EL SUFRIMIENTO VOLUNTARIO






EL SUFRIMIENTO VOLUNTARIO



~ 114. QUEDARSE DELANTE

¿Cómo nos abrimos a un nivel superior? Cuando queda, aunque sea un residuo de un concepto o de un significado intelectual, entonces no hay conciencia pura. Necesito sentir que la energía más fina, la más elevada que puedo conocer, no está aquí, no me anima. Mis energías son tomadas y no puedo ser transformado. No estoy abierto a un nivel superior, a un pensar más alto. Tengo que sufrir esa carencia y quedarme firmemente delante de ella. Poco a poco, eso llega a ser más importante que cualquier otra cosa, pero hace falta que yo me entregue y el ego siempre retoma su dominio. Quedarse delante de esto es justamente un sufrimiento voluntario.

Necesitamos reconsiderar el asunto de la actitud interior que puede conducirnos hacia una transformación de nuestra conciencia. Lo que somos hoy en día no corresponde ya con lo que fuimos hace algunos años. ¿Qué es entonces lo que ha cambiado? ¿Y que es lo que no se ha movido de sitio, sino que, al contrario, quizás se ha endurecido? La parte más real de nuestro ser esta oculta porque está mas allá de nuestra conciencia habitual. Sin embargo, podemos ver la fuerza con la cual ella pide revelarse y dar forma a nuestra vida. Será más o menos fuerte, más o menos reconocida o aceptada. Pero es un hecho. No somos ya los mismos. Esto es lo que ha cambiado en nosotros. Pero lo que no ha cambiado es que nosotros no asumimos responsabilidad ante ello. No tenemos una actitud consciente ni una manera de ser. No tomamos ese estado seriamente, ni vemos sus peligros.

Estamos delante de una verdadera pregunta: por una parte, la posibilidad de un contacto y de una unidad con lo esencial de nuestro Ser; y por la otra, la defensa de nuestro yo ordinario, que tiene miedo de sufrir y de ser eliminado. Ante esa situación, nos acobardamos. Posponemos, discutimos, reclamamos y no llegamos a ser independientes. Sin embargo, estamos maduros para esto. Estamos en una encrucijada que puede ser a la vez para nosotros una oportunidad y un riesgo. Porque nada es más fácil para mí que dejar de verme tal como soy. Por una parte, vivo con la preocupación continua de mí bienestar, con el deseada satisfacer toda la avidez de mi yo ordinario, y por otra, esta aspiración cada vez mayor que me deja un sabor de remordimientos.

No soy libre. No estoy disponible. Tomo conciencia de lo que mi inconsciente rechaza. Pero no me obligo, no intento disciplinarme. No se trata de fracasar o de tener éxito, sino de encontrarse y de ver si deseamos ser permeables, abiertos a nuestro Ser, si lo deseamos. Esto nos permite soltarnos de una manera natural, justa, que permita una liberación. Supero las recriminaciones de mi yo ordinario. Todo mi ser depende del sentimiento que tengo por esa fuerza en la que reconozco el poder de la presencia en mí y de mi capacidad de comunicar ese sentimiento a todos mis centros. Si ellos se integran a esa fuerza, entonces se crea una unidad, un todo que se mantiene compartiendo la misma vida. Está vinculado con un movimiento de abandono, de soltar más profundo; un movimiento que nunca está seguro y que necesita ser verificado constantemente; un movimiento que es el signo de un acto de amor y no de un derecho de poseer.

Mis centros sienten mi actitud. Y o me borro. Permito que un movimiento hacia la unidad se haga en mí, con su propio equilibrio, con su propia forma. Pero mis centros no comprenden aun su razón de ser; no saben a qué deben servir. En cada parte, aparece siempre, de una manera subyacente el movimiento automático habitual que echa la energía hacia afuera. Necesito de esa experiencia, de esa confrontación entre los dos movimientos, y eso depende de la fuerza de relación de mi atención. Estoy ante una ley, hay en mi la posibilidad de un nuevo estado de ser. Pero solo conozco sus fluctuaciones, porque no lo aprecio verdaderamente, no quiero y no amo verdaderamente la realidad que presiento y que me toca en ese momento.

~ 115. TENGO QUE VIVIR LA INSUFICIENCIA

Para tener un contacto con los centros superiores, hay que aumentar la intensidad de las vibraciones de los centros inferiores. La vibración se intensifica en la visión y en el sufrimiento de lo que falta. Aparece un sufrimiento, un sufrimiento consciente. «Si», pensamos, «yo sé, Mi pensamiento y mi cuerpo deben estar juntos ..», pero ¿Qué es lo que esto quiere decir? ¿Acaso siento bien, acaso tengo una sensación de la energía que está en mi mente, que está en mi cuerpo, que está en mi sentimiento? ¿Puedo ver su movimiento? ¿Comprendemos el cambio que necesita hacerse en los centros?

Las energías no pueden quedarse aisladas: o están tomadas o actúan. Sino estoy relacionado con una energía de un nivel superior, solo puedo estar tomado. La energía necesita estar en contacto con una energía más alta que, por su calidad, libera la atención de la acción de otras energías. Pero el vínculo es difícil de establecer, porque todas mis acciones me atan. Hay un sentimiento que no ha aparecido en mí. Necesito una relación consciente que me libere de estar tomado a diestra y siniestra, y necesito un sentimiento sin el cual la relación no dura. Para esto debo quedarme delante, tengo que vivir la insuficiencia. Sobre todo, necesito ver que en ese esfuerzo de relación la intensidad nunca es la misma en la cabeza y en el cuerpo. Por eso, la relación nunca es real.

A todo lo largo de nuestro trabajo, encontramos en nosotros una resistencia. Tocamos a cada instante la negación de eso que viene a afirmarse, a veces hasta con violencia. Pero sin esa negación no tendríamos la posibilidad de evolucionar. Nuestra energía no sería transformada. Cuando, por ejemplo, una energía es liberada por una sensación más profunda, un rechazo, una duda, un temor, una emoción aparece. La sensación que iba a expandirse se hace más viviente, deja pasar la energía a los centros emocionales e intelectuales, que vibran entonces de una manera brutal. Sin haber sido transformada, la energía se proyecta bajo la forma de movimientos exteriores, palabras o acciones que nos debilitan. Pero, si en el momento en que aparece la fuerza contraria, la negación, veo de que esta ella compuesta, puedo mantenerme entre los dos umbrales y, con un esfuerzo especial, llegar a separar los elementos que parasitan esa emoción negativa. Así, tal vez, si mi esfuerzo es sincero y si es suficiente, se puede establecer un contacto con un centro emocional de otro tipo. Para ello, debo estar presente en el momento de fricción y vivirlo sin tomar partido para que se produzcan energías finas.

Al tratar de dejar que esa energía circule libremente en mí, me anime, es decir, sea mi amo, llego a conocer los limites dentro de los cuales esto me es posible. Siento algunos lugares, siempre los mismos, que son nudos de contracción donde persiste una actitud de mi ego que tengo una gran dificultad en deshacer. Es una mueca de mi cara, una rigidez de mi nuca, un movimiento de satisfacción conmigo mismo al levantar mi cabeza, o un dejarse ir sin aceptación. Necesito conocer esos puntos donde se esconde mi rechazo, donde mi ego se protege a sí mismo y no es tocado.

Sufro de mi falta de relación, de mi incapacidad. Estoy cerrado, el paso no está libre. Hay que sufrirlo, es decir, quedarse delante, aceptando que hay una fricción. La fuerza positiva aparece, pero la fuerza negativa esta allí, el conflicto entre el sí el no. Veo la pasividad y necesito conocer mi caída, verme abdicar de mi deseo de ser, para ir hacía el sueño. Pero necesito conocerlo, luchando para observar los cambios constantes en mí mismo, más que tratar prevalecer sobre ellos. Al quedarme delante, una energía voluntaria, consciente de una calidad más alta, se desarrolla. La sensación y el pensar se intensifican por la demanda constante de una sensación consciente, por la fuerza activa de la atención que mantiene la relación entre estos dos centros. Un nuevo sentimiento aparece, cuando las condiciones del sufrimiento están allí y son aceptadas, hasta deseadas. Acepto mi impotencia y sufro. Al quedarme delante de mí insuficiencia, la energía se intensifica y se vuelve una fuerza activa que entonces somete la fuerza pasiva a la obediencia.

~ 116. LA LUCHA CONSCIENTE

Hay que tomar conciencia de la Presencia interior como un segundo cuerpo que debe tener su vida propia. El necesita tener una acción sobre el cuerpo, no ser demolido por la acción del cuerpo, que tiene también su vida propia. Por el momento, lo que importa es dejar que esa energía se desarrolle en nosotros y adquiera fuerza. Tenemos que sentir que ella necesita un vínculo con una fuerza más elevada. La pregunta es como permitir que ese nuevo cuerpo se desarrolle, como absorber las vibraciones sutiles hasta que ellas saturen la Presencia.

Nuestro trabajo consiste en estar vigilantes, en ver lo que sostiene ese cuerpo. Hace falta una actitud conscientemente sostenida donde la mayor parte de mi poder de atención se mantenga dentro de mí, ocupado en esa deseada profundización. Ese acto, que conserva la energía, es un acto de creación. La visión de esto que sucede en nosotros es lo más importante. El resultado viene de la visión y de la fricción entre la apertura a algo desconocido y la respuesta de nuestras funciones. Este es el comienzo de una «cristalización», la formación de algo invisible y permanente: de una voluntad propia, la conciencia «Yo». Despierto para estar entero, para llegar a ser consciente, con una voluntad de ser nacida de la conciencia.

El segundo cuerpo está constituido de una materia, de una inteligencia, de una sensibilidad. Al igual que el cuerpo físico, necesita del alimento para su desarrollo. Para ello, es necesaria una lucha, una confrontación consciente, para llamar a una energía que de otra manera no aparecería. Cuando nuestra atención está concentrada fuertemente delante de los diversos movimientos de nuestro pensamiento, de nuestro sentimiento, de nuestro cuerpo, se produce allí una materia semejante a la electricidad. Hay que acumularla para que un segundo cuerpo se pueda formar. La ruta es larga, pero la materia se crea en nosotros por un esfuerzo consciente y un sufrimiento voluntario. Ella tendrá también una posibilidad de acción. Lo que es importante es tener un proceso de lucha continua entre nuestra cabeza y nuestro animal, entre nuestra individualidad y nuestras funciones, porque necesitamos de la materia que esta confrontación consciente produce. Esto exige un esfuerzo una y otra vez, pero no hay que descorazonarse, porque el resultado de nuestro trabajo viene lentamente.

Hay naturalmente en el hombre un conflicto permanente entre el cuerpo psíquico y el cuerpo orgánico. Ellos son de naturaleza diferente: uno quiere, el otro no quiere. Es una confrontación que tenemos que reforzar voluntariamente, por nuestro trabajo, por nuestra voluntad, para que nazca una nueva posibilidad de ser. Es por ello que tomamos una tarea, es decir, algo preciso que refuerce esa lucha; por ejemplo, nuestro organismo tiene el hábito de comer o de sentarse de un acierta manera. Es su condicionamiento, pero yo me niego a obedecerlo. Hay una lucha, una lucha consciente, voluntaria, entre un «si» y un «no» que convoca la tercera fuerza. Es el factor «Yo» el que puede conciliar.

El cuerpo es un animal, el psiquismo es un niño. Hay que educar a ambos, poner a cada uno en su lugar. Tengo que tomar el cuerpo, hacerle comprender que él debe obedecer, no mandar. Por eso hay que ver qué sucede en mí, tengo que conocerme. Así puedo proponerme una tarea que corresponda con mis posibilidades -sobre el alimento o sobre los hábitos-- y hacer que se ejerza una voluntad consciente. Creo una lucha entre el «si» y el «no» para mi ser. Sólo en este justo momento comienza el trabajo.

Nuestra experiencia del sufrimiento nunca es voluntaria. Siempre mecánica, una reacción de la máquina. Lo que es voluntario es colocarse a sí mismo en las condiciones que traen consigo el sufrimiento y permanecer delante. Un hombre consciente no sufre ya; en la conciencia se es feliz. Pero el sufrimiento así preparado es indispensable para la transformación del hombre.



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