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LAS BIENAVENTURANZAS de EMMET FOX Y EL LIBRO DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA




LIBRO EL SERMÓN DE LA MONTAÑA    

LIBRO EL SERMÓN DE LA MONTAÑA  Sin colores




Capítulo 2

LAS BIENAVENTURANZAS




Y viendo la muchedumbre, subió a un monte, y sentándose, se acercaron a él sus discípulos y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:


"BIENAVENTURADOS LOS PPOBRES EN ESPÍRITU: PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS"


"BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN: PORQUE ELLOS SERÁN CONSOLADOS"


"BIENAVENTURADOS LOS MANSOS: PORQUE ELLOS HEREDARÁN LA TIERRA"


"BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA: PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS"


"BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS: PORQUE ELLOS ALCANZARÁN LA MISERICORDIA"


"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN: PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS"


"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS:  PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS"


"BIENAVENTURADOS LOS QUE PADECEN PERSECUCIÓN POR CAUSA DE LA JUSTICIA: PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS"


BIENAVENTURADOS SERÉIS CUANDO OS VITUPERAREN Y OS PERSIGUIEREN, Y DIJEREN DE VOSOTROS TODO MAL POR MI CAUSA MINTIENDO

GOZAOS Y ALEGRAOS; PORQUE VUESTRA MERCED ES GRANDE EN LOS CIELOS

QUE ASÍ PERSIGUIERON A LOS PROFETAS QUE FUERON ANTES QUE VOSOTROS (mateo, V 1-12)


El Sermón del Monte comienza con las ocho Bienaventuranzas. Esta es, sin duda, una de las secciones más conocidas de la Biblia. Aun aquellas personas cuyo conocimiento de las Escrituras se limita a media docena de los capítulos más familiares, conoce de memoria las Bienaventuranzas. Casi nunca las comprenden, por desgracia, y generalmente las consideran como consejos hacia una perfección teórica sin aplicación alguna en la vida diaria. Tal hecho se debe a una carencia completa de la Clave Espiritual.

Las Bienaventuranzas constituyen un hermoso poema en prosa de ocho versos, formando un todo armonioso que es al mismo tiempo un resumen acabado de la enseñanza cristiana. Se considera más una sinopsis espiritual que literaria, que recoge el espíritu de la enseñanza mejor que la letra. Resúmenes de esta índole son característicos del antiguo sistema oriental de tratar una cuestión religiosa o filosófica. Nos recuerda los Ocho Caminos del Budismo, los Diez Mandamientos de Moisés y otros compendios semejantes.

Jesús se dedicó exclusivamente a enseñar principios generales, los cuales tenían siempre que ver con estados mentales, porque Él sabía que cuando se piensa con rectitud la conducta resulta asimismo recta, y, por el contrario, cuando el pensamiento toma una dirección torcida, nada puede salir bien. A diferencia de otros grandes guías religiosos. Jesús no nos da instrucciones detalladas acerca de lo que debemos o no debemos hacer; no nos manda comer o beber ciertas cosas ni abstenemos de ellas; no nos ordena cumplir tales o cuales observancias rituales en determinados tiempos o estaciones. En realidad, todo su mensaje es anti ritualista y antiformalista. Por eso fue intransigente en todo momento con el clero judío y su teoría de la salvación mediante las ceremonias verificadas en el templo, "...es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... pero ya llega la hora y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad."

Los fariseos, con su terrible y detallado código de requisitos externos, fueron los únicos contra quienes Jesús mostró una completa intolerancia. Un fariseo escrupuloso de aquel tiempo —la mayoría de ellos eran extremadamente estrictos— tenía que dar cumplimiento cada día a un sinnúmero de detalles exteriores para alcanzar conciencia de que había satisfecho las exigencias de su Dios. Un rabí contemporáneo ha calculado el número de tales requisitos en unos seiscientos, y como es obvio que ningún ser humano podría llenar cumplidamente una responsabilidad semejante, la consecuencia natural sería que la víctima, sabiéndose siempre muy lejos del exacto cumplimiento de su deber, viviera perennemente bajo un crónico sentimiento de pecado. Ahora bien, creerse pecador equivale prácticamente a ser pecador con todas las consecuencias que se derivan de tal condición. La ética de Jesús contrasta con todo esto. Su objeto es precisamente liberar al corazón de poner su confianza en cosas externas, sea para lograr recompensas temporales o para alcanzar la salvación espiritual. Él quiere llevarnos a una actitud mental completamente nueva, y esto es lo que las Bienaventuranzas nos muestran gráficamente.



“BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU: PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”




Aquí, desde el principio, hemos de tener en cuenta un hecho de gran importancia práctica en el estudio de la Biblia y es que está escrita en su lenguaje característico, es decir, con abundancia de giros y expresiones, y algunas veces palabras, que se emplean en un sentido muy diferente al que se les da actualmente en la vida diaria. A esto tenemos que agregar el hecho de que el significado de muchos términos ha variado desde que se tradujeron.

En realidad, la Biblia es un texto de metafísica, un manual para el desarrollo del alma, y todas las cuestiones que en ella se tratan son consideradas sobre esa base. Nunca será demasiado el énfasis que se dé a este punto. Tal es la razón por la cual en la Biblia cada asunto se toma en su apreciación más amplia. Todas las cosas se consideran allí en su relación con el alma humana, y muchas expresiones comunes se usan en un sentido mucho más profundo que el que suele dárseles corrientemente. Por ejemplo, la palabra "pan", tal como se emplea en la Biblia, significa no solamente cualquier clase de alimento para el cuerpo físico, lo cual es la interpretación literaria más comprensiva, sino todas las cosas que el ser humano requiere, tales como ropa, albergue, dinero, educación, amistades, etcétera, y, sobre todo, las cosas espirituales, como percepción, comprensión y, en especial, realización espiritual. "Danos hoy el pan de cada día." "Yo soy el pan de la vida." "El que coma de este pan..."

Otro ejemplo es la palabra "prosperidad". En las Escrituras significa mucho más que la mera adquisición de bienes materiales. Su verdadero significado es eficacia en la oración. Obtener respuesta a la oración: he aquí, para el alma humana, la única prosperidad que vale la pena de ser buscada. Y si alcanzamos tal respuesta es natural también que todas nuestras necesidades materiales sean igualmente satisfechas. Claro que ciertas cosas materiales son esenciales en este plano de la existencia, pero esta clase de riqueza es, en efecto, lo que menos importancia tiene en la vida, y esto es lo que quiere decir la Biblia cuando da a la palabra "próspero" su sentido verdadero.

Ser pobre en espíritu no significa bajo ningún concepto lo que hoy en día llamamos "pobreza espiritual". Ser pobre en espíritu significa haber renunciado a toda idea preconcebida para buscar a Dios de todo corazón. El que es pobre en espíritu está dispuesto a dejar a un lado su actual modo de pensar, sus ideas y prejuicios, y hasta su presente manera de vivir si es necesario. En otras palabras, está dispuesto a echar por la borda todo aquello que pudiera representarle un obstáculo en su búsqueda de Dios.

Uno de los pasajes más conmovedores de toda la literatura es el que se refiere al hombre rico y joven, el cual pasó por alto una de las oportunidades más grandes que se le brindaron. He aquí la historia de la humanidad en general. Rechazamos la salvación que Jesús nos ofrece —es decir, nuestra oportunidad de encontrar a Dios— porque "tenemos grandes posesiones". Esto no significa que seamos muy ricos en lo que a dinero se refiere —los ricos son realmente una minoría—. Nuestras grandes posesiones suelen ser de otra clase: opiniones preconcebidas, confianza en nuestro propio juicio y en las ideas con que estamos familiarizados, orgullo espiritual como producto de méritos académicos, predisposición sentimental o material hacia determinadas instituciones y organizaciones, hábitos de vida que nos duele abandonar, preocupación por el respeto de los demás, o quizá temor al ridículo, o un inusitado interés en los honores y distinciones del mundo. Y todas estas "posesiones" nos mantienen encadenados a la roca del suplicio que es nuestro exilio de Dios.

El hombre rico y joven es una de las figuras más trágicas de todos los tiempos, no porque fuera rico, ya que la riqueza no es de por sí ni buena ni mala, sino porque su corazón estaba esclavizado por aquel amor al dinero al cual se refiere San Pablo cuando lo relaciona con la raíz del mal o de la perversión. Aun cuando hubiera sido multimillonario en plata y en oro si no hubiese puesto su corazón en sus riquezas, habría podido entrar en el Reino de los Cielos tan fácilmente como el mendigo más pobre. Empero su confianza estaba en sus posesiones, y esto le cerró la puerta.

¿Por qué el clero de Jerusalén no recibió con regocijo el mensaje de Cristo? Porque tenían grandes posesiones, posesiones de erudición rabínica, de honor e importancia públicos, de cargos autorizados por ser ellos los maestros oficiales de la religión. Estas posesiones habrían tenido que ser sacrificadas para recibir la enseñanza espiritual de Jesús. La gente humilde e ignorante que oía complacida al Maestro era feliz, a pesar de no tener tales posesiones que les pudiesen tentar a abandonar la Verdad.

¿Por qué en los tiempos modernos, cuando el mismo sencillo mensaje de Cristo anunciando la inmanencia y acercamiento de Dios así como la Luz Interior que arde perennemente en el alma humana, apareció de nuevo en el mundo, fueron otra vez los sencillos e indoctos quienes lo recibieron de buena gana? ¿Por qué no fueron los obispos, los decanos, los ministros o los presbíteros quienes lo dieron al mundo? ¿Por qué no fue Oxford, o Cambridge, o Harvard, o Heidelberg el gran centro de difusión de éste, el más importante de todos los conocimientos? La respuesta vuelve a ser: porque tenían grandes posesiones; grandes posesiones de orgullo intelectual y espiritual; grandes posesiones de egoísmo y presunción; grandes posesiones de honores académicos y de prestigio social.

Los pobres en espíritu no sufren ninguno de estos impedimentos, bien porque no los han tenido nunca, o bien porque se han elevado hacia un plano superior, gracias al influjo de la comprensión espiritual. Se han liberado del amor al dinero y a los bienes terrenales, del temor al qué dirán y a la desaprobación de familiares o amigos. Ya ninguna autoridad humana, por elevada que sea, los intimida. Han abandonado toda necia confianza en la infalibilidad de sus propias opiniones. Por fin han comprendido que sus creencias más queridas pueden haber estado equivocadas, y que acaso su modo de ver las cosas y sus ideas sobre ellas podrían ser falsas y requieren de modificación. Están listos para emprender otra vez la ruta de la vida, y comenzar de nuevo a aprender su significación.

“BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN: PORQUE ELLOS SERÁN CONSOLADOS”


La desgracia y la aflicción no son, en sí, buenas, siendo la voluntad de Dios que cada criatura conozca la alegría y alcance una vida de gozoso éxito. "He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia." Sin embargo, el dolor y el sufrimiento son a menudo extremadamente útiles, porque mucha gente no se tomará la molestia de buscar la Verdad hasta que la adversidad o el fracaso los fuerce a hacerlo. Entonces el dolor se convierte en algo relativamente bueno. Tarde a temprano, cada ser humano tendrá que descubrir la verdad que es en Dios, y verificar por sí misma su propio contacto con Él. Tendrá que alcanzar aquella comprensión de la Verdad que le liberará para siempre de las limitaciones de nuestro mundo tridimensional y sus concomitantes —el pecado, la enfermedad y la muerte—. Pero la mayoría no emprenderán la búsqueda de Dios de todo corazón a menos que los obligue a ello algún tipo de contrariedad. Lo cierto es que no es necesario que el hombre sufra desgracias, porque si antes buscase a Dios las desgracias nunca vendrían. Siempre es posible elegir entre aprender por medio del desarrollo espiritual o mediante las dolorosas experiencias, y si alguien escoge este último procedimiento, nadie sino él tiene la culpa.

Por regla general, sólo después que se ha perdido la salud, y todos los recursos ordinarios de la medicina han fallado en proporcionarnos alivio, es cuando nos decidimos seriamente a buscar esa comprensión espiritual del cuerpo como encarnación verdadera de la Vida Divina, única cosa que nos ofrece la garantía de superar la enfermedad y finalmente la muerte. Pero si, conocedores de nuestra verdadera naturaleza, nos volviésemos a Dios mientras nuestra salud es buena, no se daría nunca el caso de que cayésemos enfermos.

De igual manera sucede con la pobreza: sólo cuando la apretura económica se extrema, habiéndose perdido los más indispensables recursos, es cuando nos volvemos a Dios como último refugio, y aprendemos que el Poder Divino es en realidad la fuente de todos los bienes que la humanidad recibe, y que las cosas materiales no son sino los canales por los cuales se manifiesta la bondad de Dios.

Pero es necesario que esta lección sea aprendida a fondo antes de que un hombre pueda alcanzar experiencias más altas y amplias que las que tiene en el presente. En la Casa del Padre hay varias moradas pero la llave de la morada superior es siempre el dominio completo de aquélla en la cual estamos. Por eso resulta muy conveniente el hecho de que debamos aprender lo antes posible de dónde y cómo nos viene nuestra prosperidad. Si los que son prósperos reconocieran a Dios como la verdadera fuente de lo que tienen, mientras aún están prósperos, y oraran regularmente por mayor comprensión espiritual acerca de este punto, jamás tendrían que lamentar pobreza o estrechez económica de ninguna clase. Al mismo tiempo, hemos de tener presente que debemos emplear bien nuestros recursos actuales, no acumulando riquezas por egoísmo sino más bien reconociendo que es a Dios a quien todo pertenece en el mundo, y que nosotros no somos más que sus agentes u hombre de confianza. La posesión de dinero lleva consigo una responsabilidad ineludible. Precisa que sea administrado con prudencia o, de lo contrario, habrá que atenerse a las consecuencias.

Este principio general es aplicable a todos nuestros problemas, no solamente a las dificultades físicas o financieras, sino también a todos los otros males a que está sujeto el género humano. Ningún motivo de pesar —problemas de familia, altercados e incomprensiones, pecados y remordimientos, etcétera— nos quitará nunca la paz si buscamos en primer lugar el Reino de los Cielos y la Recta Comprensión. En cambio, si no lo hacemos así, todo aquello nos vendrá, aunque el sufrimiento nos reconfortará, a pesar de su apariencia ingrata.

En la Biblia "confort" significa Presencia de Dios, la cual es el final de toda lamentación.

Las iglesias ortodoxas nos han presentado con demasiada frecuencia un Cristo crucificado muriendo en la cruz; pero el que nos da la Biblia es un Cristo que se alza triunfante.


“BIENAVENTURADOS LOS MANSOS: PORQUE ELLOS HEREDARÁN LA TIERRA”



A primera vista esta Bienaventuranza parece tener muy poco sentido, y los hechos ordinarios de la vida parecen contradecir el que tiene. Ningún hombre cuerdo, observando el mundo que le rodea y estudiando la historia, podría sinceramente aceptar este dicho al pie de la letra, y la mayoría de los cristianos lo han pasado por alto en la práctica, sintiendo con pena que las cosas deberían ser así sin duda, pero que de hecho no lo son ciertamente. Pero esta actitud no conduce a nada. Tarde o temprano el alma llega a un punto en que tiene que descartar de una vez para siempre todas las evasiones y subterfugios, y enfrentarse honradamente a las realidades de la vida, cueste lo que cueste.

Es necesario admitir que o Jesús pensaba lo que decía, o que no lo pensaba; que sabía de qué hablaba, o no lo sabía. De lo contrario, si esto no se toma en serio, nos vemos arrastrados a una posición que ningún cristiano querría aceptar —o que Jesús decía lo que no creía en verdad, como hace la gente poco escrupulosa, o que decía disparates—. Esta situación ha de ser definida en el mero principio de nuestro estudio del Sermón del Monte. Es decir, o tomamos en serio a Jesús, o no, y en este caso su enseñanza deberá ser abandonada del todo y la gente debe dejar de llamarse cristiana. Honrar a Jesús de labios afuera, decir que el Evangelio es la Verdad divinamente inspirada, jactamos de ser cristianos y después evadimos de poner en práctica en la vida diaria todo lo que se infiere de su doctrina, es simplemente debilidad fatal e hipocresía de la peor especie. O Jesús es un guía digno de confianza, o no lo es. Y si lo es, honrémosle aceptando que Él, en realidad, sabía lo que decía, y que conocía mejor que nadie el arte de vivir. Las penas y ansiedades que padece la humanidad se deben por completo al hecho de que nuestro modo de vivir es tan opuesto a la Verdad que las cosas que Jesús dijo y enseñó nos parecen a primera vista absurdas y locas.

Lo cierto es que cuando se la comprende correctamente, encontramos que la enseñanza de Jesús es no solamente verdadera, sino sumamente practicable. En verdad es la más practicable de todas las doctrinas. Llegamos a descubrir, pues, que Jesús no era un visionario sentimental ni un mero dispensador de trivialidades, sino un consumado realista como sólo un gran místico puede serlo; y la esencia total de su doctrina así como su aplicación práctica están comprendidas sumariamente en este texto.

Esta Bienaventuranza se halla entre la media docena de los versículos más importantes de la Biblia. Cuando se está en posesión del sentido espiritual de este texto, se posee el Secreto de Dominio, el secreto que nos hace aptos para superar toda clase de dificultad. Es, literalmente, la Llave de la Vida. Es el mensaje de Jesús reducido a una sola frase.

Estas palabras son, actualmente, como la Piedra Filosofal de los Alquimistas que transforman el metal básico de la limitación y la aflicción en el oro del "confort", o sea, la verdadera armonía.

Notemos que hay en el texto dos palabras que obran como polos sobre la atención: "manso" y "tierra" —ambas son empleadas en un sentido muy especial y altamente técnico, el cual ha de ser bien aclarado antes de que se revele el significado oculto que llevan en el fondo—. En primer lugar, la palabra "tierra" no se usa en la Biblia como mera referencia al globo terrestre. Significa manifestación; manifestación o expresión es el resultado de una causa. Es necesario que una causa se manifieste o exprese antes que podamos conocerla; y, por otra parte, toda manifestación o expresión tiene que tener su causa. Ahora bien, en la metafísica divina, y particularmente en el Sermón del Monte, aprendemos que toda causa es mental, y que nuestros cuerpos y todo lo que nos concierne —hogar, negocios, toda nuestra experiencia— no son sino la manifestación de nuestro propio estado mental. El hecho de que seamos inconscientes de la mayor parte de nuestros estados mentales no quiere decir nada, porque de todos modos están ahí en la mente subconsciente, no importa que ya los hayamos olvidado o que jamás hayamos sido conscientes de ello.

En otras palabras, nuestra "tierra" significa la totalidad de nuestra experiencia externa, y "heredar la tierra" significa adquirir dominio sobre esa experiencia, o sea, tener la facultad de ordenar nuestra vida en condiciones de armonía y éxito positivo. "Toda la tierra se llenará de la gloria del Señor." "Su alma morará a gusto y su simiente (oraciones) heredera la tierra" "El Señor reina, gócese la tierra." Así vemos que cuando la Biblia habla acerca de la tierra —poseer la tierra, gobernar la tierra, llenar la tierra de Su gloria, etcétera—, se refiere a nuestras condiciones de vida, desde la salud corporal hasta el más mínimo detalle de nuestros asuntos personales. Y este texto está ahí para decirnos cómo podemos alcanzar pleno dominio sobre nuestra vida y ser así los dueños de nuestro destino.

Pero veamos cómo puede hacerse esto. La Bienaventuranza dice que el dominio, o sea, la capacidad de gobernar las condiciones de nuestra vida, ha de alcanzarse de cierta manera, y de la más inesperada de las formas —nada menos que siendo manso—. No obstante, es también cierto que esta palabra está usada en un sentido especial y técnico. Su significación verdadera no es en modo alguno la que hoy se la da en el lenguaje moderno. En efecto, actualmente hay pocas cualidades de la naturaleza humana más desagradables que aquélla expresada por la palabra "mansedumbre". Para el lector moderno el adjetivo sugiere generalmente la idea de una persona débil, falta de valor y de respeto hacia sí misma, y probablemente hipócrita y ruin al mismo tiempo. No ocurría lo mismo en tiempos de Dickens. El lector moderno, con estas connotaciones de la palabra en mente, se siente inclinado a menospreciar el concepto general del Sermón del Monte, porque ya al principio se le dice que sólo siendo manso obtendrá la facultad de dominio; y tal doctrina le resulta inaceptable.

Pero la palabra "mansedumbre", en sentido bíblico, quiere dar a entender una actitud mental que ninguna otra palabra en particular describe con exactitud, y precisamente en esa actitud mental radica el secreto de la "prosperidad" o del éxito en la oración. Es una combinación de mente abierta, de fe en Dios, y del convencimiento de que la voluntad de Dios con respecto a nosotros es siempre algo vital e interesante, que trae gozo a la existencia, y muy superior a cuanto nosotros pudiéramos imaginar. Este estado mental incluye asimismo una completa predisposición a permitir que la voluntad de Dios se manifieste en la forma que considere mejor la Sabiduría Divina, y no según el modo particular que nosotros hayamos escogido.

Esta actitud mental, compleja en su análisis aunque sencilla en sí misma, es la Llave del Poder, o sea, el éxito en la prueba. No hay palabra para ella en el lenguaje corriente porque la cosa no existe sino para quienes están afirmados sobre la Roca Espiritual de la palabra de Jesucristo. Si deseamos heredar la tierra, debemos absolutamente adquirir "mansedumbre".

Moisés, que tuvo un éxito tan extraordinario en la oración, se destacaba notablemente por esta cualidad. Sobrepasó la creencia establecida sobre la vejez, mostrando la potencia física de un joven en plenitud de vida, cuando, de acuerdo con el calendario contaba ciento veinte años de edad, y por fin trascendió completamente su ser físico, o se "desmaterializó", sin morir. Recordamos también que Moisés, además de su éxito personal, realizó una obra maravillosa por su pueblo, liberándolo de la esclavitud en Egipto a través de increíbles dificultades (porque el afortunado Éxodo fue la "prueba" de Moisés y de unas cuantas almas superiores que le ayudaban) e influyendo en todo el curso ulterior de la historia con su enseñanza y sus hazañas. Moisés tenía una mente abierta, lista siempre para aprender y poner en práctica nuevos modos de pensar y de actuar. No rechazaba una revelación acabada de surgir con el pretexto de ser novel o revolucionaria, como habría hecho la mayoría de sus presuntuosos colegas de la jerarquía religiosa en Egipto. Él no estaba exento, por lo menos al principio, de serias faltas en su carácter, pero su alma era demasiado grande para ser tocada por el orgullo espiritual o intelectual; por eso se fue alzando poco a poco sobre tales defectos, a medida que el nuevo conocimiento de la Verdad actuaba en lo íntimo de su ser.

Moisés comprendía cabalmente que acomodarse de una manera estricta a la voluntad de Dios, lejos de acarrear la pérdida de ningún bien, sólo podía significar una vida más alta, mejor y más espléndida. En consecuencia, no consideró como un sacrificio la aceptación de esa Voluntad; por el contrario, la estimó como la más elevada forma de glorificación personal, en el verdadero y maravilloso sentido de esta palabra. La glorificación personal del egoísta es la vanidad vil que, al fin, conduce a la humillación. La verdadera glorificación personal, la que es realmente gloriosa, es la glorificación de Dios. “El Padre en mí. El hace el trabajo. Yo en Ti y Tú en mí". Moisés comprendió a la perfección el poder de la Palabra hablada para hacer surgir el bien, lo cual es fe científica. Fue uno de los hombres más mansos que jamás hayan vivido, y nadie, con excepción de nuestro Señor, ha recibido la tierra por heredad hasta tal punto.

Un delicioso proverbio oriental afirma que "la mansedumbre obliga a Dios mismo".


“BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA: PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS”



"Justicia" es otra de las palabras clave de la Biblia que el lector tiene que poseer si quiere penetrar en el profundo sentido del libro. De igual manera que "tierra" y "manso", "justicia" es un término técnico usado en un sentido definido y especial.

Justicia, en su acepción bíblica, tiene que ver no solamente con rectitud de conducta, sino con el pensamiento recto en cada aspecto de la vida. A medida que nos adentremos en el estudio del Sermón del Monte, encontraremos en cada frase una reiteración de esta gran verdad: las cosas exteriores no son sino la expresión (expresar, presionar hacia fuera), o manifestación gráfica de nuestros pensamientos y creencias internas. Encontraremos también que tenemos el dominio o poder de guiar a voluntad el curso de nuestros pensamientos, por lo cual, indirectamente, somos nosotros quienes hacemos nuestras vidas conforme a la índole de nuestro pensar. Jesús nos repetirá constantemente en estas pláticas que nosotros no podemos ejercer acción directa alguna sobre las cosas exteriores, porque éstas no son más que las consecuencias o, por decirlo así, las imágenes de lo que ocurre en el Lugar Secreto. Si nos fuera posible cambiar directamente lo exterior sin alterar nuestro modo de pensar, ello significaría que podríamos pensar en una cosa y producir otra, lo cual sería contrario a la Ley del Universo. En efecto, es esta noción, errónea, la que constituye precisamente la base falsa de todas las desgracias humanas —enfermedades, pecado, contiendas, pobreza, y hasta la misma muerte—.

Sin embargo, la gran Ley del Universo es ni más ni menos ésta: lo que llevamos en nuestra mente es la causa determinante de nuestra experiencia. Tal como es lo de dentro, así es lo de afuera. No podemos pensar una cosa y producir otra. Si queremos tener control sobre las circunstancias que nos rodean para hacerlas armoniosas y felices, primero tenemos que convertir en armoniosos y felices nuestros pensamientos, y entonces lo exterior seguirá el mismo camino. Si deseamos salud, pensemos antes que nada en salud, y, recordémoslo, esto no quiere decir solamente pensar en un cuerpo sano, aunque ello es importante, sino que tal estado mental incluye pensamientos de paz, de gozo y de buena voluntad para con todos, porque, como veremos más adelante en el Sermón, las emociones negativas son una de las principales causas de la enfermedad. Si queremos elevar nuestra estatura espiritual y crecer en el conocimiento de Dios, debemos imprimirles un ritmo espiritual a nuestros pensamientos, y concentrar nuestra atención (que es la vida misma) en Dios más bien que en nuestras limitaciones.

Si queremos prosperar materialmente, hemos de tener pensamientos de prosperidad, y hacer un hábito de este pensar, porque lo que mantiene a la mayoría de la gente en la pobreza es la costumbre de pensar en términos de pobreza. Si queremos vemos rodeados de amable compañerismo y tener el afecto de los demás, es preciso que en nuestros pensamientos se reflejen el amor y la buena voluntad. "Todas las cosas trabajan juntas para el bien de aquellos que aman el bien."

Cuando un hombre despierta al conocimiento de estas grandes verdades, naturalmente trata de aplicarlas a la vida. Comprendiendo al fin la importancia vital de la justicia, o de mantener solamente pensamientos armoniosos, un hombre razonable empieza enseguida a tratar de poner en orden su casa. Pero encuentra que, aunque la teoría es bastante simple, la práctica es cualquier cosa menos fácil. Ahora bien, ¿por qué ha de ser esto así? La respuesta estriba en la extraordinaria potencia del hábito; y nuestros hábitos de pensamiento son a la vez los más sutiles y los más difíciles de romper. Abandonar un hábito físico es comparativamente más fácil, si uno se lo propone con seriedad, porque la acción sobre el plano físico es mucho más lenta y palpable que sobre el plano mental. Cuando se trata de hábitos mentales no podemos, por así decirlo, echarnos a un lado y mirarlos objetivamente como hacemos al contemplar nuestras acciones. Nuestros pensamientos se deslizan por el campo del conocimiento en una corriente incesante, y con tal rapidez que sólo con una vigilancia activa y constante podemos dirigirlos. Además, el teatro de nuestros actos es el lugar en que nos encontramos. No puedo obrar más que en donde estoy. Puedo, por supuesto, dar órdenes por carta o por teléfono, o puedo tocar un timbre y obtener ciertos resultados a distancia. No obstante, el acto mismo ocurre donde estoy y en el momento actual. En cambio, con el pensamiento puedo recorrer todo el panorama de mi vida, evocar a todas las personas que he conocido, y con igual facilidad puedo sumergirme en el pasado o remontarme hacia el futuro. Vemos, por lo tanto, que la tarea de lograr un equilibrio de pensamiento justo y pleno de armonía, es mucho mayor de lo que a primera vista parece.

Por esta razón, muchos se desalientan y se culpan a sí mismos, al no poder transformar enseguida su ritmo mental y, como dice San Pablo, destruir para siempre al viejo Adán. Esto, por supuesto, es un grave error. La condena de sí mismo, al ser un pensamiento negativo y por lo tanto injusto, tiende a producir más dolor aún, conservando el viejo círculo vicioso. Si no progresamos tan aprisa como quisiéramos, el remedio es redoblar la vigilancia a fin de mantener el pensamiento en un cuidadoso estado de armonía. No nos detengamos en nuestros errores o en la lentitud de nuestro progreso. Clamemos por la Presencia de Dios en nuestra vida, con tanto más ahínco cuanto mayor sea la dificultad que trata de desalentarnos. Pidamos Sabiduría, Poder o Prosperidad en la oración. Hagámonos un inventario mental y revisemos con cuidado nuestra vida, no sea que en algún rinconcito de nuestra mente aún se escondan pensamientos torcidos. ¿Sigue habiendo aún algún aspecto de nuestra conducta que no es del todo recto? ¿Hay alguien a quien no hemos perdonado todavía? ¿Nos permitimos algún tipo de odio político, religioso, o racial? Si tenemos allí tal sentimiento, seguro que está disfrazado bajo la capa de una falsa justificación. Si lo descubrimos, arranquémosle el disfraz de ilusión con que se oculta, y deshagámonos de él como si fuera una cosa perniciosa porque está envenenando nuestra vida. ¿Se nos ha colado en el corazón cierta dosis de envidia personal o profesional? Este sentimiento vicioso es mucho más común de lo que suele admitirse en buena sociedad. Si damos con él, echémoslo, cueste lo que cueste. ¿Estamos abatidos por alguna pena sentimental, algún anhelo inútil o imposible? En tal caso, reflexionemos. Como almas inmortales e hijos de Dios, poseyendo el dominio espiritual, ninguna cosa buena está fuera de nuestro alcance, aquí y ahora. No malgastemos tiempo lamentando el pasado, sino saquemos del presente y del futuro la realización espléndida de los deseos de nuestro corazón ¿Nos agobia el remordimiento por faltas pasadas? Pues tengamos presente que éste, a diferencia del arrepentimiento, no es más que una forma de orgullo espiritual. Gozarse en él, como hacen algunos, es traicionar al Amor y a la Misericordia de Dios, quien dice: "Contemplad ahora el día de la salvación." "Contemplad cómo hago cosas nuevas".

En esta Bienaventuranza, Jesús nos aconseja que no nos desanimemos si no obtenemos enseguida la victoria, si nuestro progreso parece lento. Por otra parte, si no hacemos ningún progreso, ello se debe con toda seguridad a que no estamos orando bien, y nos toca a nosotros descubrir la causa examinando nuestra vida y pidiendo de lo Alto sabiduría y dirección. En verdad, debemos pedir constantemente a Dios que nos ilumine y nos guíe, y derrame sobre nosotros el poder vivificante del Espíritu Santo, para que la eficacia de nuestra oración —nuestra prosperidad— se acreciente de día en día. Pero si vemos algún adelanto, si las cosas mejoran aun cuando sea despacio, no hay motivo para que nos sintamos desanimados. Tan sólo es necesario que nos esforcemos resueltamente, y que nuestros intentos sean sinceros. Es imposible que un hombre persevere en buscar la verdad y la justicia de todo corazón, sin que sea coronado por el éxito. Dios no es falso y no se burla de sus hijos.


“BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS: PORQUE ELLOS ALCANZARÁN LA MISERICORDIA”



He aquí un resumen conciso de la Ley de la Vida, que Jesús desarrolla más adelante en el Sermón (mateo 7,1-5). Esta Bienaventuranza no requiere mucho comentario, porque las palabras empleadas comportan el sentido habitual que hoy se les da en la vida diaria, y la frase es tan clara y obvia en su significado como la ley expresada es sencilla e inflexible en su acción.

El punto que necesita tener en cuenta un científico cristiano que quiere aplicar científicamente su religión es que, como siempre, la aplicación vital del principio formulado en esta Bienaventuranza ha de hacerse en el campo del pensamiento. Lo que en esencia importa es que seamos mentalmente misericordiosos. Las buenas acciones, si van acompañadas de pensamientos no bondadosos, son pura hipocresía, dictadas por el temor, o el deseo de vanagloria, o algún motivo semejante. Son falsificaciones que no dan provecho al dador ni al que las recibe. Por otra parte, un pensamiento bueno hacia nuestro prójimo lo bendice espiritual, mental y materialmente, y nos bendice a nosotros al mismo tiempo. Seamos misericordiosos al juzgar a nuestro prójimo, porque lo cierto es que todos somos uno, y cuanto mayor parezca ser su error, tanto más grande es nuestro deber de ayudarle con el pensamiento adecuado, facilitándole así la manera de liberarse. Tan pronto comprendamos el poder del Pensamiento Espiritual —la Verdad del Cristo— adquirimos una responsabilidad que otros no tienen, y que no podemos evadir. Cuando tengamos evidencia de la falta de nuestro prójimo, recordemos que el Cristo que está en él clama por el socorro de nosotros, que estamos iluminados; así que, seamos misericordiosos.

Porque en realidad y en verdad todos somos uno; formamos parte del manto viviente de Dios. El mismo trato que hoy les damos a otros, tarde o temprano lo recibiremos; igualmente recibiremos la misma misericordia, en el momento en que la necesitemos, de aquellos que están más adelantados en el camino que nosotros. Por encima de todo hay una verdad, y es que, liberando a otros del peso de nuestra condena, hacemos posible el absolvernos a nosotros.



“BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN: PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS”




Éste es otro de esos preceptos maravillosos en los que la Biblia es tan rica. Toda la filosofía de la religión se encuentra aquí, resumida en pocas palabras. Como es costumbre en las Escrituras, las palabras están usadas en un sentido técnico y abarcan una idea mucho más amplia que la que tienen en la vida diaria.

Empecemos considerando la promesa que se nos hace en esta Bienaventuranza. Nada menos que ver a Dios. Ahora bien, sabemos desde luego que Dios no tiene forma corporal, y por lo tanto el asunto no consiste en "verle" tal como vemos físicamente con nuestros ojos a un semejante o un objeto. Si pudiésemos ver a Dios de esta manera, sería Él limitado y, por lo tanto, ya no sería Dios. "Ver" se refiere aquí a la percepción espiritual, aquella capacidad de concebir la naturaleza verdadera de Dios, de la cual infortunadamente carecemos.

Vivimos en el universo de Dios, pero no conocemos en manera alguna cómo es en realidad. El Cielo no es un lugar lejano en el firmamento, sino que nos está rodeando ahora mismo. Pero como nos falta la percepción espiritual, no podemos reconocerlo, o, por decirlo de otro modo, no podemos experimentarlo. Y ése es el sentido en que podemos entender que se nos niega la entrada al Cielo. Estamos en contacto con un fragmento pequeñísimo de ese Cielo al cual llamamos universo, pero aún ese pequeño fragmento lo vemos torcido en su mayor parte. El Cielo es el nombre religioso que significa la presencia de Dios. El Cielo es infinito, pero nuestra manera de ver las cosas nos lleva a interpretarlo en función de un mundo de tres dimensiones. El Cielo es la Eternidad, pero la experiencia que tenemos aquí llega a nuestro conocimiento en serie, en una secuencia que llamamos "tiempo", lo cual nunca permite que comprendamos una experiencia en su totalidad. Dios es el Espíritu Divino, y en ese Espíritu no hay limitaciones ni restricciones de ninguna clase. Sin embargo, vemos todas las cosas distribuidas en lo que llamamos "espacio", es decir, están espaciadas; ello da lugar a una restricción artificial que constantemente estorba el reagrupamiento de los sucesos de nuestra experiencia que requiere el pensamiento creador.

El Cielo es el reino del Espíritu, la Sustancia pura; allí no hay vejez, ni decadencia, ni discordia; es el reino del Eterno Bien. Y sin embargo, a nuestros ojos todo está envejeciendo, decayendo, deteriorándose; floreciendo para marchitarse, naciendo para morir.

Nos parecemos a un daltónico que estuviera en un jardín rodeado de bellas flores. Por todo su alrededor hay colores gloriosos, pero él no los percibe, no está consciente de ellos. Para él todo es negro, o blanco, o gris. Si suponemos que le falta también el sentido del olfato, comprenderemos que no puede apreciar más que una parte infinitesimal de la magnificencia de ese jardín. No obstante, todo ese resplandor está delante de él y es para él; pero no es capaz de percibirlo.

A esta limitación se la conoce en Teología como "Caída del Hombre" y consiste en tener una tendencia a ejercer su voluntad en oposición a la voluntad de Dios. "Dios hizo al hombre íntegro, pero éste se ha buscado muchas limitaciones." Nuestra tarea es superar esas limitaciones tan rápidamente como sea posible, hasta que lleguemos a conocer las cosas como en realidad son. Esto es lo que quieren decir las palabras "ver a Dios" y verle "cara a cara". Ver a Dios es comprender la Verdad, una experiencia que trae la libertad infinita y la felicidad perfecta.

En esta maravillosa Bienaventuranza Jesús nos dice exactamente cómo habrá de cumplirse esta tarea suprema, y quiénes son los que la llevarán a cabo: los limpios de corazón. Aquí de nuevo hay que tener en cuenta que las palabras "puro" y "pureza" tienen un sentido mucho más amplio que el que corrientemente se les atribuye. "Pureza", en la Biblia, significa mucho más que la limpieza física, por importante que ésta sea. En plenitud de sentido consiste en el reconocimiento de Dios como la única Causa verdadera y el único Poder verdadero que existe. Es lo que en otro lugar se denomina "el ojo simple" y es nada menos que el secreto por medio del cual podemos escapar de toda enfermedad, desgracia o limitación, en fin, a la caída del hombre. Por lo cual, bien podríamos parafrasear esta Bienaventuranza más o menos de este modo:

"Bienaventurados quienes reconocen a Dios como la única Causa verdadera, la única Presencia verdadera y el único Poder real, no de una manera teórica o formal, sino en la práctica, es decir, con palabras, y acciones; y no meramente en una parte de su vida, sino en todo rincón de la vida y del espíritu; no teniendo reserva alguna para con Dios, sino armonizando la voluntad de ellos, aun en los detalles más menudos, con la voluntad de Él —porque ellos vencerán todas las limitaciones de espacio, tiempo y materia, así como las flaquezas de la mente carnal; y estarán conscientes y gozarán para siempre de la Presencia de Dios—."

Podemos advertir lo tosca que resulta cada paráfrasis de la verdad bíblica comparada con la concisión y gracia del Libro Santo. Pero conviene que cada persona parafrasee de vez en cuando los textos más conocidos de la Escritura, porque esto le ayudará a comprender con exactitud cuál es el significado que les va atribuyendo. Ello también servirá para destacar algún sentido profundo sobre el cual se ha pasado inadvertidamente. Notemos que Jesús habla de los limpios de corazón. La palabra "corazón" en la Biblia indica generalmente lo que los psicólogos modernos llaman la mente subconsciente. Esto es de extrema importancia, porque no basta que aceptemos la Verdad sólo con la mente consciente. En tal caso nuestra aceptación no es más que una opinión. Sólo cuando es aceptada por la mente subconsciente, y asimilada así por toda la mentalidad, puede la Verdad reformar el carácter y transformar la vida. "Como un hombre piensa en su corazón así es él." "Guarda tu corazón con diligencia, pues de él brotan las fuentes de la vida."

Mucha gente, especialmente la que se considera culta, posee un caudal de conocimientos que no logran cambiar ni mejorar su vida. Los médicos saben todo sobre la higiene, pero viven a menudo de una manera poco higiénica; los filósofos que están enterados de la sabiduría humana atesorada a través de los siglos, continúan conduciéndose de una manera tonta y absurda. Por consiguiente, unos y otros tienen vidas frustradas e infelices. La razón de ello es que sus conocimientos son simplemente opinión, erudición acumulada en la mente. Para que un conocimiento pueda cambiarnos es necesario que se incorpore a nuestra mente subconsciente, vale decir, que penetre hasta lo más íntimo del corazón. Los psicólogos modernos están en lo cierto al tratar de reeducar la mente subconsciente, aunque hasta ahora no han encontrado el método seguro para ello. Ese método no es otro que la Oración Científica, o sea, la práctica de la Presencia de Dios.


“BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS: PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS”



Recibimos aquí una lección práctica de incalculable valor sobre el arte de la oración —y la oración, recordémoslo, es el único modo de renovar nuestra comunión con Dios—. A primera vista, esta Bienaventuranza puede pasar por una generalización religiosa de carácter meramente convencional, y hasta por una de esas trivialidades sentenciosas que usan los que quieren impresionar a sus oyentes no teniendo nada original que decir. A decir verdad, la oración es la única acción completa en el sentido más exacto de la palabra, porque es la única cosa capaz de cambiar el carácter. Un cambio en el carácter o en el espíritu es un verdadero cambio. Cuando se verifica un cambio de esa clase, el sujeto se torna diferente, y durante el resto de su vida se conduce de manera diferente. En otras palabras, ya no es la misma persona de antes. El grado de diferencia puede ser casi imperceptible cada vez que se ora; sin embargo, aunque pequeño, tiene lugar, porque es imposible orar sin que nos hagamos diferentes en algún grado Si pudiésemos tomar consciencia plenamente de la Presencia de Dios, un cambio radical y dramático se obraría en nuestro carácter en un abrir y cerrar de ojos, transformando nuestro modo de pensar, nuestros hábitos, nuestra vida entera. La historia registra numerosos ejemplos de esta clase, tanto en Oriente como en Occidente; las llamadas conversiones son hechos auténticos que lo ejemplifican con claridad. Tan radical es el cambio que resulta de la oración que Jesús lo llama "nacer de nuevo". En efecto, puesto que la persona se convierte en otro ser, es lo mismo que si naciera de nuevo. La palabra "oración" incluye toda forma de comunión con Dios, así como todo esfuerzo encaminado a ese fin, ya sea vocal o puramente mental. La oración puede ser también afirmación o invocación, siendo cada una de ellas buena en su propio lugar; puede ser asimismo meditación, y la más elevada de todas las formas de oración, que es la contemplación.

Si no estamos acostumbrados a orar, todo lo que podemos hacer es expresar nuestra personalidad tal como es en cualquier circunstancia de la vida en que nos encontremos. A tal punto es cierto esto, que la mayoría de los que nos conocen podrían decir de antemano cómo reaccionaríamos en presencia de cualquier dificultad o crisis; pero la oración, al cambiar nuestro carácter hace posible una reacción nueva.

Cuando la oración es eficaz, la Presencia de Dios se realiza en nosotros, que es el secreto de nuestra curación y la curación de otros también; asimismo obtenemos aquella inspiración que es la vida del alma y la causa de nuestro desarrollo espiritual. Pero para que esta Presencia de Dios sea un hecho en nosotros, y nuestras oraciones sean eficaces, es preciso que alcancemos cierto grado de verdadera paz mental. Esta paz interior ha sido llamada por los místicos serenidad y ellos no se cansan jamás de repetirnos que la serenidad es el gran vehículo de la Presencia de Dios —el mar suave como un espejo que rodea al Gran Trono Blanco—. Esto no quiere decir que sin la serenidad no se puedan vencer por medio de la oración aun las mayores dificultades, porque por supuesto se puede. En efecto, cuanto mayores son nuestros problemas, menor es la serenidad de que podemos disponer, y la serenidad misma sólo se obtiene por la oración y por la acción de perdonar a los demás y a uno mismo. Pero hemos de tener la serenidad para avanzar en el reino del espíritu, aquella tranquilidad de alma a la cual se refiere Jesús con la palabra "paz", una paz que supera el entendimiento humano.


Los pacíficos de que se habla en esta Bienaventuranza, son aquellos que realizan esta paz verdadera o serenidad en sus propias almas, porque son ellos los que superan las dificultades y limitaciones y llegan a ser no sólo potencialmente sino, verdaderamente, los hijos de Dios. Esta condición de espíritu es el objetivo principal de todas las instrucciones que Jesús nos da en el Sermón del Monte, y en otras partes: "La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón ni se intimide". Cuando hay temor, o resentimiento, o alguna inquietud en nuestro corazón, esto es, mientras nos falta la serenidad o la paz, no nos es posible lograr mucho. Para conseguir la concentración del espíritu se precisa tener cierto grado de serenidad.

Por supuesto que ser pacífico en el sentido corriente, como el que se dedica a poner fin a las querellas de otros, es sin duda cosa excelente; pero, como bien sabe todo aquél que esté dotado de sentido práctico, es un papel bastante difícil de interpretar. Cuando uno interfiere en contiendas ajenas, generalmente las cosas empeoran en lugar de mejorar. Por regla general, es nuestra opinión personal la que nos sirve de guía, y es raro que una opinión personal no sea injusta. Si logramos que los adversarios examinen de nuevo las causas de la disputa desde otro punto de vista, nuestros esfuerzos no habrán sido inútiles; pero, por otra parte, si solamente ponemos por obra un término medio en el cual consienten por motivos de propio interés o por compulsión, entonces la reconciliación no será más que superficial, no habiendo en ese caso paz verdadera, porque ambos no se sienten así contentos e indulgentes.

Una vez que comprendamos el poder de la oración, seremos capaces de sanar muchas disputas de manera definitiva; algunas veces sin pronunciar palabra alguna. Pensar silenciosamente en el Amor y la Sabiduría del Todopoderoso es suficiente para disipar imperceptiblemente los motivos que acarrean disputas. Entonces, la mejor solución para todos, cualquiera que sea, se efectuará gracias al poder silencioso de la Palabra.

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”

Como hemos visto, el carácter esencial de la enseñanza de Jesús es que la Voluntad de Dios para nosotros es armonía, paz y gozo; que tales cosas puedan convertirse en realidad para nosotros cultivando un modo de pensar justo y recto es una frase que nos sorprende. Jesús nos dice constantemente que es la voluntad de nuestro Padre darnos su Reino y que para merecer la justicia hemos de cultivar la serenidad, la paz interior. Él declara que los pacíficos que cumplen esto adquirirán orando prosperidad, heredarán la tierra, verán a Dios y su duelo se transformará en gozo. No obstante, aquí aprendemos que los que son perseguidos a causa de la justicia, son bienaventurados, porque de ese modo triunfarán; que el ser vituperado y denunciado es causa de gozo y felicidad, y que los Profetas y los grandes Iluminados también sufrieron estas cosas.

Todo esto es sin duda asombroso, y a la vez perfectamente correcto; sólo que comprendamos una cosa: que el origen de toda esta persecución no es otra cosa que nosotros mismos. No hay un persecutor exterior a nosotros mismos. Siempre que encontremos difícil lo justo o el pensar con rectitud; siempre que sintamos la tentación de considerar injustamente determinada situación, o persona, o aun nosotros mismos; siempre que nos sintamos inclinados a ceder a la cólera, o a la desesperación, entonces somos perseguidos a causa de la justicia, lo cual resulta ser una condición bienaventurada y bendita.

Todo tratamiento espiritual u Oración Científica implica una lucha con el "Yo inferior" el cual prefiere el viejo modo de pensar y se levanta y nos insulta, por decirlo dramáticamente, a la manera oriental.

Todos los grandes Profetas e Iluminados de la especie humana, que al fin alcanzaron la victoria, lo hicieron tras una serie de batallas consigo mismos, cuando su naturaleza inferior, el viejo Adán, los perseguía. Jesús mismo "tentado en todo según nuestra semejanza" tuvo más de una vez que hacer frente a esta "persecución", especialmente en el Huerto de Getsemaní, y durante algunos minutos, en la Cruz misma. Ahora bien, como estos combates con nuestra naturaleza inferior han de llevarse a cabo tarde o temprano, será mejor efectuar la lucha y vencer lo antes posible. De manera que estas persecuciones resulten ser, relativamente hablando, bendiciones divinas.

Notemos que en realidad no hay virtud alguna o provecho siquiera en el mero hecho de que otros nos molesten o persigan. Nada absolutamente viene a nuestra experiencia, a menos que haya algo en nosotros que lo atraiga. Por lo cual, si nos acontecen molestias o dificultades es sin duda debido a que algo en nuestra mente necesita ser examinado y aclarado; porque siempre vemos las cosas como somos capaces de concebirlas. He aquí un peligro grave para los débiles, los vanidosos y los presuntuosos. Si los demás no los tratan como ellos quisieran, o si no reciben el respeto y la consideración que ellos creen que se les debe tener, aunque probablemente no lo merecen, se sienten con frecuencia inclinados a creer que son "perseguidos" a causa de su superioridad espiritual, e incurren en el absurdo de darse aires de grandeza con tal motivo. He aquí una patética ilusión. Según la Gran Ley de la Vida, de la cual todo el Sermón del Monte es una exposición, solamente podemos recibir a través de nuestra existencia lo que en cada momento nos corresponde, y nadie puede impedirnos el conseguir lo que nos toca; por esta razón toda persecución o frustración proviene absolutamente de lo interior.

A pesar de que hay una tradición sentimental a la que va unido, el martirio no conlleva ninguna virtud en sí. Si el "mártir" tuviese una comprensión suficiente de la Verdad, no le sería necesario sufrir esa experiencia. Jesús no fue un mártir. Habría podido escaparse en cualquier momento, si hubiese querido evitar la crucifixión. Pero era necesario que alguien triunfase sobre la muerte, y por esa razón consintió en morir. Él quiso, de forma deliberada y a su modo, realizar para nosotros una obra de antemano premeditada, y no precisamente un martirio. Lejos esté de nosotros el menospreciar el valor ilustre y la abnegación heroica de los mártires de todos los siglos; pero debemos recordar que si hubiesen tenido una comprensión cabal, no habrían llegado al hecho del martirio. Tener el martirio como un bien supremo, tal como hacían muchos, es tentar al destino, porque se atrae toda cosa sobre la cual se concentra la atención. Aun admirándolos a causa de la elevación espiritual que alcanzaron, sabemos que, si los mártires hubiesen amado a sus enemigos lo bastante —es decir, amarlos en el sentido científico de la palabra—, reconociendo en ellos la Verdad, entonces sus perseguidores romanos — incluso el mismo Nerón— habrían abierto las puertas de sus prisiones, y los fanáticos de la Inquisición habrían reconsiderado su causa.


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lunes

LLEVAR LA MENTE A CASA - Cap. V - SOGYAL RIMPOCHÉ

 del libro tibetano de la vida y de la muerte





CAPITULO CINCO

Llevar la mente a casa

Hace más de dos mil quinientos años, un hombre que llevaba muchas, muchas vidas buscando la verdad llegó a un lugar tranquilo en el norte de India y se sentó bajo un árbol. Se quedó allí sentado bajo el árbol, y con inmensa resolución hizo el voto de no volver a levantarse hasta que hubiera encontrado la verdad. Al caer la noche, así está dicho, venció a las fuerzas oscuras del engaño, y por la mañana temprano, cuando aparecía la estrella Venus en el firmamento del amanecer, el hombre obtuvo la recompensa a su paciencia, disciplina e impecable concentración, sostenidas durante eras, y alcanzó el objetivo final de la existencia humana, la Iluminación. En ese instante sagrado, la propia Tierra se estremeció como «ebria de dicha», y según nos dicen las escrituras, «nadie en ningún lugar se sintió airado, enfermo ni triste; nadie hizo mal, nadie fue orgulloso; el mundo quedó completamente callado, como si hubiera alcanzado la plena perfección». Ese hombre llegó a ser conocido como Buda. He aquí la hermosa descripción que da el maestro vietnamita Thich Nhat Hanh de la Iluminación de Buda:

Gautama se sintió como si una cárcel que le había retenido durante miles de vidas se hubiese abierto de golpe. La ignorancia había sido el carcelero. A causa de la ignorancia, su mente había estado oscurecida, como la luna y las estrellas ocultas por las nubes de tormenta. Nublada por interminables oleadas de pensamientos ilusorios, la mente había dividido falsamente la realidad en sujeto y objeto, yo y otros, existencia y no existencia, nacimiento y muerte, y de esas distinciones surgían opiniones erróneas: las prisiones de los sentimientos, ansias, aferramiento y el devenir. El sufrimiento del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte sólo contribuía a engrosar los muros de la cárcel. Lo único que se podía hacer era apoderarse del carcelero y contemplar su verdadero rostro. El carcelero era la ignorancia... Una vez eliminado el carcelero, la cárcel desaparecería y ya nunca volvería a construirse de nuevo.

Lo que vio Buda fue que la ignorancia de nuestra verdadera naturaleza es la raíz de todos los tormentos del samsara, y que la raíz de la propia ignorancia es la tendencia habitual de nuestra mente a la distracción. Poner fin a la distracción de la mente equivaldría a poner fin al mismo samsara, y para ello, comprendió, la clave estaba en llevar la mente a casa, a su verdadera naturaleza, mediante la práctica de la meditación.

Buda se sentó en el suelo con serena y humilde dignidad, con el cielo sobre él y a su alrededor, como para demostrarnos que en la meditación se sienta uno con una actitud mental abierta y comparable al cielo, pero al mismo tiempo permanece presente, apoyado en la Tierra, sobre una base firme. El cielo es nuestra naturaleza absoluta, que no tiene barreras y es ilimitada, y la base es nuestra realidad, nuestra condición relativa y ordinaria. La postura que adoptamos al meditar significa que enlazamos lo absoluto y lo relativo, el firmamento y el suelo, el cielo y la Tierra, como las dos alas de un pájaro, integrando la naturaleza de la mente, que no conoce la muerte y es comparable al cielo, y el suelo de nuestra naturaleza mortal y pasajera.

Aprender a meditar es el mayor regalo que puede usted hacerse en esta vida, ya que es sólo por medio de la meditación como puede emprender el viaje para descubrir su auténtica naturaleza y encontrar así la estabilidad y la confianza que necesitará para vivir, y morir, bien. La meditación es el camino a la Iluminación.

ENTRENAMIENTO DE LA MENTE

Existen muchas maneras de presentar la meditación, y debo de haber hablado sobre ella en miles de ocasiones, pero cada vez es distinta, y cada vez es directa y nueva.

Por fortuna, vivimos en una época en la que muchas personas de todo el mundo están familiarizándose con la meditación. Cada vez se la acepta más como una práctica que atraviesa las barreras culturales y religiosas y se eleva por encima de ellas, permitiendo a quienes la practican establecer un contacto directo con la verdad de su ser. Es una práctica que trasciende los dogmas religiosos y, al mismo tiempo, es la esencia de las religiones.

Generalmente desperdiciamos nuestra vida, distraídos de nuestra verdadera identidad en una actividad incesante; la meditación, por su parte, es el camino que nos devuelve a nosotros mismos, donde podemos experimentar y saborear realmente nuestro ser completo, más allá de todos nuestros comportamientos habituales. Nuestra vida transcurre en una lucha intensa y angustiosa, en un torbellino de celeridad y agresividad, compitiendo, aferrando, poseyendo y logrando, atareándonos constantemente con actividades y preocupaciones externas y accidentales. La meditación es todo lo contrario. Meditar es romper completamente con nuestra forma «normal» de operar, puesto que se trata de un estado libre de toda preocupación e inquietud en el que no hay competitividad, no hay deseo de poseer ni aferrar nada, no hay lucha intensa ni angustiosa ni anhelo de logros; es un estado sin ambiciones en el que no hay aceptación ni rechazo, ni esperanza ni miedo, un estado en el que poco a poco empezamos a dejar marchar en el espacio de la sencillez natural todos esos conceptos y emociones que nos tienen aprisionados.

Los maestros de meditación budistas saben cuán flexible y maleable es la mente. Si la entrenamos, todo es posible. De hecho, ya estamos perfectamente entrenados por y para el samsara, entrenados a tener celos, entrenados a aferrar, entrenados a estar angustiados y tristes, desesperados y anhelantes, entrenados a reaccionar coléricos contra aquello que nos provoca. En realidad, estamos entrenados en tal medida, que estas emociones negativas surgen espontáneamente, sin que intentemos siquiera generarlas. Así pues, todo depende del entrenamiento y de la fuerza de la costumbre. Dediquemos la mente a la confusión, y, si somos sinceros, sabemos muy bien que se convertirá en una sombría maestra de confusión, experta en sus adicciones, sutil y perversamente elástica en sus esclavitudes. Dediquémosla en meditación a la tarea de liberarse ella misma del engaño, y descubriremos que, con tiempo, paciencia, disciplina y un entrenamiento adecuado, nuestra mente empezará a desatar sus propios nudos y conocerá su dicha y claridad esenciales.

«Entrenar» la mente no significa en modo alguno subyugarla por la fuerza o someterse a un lavado de cerebro. Entrenar la mente es, en primer lugar, ver de manera directa y concreta cómo funciona, conocimiento que deriva de las enseñanzas espirituales y de la experiencia personal en la práctica de la meditación. Después puede usted utilizar ese entendimiento para domesticar su mente y trabajar hábilmente con ella, para volverla más y más dócil, para poder convertirse en su dueño y emplearla en toda su capacidad y para los fines más beneficiosos.

Shantideva, maestro budista del siglo VIII, declaró:

Si este elefante que es la mente se ata por todas partes con
la soga de la absoluta presencia mental,
todo temor desaparece y llega la completa felicidad
Todos los enemigos; todos los tigres, leones, elefantes, osos y
serpientes [de nuestras emociones];2
y todos los guardianes del infierno; los demonios y los
horrores, todos ellos quedan atados por el dominio de tu mente,
y domando esta única mente todos quedan sometidos,
porque de la mente se derivan todos los miedos y penas
inconmensurables.'

Así como un escritor sólo adquiere una espontánea libertad de expresión tras años de estudio a menudo laborioso, y así como la gracia sencilla de un bailarín se obtiene únicamente con un enorme y paciente esfuerzo, así también usted, cuando empiece a comprender adónde le conducirá la meditación, la abordará como la mayor empresa de su vida, una empresa que le exige el más profundo entusiasmo, perseverancia, inteligencia y disciplina.

EL CORAZÓN DE LA MEDITACIÓN

El propósito de la meditación consiste en despertar en nosotros la naturaleza de la mente e introducirnos a aquello que en realidad somos, a nuestra conciencia pura e inmutable que subyace a la totalidad de la vida y la muerte.

En la quietud y el silencio de la meditación, vislumbramos esa profunda naturaleza interior que hace tanto tiempo perdimos de vista entre la agitación y la distracción de nuestra mente, y regresamos a ella. Resulta verdaderamente extraordinario que nuestra mente no pueda estarse quieta más de unos pocos instantes sin anhelar distracción; es tan inquieta y desasosegada que a veces pienso que, al vivir en una ciudad del mundo moderno, ya somos como los seres torturados del estado intermedio que sigue a la muerte, donde se dice que la conciencia es angustiosa-mente desasosegada. Según ciertas autoridades, un trece por ciento de los estadounidenses padece alguna clase de trastorno mental. ¿Qué nos dice eso de nuestra forma de vivir?

Estamos fragmentados en muchos aspectos distintos. No sabemos quién somos en realidad, ni con qué aspectos de nosotros mismos deberíamos identificarnos ni en cuáles creer. Son tantos los dictados, voces y sentimientos que luchan por controlar nuestra vida interior que nos encontramos dispersos por todas partes, en todas direcciones, sin dejar a nadie en casa. La meditación, pues, es llevar la mente a casa.

En la enseñanza de Buda, decimos que hay tres cosas que influyen decisivamente en que la meditación sea sólo un método para obtener relajación, serenidad y dicha temporales, o bien se convierta en una poderosa inductora de Iluminación para uno mismo y para los demás. A estas tres cosas las llamamos: «Bien al Principio, Bien en el Medio y Bien al Final».

Bien al Principio surge de la percepción de que nosotros y todos los seres conscientes tenemos fundamentalmente la naturaleza de buda como nuestra esencia más íntima, y que conocerla es liberarse de la ignorancia y acabar definitivamente con el sufrimiento. Así, cada vez que empezamos nuestra práctica de la meditación, esto nos motiva y estimula a dedicar nuestra práctica y nuestra vida a la Iluminación de todos los seres en el espíritu de esta oración, que ha sido rezada por todos los budas del pasado:

Por el poder y la verdad de esta práctica:

Que todos los seres tengan felicidad y lo que causa la felicidad;
que todos estén libres de pena y de las causas de la pena;
que no se separen nunca de la felicidad sagrada en la que no hay sufrimiento alguno;
y que todos vivan en ecuanimidad, sin demasiado apego ni demasiada aversión,
y que vivan creyendo en la igualdad de todo lo que vive.

Bien en el Medio es la disposición mental con la que entramos en el corazón de la práctica, disposición estimulada por el conocimiento de la naturaleza de la mente, del cual surge una actitud desprendida, libre de cualquier referencia intelectual, y una conciencia de que todas las cosas son inherentemente «vacías», ilusorias y comparables a un sueño.

Bien al Final es la manera en que concluimos la meditación dedicando todo su mérito y rezando con verdadero fervor: «Que cualquier mérito que proceda de esta práctica sirva para la Iluminación de todos los seres; que se convierta en una gota en el océano de la actividad de todos los budas en su trabajo incansable por la liberación de todos los seres». Este mérito es el beneficio y el poder positivo, la paz y la felicidad que irradian de la práctica, y lo dedicamos al beneficio a largo plazo de todos los seres, a su Iluminación. En un plano más inmediato, lo dedicamos a que pueda haber paz en el mundo, a que todos nos veamos libres de necesidad y enfermedad y experimentemos un bienestar total y una felicidad duradera. A continuación, comprendiendo la naturaleza ilusoria de la realidad, que es comparable a un sueño, reflexionamos sobre cómo, en el sentido más profundo, aquel que dedica su práctica, aquellos a quienes se la dedica e incluso el propio acto de dedicarla son todos inherentemente «vacíos» e ilusorios. Esto se dice en las enseñanzas para cerrar la meditación de manera que nada de su poder puro pueda perderse ni filtrarse en absoluto, para que nada del mérito de la práctica se desperdicie jamás.

Estos tres principios sagrados, la motivación hábil, la actitud desprendida que asegura la práctica y la dedicación que la cierra, son los que hacen que la meditación sea verdaderamente iluminadora y poderosa. El gran maestro tibetano Longchenpa los describe, en una hermosa metáfora, como «el corazón, el ojo y la fuerza vital de la verdadera práctica». Y, como dice Nyoshul Khenpo: «Para alcanzar la Iluminación completa, más que esto no es necesario; pero menos que esto es incompleto».

LA PRÁCTICA DE LA PRESENCIA MENTAL

La meditación consiste en llevar la mente de vuelta a casa, y esto se consigue en primer lugar por la práctica de la presencia mental o atención.

En cierta ocasión, una anciana se acercó a Buda y le preguntó cómo se meditaba. Éste le dijo que cuando sacara agua del pozo permaneciera atenta a todos los movimientos de sus manos, pues sabía que si la mujer lo hacía así pronto se encontraría en ese estado de calma alerta y espaciosa que es la meditación.

La práctica de la atención, de llevar la mente dispersa de vuelta a casa y centrar así los distintos aspectos de nuestro ser, se llama «Permanecer Pacíficamente» o «Morar en Calma». «Permanecer Pacíficamente» logra tres cosas. La primera, todos los aspectos fragmentarios de nosotros mismos, que hasta entonces están en guerra, se asientan, se disuelven y se hacen amigos. En ese asentarse empezamos a comprendernos mejor, y a veces incluso vislumbramos el resplandor de nuestra naturaleza fundamental.

La segunda es que la práctica de la presencia mental desactiva nuestra negatividad, nuestra agresividad y nuestras emociones turbulentas. Más que suprimir las emociones o entregarse a ellas, lo importante aquí es contemplarlas, y contemplar los pensamientos y cualquier cosa que surja, con una aceptación y una generosidad lo más abiertas y amplias posible. Los maestros tibetanos dicen que esta sabia generosidad tiene el aroma del espacio ilimitado, tan cálida y acogedora que uno se siente envuelto y protegido por ella, como por una manta hecha de luz de sol.

Gradualmente, mientras permanece abierto y atento y utiliza una de las técnicas que le explicaré más adelante para centrar su mente cada vez más, su negatividad se irá desactivando poco a poco; empezará a sentirse a gusto en su ser, o, como dicen los franceses, étre bien dans sa peau (estar bien en su piel). De aquí viene una sensación de liberación y una profunda tranquilidad. A mi modo de ver, esta práctica es la forma más eficaz de terapia y autocuración.

La tercera es que esta práctica desvela y revela nuestro Buen Corazón esencial, puesto que disuelve y elimina la hostilidad y el daño que hay en nosotros. Sólo cuando hemos eliminado el daño que llevamos dentro nos volvemos verdaderamente útiles para los demás. Así pues, por medio de la práctica, eliminando lentamente la hostilidad y el daño que hay en nosotros mismos, permitimos que nuestro verdadero Buen Corazón, la bondad y la amabilidad fundamentales que constituyen nuestra auténtica naturaleza, resplandezca y dé lugar al clima cálido en que nuestro verdadero ser puede florecer.

Ahora comprenderá por qué yo llamo a la meditación la auténtica práctica de la paz, la auténtica práctica de la no agresión y la no violencia, el verdadero y mayor desarme.

LA GRAN PAZ NATURAL

Cuando enseño meditación suelo comenzar diciendo: «Lleva la mente a casa. Suelta. Y relájate».

Toda la práctica de la meditación puede resumirse en estos tres puntos básicos: llevar la mente a casa, aflojar o soltar y relajarse. Cada una de estas expresiones encierra significados que resuenan en muchos planos.

Llevar la mente a casa significa llevar la mente al estado de Morar en Calma mediante la práctica de la presencia mental. En su sentido más profundo, llevar la mente a casa es volver la mente hacia el interior y reposar en la naturaleza de la mente. Esto, de por sí, es la meditación más elevada.

Soltar significa dejar salir la mente de su cárcel de aferramiento, puesto que uno reconoce que todo el dolor, el miedo y la perturbación proceden del ansia de la mente por aferrar. En un plano más profundo, el conocimiento y la confianza que surgen de la creciente comprensión de la naturaleza de la mente estimulan la generosidad profunda y natural que permite dejar que el corazón se desprenda de todo apego, dejar que se libere y se derrita en la inspiración de la meditación.

Finalmente, relajarse significa ser espacioso y relajar todas las tensiones de la mente. En un sentido más profundo, uno se relaja en la verdadera naturaleza de su mente, el estado de Rigpa. Las palabras tibetanas que evocan este proceso sugieren la sensación de «relajarse sobre el Rigpa». Es como derramar un puñado de arena sobre una superficie plana: cada grano se asienta por su propia cuenta. Así es como se relaja usted en su verdadera naturaleza, dejando que todos los pensamientos y emociones cesen naturalmente y se disuelvan en el estado de la naturaleza de la mente.

Cuando medito, siempre me inspira este poema de Nyoshul Khenpo:

Descansa en gran paz natural
esa mente exhausta
por los golpes del karma y el pensamiento neurótico,
como la furia implacable de las olas que rompen
en el océano infinito del samsara.
Descansa en gran paz natural.


Sobre todo, siéntase cómodo, tan natural y holgado como pueda. Escape sigilosamente del lazo de su nervioso yo habitual, abandone todo deseo y relájese en su verdadera naturaleza. Imagínese que su yo ordinario, emocional y agobiado de pensamientos, es un bloque de hielo o un trozo de mantequilla dejado al sol. Si se siente usted duro y frío, deje que esta agresividad se derrita bajo el sol de su meditación. Deje que la paz trabaje sobre usted y le permita recoger su mente dispersa en la presencia mental del Morar en Calma, y que despierte en usted la conciencia y la percepción de la Visión Clara, y descubrirá que, poco a poco, toda su negatividad se desarma, su agresividad se disuelve y su confusión se evapora, como una bruma en el vasto e inmaculado firmamento de su naturaleza absoluta.

Sentado en silencio, el cuerpo quieto, la boca callada, la mente en paz, deje ir y venir sus pensamientos y emociones, todo lo que surja, sin aferrarse a nada.

¿Qué se experimenta en este estado? Como solía decir Dudjom Rimpoché, imagínese a un hombre que llega a su casa tras un largo día de trabajo en el campo y se acomoda ante el hogar en su sillón favorito. Se ha pasado el día trabajando y sabe que ha hecho lo que quería hacer; no tiene nada más de qué preocuparse, nada que haya quedado sin terminar, y puede abandonar completamente todas sus inquietudes y contentarse sencillamente con ser.

Así pues, cuando medita, es esencial que cree usted el ambiente mental interior más adecuado. Todos los esfuerzos y luchas vienen de la estrechez, de no hacerse espacio, de modo que crear ese ambiente adecuado es vital para que se produzca verdaderamente la meditación. Cuando están presentes el humor y la amplitud, la meditación surge sin esfuerzo.

A veces, cuando medito, no utilizo ningún método en especial. Me limito a dejar reposar la mente y compruebo, sobre todo cuando estoy inspirado, que puedo llevar la mente a casa y relajarme con gran rapidez. Sentado en silencio, descanso en la naturaleza de la mente; no dudo ni me pregunto si estoy en el estado «correcto» o no. No hay ningún esfuerzo, sólo una rica comprensión, una actitud despierta y una certeza inconmovible. Cuando estoy en la naturaleza de la mente, la mente ordinaria ya no está ahí. No es necesario corroborar o confirmar mi existencia: simplemente soy. Está presente una confianza fundamental. No hay nada en especial que hacer.

MÉTODOS DE MEDITACIÓN

Si su mente es capaz de asentarse naturalmente por su propia cuenta, y si encuentra usted que le inspira el mero hecho de reposar en su conciencia pura, no necesita ningún método de meditación. De hecho, cuando uno se halla en tal estado, cualquier intento de aplicar un método podría incluso resultar contraproducente. Sin embargo, a la inmensa mayoría nos resulta difícil llegar de forma directa a ese estado. Sencillamente no sabemos cómo despertarlo, y nuestra mente es tan indócil y tan distraída que necesitamos un medio hábil, un método para inducirlo.

Por «hábil» quiero decir que se combinan la comprensión de la naturaleza esencial de la mente, el conocimiento de nuestros diversos y cambiantes estados de ánimo y la percepción profunda que hemos cultivado mediante la práctica para desarrollar la mejor manera de trabajar sobre uno mismo momento a momento. Reuniendo estas tres cosas, se aprende el arte de aplicar el método más apropiado para cada situación o problema particular, a transformar el ambiente mental.

Pero recuerde: un método sólo es un medio, no la meditación en sí. Practicando el método hábilmente es como se alcanza la perfección de ese estado puro de presencia total que es la auténtica meditación.

Hay un dicho tibetano muy revelador, Gompa ma yin, kompa yin, que significa literalmente: «"Meditación" no es; "acostumbrarse a" sí es». Esto quiere decir que la meditación no es nada más que acostumbrarse a la práctica de la meditación.

Como se ha dicho: «Meditación no es esforzarse, sino irse asimilando naturalmente a ella». Conforme vaya usted practicando el método, la meditación surgirá poco a poco. La meditación no es algo que usted pueda «hacer», sino algo que debe ocurrir espontáneamente, y sólo cuando hayamos perfeccionado la práctica.

Sin embargo, para que se produzca la meditación hay que crear condiciones serenas y auspiciosas. Antes de alcanzar el dominio de nuestra mente tenemos que calmar su entorno. De momento, la mente es como la llama de una vela: inestable, parpadeante, constantemente cambiante, avivada por el viento violento de nuestros pensamientos y emociones. La llama sólo arderá de forma estable cuando aquietemos el aire que la rodea, así que sólo podemos empezar a vislumbrar la naturaleza de la mente y a reposar en ella cuando hayamos apaciguado la turbulencia de nuestros pensamientos y emociones. Por otra parte, una vez hayamos encontrado una estabilidad en nuestra meditación, los ruidos y perturbaciones de toda clase tendrán un impacto mucho menor.

En Occidente, la gente tiende a dejarse absorber por lo que yo llamo «la tecnología de la meditación». Después de todo, el mundo moderno está fascinado por los mecanismos y las máquinas y es adicto a las fórmulas puramente prácticas. Pero el rasgo más importante, con mucho, de la meditación no es la técnica, sino el espíritu: la manera hábil, inspirada y creativa en que la practicamos, y que también podría denominarse «la postura».

LA POSTURA

Los maestros dicen: «Si creas una condición auspiciosa en tu cuerpo y en tu entorno, la meditación y el conocimiento se presentarán automáticamente». Hablar de la postura no es una pedantería esotérica; el sentido de adoptar una postura correcta es el de crear un ambiente más estimulante para la meditación, para el despertar de Rigpa. Existe una relación entre la postura del cuerpo y la actitud de la mente. La mente y el cuerpo están relacionados entre sí, y la meditación se produce naturalmente cuando la postura y la actitud son inspiradas.

Si está usted sentado y su mente no está en completa sintonía con su cuerpo, si, por ejemplo, está usted inquieto y preocupado por algo, su cuerpo experimentará incomodidad física y se presentarán más fácilmente dificultades. Si, por el contrario, su mente se halla en un estado sereno e inspirado, influirá en toda su postura y podrá usted sentarse de forma mucho más natural y sin esfuerzo. Así pues, es muy importante que una la postura de su cuerpo con la confianza que surge de su comprensión de la naturaleza de la mente.

La postura que voy a explicar aquí puede diferir ligeramente de otras que conozca. Procede de las antiguas enseñanzas de Dzogchen y es la que me enseñaron mis maestros, y yo la he encontrado sumamente poderosa.

En las enseñanzas Dzogchen se dice que tu Visión y tu postura deben ser como una montaña. La Visión es la recapitulación de toda la comprensión y percepción profunda de la naturaleza de la mente que se lleva a la meditación. Así, la Visión se traduce en la postura y la inspira, expresando el núcleo de nuestro ser en la manera de sentarnos.

Siéntese, pues, como si fuera usted una montaña, con toda la majestad firme y serena de una montaña. Una montaña está completamente cómoda y a gusto consigo misma, por fuertes que sean los vendavales que la azotan, por densos que sean los nubarrones que se arraciman en torno a su cumbre. Siéntese como una montaña y deje que su mente vuele y se eleve.

En esta postura, lo más esencial es mantener la espalda recta, como «una flecha» o «una pila de monedas de oro». La «energía interior», o prana, podrá fluir entonces sin obstrucción por los canales sutiles del cuerpo, y la mente hallará su verdadero estado de reposo. No fuerce nada. La parte inferior de la columna tiene una curvatura natural; debe estar relajada, pero erguida. La cabeza ha de estar cómodamente equilibrada sobre el cuello. Los hombros y la parte superior del tronco aportan la fuerza y la gracia de la postura, y deben sostenerse con vigoroso aplomo, pero sin tensión.

Siéntese con las piernas cruzadas. No es necesario que adopte la postura completa del loto, a la que se concede mayor importancia en la práctica avanzada del yoga. Las piernas cruzadas expresan la unidad de la vida y la muerte, de lo bueno y lo malo, de los medios hábiles y la sabiduría, de los principios masculino y femenino, de samsara y nirvana; el humor de la no dualidad. También puede preferir sentarse en una silla con las piernas relajadas, pero procure tener siempre la espalda recta.'

En mi tradición de meditación, los ojos han de estar abiertos: este es un punto muy importante. Si es usted sensible a las perturbaciones exteriores, cuando empiece a practicar puede favorecerle cerrar los ojos un rato y volverse calladamente hacia su interior.

Una vez se sienta establecido en la calma, abra gradualmente los ojos y comprobará que su mirada se ha vuelto más sosegada y tranquila. Ahora mire hacia abajo, siguiendo la línea de la nariz, en un ángulo de unos 45 grados ante usted. Un consejo práctico: en general, cuando la mente está inquieta, es mejor bajar la mirada, y cuando está entorpecida y soñolienta, subirla.

Cuando su mente esté serena y empiece a surgir claridad de la percepción, se sentirá en libertad de alzar la mirada, abriendo más los ojos y contemplando el espacio que hay directamente ante usted. Esta es la mirada que se recomienda en la práctica Dzogchen.

En las enseñanzas Dzogchen se dice que tu meditación y tu mirada deben ser como la vasta extensión de un gran océano, que lo abarca todo y es abierto e ilimitado. Del mismo modo en que la Visión y la postura son inseparables, también la meditación inspira la mirada, y ambas se funden en una.

Así pues, no enfoque la vista sobre nada en particular; vuélvase en cambio ligeramente hacia usted mismo y deje que su mirada se extienda y se vuelva cada vez más amplia y espaciosa. En ese momento descubrirá que hay más paz y compasión en su mirada, más ecuanimidad, más aplomo.

El nombre tibetano del Buda de la Compasión es Chenresig. Chen es el ojo, re es el rabillo del ojo, y zig significa ver. Esto quiere decir que con su ojo compasivo Chenrezig ve las necesidades de todos los seres. Así pues, dirija la compasión que irradia de su meditación, suave y delicadamente, hacia sus ojos, de modo que su mirada se convierta en la propia mirada de la compasión, que lo abarca todo y es comparable al océano.

Existen varias razones para mantener los ojos abiertos. Con los ojos abiertos es menos probable que se duerma. Además, la meditación no es una manera de evadirse del mundo ni huir de él hacia una experiencia de trance o un estado alterado de conciencia. Por el contrario, es un camino directo que nos ayuda a comprendernos verdaderamente a nosotros mismos y a relacionarnos con la vida y el mundo.

Por consiguiente, durante la meditación mantenga los ojos abiertos, no cerrados. En lugar de excluir la vida, permanece usted abierto y en paz con todo. Deje abiertos todos sus sentidos —el oído, la vista, el tacto— con naturalidad, tal como son, sin aferrarse a sus percepciones. Como decía Dudjom Rimpoché: «Aunque se perciben formas diversas, en esencia están vacías; sin embargo, en la vacuidad se perciben formas. Aunque se oyen sonidos diversos, están vacíos; sin embargo, en la vacuidad se perciben sonidos. También surgen pensamientos diversos; están vacíos, pero en la vacuidad se perciben pensamientos». Vea lo que vea, oiga lo que oiga, déjelo estar sin aferrarlo. Deje el oír en el oír, deje el ver en el ver, sin permitir que el apego intervenga en la percepción.

Según la práctica especial de la luminosidad de las enseñanzas Dzogchen, toda la luz de su energía-sabiduría reside en el centro del corazón, que está conectado con los ojos por los «canales de sabiduría». Los ojos son las «puertas» de la luminosidad, de forma que debe dejarlos abiertos para no bloquear estos canales de sabiduría.

Cuando medite deje la boca ligeramente abierta, como si fuera a exclamar un profundo y relajante «Aaaah». Según se dice, al mantener la boca ligeramente abierta y respirar principalmente por ella es menos probable que surjan los «vientos kármicos» que originan los pensamientos discursivos y crean obstáculos en la mente y la meditación.

Deje que las manos reposen cómodamente sobre las rodillas. Esta postura se llama la de «la mente en comodidad y reposo».

En esta postura hay una chispa de esperanza, un humor juguetón, que reside en el entendimiento secreto de que todos poseemos la naturaleza de buda. Así, al adoptar esta postura, está usted como jugando a imitar a un buda, reconociendo y alentando verdaderamente el surgimiento de su propia naturaleza de buda. De hecho, empieza usted a respetarse como a un buda en potencia. Al mismo tiempo, sigue usted reconociendo su condición relativa. Pero, puesto que se ha dejado inspirar por una alegre confianza en su propia naturaleza de buda, puede aceptar más fácilmente sus aspectos negativos y afrontarlos más afectuosamente y con más humor. Así pues, cuando medite, invítese a percibir la autoestima, la dignidad y la poderosa humildad del buda que es usted. Suelo decir con frecuencia que, si se deja inspirar sencillamente por esta gozosa confianza, ya es suficiente: de esta comprensión y confianza surgirá espontáneamente la meditación.

TRES MÉTODOS DE MEDITACIÓN

Buda enseñó 84.000 maneras distintas de domesticar y apaciguar las emociones negativas, y en el budismo existen incalculables métodos de meditación. Yo he encontrado tres técnicas de meditación que resultan particularmente eficaces en el mundo moderno y que cualquiera puede utilizar con provecho. Se trata, respectivamente, de «observar» la respiración, utilizar un objeto y recitar un mantra.

1. «Observar» la respiración

El primer método es muy antiguo y se encuentra en todas las escuelas del budismo. Consiste en dejar que su atención repose, ligera y atentamente, en la respiración.

La respiración es vida, la expresión más básica y fundamental de nuestra vida. En el judaísmo, ruah, el aliento, es el espíritu de Dios que inspira la creación; en el cristianismo también existe una profunda relación entre el Espíritu Santo, sin el cual nada podría tener vida, y el aliento. En la enseñanza de Buda se dice que el aliento, en sánscrito prana, es «el vehículo de la mente», puesto que es el prana lo que hace que nuestra mente se mueva. Así, cuando se aquieta la mente por medio del trabajo hábil con la respiración, al mismo tiempo y de forma automática se doméstica y entrena la mente. ¿No hemos experimentado todos, cuando la vida se llena de tensiones, lo relajante que puede ser quedarnos unos minutos a solas y limitarnos a respirar profunda y calmadamente? Incluso este ejercicio tan sencillo puede sernos de gran ayuda.

Por consiguiente, al meditar respire con naturalidad, como lo hace siempre. Concentre ligeramente su atención en la espiración. Al espirar, déjese ir con el aire que sale hacia fuera. Cada vez que suelta el aire, se afloja y se libera de todo aferramiento. Imagínese que su aliento se disuelve en la extensión de la verdad que todo lo abarca. Cada vez que espire, y antes de volver a inspirar, comprobará que aparece una pausa natural a medida que se disuelve el aferramiento.

Repose en esa pausa, en ese espacio abierto. Y cuando vuelva a tomar aire, de un modo natural, no se concentre especialmente en la inspiración, sino siga reposando su mente en ese hueco que se ha abierto.

Cuando esté practicando, es importante que no se enrede en comentarios mentales, análisis ni charla interior. No confunda los comentarios repetidos de la mente («Ahora estoy inspirando, ahora estoy espirando») con la atención; lo importante es la pura presencia mental.

No se concentre demasiado en el aliento; concédale aproximadamente un 25 por ciento de su atención, y deje el 75 por ciento restante callada y espaciosamente relajado. A medida que vaya volviéndose más atento a la respiración, descubrirá que se vuelve más y más


Padmasambhava: «Se parece a mí». Padmasambhava, el «Maestro Precioso», «Gurú Rimpoché», es el fundador del budismo tibetano y el Buda de nuestro tiempo. Se cree que al ver esta estatua que se conserva en Samyé, en Tíbet, donde fue hecha en el siglo vm, comentó: «Se parece a mí»; después la bendijo y exclamó: «¡Ahora es igual que yo!».

presente, que recoge de nuevo en usted todos sus aspectos dispersos y que se vuelve entero.

Más que «observar» la respiración, vaya identificándose gradualmente con ella, como si se convirtiera en ella. Poco a poco, el aliento, la persona que respira y la respiración se vuelven uno; la dualidad y la separación se disuelven.

De esta manera comprobará que este sencillísimo proceso de presencia mental filtra sus pensamientos y emociones. Entonces, como si desechara una piel vieja, algo se desprende y se libera.

Sin embargo, algunas personas no se encuentran cómodas ni relajadas cuando observan la respiración; la situación les parece casi claustrofóbica. Para ellas podría ser más conveniente la técnica siguiente.

2. Utilizar un objeto

Un segundo método, que a muchos les resulta útil, consiste en reposar ligeramente la mente sobre un objeto. Para ello puede utilizar un objeto de belleza natural que le induzca una sensación especial de inspiración, como una flor o un cristal; pero algo que represente la verdad, como una imagen de Buda o de Cristo, o especialmente de su maestro, es todavía más poderoso. Su maestro es su lazo viviente con la verdad, y debido a la relación personal que tiene con él o con ella, el mero hecho de ver su rostro le conecta con la inspiración y la verdad de su propia naturaleza.

Muchas personas han encontrado una conexión especial con la imagen de la estatua de Padmasambhava llamada «Se parece a mí», que fue hecha del natural y bendecida por él mismo en el siglo VIH en Tíbet. Por el enorme poder de su personalidad espiritual, Padmasambhava llevó la enseñanza de Buda a Tíbet. Los tibetanos lo conocen como «el segundo Buda» y le llaman afectuosamente «Gurú Rimpoché», que significa «Maestro Precioso». Dilgo Khyentsc Rimpoché dijo: «Ha habido muchos maestros increíbles e incomparables en el noble país de la India y en Tíbet, el País de las Nieves, pero de entre todos ellos, el que ofrece mayor compasión y bendiciones a los seres de esta era difícil es Padmasambhava, que encarna la compasión y la sabiduría de todos los budas. Una de sus cualidades es que tiene el poder de dar su bendición instantáneamente a quienquiera le dirija sus oraciones, y sea cual sea el motivo de la oración, tiene el poder de conceder nuestro deseo inmediatamente».

Inspirado por esto, fije una reproducción de esta fotografía a la altura de los ojos y pose ligeramente la atención en su rostro, especialmente en su mirada. Hay una profunda quietud en la inmediatez de esa mirada, que casi salta de la fotografía para transportarnos a un estado de percepción sin aferramiento, el estado de la meditación. Acto seguido, deje su mente callada y en paz, con Padmasambhava.

3. Recitar un mantra

Una tercera técnica, muy utilizada en el budismo tibetano (y también en el sufismo, el cristianismo ortodoxo y el hinduismo) es la de unir la mente con el sonido de un mantra. La definición de mantra es «aquello que protege la mente». Aquello que protege la mente de la negatividad, o que le protege a usted de su propia mente, se llama mantra.

Cuando está usted nervioso, desorientado o emocionalmente frágil, cantar o recitar un mantra de un modo inspirado puede cambiar por completo el estado de su mente, al transformar su energía y su atmósfera. ¿Cómo es posible? Mantra es la esencia del sonido y la encarnación de la verdad en forma de sonido. Cada sílaba está impregnada de poder espiritual, condensa una verdad espiritual y vibra con la bendición del habla de los budas. También se dice que la mente cabalga sobre la energía sutil del aliento, o prana, que circula por los canales sutiles del cuerpo y los purifica. Así, cuando entona usted un mantra, carga su respiración y su energía con la energía del mantra, trabajando así directamente sobre su mente y su cuerpo sutil.

El mantra que yo recomiendo a mis estudiantes es OM AH HUM VAJRA GURÚ PADMA SIDDHI HUM (los tibetanos lo pronuncian: Om Ah Hung Benza Gurú Pema Siddhi Hung), que es el mantra de Padmasambhava, el mantra de todos los budas, maestros y seres realizados, y es por ello especialmente potente para la paz, la curación, la transformación y la protección en esta era violenta y caótica. Recite el mantra para sus adentros, con profunda atención, y deje que la respiración, el mantra y su conciencia se vayan fundiendo en uno. O también puede cantarlo de un modo inspirador, y reposar en el profundo silencio que a veces se sigue.

Aun después de toda una vida de estar familiarizado con su práctica, a veces todavía me asombra el poder del mantra. Hace unos años estuve en Lyon (Francia), dirigiendo un taller para unas trescientas personas, la mayoría amas de casa y terapeutas. Llevaba todo el día enseñando, pero al parecer los asistentes estaban decididos a aprovechar el tiempo al máximo y no dejaban de hacerme preguntas, implacablemente, una tras otra. A la caída de la tarde estaba completamente agotado, y sobre la sala había descendido una atmósfera pesada y apagada. Así que empecé a entonar un mantra, este mantra que acabo de enseñarle. Su efecto me sorprendió: a los pocos minutos, noté que recobraba toda mi energía, la atmósfera que nos rodeaba se transformó y todos los presentes volvieron a mostrarse animados y encantadores. He tenido experiencias semejantes en numerosas ocasiones, y por eso sé que no se trata de un «milagro» ocasional.

LA MENTE EN MEDITACIÓN

Entonces, qué hemos de «hacer» con la mente durante la meditación? Nada en absoluto. Déjela estar, sencillamente, tal como es. Un maestro describió la meditación como «la mente, suspendida en el espacio, en ninguna parte».

Hay un dicho muy conocido: «La mente es espontáneamente dichosa si no se la fuerza, lo mismo que el agua es por naturaleza transparente y clara si no se la agita». Con frecuencia suelo comparar la mente en meditación con un jarro de agua fangosa: cuanto más dejemos el agua sin tocarla ni removerla, más se hundirán hacia el fondo las partículas de tierra, permitiendo que resplandezca la claridad natural del agua. La naturaleza de la mente es tal que, si la deja usted en su estado natural no adulterado, encontrará por sí misma su verdadera naturaleza, que es dicha y claridad.

Procure, pues, no imponerle nada a la mente ni forzarla. Cuando medite, no ha de hacer ningún intento de controlar ni ningún esfuerzo por estar en paz. No se muestre excesivamente solemne ni piense que está participando en un rito especial; abandone incluso la idea de que está meditando. Deje que su cuerpo permanezca como está y su respiración como la encuentre. Imagínese como el cielo, que contiene todo el universo.

UN EQUILIBRIO DELICADO

En la meditación, como en todas las artes, tiene que haber un delicado equilibrio entre relajación y atención. En cierta ocasión, un monje llamado Shrona estudiaba meditación con uno de los discípulos más cercanos de Buda. A Shrona le costaba encontrar la actitud mental adecuada. Tras grandes esfuerzos por concentrarse, sólo conseguía que le doliera la cabeza. Después logró relajar la mente, pero la relajaba tanto que se quedaba dormido. Finalmente le pidió ayuda a Buda. Sabiendo que Shrona había sido un famoso músico antes de hacerse monje, Buda le preguntó:

—¿No tocabas la vina cuando eras laico?

Shrona asintió.

—¿Y cómo obtenías el mejor sonido de tu vina? ¿Cuándo las cuerdas estaban muy tensas o cuando estaban muy flojas?

—De ninguna de las dos maneras. Cuando tenían la tensión justa, ni demasiado tensas ni demasiado flojas.

—Bien, pues con tu mente sucede exactamente lo mismo.

Una de las más grandes entre las numerosas maestras de Tíbet, Ma Chik Lap Drón, dijo: «Alerta, alerta; pero relajado, relajado. Este es un punto esencial para la Visión durante la meditación». Alerte su atención, pero al mismo tiempo permanezca relajado, tan relajado, en realidad, que ni siquiera piense en la idea de relajación.

PENSAMIENTOS Y EMOCIONES: LAS OLAS DEL OCÉANO

Las personas que empiezan a meditar suelen decir que sus pensamientos se alborotan, que se vuelven más indómitos que nunca. Pero yo las tranquilizo diciéndoles que esa es una buena señal. Lejos de significar que sus pensamientos se han vuelto más frenéticos, significa que usted se ha vuelto más sereno y por fin se da cuenta de lo ruidosos que han sido siempre sus pensamientos. No se desaliente ni se rinda. Surja lo que surja, usted siga estando presente, siga regresando a la respiración aun en medio de toda la confusión.

En las antiguas instrucciones para la meditación se dice que al principio los pensamientos llegan uno tras otro ininterrumpidamente, como una catarata. Poco a poco, a medida que se va perfeccionando la meditación, los pensamientos se parecen más al agua de una estrecha y profunda garganta que discurre entre altas montañas; después, al agua de un río ancho y caudaloso que avanza lentamente hacia el mar, y, por último, la mente es como un océano, un mar tranquilo y plácido, agitado sólo por alguna que otra ondulación.

A veces se piensa que cuando uno medita no tendría que tener pensamientos ni emociones en absoluto, y al verlos surgir la persona se preocupa y se irrita consigo misma y cree que ha fracasado. Nada más lejos de la verdad. Dice un proverbio tibetano: «Pedir carne sin huesos y té sin hojas es mucho pedir». Mientras tengamos mente, habrá pensamientos y emociones.

Tal como el océano tiene olas y el sol tiene rayos, el resplandor propio de la mente son sus pensamientos y emociones. El océano tiene olas, pero no le molestan especialmente. Las olas son la naturaleza propia del océano. Surgen olas, pero ¿adónde van? De vuelta al océano. ¿Y de dónde vienen? Del océano. Del mismo modo, los pensamientos y las emociones son el resplandor y la expresión de la naturaleza propia de la mente. Surgen de la mente, pero ¿Dónde se disuelven? De vuelta en la mente. Surja lo que surja, no lo considere un problema especial. Si no reacciona impulsivamente, si es usted paciente, volverá a asentarse de nuevo en su naturaleza esencial.

Cuando haya alcanzado esta comprensión, los pensamientos que puedan surgir sólo mejorarán su práctica. Pero si no comprende lo que son intrínsecamente —el resplandor de la naturaleza de su mente—, entonces sus pensamientos se convierten en semilla de confusión. Así pues, adopte una actitud amplia abierta y compasiva hacia sus pensamientos y emociones, puesto que, de hecho, sus pensamientos son de su familia, la familia de su mente. Sea ante ellos, como decía Dudjom Rimpoché, «como un anciano sabio viendo jugar a un niño».

Muchas veces nos preguntamos qué podemos hacer respecto a la negatividad o a ciertas emociones conflictivas. En la espaciosidad de la meditación, puede usted contemplar sus pensamientos y emociones con una actitud completamente libre de prejuicios. Cuando cambia su actitud, cambia toda la atmósfera de su mente, incluso la misma naturaleza de sus pensamientos y emociones. Cuando usted se vuelve más afable, ellos también lo hacen; si no les pone dificultades, ellos tampoco se las pondrán a usted.

Por consiguiente, sean cuales fueren los pensamientos y emociones que se presenten, permítales surgir y desvanecerse como las olas del océano. Cuando se sorprenda pensando cualquier cosa, deje que ese pensamiento surja y se desvanezca sin ninguna coerción. No se quede con él, no lo alimente ni favorezca; no se le apegue ni trate de solidificarlo. No siga los pensamientos, no los invite. Sea como el océano que contempla sus propias olas o como el cielo que mira desde lo alto las nubes que lo cruzan.

No tardará en descubrir que los pensamientos son como el viento: vienen y van. El secreto está en no «pensar» sobre los pensamientos, sino permitir que circulen por la mente sin dejarse arrastrar por ellos.

En la mente ordinaria percibimos la corriente de los pensamientos como una sucesión continua e ininterrumpida, pero en realidad no es así. Usted mismo descubrirá que hay un intervalo entre pensamiento y pensamiento. Cuando el pensamiento pasado ya ha pasado y el futuro aún no ha surgido, siempre encontrará un espacio en el que se revela Rigpa, la naturaleza de la mente. Así pues, el objeto de la meditación es permitir que los pensamientos se hagan más lentos para que ese espacio se haga cada vez más evidente.

Mi maestro tenía un alumno llamado Apa Pant, distinguido escritor y diplomático indio que había sido embajador de India en diversas capitales del mundo. Había estado incluso en Lhasa, la capital de Tíbet, como representante del gobierno indio, y durante algún tiempo estuvo destinado en Sikkim. Practicaba la meditación y el yoga, y cada vez que veía a mi maestro le preguntaba «¿Cómo hay que meditar?». En eso se atenía a una tradición oriental, en la cual el discípulo le formula repetidamente al maestro una pregunta sencilla y básica, siempre la misma.

El propio Apa Paul me contó esta anécdota. Un día, nuestro maestro Jamyang Khyentse asistía a una «Danza de Lamas» ante el palacio-templo de Gangtok, la capital de Sikkim, y contemplaba divertido las ocurrencias del atsara, el payaso que entretiene al público entre danza y danza. Apa Pant no dejaba de atosigarlo, preguntándole sin cesar cómo había que meditar, así que esta vez, cuando mi maestro le contestó, lo hizo de manera que entendiera que se lo decía de una vez por todas:

—Verás, la cosa es así: cuando el pensamiento pasado ya ha pasado y el pensamiento futuro aún no ha surgido, ¿no hay un intervalo?

—Sí —reconoció Apa Pant.

—Pues bien, prolóngalo: eso es la meditación.

LAS EXPERIENCIAS

A medida que se practica, es posible tener toda clase de experiencias, tanto buenas como malas. Así como una habitación con muchas puertas y ventanas deja entrar el aire desde muchas direcciones, cuando la mente se abre es natural que dé cabida a toda clase de experiencias. Se pueden experimentar estados de dicha, de claridad o de ausencia de pensamientos. En cierto modo, estas experiencias son muy buenas, y son señal de progreso en la meditación. Cuando se experimenta dicha, es señal de que el deseo se ha disuelto temporalmente. Cuando se experimenta una auténtica claridad, es señal de que la agresividad ha cesado temporalmente. Cuando se experimenta un estado de ausencia de pensamientos, es señal de que la ignorancia ha muerto temporalmente. De suyo son buenas experiencias, pero si uno se apega a ellas pueden convertirse en obstáculos. Las experiencias en sí no son la realización, pero si permanecemos libres de apego a ellas se convierten en lo que en realidad son, es decir, materiales para la realización.

Las experiencias negativas suelen ser las que más despistan, porque normalmente las interpretamos como una mala señal. Sin embargo, lo cierto es que las experiencias negativas que se presentan en nuestra práctica son una bendición disfrazada. Intente no reaccionar a ellas con aversión, como quizá sería lo normal, y procure reconocerlas como lo que realmente son, nada más que experiencias, ilusorias y de la misma naturaleza que un sueño. El conocimiento de la verdadera naturaleza de la experiencia libera del daño o peligro de la experiencia en sí, debido a lo cual hasta una experiencia negativa puede convertirse en fuente de gran bendición y logro. Existen innumerables relatos acerca de cómo los maestros trabajaron de este modo con sus experiencias negativas y las transformaron en catalizadores de la realización.

Dice la tradición que para un auténtico practicante no son las experiencias negativas, sino las positivas, las que representan un obstáculo. Cuando las cosas van bien, hay que tener especial cuidado y estar muy atento para no volverse complaciente o excesivamente confiado. Recuerde lo que me dijo Dudjom Rimpoché cuando yo me hallaba en mitad de una experiencia muy poderosa: «No te excites demasiado. En último término, no es ni bueno ni malo». Él sabía que estaba empezando a apegarme a la experiencia: ese apego, como cualquier otro, debe ser superado. Lo que hemos de aprender, tanto en la meditación como en la vida, es a estar libres de apego a las experiencias buenas y libres de aversión hacia las negativas.

Didjom Rimpoché nos advierte contra otro peligro: «Por otra parte, es posible que en la práctica de la meditación experimente un estado turbio, semiconsciente, vagaroso, como si tuviera la cabeza cubierta por una capucha; una pesadez soñolienta. En realidad, no es nada más que una especie de estancamiento borroso y sin mente. ¿Cómo se sale de ese estado? Póngase alerta, enderece la espalda, expulse el aire estancado de sus pulmones y dirija su conciencia al espacio transparente a fin de refrescar la mente. Si permanece en ese estado estancado, no evolucionará; así pues, siempre que surja este obstáculo, elimínelo una y otra vez. Es importante que esté lo más atento posible y tan vigilante como pueda».

Sea cual sea el método que haya elegido, abandónelo, o deje sencillamente que se disuelva por sí mismo, cuando vea que ha llegado de manera natural a un estado de serenidad alerta, expansiva y vibrante. A partir de ahí, siga sentado tranquilamente, sin distraerse y sin utilizar forzosamente ningún método en particular. El método ya ha cumplido su objetivo. Si, no obstante, se distrae o empieza a divagar, regrese otra vez a la técnica que le resulte más adecuada para traerlo a usted de vuelta.

La auténtica gloria de la meditación no depende de ningún método, sino que reside en su experiencia continua y viva de estar presente, en su dicha, claridad y paz, y, lo más importante, en la completa ausencia de apego. La disminución del apego es señal de que se está volviendo usted más libre de sí mismo. Y cuanto más experimente esa libertad, más clara será la señal de que el ego, junto con las esperanzas y los temores que lo mantienen vivo, se está disolviendo, y más se acercará a la infinitamente generosa «sabiduría de la ausencia de ego». Cuando more en ese hogar de sabiduría, ya no encontrará ninguna barrera entre «yo» y «tú», «esto» y «aquello», «dentro» y «fuera»; habrá llegado por fin a su verdadero hogar, el estado de no dualidad.

HAGA PAUSAS

A menudo me preguntan: «¿Cuánto rato hay que meditar? ¿Y cuándo? ¿Debo practicar veinte minutos por la mañana y por la noche o es mejor que haga varias prácticas cortas a lo largo del día?» Si, es bueno meditar durante veinte minutos, aunque eso no significa que veinte minutos sea el límite. No he visto en ningún lugar de las escrituras que se hable de veinte minutos. Creo que es una idea que ha surgido en Occidente, y yo la llamo «Meditación según el horario occidental». La cuestión no es cuánto tiempo dura la meditación; la cuestión es si la práctica le lleva efectivamente a cierto estado de presencia mental, en el que se encuentra usted un poco abierto y capaz de conectar con la esencia de su corazón. ¡Cinco minutos de práctica atenta son mucho más valiosos que veinte minutos de dormitar!

Dudjom Rimpoché solía decir que los principiantes deben practicar en sesiones cortas. Practique cuatro o cinco minutos y a continuación haga una breve pausa de apenas un minuto. Durante la pausa, abandone el método, pero no abandone en absoluto su estado de presencia mental. A veces, cuando se ha estado esforzando en la práctica, en el preciso instante en que se toma un descanso del método (si no se deja de estar alerta y presente) es cuando realmente se produce la meditación. Por eso la pausa es una parte de la meditación no menos importante que el estar sentado. A los alumnos que encuentran problemas en la práctica suelo decirles a veces que practiquen durante la pausa y hagan una pausa durante la meditación...

Siéntese un breve rato y a continuación haga una pausa, una pausa cortísima de treinta segundos o un minuto. Pero esté atento a lo que hace y no pierda la presencia con su tranquilidad natural. Después alértese y vuelva a sentarse. Si hace muchas sesiones cortas de este tipo, las pausas harán más real e inspiradora su meditación; eliminarán de la práctica la solemnidad, la artificialidad y la rigidez torpe y molesta, aportándole cada vez más concentración y naturalidad. Poco a poco, por medio de esta alternancia de pausas y meditación sentada, la barrera entre la meditación y la vida cotidiana se irá disolviendo y se encontrará usted cada vez más en su pura presencia natural, sin distracciones. Entonces, como decía Dudjom Rimpoché, «aunque el meditador pueda dejar la meditación, la meditación no dejará al meditador».

INTEGRACIÓN: MEDITACIÓN EN ACCIÓN

Me he dado cuenta de que los modernos practicantes espirituales desconocen la manera de integrar su práctica meditativa en la vida cotidiana. No podría insistir lo suficiente: integrar la meditación en la acción es todo el objetivo, el sentido y la base de la meditación. La violencia y la tensión, los desafíos y las distracciones de la vida moderna hacen aún más urgentemente necesaria esta integración.

Hay personas que se me acercan a lamentarse: «Hace doce años que medito y no he cambiado nada. Sigo siendo el mismo. ¿Por qué?». Porque hay un abismo entre su práctica espiritual y su vida cotidiana. Es como si existieran en dos mundos independientes que no se influyen mutuamente. Me recuerdan a un maestro que conocí cuando iba a la escuela en Tíbet: sabía explicar las reglas de la gramática tibetana con gran brillantez, pero apenas era capaz de escribir una frase correcta.

¿Cómo, entonces, podemos lograr esta integración, esta fusión de la vida cotidiana con el humor sereno y el espacioso desprendimiento de la meditación? No hay nada que pueda sustituir la práctica cotidiana, pues sólo mediante la verdadera práctica empezaremos a saborear ininterrumpidamente la calma de nuestra naturaleza de la mente y seremos capaces así de continuar la experiencia en nuestra vida diaria.

Siempre les digo a mis alumnos que no salgan de la meditación demasiado deprisa. Deje un periodo de unos cuantos minutos para que la calma de la meditación impregne su vida. Como decía mi maestro Dudjom Rimpoché: «No te levantes de un salto para salir corriendo; mezcla tu presencia mental con la vida cotidiana. Sé cómo un hombre que se ha fracturado el cráneo, siempre vigilante por si alguien lo toca».

Luego, después de la meditación, es importante no ceder a la tendencia que tenemos de solidificar nuestra manera de percibir las cosas. Cuando regrese a la vida cotidiana, deje que la sabiduría, la visión, la compasión, el humor, la fluidez, la espaciosidad y el desprendimiento obtenidos en la meditación se infiltren en su experiencia diaria. La meditación nos despierta la percepción de la naturaleza ilusoria de todas las cosas; mantenga esa conciencia incluso en pleno samsara. Un gran maestro ha dicho: «Después de la práctica de la meditación, uno debería convertirse en hijo de la ilusión».

Dudjom Rimpoché aconsejaba: «En cierto sentido, todo es ilusorio y comparable a un sueño, pero, aun así, uno sigue haciendo cosas con buen humor. Si, por ejemplo, vas caminando, camina alegremente hacia el espacio abierto de la verdad, sin solemnidad ni timidez innecesarias. Cuando estés sentado, sé la fortaleza de la verdad. Al comer, alimenta con tus negatividades e ilusiones el vientre de la vacuidad, disolviéndolas en el espacio que lo abarca todo. Y cuando vayas al retrete, piensa que desechas y expulsas todos tus obscurecimientos y bloqueos».

Así pues, lo verdaderamente importante no es sólo la práctica de sentarse, sino mucho más el estado mental en que uno se encuentra después de la meditación. Es ese estado mental sereno y centrado el que debemos prolongar en todo lo que hacemos. Me gusta aquel relato zen en que el discípulo le pregunta al maestro:

—Maestro, ¿cómo se lleva la iluminación a la acción? ¿Cómo se practica en la vida cotidiana?

—Comiendo y durmiendo —responde el maestro.

—Pero, maestro, todo el mundo come y todo el mundo duerme.

—Pero no todos comen cuando comen ni todos duermen cuando duermen.

De aquí proviene el famoso proverbio zen: «Cuando como, como; cuando duermo, duermo».

Comer cuando se come y dormir cuando se duerme significa estar completamente presente en todos los actos, sin que ninguna de las distracciones del ego le impida estar ahí. Eso es integración. Y si de veras quiere conseguirlo, lo que ha de hacer no es simplemente practicar a modo de terapia o medicina ocasional, sino como si se tratara de su alimento diario. Por eso una manera excelente de cultivar ese poder de integración es la de practicar en un ambiente retirado, lejos de las tensiones de la vida urbana moderna.

Con demasiada frecuencia las personas van a la meditación con la esperanza de obtener resultados extraordinarios, como visiones, luces o algún milagro sobrenatural. Y cuando eso no se produce, quedan muy decepcionadas. Pero el auténtico milagro de la meditación es mucho más ordinario y mucho más útil. Es una transformación sutil, y esa transformación ocurre no sólo en la mente y las emociones, sino también en el cuerpo. Es una transformación muy curativa. Los médicos y los científicos han descubierto que cuando uno está de buen humor, hasta las células de su organismo están más alegres, y cuando su mente está en un estado más negativo, las células pueden volverse malignas. Todo nuestro estado de salud tiene mucho que ver con nuestro estado mental y nuestra forma de ser.

LA INSPIRACIÓN

He dicho antes que la meditación es el camino hacia la Iluminación y la mayor empresa de esta vida. Cuando les hablo a mis alumnos sobre la meditación, siempre insisto en la necesidad de practicarla con resuelta disciplina e indivisa devoción; al mismo tiempo, también les digo lo importante que es practicarla de la manera más inspirada y creativa posible. En cierto modo, la meditación es un arte, y hay que dedicarse a ella con el placer de un artista y fecundidad de invención.

Llegue a ser tan rico en recursos para inspirarse a entrar en su propia paz como lo es para actuar de forma neurótica y competitiva en el mundo. Existen muchas maneras de hacer la meditación lo más gozosa posible. Puede buscar la música que más le exalte y utilizarla para abrir su mente y su corazón. Del mismo modo, puede coleccionar composiciones poéticas y citas o versículos de las enseñanzas que a lo largo de los años le hayan conmovido y tenerlas siempre a mano para elevar su espíritu. A mí siempre me han gustado mucho las pinturas thangka tibetanas, y su belleza me proporciona fuerzas. Puede buscar reproducciones de pinturas que induzcan en usted el sentido de lo sagrado y colgarlas en las paredes de su habitación. Escuche cintas de enseñanzas de algún gran maestro, o música sacra. Con una flor, una varilla de incienso, una vela, una fotografía de un maestro iluminado o una estatua de una deidad o un buda, puede convertir el lugar donde medita en un sencillo paraíso. Puede transformar la habitación más corriente en un espacio íntimo y sagrado, en un lugar en el que cada día va al encuentro de su verdadero ser con toda la alegría y la ceremonia feliz de dos viejos amigos que se saludan.

Y si encuentra que no le resulta fácil meditar en su domicilio de la ciudad, sea creativo y salga a la naturaleza. La naturaleza es siempre una fuente infalible de inspiración. Para sosegar la mente vaya a dar un paseo por el parque al amanecer o contemple el rocío en una rosa de un jardín. Tiéndase en el césped y alce la mirada hacia el cielo, y deje expandir la mente en su espaciosidad. Deje que el cielo exterior despierte un cielo dentro de su mente. Párese junto a un arroyo y funda la mente con su fluir; hágase uno con su incesante rumor. Siéntese junto a una cascada y permita que su risa sanadora le purifique el espíritu. Pasee por una playa y reciba de pleno en la cara el dulce aire del mar. Celebre la belleza de la Luna y utilícela para sosegar su mente. Siéntese a orillas de un estanque o en un jardín y, respirando sosegadamente, deje que se haga el silencio en su mente mientras la Luna se alza lenta y majestuosa en la noche despejada.

Todo puede utilizarse como una invitación a la meditación: una sonrisa, una cara en el metro, la imagen de una pequeña flor que crece en una grieta de la acera, un hermoso corte de tela en el escaparate de una tienda, el modo en que el Sol ilumina las macetas de un alféizar. Esté atento a cualquier signo de belleza y gracia. Ofrezca todas las alegrías, esté despierto en todo momento a «las noticias que siempre llegan del silencio».

Poco a poco se convertirá en señor de su propia dicha, en farmacéutico de su propia alegría, con toda clase de remedios siempre a mano que lo eleven, lo animen, lo iluminen e inspiren todos sus actos, hasta su misma respiración. ¿Quién es un gran practicante espiritual? Una persona que vive siempre en presencia de su verdadero ser, una persona que ha encontrado y que utiliza constantemente los manantiales y fuentes de la profunda inspiración. Lewis Thompson, escritor británico moderno, escribió: «Cristo, poeta supremo, vivió la verdad tan apasionadamente que cada uno de sus gestos, a un tiempo Acto puro y Símbolo perfecto, encarna lo trascendente».

Para encarnar lo trascendente es por lo que estamos aquí.


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