IX EN UN ESTADO DE UNIDAD - EL ACTO DE VER






IX


EN UN ESTADO DE UNIDAD





Pero sólo hay una gran vida.
No puedo entrar en la experiencia si antes no he reencontrado
una unidad en mí, si no he llegado a ser un todo.

Puedo ver una forma, pero no puedo conocer por medio
de mis sentidos la naturaleza misma de la que ella es.
Mis pensamientos conocen formas, pero lo que aparece
justo antes o después de cada pensamiento o sentimiento
es la realidad misma, la conciencia real de lo que soy.

Todo depende de mí visión, es una mirada que no viene
de un orden impuesto por mi pensamiento sino
de un sentimiento de urgencia por conocer.

La atención es la fuerza consciente,
la fuerza de la conciencia. Es una fuerza divina.

EI muro de tensiones es el muro de mi ego.

La sensación es lo más esencial en el camino de la conciencia.

Aprendo a tener una sensación continua de mí... al caminar, al trabajar.




EL ACTO DE VER



~ 95. OTRA VISIÓN

Busco lo que soy, quiero ser lo que soy. Tengo la costumbre de pensar en el cuerpo de una cierta manera y en el espíritu o la energía de otra. Pero nada existe separadamente. Hay una unidad de vida. Quiero vivirla y la busco a través de un movimiento de regreso hacía mí. Digo que hay una vida exterior y una vida interior. Digo esto porque me siento diferente, separado de la vida. Pero sólo hay una gran vida. No puedo sentirme separado de ella, fuera de ella, y a la vez conocerla. Debo sentirme parte de ella. Pero no es suficiente desearlo o buscar una sensación intensa de ella. No puedo entrar en la experiencia si antes no he reencontrado una unidad en mí, sino he llegado a ser un todo.

Hay dos movimientos en mi: el movimiento que viene de arriba, y si estoy lo suficientemente libre para escucharlo, me penetra y actúa a través de mí; y otro movimiento disperso, sin orden, que anima mi cuerpo, mi pensamiento, mis emociones. Son movimientos muy diferentes. ¿Por qué no puedo armonizarlos? Algo me falta. Mi atención no es capaz de seguir a ambos al mismo tiempo. La atención se fija, unas veces sobre el vacío, lo absoluto, y otras, sobre la forma. Cuando se fija sobre el vacío, la forma desaparece; cuando se fija sobre la forma, es el sentido del vacío el que desaparece. Hay que pagar el precio.

¿Puedo ser lo suficientemente libre para recibir lo que es desconocido detrás de todos mis movimientos de avidez hacia lo exterior? Lo que está detrás, más allá, no puede ser percibido por mis sentidos. Puedo ver una forma, pero no puedo conocer por medio de mis sentidos la naturaleza misma de lo que ella es. Mis pensamientos conocen formas, pero lo que aparece justo antes o después de cada pensamiento o sentimiento es la realidad misma, la conciencia real de lo que soy. Lo que percibo sonidos, formas, colores, pensamientos- no puede existir sin ese trasfondo. Pero ese trasfondo no puede ser visto por los sentidos. Él permanece no visto, no experimentado. La forma y la realidad son parte de un mismo todo, pero en dimensiones diferentes. Lo real no es afectado por lo material del pensamiento y no puede absorberlo. Lo real está en otro plano, en otra dimensión. Sin embargo, ese material absorbe la realidad y construye ilusiones que la ocultan. Cuando la realidad de lo que soy no es experimentada, entonces tengo que llamar «yo» a la forma física o psíquica que me la oculta. Esa ilusión no es sino un espejismo que se desvanece cuando se establece el silencio.

Necesito ver que entre dos pensamientos está el vacío, un espacio, y quedarme el mayor tiempo posible en ese vacío. Ese vacío es la realidad. Otra clase de pensamiento surge, lúcido e inteligente; un pensamiento de otra dimensión. Lo que es mensurable es el pensamiento, y mientras el pensamiento funcione lo inconmensurable no puede ser comprendido. Con mi visión habitual veo el aspecto físico del mundo, con esa otra visión veo otra dimensión en la cual lo inconmensurable tiene su propio movimiento. Si mis centros están absolutamente tranquilos, sin ningún movimiento, la energía puede pasar a través de ellos. Veo lo que antes no veía. Veo lo que es. En esa visión hay una luz. Las cosas aparecen y desaparecen en el vacío, pero la luz las ilumina y no estoy ya tan tomado por ellas. Con esa visión puedo comprender mi verdadera naturaleza y la verdadera naturaleza de las cosas a mi alrededor.

El problema no es combatir la indiferencia o el embotamiento o la rabia. El verdadero problema es la visión: ver. Pero esa visión no es posible sino se regresa a la fuente. Para esto se necesita otra calidad de visión, una mirada que penetra y va inmediatamente a la raíz. Si uno se mira desde afuera, no puede penetrar porque los ojos ven solamente el cuerpo, la materialidad de la semilla. La realidad está ahí; solo que nunca le he puesto atención. Vivo dándome la espalda.

~ 96. VER ES UN ACTO

La pregunta no es que hacer, sino cómo ver. Ver es lo más importante. Trato de darme cuenta de que esto es verdaderamente un acto, una acción que trae consigo algo enteramente nuevo. Esa posibilidad nueva aparece durante el acto mismo, dándome una visión, una certeza, un conocimiento, y desaparece apenas el acto cesa. Es solo en el acto de ver que encontraré cierta libertad.

Mientras no haya visto la naturaleza y el movimiento de la mente, creer que pueda estar libre de ella tiene poco sentido. Estoy esclavizado por mis pensamientos mecánicos. Esto es un hecho. No son mis pensamientos los que me esclavizan. Es el hecho de engancharme a ellos. Para comprenderlo, no busco liberarme antes de haber sabido lo que es la esclavitud. Necesito ver ese hecho, la ilusión de las palabras y de las ideas. Mi pensamiento debe sentir su miedo de estar sin apoyo, su miedo de estar solo sin nada conocido. Y hay que vivir ese hecho, vivirlo instante tras instante, sin escapar de él. Entonces, comenzaré a percibir una nueva manera de ver. ¿Puedo aceptar no conocer mi nombre? ¿Puedo aceptar no saber quién soy, estar oculto detrás de una impostura?

El acto de ver no depende del pensamiento. Viene del choque que recibo en el momento en que, al sentir la necesidad de ver, de comprender lo que es verdadero, me doy cuenta de la incapacidad de mi pensamiento para percibir la realidad. Para comprender lo que soy en ese momento, el estado de mi ser, necesito de una sinceridad, de una humildad, de un despojamiento que no conozco; esto querría decir no rechazar nada, no excluir nada, y entrar en la experiencia de descubrir lo que pienso, lo que siento, lo que deseo en el instante mismo.

Lo importante es desarrollar una visión, un pensamiento, que este más allá de nuestro pensamiento condicionado, de la mente que busca siempre una respuesta. Es necesario liberar cierta energía más allá del pensamiento habitual. Necesito experimentar que «no sé», sin buscar una respuesta, y abandonar todo para entrar en lo desconocido. Entonces, ya no será la misma mente. Se pondrá en movimiento de una manera nueva. Habitualmente escojo relajarme antes de saber por qué. Pero si quiero comprender mejor, no escojo de antemano. Sólo tengo necesidad de la visión, sin escogencia, sin idea preconcebida. Aprendo a purificar mi poder de visión, sin evitar las cosas indeseables o fijándome en lo que me es agradable. Aprendo a quedarme delante y a ver claro. Todo tiene la misma importancia y no me fijo sobre nada. Todo depende de mí visión; es una mirada que no viene de un orden impuesto por mi pensamiento, sino de un sentimiento de urgencia por conocer.

La percepción, la visión, es el intervalo entre la vieja y la nueva respuesta. La vieja respuesta es la que está inscrita en la memoria que responde a la recepción de la impresión. En la nueva respuesta, el cerebro se mantiene abierto en obediencia, sin el pasado. Es un nuevo cerebro que actúa, es decir, células diferentes y una nueva inteligencia, Cuando mi pensamiento se siente incapaz de comprender, cuando su movimiento no produce nada, uno está abierto al sentido de lo cósmico, más allá del mundo de la percepción humana.

~ 97. MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES DE MIS PERCEPCIONES HABITUALES

Creo saber lo que es la unidad. Si lo supiera verdaderamente habría en mi un deseo absolutamente irresistible de vivir mi vida en ese estado. Ya no podría aceptar sentirme desmembrado y ver esas partes aisladas que agobian mi Presencia con hechos que me alejan de la conciencia de mi realidad. No obstante, empiezo a interesarme por la diferencia de lo que soy en un estado de unidad en comparación con un estado de dispersión. Me intereso sobre todo en esa energía que constituye el vínculo vibratorio entre los centros y que, cuando esta allí, trae consigo una fuerte aceleración del trabajo de las funciones. Esa energía se revela al mismo tiempo como un espacio vacío en el cual puede aparecer una fuerza nueva.

Hay en mí una energía, una vida siempre en movimiento pero que no se proyecta hacia afuera. Para sentirla son necesarios una cierta tranquilidad, un cierto silencio. Solo en el vacío otra realidad puede aparecer en mí. Hay también en mí una energía proyectada por mis funciones en reacciones inagotables ante las impresiones que provienen de afuera y de adentro. No tengo la calidad de atención necesaria para hacer frente a todas las impresiones y reacciones. Pero quedo impactado cuando veo la rapidez con la que reacciono, antes incluso de saberlo. ¿Es posible recibir las impresiones sin reaccionar tan rápido y dejar que la impresión me penetre y actúe sobre mí? Para ello, necesitaré de una percepción pura, de una percepción de lo que esta ahí sin que las reacciones vengan a mezclarse en ello. En mi estado habitual, mi atención se limita a notar lo que es. El momento es muy corto, demasiado corto como para permitirme captar la naturaleza de algo tal cual es. Sin embargo, ese es el momento del conocimiento. Nosotros no estamos interesados en esa percepción imparcial de las cosas «tal como son», las juzgamos o las tratamos desde el punto de vista de nuestro interés personal. No tenemos percepción sin imponerle al mismo tiempo una etiqueta que falsea su visión. Luego, esas etiquetas determinan nuestras acciones y reacciones.

Necesito sobrepasar los límites de mis percepciones habituales. Tengo necesidad de una nueva percepción, de una atención como de un sexto sentido que tenga la fuerza de registrar las impresiones sin la mente asociativa. Sería una atención fluida, amplia, total, sin tensión, que contendría todo sin excluir nada. Esa clase de atención es muy difícil de encontrar en mí mismo porque no experimento su necesidad. Busco siempre de la misma manera. Creo poder tocar algo real afirmándolo, creo profundizar una sensación intentando conocerla más y mejor. Pero para sentir la necesidad de una percepción nueva no puedo esperar algo positivo. Sólo existe mi ignorancia. Si experimento esa completa ignorancia, se produce una ruptura que me libera de las ataduras que me constriñen. Se produce como una dilatación interior y mi atención ha franqueado el límite de las impresiones conocidas. No hay escalera. Hay que saltar. Para tomar conciencia me es preciso dejar caer todo lo que es conocido. El conocimiento es un estado en el cual todo es observado, experimentado, comprendido y abandonado como inútil, porque no puede servir para el momento siguiente.

~ 98. LO MÁS IMPORTANTE

Todo lo que hemos aprendido-las palabras y la memoria- crean una impresión de continuidad que es una ilusión de mí yo ordinario. Pero en la escala de las energías dentro de nosotros mismos, ese material no se sitúa en un nivel muy elevado. Es la atención la que da la posibilidad de ver. En cada escalón, son la intensidad y la calidad de mi atención las que permiten pasar a un nivel mejor. La atención es la fuerza consciente, la fuerza de la conciencia. Es una fuerza divina.

La visión, la visión interior, es la liberación de una cierta energía que está más allá del pensamiento. Es una conciencia total de la vida, porque ver significa abarcar una totalidad en el instante mismo. Uno no puede ver por partes, poco apoco, en el tiempo. Uno ve el todo. Es un acto de percepción de lo que es verdadero sin que yo interprete lo que es visto. Si estoy retenido por lo que sea, estoy tan condicionado que no puedo ver libremente. Mis pensamientos son mecánicos, son una respuesta mecánica a una pregunta o a una impresión. La respuesta puede tomar tiempo, y venir después de un intervalo más o menos largo, pero será mecánica. Mientras que la visión es una observación, no compara, no busca la seguridad de la palabra o del nombre. Ya no hay contradicción. En el estado de percepción pura ya no hay afán de logro, ningún intento por responder a la pregunta. Simplemente vivo el hecho.

El acto de ver es un acto de liberación. Cuando veo lo que es real, el hecho real, la percepción misma del hecho me libera. Necesito desprenderme del valor todopoderoso que doy al saber, a mis opiniones y teorías. El acto de ver algo como un hecho, sin la intervención del pensamiento, tiene un efecto extraordinario. Si puedo mantenerme ante la percepción de la realidad sin reaccionar, se revela una fuente de energía que no es el pensamiento solo. La atención se carga con esa energía muy especial que se libera en el acto de la percepción. Pero ese estado de observación no puede llegar sino cuando existe la urgencia de comprender, de ver, y mi mente se despoja de todo para observar. Entonces hay una nueva clase de observación que no conocemos: sin sabor, sin creencia ni miedo, con una atención que se mantiene firme y que hace frente para conocer. Una atención que no niega el hecho ni lo acepta, sino que simplemente lo ve. Esa atención va de hecho en hecho, con la misma energía pura. Ese acto de visión pura es un acto de transformación.

Necesitamos comprender el papel de la atención consciente. En el juego de fuerzas, las energías son tomadas o sirven para crear una relación que produce una visión superior, una energía más libre. Una atención consciente exige una relación entre los centros. La dificultad es vincular los centros que no están en el mismo nivel de vibraciones. ¿Qué sería una fuerza conciliadora? Sería una energía que contuviera el todo, que tuviera conciencia y que no pudiera hacer otra cosa más que contener. Apenas tomara partido, dejaría de contener y seria degradada.

Escucho, interrogo, percibo las vibraciones de otra intensidad con las cuales quiero estar en sintonía para conocerlas. Estar en sintonía requiere la aparición de una atención como tercera fuerza. Es una vigilancia, una mirada, sin esperar nada. Veo que para que se produzca un movimiento consciente, mi atención debe tener esa visión muy intensa. Esa intensidad no puede aparecer si el pensamiento y el cuerpo no tienen la misma calidad. Entonces, una fuerza nueva se revela, una fuerza que tiene una capacidad de visión mucho más intensa que antes. Esa visión es lo más importante. Ella mantiene la relación entre los dos centros y permite que se forme esa energía nueva.


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