipcio semidiós Hermes, la raza humana debe su concepto sobre la ley de analogía. El gran axioma hermético fue: “Como arriba es abajo; como abajo es arriba.”

Todas las religiones antiguas estaban basadas en el culto a la Naturaleza, el cual, en una forma degenerada, ha sobrevivido hasta nuestros días como culto fálico. La adoración de las partes y funciones del cuerpo humano comenzó desde un pasado remotísimo.

Durante la época Atlante esta religión dio lugar al culto del sol, pero incorporando en sus doctrinas muchos de los rituales y símbolos de la sabiduría arcaica.

La construcción de los templos en la forma del cuerpo humano es una costumbre común a todos los pueblos, tradición didáctica que también surge en el Templo de Salomón.

El tabernáculo de los judíos, el gran templo egipcio de Karnak, las estructuras religiosas de los sacerdotes hawaianos, y las iglesias cristianas dispuestas en forma de cruz, son ejemplos de esta práctica.

Si el cuerpo humano fuera extendido sobre uno de estos edificios, con los brazos abiertos, se vería que el altar mayor ocuparía la misma posición relativa que el cerebro ocupa en el cuerpo humano.

Todos los sacerdotes de la antigüedad conocían anatomía. Aceptaban que todas las funciones de la Naturaleza eran reproducidas en pequeño en el cuerpo humano. Por lo tanto, consideraban al hombre como un libro y enseñaban a sus discípulos que entender al hombre era comprender el universo.

Aquellos sabios sabían que cada estrella en el cielo, cada elemento en la tierra y cada, función en la Naturaleza, estaba representado en el cuerpo humano por su correspondiente centro, polo o actividad.

Esta correlación entre la Naturaleza y la naturaleza interna del hombre que estaba oculta para las masas constituía las enseñanzas secretas del antiguo sacerdocio.

La religión era considerada mucho más seriamente que lo que es en nuestros días, por los atlantes, egipcios, chinos, griegos, indos, etc.

Era la vida misma de estos pueblos. Los sacerdotes eran respetados por hombres y mujeres, a los cuales se les había enseñado desde su infancia que estos patriarcas, con sus atavíos y luengas barbas, eran los mensajeros directos de Dios; y se sabía que toda desobediencia a lo ordenado por los sacerdotes atraería sobre la cabeza de los transgresores grandes males.

De la misma forma, hombres y mujeres eran respetados por los sacerdotes.

El templo dependía de su apoyo, basado en su secreta sabiduría, la cual daba a los sacerdotes control sobre ciertos poderes de la Naturaleza y los dotaba de una sabiduría y comprensión enormemente superior al estado seglar que ellos controlaban.

Esos sabios comprendieron que en la religión había algo mucho más grande que el mero canto de mantrams e himnos; ellos comprendieron profundamente que la senda de la salvación sólo puede ser recorrida con éxito por aquéllos que tienen conocimiento práctico y científico de las funciones ocultas de sus propios cuerpos.

El simbolismo anatómico que ellos desarrollaron para perpetuar este conocimiento ha llegado hasta la cristiandad moderna, pero, aparentemente, su clave parece haberse perdido.

Es una tragedia para los religiosos el estar rodeados por cientos de símbolos que no pueden comprender; pero, es más triste aún que ellos hayan llegado a olvidar totalmente que estos símbolos tienen otro significado que las tontas interpretaciones que ellos a su manera han urdido.

El ocultismo enseña que hay todo un universo dentro del cuerpo humano; que él tiene sus mundos; sus planos, dioses y diosas. Millones de diminutas células son sus habitantes. Éstas están agrupadas en reinos, naciones y razas.

Hay las células óseas y las células nerviosas, y millones de estas pequeñísimas criaturas, al agruparse, se transforman en una cosa compuesta de muchas partes.

El Gobernador Supremo y Dios de este gran mundo es la conciencia del hombre. Esta conciencia toma su universo y lo lleva hasta otra ciudad. Cada vez que va y viene por las calles, ella toma sus centenares de millones de sistemas solares y los lleva consigo, pero, siendo tan infinitesimales, el hombre no puede comprender que ellos son realmente mundos. Igualmente, nosotros somos células individuales en el cuerpo de una creación infinita que se mueve a si misma a través de la infinitud, a una velocidad desconocida. Los soles, las lunas y estrellas, son, meramente, huesos del gran esqueleto compuesto de todas las sustancias del universo.

Nuestras propias minúsculas vidas son, simplemente, partes de esa infinita vida que circula y palpita a través de las arterias y venas del espacio. Pero todo eso es tan vasto que esta más allá de la comprensión de todo aquel que rechaza el saber. Vivimos en un mundo medio, con infinita grandeza por un lado e infinita pequeñez por el otro.

A medida que nuestro desarrollo se va ampliando, también lo hace nuestro mundo, dando como resultado el que vayamos comprendiendo cada vez más todas estas maravillas.

Alguna vez los médicos descubrirán que el conocimiento de los órganos y funciones del cuerpo humano es el método más importante y completo para comprender las religiones de todo el mundo, porque todas las religiones —aún las más primitivas, están basadas en las funciones de la forma humana. No fue, pues, sin razón, que los antiguos sacerdotes colocaron en el dintel de los templos la inmortal sentencia:

HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO


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Extraído: http://www.samaelgnosis.net/congresos/2008/memorias/templo_salomon.html