UN CENTRO DE GRAVEDAD INTERIOR de La Realidad del Ser de Gurdjieff por Jeanne Salzman




UN CENTRO DE GRAVEDAD INTERIOR





~ 64. EL CENTRO DE NUESTRAS FUERZAS VITALES

Despertar a mí mismo, a lo que yo soy, querría decir encontrar el centro de gravedad de mis energías, y su fuente, la raíz de mi ser. Siempre olvido mi origen y por eso todas mis nociones están distorsionadas. La primera necesidad es ver que siempre pierdo contacto con esa fuente. Si mi necesidad esencial no es reconocer y amar esa fuente por encima de todo, esto quiere decir que mi ego dirige mi vida y mis fuerzas, aunque no me dé cuenta de ella y todas mis relaciones, cualesquiera que sean, y hasta eso que llamo mi trabajo, están condicionados por sus apetitos. Un trabajo justo sobre sí mismo, según Gurdjieff, comienza con la creación de un centro de gravedad permanente. Esto caracteriza al ser que él llamaba hombre núm. 4, el hombre que se despierta a sí mismo y se pregunta «¿Quién soy yo?». Ve qué no sabe que existe ni como existe o Ve que está viviendo en un sueño y siente la necesidad de conocer su propia realidad. Comienza a separar las cosas en sí mismo: lo real de lo imaginario, lo consciente de lo automático, A diferencia de los hombres núm. 1,2 o 3, tiene cierto grado de lucidez, conoce su situación. En él las fuerzas comienzan a tomar una dirección, la dirección del centro de gravedad de la atención. Para él, conocerse a sí mismo ha llegado a ser lo más importante, el centro de gravedad de su pensar, de sus intereses; verse tal como es. Su centro de gravedad es una pregunta, una pregunta que no lo deja dormir. Para conocerse necesita recoger su atención hasta el punto de poder dividirla entre una Presencia que trata de mantener, y una manifestación en la que se pierde. Esto requiere una vigilancia que solo puede ser mantenida si todos los centros trabajan con la misma intensidad. Necesita tener la sensación, pensar y sentir a la vez, sin que ninguno de sus centros predomine. Si el equilibrio se rompe, el esfuerzo de toma de conciencia se detiene. El hombre núm. 4 es el que lucha por establecer un vínculo entre su esencia y sus funciones.

Nuestra meta es estar centrados; centrados al mismo tiempo en el sentido de una concentración de nuestras energías y en el sentido de encontrar el centro de nuestro ser, el centro de nuestras fuerzas vitales. Primero tenemos que concentrar la energía y luego ver que ese centro es necesario. Desde allí, puedo mantener una relación justa con todas las partes de mí mismo y seguir todos los movimientos sin perderme en ellos. Una vez que este centrado me será posible un contacto, un contacto constantemente renovado con la fuente de mi vida. No tengo que hacer este contacto. Tengo que permitir que él me sea revelado, con una actitud que nunca está segura de sí misma, y que siempre deja un espacio que pueda ser ocupado por el ser interior. Dejo un espacio cuando experimento el sentido de un vacío, de ocupar otro espacio.

Para que haya un «individuo», tiene que haber una presencia a la fuente misma, al centro donde la fuerza aún no ha tomado una dirección, donde ella carece de forma. Si pudiera llegar a ese punto donde mi atención se despierta antes de la movilización de mi energía, una nueva comprensión y un nuevo poder podrían tal vez aparecer. Hoy no puedo. Mi atención ordinaria, pasiva, sólo percibe mi energía cuando ella se desintegra, comprometida ya en una u otra reacción. Pero ella ya está lejos de su fuente y no sirve de nada luchar para no perderla. Sin embargo, puedo comprender esta situación y aceptarla como mi realidad actual.

~ 65. SITUAR EL CENTRO DE GRAVEDAD

Necesitamos un equilibrio entre tensar y soltar. Yo no logro conocerme a mí mismo porque trato de conocerme como algo inmóvil, estático, aunque soy una energía en movimiento constante, ya sea hacia dentro o hacia fuera. Los movimientos vienen de mis diferentes centros. Cuando los movimientos van hacia el exterior, la relación con el interior se rompe; no hay un soporte interior, no hay un centro de gravedad, no hay orden. Hay una tensión que parece una muralla. Cuando los movimientos van hacia el interior, la tensión desaparece, pero en su lugar aparece un soltar que muy a menudo termina en pasividad, en molicie.

No sé cómo ir voluntariamente hacia afuera y no sé vivir adentro. No conozco las leyes de la vida. Las tensiones; es decir, la captura de mi energía, y el soltar; es decir, el regreso de mi energía, se hacen sin sentido, sin orden, sin comprobación, No hay ningún equilibrio entre ellos, ninguna meta. Interiormente, mi voluntad, mi atención, mi pensamiento son siempre pasivos. Al mismo tiempo, mi cuerpo y mis funciones son activos. Mientras esa relación permanezca tal como es-pasividad interior, actividad exterior- ninguna nueva posibilidad aparecerá para mí. Tengo que sentir la necesidad de invertir esa relación, de manera que mi cuerpo y sus funciones acepten un estado de pasividad voluntaria. Esto solo puede hacerse si busco activamente situar el centro de gravedad de la atención voluntaria de mi Presencia, la resonancia de Yo.

Aparece una cierta sensación y, con la necesidad de dejar que se propague, hay un soltar que se realiza por sí mismo y la sensación se hace más precisa. Es como si cediera el espacio a algo esencial, o más bien como sí una Presencia esencial se hiciera sentir activamente en todo mi cuerpo. Veo que mi tendencia continua a fijar y a retener la sensación la endurece y le quita vida, y debe regresar a un nivel, a un lugar en mí, donde el equilibrio entre la sensación y el soltar sea realmente posible. Hay un tempo especial. Entonces aparece una unidad, no por oposición, sino por la comprensión de las fuerzas que están en juego. Hay una atención consciente que proviene, en parte, de un sentimiento nuevo. Es una atención en movimiento que relaciona la sensación y el soltar.

Al comienzo tenía la tendencia a experimentar esa sensación predominantemente en el plexo solar o en la cabeza. Pero con el soltar que aparece para abrir un espacio, la sensación se amplia y toma la forma de una Presencia entera que se enraíza en el abdomen. Gurdjieff siempre señalaba ese lugar cómo el centro de gravedad de la Presencia. Es allí donde, según Gurdjieff, el segundo cuerpo está ligado al primero. Dejó que mi energía fluya hacia ese centro de gravedad, el cual se convierte así en el apoyo de toda la parte superior del cuerpo. Aprendo asentirlo; a sentir su peso y su solidez. Ese es también el soporte de mi pensamiento y de mí sentimiento. Al estar centrado, siento que mi pensamiento esta libre y que mi sentimiento esta libre. Desde ese centro, de una manera completamente natural, puedo permanecer en contacto con todas mis otras partes, estoy en una actitud de equilibrio. Una sensación justa me da la clave. Trato de que la sensación se renueve como un acto de obediencia a la Presencia cuya ley quisiera sentir. Mi cuerpo está completamente habitado, animado por esa Presencia. En ese momento ella es más fuerte que el cuerpo, más fuerte que los pensamientos o los deseos.

Mi Presencia es tan total como le es posible serlo. Ya no es el yo habitual el que juzga y evalúa. Ya no soy dirigido por mi yo ordinario. Aparece un yo más amplio, capaz de abrirse progresivamente al significado de los centros superiores. Me siento más estable. Siento que, para experimentar realmente esta Presencia, para comprenderla bien, necesito adoptar una actitud interior y exterior muy precisa. Una esta rigurosamente vinculada con la otra. No hay por un lado mi cuerpo independiente y por el otro una Presencia que le sea extraña. Ellos son una sola y misma cosa, la radiación de una Presencia sutil. Trato de comprender esa actitud que haría posible un contacto con la fuente misma de la vida de la cual vengo.

~ 66. UNA SEGUNDA NATURALEZA

Cuando hay una desarmonía entre la fuerza interior y la forma exterior la verdadera relación en uno mismo está ausente. 0 hay un exceso de fuerza de vida que conduce todo hacia el exterior, o una acumulación exagerada, una defensa de si demasiado rígida. Si demasiada fuerza va hacía la manifestación, sentimos que nuestra forma interior se pierde y que nos quedamos sin un orden o dirección interior. Todos los movimientos carecen de coordinación, de control. En cambio, si la protección de uno mismo es demasiado grande, los movimientos parecen replegarse sobre si mismos. La fuerza contenida parece demasiado poderosa para aquello que la contiene. En todo caso, sentimos siempre la falta de un centro activo que sería el único capaz de resolver el conflicto entre la forma exterior y la vida interior. Pero si hubiera un centro de gravedad en cada ocasión, la apariencia exterior seria la expresión de una vida que reanimaría el todo una y otra vez. Podría vivir lo que soy; tendría esa posibilidad. Habría un tercer elemento que haría de mi un hombre completo.

Para conocer ese centro de gravedad, necesito tener en mí actitud una exigencia en todo instante. Necesito recibir la impresión de esa fuerza en mí, y para ello es necesaria la sumisión, la aceptación de la acción de esa fuerza. Hay que hacerle un sitio constantemente. Es una lucha por liberar un espacio para que esa fuerza, sin la cual estoy entregado a las fuerzas de lo externo, pueda mantenerse. Al practicarlo, desarrollo una facultad para reconocer sin cesar actitudes erróneas y corregirlas. Esto debe llegar a ser una fuerza que penetre toda mi vida cotidiana. Es mi sumisión a la vida. Lo más difícil de conseguir es la sumisión de la mente. Es un estado de pasividad voluntaria, que produce siempre un sufrimiento para el ego, ya que el solo puede aceptarlo por momentos muy cortos. Tan pronto me acerco al vacío, un pensamiento o una emoción, nacidos de mi yo egoísta, vienen a interrumpir ese estado. Las olas rompen e invaden todo.

Quiero experimentar ese centro de gravedad, pero nunca me permito del todo sentir su peso, su densidad. Hay siempre una cierta tensión, una tendencia a empinarme, a estirarme hacia arriba. De estar relajado y suelto, paso a estar tenso y duro. Mi querer hacer, mi ego, ha retomado la autoridad. Ya no tengo confianza en la fuerza viviente que experimente en ese centro de gravedad; de nuevo, solo confió en el yo. Incluso si dejo que la realidad de la vida surja en mí, no tengo control ni sobre mi soltar ni sobre mi tensión.0 me tenso o me suelto. Y no puedo considerar los dos simultáneamente cuando se trata de un movimiento completo: esos dos estados son el movimiento de la vida en mí. La tensión no se opone al soltar, y el soltar no se opone a la tensión. Ellos siguen un ritmo que tiene por meta la preservación de esa forma viviente que busco, de esa unidad hasta que ella viva su propia vida. Pero es difícil de comprender la manera de soltar, mi actitud. Quiero soltarme para sentir mejor la Presencia del ser, una Presencia divina. Pero siempre estoy allí para tomar o recibir lo que se me debe, en lugar de sentir el respeto, que es lo único que me permitirá una apertura sin condiciones. No dejo que esa Presencia actúe sobre mí.

Sólo si he luchado largo tiempo por una unidad podré comprender lo difícil que es revertir los efectos de esas tensiones. Eso se debe a que ellas afectan la totalidad. En cada tensión, aunque sea pequeña, está involucrada la totalidad. Si las tensiones se han fijado, el acceso al ser está bloqueado. Un verdadero relajamiento aparecerá cuando pueda sentir la raíz secreta de la cual algo vendrá y crecerá sin mi ayuda. Ella me sostendrá en una forma que será mi forma. Sera una forma nueva, muy diferente de la forma de mis tensiones habituales, una forma interior en la cual todas mis partes esta integradas. Ella me dará mucho más el sentido de mí mismo, de mí verdadera individualidad. Mi meta es llegar a ser una unidad. Sólo un todo sabe lo que es necesario para el todo. Para esto tengo que estar centrado. Incansablemente vuelvo hacia mi centro de gravedad. Lo que hoy es ocasional, debe llegar a ser una segunda naturaleza. Sin tensión, la energía se libera en un movimiento de soltar hacia abajo. La totalidad ya no está amenazada. Descubro una ley bajo cuya influencia deseo permanecer. Veré que esta es la Ley de Tres. Ella puede hacer de mi un ser nuevo.

~ 67. MI FORMA VERDADERA

Tenemos que alcanzar a tener un orden interior, una forma interior. Para esto, la forma del cuerpo debe ser controlada. En un cuerpo cuya forma este controlada, la forma interior puede establecerse. Cuando trabajo sentado, no me permito hacerlo sin establecer un orden en torno a mi centro de gravedad. Me pongo derecho, con un equilibrio suelto y sin tensión. No es una relajacion física la que busco, sino abandonar este ego persistente; que esta siempre ávido de tener la autoridad y que aún no ha reconocido a su amo. No solo debo sentarme en una postura diferente, debo sentarme también como una persona diferente. Cuando estoy en mí centro de gravedad, no hay un ego que me aprisione. Lo que es necesario comprender ante todo es un movimiento hacia la base para volver a sumergirme en la fuente de mi vida. Necesito regresar constantemente y someterme a la fuerza de una vida única de la cual soy parte. Necesito dejar que emerja la realidad del Ser, dejar que la unidad de lo que soy se cree en mí.

Repito el soltar de mis tensiones, de mi pequeño yo ordinario que se desplaza todo el tiempo, y al que no le gusta ser parte del todo. El pecho, los hombros..., todo esta relajado. La concentración de fuerzas en el abdomen sostiene todo el torso. Todo es sometido a la ley de ese orden interior. Llego a un silencio y a una unidad en mí. Me doy cuenta de que para que mi ser emerja del silencio, hace falta una sensación que sea realmente igual en todas partes; una unidad de vibraciones, hasta que un estado sin olas pueda aparecer. Entonces, me siento cómo elevado, liberado de mi forma y mis tensiones habituales que expresan el yo. Estoy más allá de el: en mi forma verdadera. Siento una fuerza, libre de todo temor. Ya no tengo miedo de perderme a mí mismo. Yo soy. Esta fuerza es irresistible. No es mí fuerza, pero yo estoy en ella. La fuerza y yo somos uno, con tal de que yo obedezca su ley. Esto significa adaptar todas mis actitudes interiores y exteriores. Si no puedo practicar primero y luego transformar mis actitudes, todas las experiencias ligadas a mi ser se detendrán en cuanto la experiencia se termine y de nuevo caeré bajo el poder del ego, mi tirano. Cada tensión trae consigo la necesidad de una relajación, y cada relajación, la necesidad de una tensión. Tras esta ley, para seguir siendo uno, el todo está en juego. Su equilibrio está en tela de juicio a cada instante.

Lo que ejercito no es mi cuerpo o mis funciones; me ejercito a mí mismo, es el ser todo entero. No miro a mí cuerpo desde afuera con mi intelecto. El cuerpo es la sede de mi vida inseparable del todo, que debe ser percibido desde adentro. Quiero confiar en la vida, en su poder irresistible centrado en mi abdomen. Busco una actitud, una manera de ser, en la cual mi centro de gravedad sea imperturbable. Para ello hace falta llenar el abdomen con la fuerza del cuerpo todo entero. Si él no está lleno de fuerza, el cuerpo ya no tiene un centro de gravedad y será aplastado por una fuerza exterior a él, Perderá su sentido como portador de vida. Los músculos debajo del ombligo deben estar ligeramente tensos. Esto trae una ligera concentración de fuerzas en ese lugar que necesita ser activado por una energía que viene de todas las otras partes. Si mi posición es correcta, la base del tronco se vuelve solida como una roca. El abdomen del cual sale una fuerza ascendente, sostiene la parte alta del cuerpo, que queda libre. No debe haber contradicción entre los dos. Uno no niega al otro; son indispensables el uno para el otro. La fuerza de arriba desciende hacia el centro de gravedad. Hay que tener cuidado de relajar, calmar el pecho y no dejar que se tense. No puede haber ninguna dualidad en el cuerpo. El cuello es importante. Si la cabeza no está bien sostenida, la cabeza y el tronco se separarán en dos partes, y no tendrán el mismo centro de gravedad. No trato con un esfuerzo ansioso de hacer estas cosas una tras otra. Trato de sentir la unidad en esta actitud, y de apreciar esa sensación de unidad. Entonces, toda distinción entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo interior y lo exterior, es superada. Mientras obedezca a este orden nuevo y me coloque a mí mismo bajo su influencia, tendré una nueva forma. Veo que el centro de gravedad es la sede de la unidad. Cuando toda mi energía viviente está concentrada en el centro de gravedad, me abro a una nueva esfera de conciencia.



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Continúa: La Respiración







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