VII ¿QUIEN SOY YO? de La Realidad del Ser de Gurdjieff por Jeanne Salzman




VII


¿QUIEN SOY YO?



Cuando pienso en mí, creo siempre que existo y que mi
imaginación de mí, lo que llamamos personalidad, no existe.

Ese egoísmo feroz soy yo; es necesario que tome conciencia
de la necesidad de un contacto directo con esa acción egoísta.

Lo que debo explorar no está más allá del ser,
sino en todo el proceso de su propia conciencia. Esa es la base misma
a partir de la cual pienso y siento.

No sé quién soy. No sé de dónde vengo, no sé a dónde voy.

El deseo de ser consciente es el deseo de ser.
Solo puede ser comprendido en el silencio.

El sí mismo surge del Absoluto; no puedo existir
fuera del Absoluto, fuera del Sí Mismo Absoluto.

El verdadero sí mismo es como el espacio: no atado,
puro, infinito.

Mi verdadera naturaleza es la conciencia.
Conocer el Si Mismo es ser el Si Mismo.



EL EGO Y LA ILUSION



~ 72. LA IMAGINACIONDE Mi MISMO

Para saber quién soy yo, necesito ver lo que es real en mí. El mayor obstáculo es la ilusión. Acepto la imaginación en lugar de la conciencia, una idea de mí mismo en lugar de un sentimiento del «yo».

Al venir hoy aquí, cada uno trae consigo algo muy importante: su yo, su persona, su ego. Trato de comprender por qué vine. Veo bien que es mi persona la que está aquí, esa persona a la que me aferro; y, si soy sincero, veo bien que está mezclada en gran parte con lo que me trajo aquí. Pero ella no podrá ayudarme. El verlo, el ver que me creo esto todavía, me hace preguntarme con un deseo mayor: «¿Quién soy yo, entonces?»

Todos estamos, tal como somos, bajo la influencia de nuestra imaginación sobre nosotros mismos. Esa influencia todopoderosa condiciona todos los aspectos de nuestra vida. Por una parte, hay esa imaginación, esa falsa noción de mí mismo. Por la otra, está el Yo que no conozco. No veo la diferencia. Es como si ese Yo estuviera enterrado bajo una masa de creencias, de intereses, de gustos y de pretensiones. No hay nada que pueda oponérsele y todo lo que afirmo es la imaginación de mí mismo. Lo que no puedo afirmar, porque no lo conozco, pero que llama a ser conocido, que tiene nostalgia del conocimiento y que desea animarse, activarse para conocer, es el verdadero mí mismo, el «Yo». Hoy en día es débil. Sin embargo, es como una semilla y, si mi interés por el estudio de ese conocimiento es suficiente, mi búsqueda se convierte en la tierra en la que puede crecer.

Hoy necesito aprender a reconocer y a separar el verdadero «Yo» de la imaginación de mí. Es una tarea ardua porque mi imaginación se defiende. Se opone al «Yo». Ella es exactamente lo que «Yo» no soy. Cuando pienso en mí, creo siempre que existo y que mí imaginación de mí, lo que llamamos personalidad, no existe. No tengo ni idea de esa imaginación. Mientras no la conozca no puedo saber lo que soy.

Esta imaginación de mi se encuentra en el corazón del ego, en el sentido habitual que tengo de mí, y todos los movimientos de mi vida interior tienden a protegerlo. Esa tendencia existe tanto en el inconsciente como en las capas conscientes de mí mismo. Es porque queremos proteger a cualquier precio ese yo, que nuestras experiencias y nuestro saber tienen tal importancia para nosotros. No hacemos las cosas por decisión propia o porque nos gusten, sino porque así afirmamos, aseguramos, nuestro yo. Él es el motor de todos los pensamientos y emociones. Pero es tan sutil que no lo vemos. Estamos tan preocupados por el ideal de lo que quisiéramos ser que no vemos lo que somos ahora, de inmediato, en el instante mismo. Tal vez detrás de la formación de esa idea de mí haya el eco de un querer muy profundo, el querer ser, ser enteramente lo que soy. Pero hoy en día la influencia que me controla es la imaginación de «yo», y ese yo desea, pelea, compara y juzga todo el tiempo. Quiere ser el primero, quiere ser reconocido, admirado, respetado, hacer sentir su fuerza, su poder. Es una entidad compleja que se fue formando a través de los siglos por la estructura psicológica de la sociedad.

¿Acaso lo sé? No solo de pasada o por haberlo comprobado algún día, sino... ¿puedo descubrirlo inmediatamente en cada acción, cuando trabajo, cuando como, cuando hablo, cuando bromeo con otro? ¿Puedo darme cuenta de mi deseo de ser alguien y de mi manera de compararme siempre con otro? Si lo veo, entonces podré experimentar el deseo de liberarme de él y, también, ver por qué me quiero liberar de él. Mientras no haya comprendido que esto es lo esencial de mí búsqueda, que ese es el primer paso hacia el conocimiento de mí mismo, continuare siendo engañado y todos mis esfuerzos me llevaran únicamente a una decepción, Porque, aun en las capas más inconscientes, ese yo, la imaginación de mí mismo, continuara fortaleciéndose.

Debo aceptar honestamente el hecho de que no lo conozco como para interesarme y querer entonces conocerlo. Así, mis pensamientos, mis emociones, mis actos no son ya objetos que puedo ver con indiferencia. Ellos son yo y solo estoy para comprender esas expresiones de mí mismo. Si quiero comprenderlas, necesito vivir con ellas, no como un espectador, sino con afecto y sin juzgarlas, culparlas o evitarlas. Hay que vivir con ellas, sufrirlas, momento a momento.

~ 73. ESE EGOÍSMO FEROZ

No somos lo que creemos ser. Cegados por nuestra imaginación, nos valoramos demasiado, nos mentimos. Nos mentimos siempre, en cada instante, todo el día, toda nuestra vida. Hay que detenerse interiormente y observar, observar sin tomar partido, aceptando por un tiempo esa idea de la mentira. Entonces, tal vez, veremos que somos algo diferente de lo que creíamos ser.

Puedo tener momentos de real tranquilidad, de silencio, en los que me abro a otra dimensión, a otro mundo. Lo que no veo es que fuera de esos momentos soy presa de la violencia, es decir, del conflicto, de las contradicciones. Y al descubrir nuevas posibilidades en mí, necesito conocer de qué esta hecho el fondo de una parte de mi naturaleza, de ver que no es algo extraño que puede apartarse cuando uno quiera, sino que es lo que soy y que no puedo ser de otra manera. Ese egoísmo feroz soy yo; es necesario que tome conciencia de la necesidad de un contacto directo con esa acción egoísta que no cesa de aislarme y dividirme, Todo lo que hago surge de esa acción. Para verlo, debo observarme sin la intervención de ninguna imagen, entrar en contacto íntimo y real conmigo mismo.

¿Por qué tenemos una necesidad imperiosa de realizamos? Un impulso profundo está en juego: el miedo fundamental de no ser, el miedo del aislamiento total, del vacío, de la soledad. Nuestra mente ha creado esa soledad, con sus pensamientos autoprotectores y egocéntricos como «yo», y lo mío», mi nombre, mi familia, mi posición, mis cualidades. Pero en el fondo nos sentimos vacíos y solos, tenemos una vida que es estrecha y superficial. Emocionalmente estamos hambrientos e intelectualmente somos repetitivos. Todo el tiempo tratamos de llenar ese vacío. Ya que nuestro yo pequeño y mezquino es una fuente de dolor, queremos, consciente e inconscientemente, perdernos en una excitación individual o colectiva, o en alguna forma de experiencia sensorial. Todo en nuestra vida: las diversiones, los libros, la comida, la bebida, el sexo, nos alienta a buscar estímulos en diferentes niveles. Nos deleitamos con esto y buscamos un estado de felicidad en mantener un placer donde nos sea posible escapar de ese yo. Todo el tiempo nuestras mentes esta ocupadas en evadirse, en desear ser completamente absorbidas por algo, cautivadas por una creencia, una esperanza, un amor, un trabajo. La evasión se ha vuelto más importante que la verdad que no afrontamos.

Mientras gira alrededor de esos intereses mezquinos, nuestra mente estrecha minimiza los retos de la vida, interpretándolos con su comprensión limitada. En consecuencia, nuestra vida sufre de una falta de sentimiento intenso, fuerte, de una falta de pasión. Esto es un problema esencial. Con una verdadera pasión en el fondo de nosotros mismos, nos hacemos sumamente sensibles a la vida: la pobreza, la riqueza, la corrupción, la belleza, la naturaleza..., a todo. Nos conciernen las posibilidades que nos ofrece la vida en la cooperación y en la relación. Sin pasión, la vida es vacía, carece de sentido. Si uno no siente profundamente la belleza de la vida, el desafío que significa, entonces ella no tiene ningún sentido. Uno funciona mecánicamente. Sin embargo, esa pasión no es una devoción ni un sentimentalismo. Tan pronto la pasión tiene un motivo o toma partido, se vuelve placer o dolor. La pasión que necesitamos es la pasión de ser.

La mayoría de nosotros no amamos ni somos amados. Tenemos muy poco amor en nuestros corazones y por esto es que lo suplicamos o lo buscamos en sucedáneos. Nuestro estado habitual es negativo, todas nuestras emociones son reacciones. De hecho, no sabemos lo que es un sentimiento positivo, lo que es amar. Mi yo, mi ego, está siempre tomado por lo que me agrada o lo que no me agrada, lo que «me gusta» o «no me gusta». Siempre quiere recibir, ser amado, y eso me empuja a buscar el amor. Doy para recibir. Puede ser la generosidad de la mente, del yo, pero no es la generosidad del corazón. Amo con mi yo, con mi ego, no con mi corazón, Profundamente, ese yo siempre está en conflicto con el otro y rehúsa compartir. Vivir sin amor es vivir una contradicción perpetua, es el rechazo de lo real, de lo que es. Sin ese sentimiento, uno nunca puede encontrar la verdad y toda relación humana es dolorosa.

Si no me conozco totalmente, mi mente y mi corazón, mi dolor y mi avidez, no puedo vivir el presente. Lo que debo explorar no está más allá del ser, sino en todo el proceso de su propia conciencia. Esa es la base misma a partir de la cual pienso y siento. Mi pensar tiene sed de continuidad, de permanencia. De allí viene el yo, el ego, y ese es el origen del miedo, del miedo a perder, a sufrir. Sino conozco mi inconsciente, no comprenderé el miedo y toda mi búsqueda en mí mismo estará falseada. No habrá amor y mi único interés será el de asegurar la continuidad del yo, incluso después de la muerte.

~ 74. LIBRE DEL MIEDO Y DE LA ILUSION

¿Es posible hacer que aparezca una calidad de la mente que sea siempre fresca, siempre nueva, que no cree hábitos de pensamiento ni se aferre a creencia alguna? Para eso debemos comprender la totalidad de la conciencia con la que vivimos. Ella funciona dentro de un marco que hay que romper para liberarla. Lo que buscamos es el estado de una mente que dice «yo no sé». Es imposible examinar lo que no conocemos sino vaciamos la mente de todo lo que sabemos.

Lo que es importante es ver que las palabras, las ideas, me vuelven esclavo de fórmulas y de conceptos. Mientras este atrapado en los hilos de una creencia consoladora, no tengo la vivacidad ni la sutileza que exige una exploración real. Si no comprendo esto, mi observación seguirá basada sobre formas, sobre lo que conozco, y no será vivificada por el espíritu del descubrimiento, como si fuera la primera vez. Y será egocéntrica con el yo que interpreta todo lo que se presente.

Debemos comprender el miedo en nuestra vida. Mientras nuestra conciencia total no se haya liberado del miedo no podremos llegar muy lejos. Por su naturaleza misma, el miedo se opone inevitablemente a toda búsqueda. Pero el miedo en si ¿existe realmente? ¿Hemos experimentado alguna vez el miedo mismo en su realidad y no solamente la emoción que precede o sigue a un hecho? Al estar cara a cara con lo que sucede; por ejemplo, con el peligro, ¿tenemos miedo? De hecho, el miedo surge solo en el momento en que el pensamiento se fija sobre el pasado o el futuro. Si nuestra atención está en el presente activo, pensar en el ayer o en el mañana es una falta de atención y la falta de atención genera el miedo. Cuando reunimos toda nuestra atención, el miedo no existe. En ese estado de plena atención, vemos que no sabemos, que no podemos responder. En un estado de completa incertidumbre podemos descubrir lo verdadero. Si queremos penetrar profundamente en nosotros mismos y ver lo que hay allí y hasta más allá, no debemos tener ningún miedo, de ningún tipo: ni del fracaso, ni del sufrimiento y, menos aún, de la muerte.

Nunca hemos inquirido con todo nuestro ser sobre lo que es la muerte. La hemos considerado siempre en función de una supervivencia, la supervivencia de lo conocido. Queremos una continuidad de la vida como una cadena o un movimiento perpetuo. Pero esa supervivencia solo es la supervivencia de lo conocido. Queremos una continuidad sin habernos preguntado nunca cual es el origen de ese deseo, de esta cadena, de ese movimiento perpetuo. Ese origen no es otro que el pensamiento. Es por el pensamiento que me identifico con mi familia, mi casa, mis obras. Mientras más pensamos en un problema humano, más nos aferramos a una continuidad. Pero ese sentido de la duración que proyecta el pensamiento en la conciencia es hueco. Cuando nos damos cuenta claramente de esto, podemos intervenir con el pensamiento allí donde es necesario de una manera lógica y sana, sin desviaciones sentimentales, sin esa ambición que tenemos en general de afirmarnos, de ser o de convertirnos en alguien. Entonces uno sabe lo que quiere decir vivir en el presente. Es morir instante tras instante. Y eso permite conocerse, porque al no tener más miedo uno no tiene ilusión.

Necesitamos ver que no hay «pensador», que ese yo imaginario que piensa «yo» y «lo mío» es solo una ilusión. Para llegar a recibir la verdad, todas las ilusiones deben disiparse, incluidas las ilusiones que están detrás de nuestros deseos de placer y detrás de la satisfacción. Solo en ese punto podemos ver de qué están hechas nuestras luchas, nuestras ambiciones, nuestros sufrimientos. Solo en ese punto podemos ver a través de ellos y llegar a un estado libre de contradicciones, libre de conflictos, en el que podemos experimentar el amor. Lo que importa es vivir con ese vacío donde lo mío es abandonado. Gracias a dicho abandono surge la pasión de ser, mas allá del pensamiento y de la emoción; una llama que destruye todo lo falso. Esa energía permite a la mente penetrar en lo desconocido.

Ningún movimiento desde la periferia hacia el centro alcanzara jamás el centro. Un movimiento que está en la superficie y trata de llegar a profundidad, siempre estará en la superficie. Para comprenderse a sí misma, la mente debe estar completamente inmóvil, sin ninguna ilusión, Entonces podemos ver con lucidez la insignificancia del yo. La mirada misma lo disuelve en una inmensidad mas allá de toda medida. Entonces el tiempo como uno lo piensa no existe. No hay tiempo, solo el momento del presente. Sin embargo, vivir en el presente se basta a sí mismo. En cada momento se muere, se vive, se ama, se es. Libre del miedo y de la ilusión, momento tras momento, morimos a lo conocido para entrar en lo desconocido.


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