HACIA LO DESCONOCIDO de La Realidad del Ser de Gurdjieff por Jeanne Salzman





HACIA LO DESCONOCIDO


~ 75. YO NO SÉ

En mi intento de ver la realidad en mí mismo, tal vez pueda llegar a la puerta de la percepción. Pero ella no se abrirá, la verdad no será revelada, mientras me aferre a lo que conozco. Necesito tener las manos vacías para abordar lo desconocido. Al principio no puedo afirmar quien soy, que soy distinto de mi yo ordinario. Todo lo que puedo hacer es ver lo que es falso, distinguirme de ese yo. Veo que no soy mis asociaciones, que no soy mis emociones, ni tampoco soy mis sensaciones. Entonces surge la pregunta: ¿Quién soy yo? Necesito escucharme, me callo, movilizo toda mi atención. Llego a un estado más equilibrado, ¿Soy eso solamente? No, pero la dirección es buena: de estar disperso, voy hacia la unidad. Mi búsqueda puede continuar. Veo que la energía del pensar, movido por todos los pensamientos que lo toman, no tiene ni fuerza, ni tranquilidad, ni dirección. Para ir a la fuente de mí mismo la energía debe reunirse y concentrarse en una sola pregunta: «¿Quién soy yo?» Aprendo a no desviarme de esto.

Todo lo que se no me puede aportar una respuesta a esa pregunta. No sé quién soy. Lo desconocido, lo misterioso, no puede ser captado por el saber. Al contrario, lo que se, lo que he aprendido, me impide descubrir lo que es. Todo el proceso de mi pensar, el condicionamiento de lo conocido, me encierra en el campo de lo mental y me impide ir más lejos. Encuentro placer en este condicionamiento, una seguridad, e inconscientemente me aferro a él.

No puedo enfrentar lo desconocido, lo experimento como un vacío que debe ser llenado. Tengo una tendencia constante a llenarlo de respuestas que proyectan sobre la pantalla de mi mente una imagen falsa, Temo no encontrarme. Y para no soportar la incertidumbre, para evitar la insatisfacción, que por cierto me devolvería hacia mí mismo, dejo que se afirme algo falso. Y, sin embargo, necesito esa incertidumbre, esa insatisfacción, como una indicación de mi sentimiento que me muestra el camino. Me muestra la necesidad de ser más sensible a lo único en mí de lo que me aparto: aceptar el vacío.

Acercarme a lo desconocido significaría llegar a la puerta de la percepción y ser capaz de abrirla y de ver. Pero no puedo ver nada mientras este tomado por la palabra, poniéndole un nombre a algo que creo reconocer. Las palabras crean el límite, la barrera. Para entrar a lo desconocido, la mente debe ver la limitación de la palabra como un hecho, sin juzgarla buena o mala ni someterme a su influencia. ¿Puedo verme sin imponer un nombre sobre lo que veo? Estoy en la puerta de la percepción con una atención que no se desvía.

Aprendo a escuchar lo desconocido en mí mismo. No sé y escucho, rechazo toda respuesta conocida. Instante tras instante, reconozco que no sé y escucho. EI acto mismo de escuchar es una liberación. Es una acción que no huye del presente y, al conocer el presente tal como es, hay allí una transformación. Voy hacia lo desconocido hasta el momento en que ningún pensamiento agita mi mente, donde no hay nada exterior a mí mismo. No sé quién soy. No sé de dónde vengo, no sé a dónde voy. Dudo de mi saber y no tengo nada en que apoyarme. Todo lo que quiero es comprender lo que soy. Sin palabras, sin forma, el cuerpo y su densidad parecen entonces desaparecer. Me vuelvo como trasparente a mí mismo. Allí solo hay un sitio para una pureza, una calidad tan ligera como el aire. Siento que, en la búsqueda de mí mismo, y solo en esa búsqueda, esta mi liberación.

~ 76. LA RESONANCIA DE «YO SOY»

Para conocer una energía viva en mí no es suficiente la «memoria» que tengo de ella. Debe haber una percepción directa de lo desconocido. Pero vivimos de memorias, de recuerdos. La memoria sustituye algo vivo por una imagen muerta que me impide percibirlo. Imponemos algo irreal, algo que no existe, en lugar de lo que es.

Quiero ser consciente de esa energía desconocida que está en mí. Para ello debo abandonar la idea de que conozco mi cuerpo. Tengo que ver que el recuerdo de mi cuerpo, de la sensación conocida de mi cuerpo, se impone como una respuesta en el momento de la pregunta, en el momento de la incomprensión. Y ya que esa respuesta aparece espontáneamente, permanezco pasivo y no me levanto para buscar. Tengo que ver esa tendencia mía constante a permitir que la percepción directa sea reemplazada por el recuerdo de la sensación. Necesito sentir que también mi cuerpo es un desconocido.

Experimento mi Yo esencial como el eco de una vibración distante, de la cual apenas soy consciente. Esta cómo inmerso en mi cuerpo y, por helecho de estarlo, no puede ser distinguido de él. Necesito separarme de mis pensamientos, de mis emociones ordinarias, de mis movimientos y de mis sensaciones. Sus vibraciones de inercia que me condicionan son un obstáculo para la conciencia del Yo. Pero tengo el poder de ignorarlas y no dejarme invadir por ellas, si me concentro sobre las vibraciones del Yo, ese eco de una vibración poderosa que podría transformarme.

Cuando siento una profunda inquietud e insatisfacción, como nos pasa a todos en diferentes momentos, es porque no escucho las vibraciones sutiles, más finas, de mí Presencia. No permito que me animen. No estoy disponible para ellas. Sigo todavía, y siempre, completamente movido por las vibraciones de inercia de mis funciones. Pero la inquietud y la insatisfacción no son suficientes. Necesito un sentimiento y un pensamiento más conscientes, dirigidos hacia esa corriente subyacente. Necesito llegar a comprender que detrás de mí pensamiento hay algo, que detrás de mí emoción hay algo, que detrás de mis movimientos hay algo … y, activamente, ir en la dirección de ese «algo». Tal como soy, mi energía está demasiado fragmentada, demasiado pasiva. No esta imantada en una dirección.

Tomo conciencia de que para ir mas allá de mi estado actual necesito una mayor concentración de fuerzas. Cuando comprendo esa necesidad, tengo un movimiento de concentración hacia lo que, en mí, busca ser yo. En ese movimiento voluntario, mi atención se activa y se afina; y ese movimiento de concentración pasa un umbral donde las palabras ya no son necesarias, donde mi ego esta apaciguado y mi cuerpo esta inmóvil, ¿Quién soy yo? En un estado de pregunta sin palabras me aproximo aun vacío. Acepto no poner nada allí, no saber nada, no conocer nada. Soy todo atención al silencio. Estoy enteramente presente a la pregunta ¿Quién soy yo?, como si fuera el imán que atrae toda mi fuerza de percepción. Detrás de toda nuestra vida, de toda nuestra actividad, esa pregunta debe resonar más fuerte que el movimiento hacia la vida. ¿Quién...? Quiero penetrar en el estado antes de que ese pensamiento llegue. Observo de donde viene ese pensamiento. ¿Quién...? Suavemente, muy tranquilamente, penetro en el estado. Una absoluta tranquilidad es necesaria.

¿Quién soy yo? Escucho la resonancia de la pregunta. Aprendo a escuchar la resonancia de la respuesta que percibo por la sensación de vida, de una corriente de vida. Ella me muestra que en ese momento mi esencia es tocada. Mi trabajo no es imaginario. No está solamente en la superficie. Ha penetrado más profundamente.

Pertenezco a esa vida, cuyo eco siento, y lo único que trato es de armonizarme con él, Escucho en mí mismo la resonancia de «Yo soy». Y ella debe ser más importante que cualquier otra cosa en el mundo. Es mi alma, ella misma, la que está aquí.

~ 77. EL SILENCIO

Tengo la idea preconcebida de que el silencio es un estado desprovisto de energía y de vida, un estado donde todo se detiene, la muerte de todo lo que me mueve por lo general. De hecho, el silencio es un momento de la mayor energía, un estado en el que la energía es tan intensa que todo lo demás está tranquilo.

Cada vez más experimento una atracción por ese estado de apertura cercano a la conciencia de lo que es, de lo que soy. Pero no estoy realmente abierto; toma tiempo para que el ego ceda. Hay un límite que no traspaso. Siento que para recibir lo real es necesaria una transformación, una ruptura con mí condicionamiento ordinario. Para conocer quién soy, necesito una percepción de mi mas allá de toda la actividad de mis sentidos y de mis funciones. Busco el silencio y la tranquilidad, no para lograr una seguridad, sino para tener la libertad de recibir lo desconocido; la percepción del «Yo» que es revelada en la tranquilidad debe establecerse tan firmemente como la noción del yo arraigada en el cuerpo.

Para tener el sentido de la realidad, hay que tener un sentido del espacio. Entonces hay un silencio. Pero el espacio que creamos con el pensamiento es pequeño y restringido. Nos aislamos, medimos y juzgamos, y es a partir de ese pequeño espacio que actuamos, pensamos y creemos aportar algo a los demás. Creemos que ese espacio es muy importante porque es todo lo que conoce nuestro pensar; es a lo que nuestro yo ordinario se aferra porque teme no ser nada. Pero en ese pequeño espacio el único sentimiento que aparece es la oposición entre el yo y el no yo. El pensamiento no puede aportar el vasto espacio en el cual hay silencio, un sentimiento ilimitado no puede aparecer.

No me puedo escapar de ese espacio restringido pensando. En sí mismo, el pensar no puede estar en silencio. Solo puedo conocer algo nuevo si muero a todo lo que he conocido y aprendido. Conocerse quiere decir conocer como vivo de momento en momento. Solo esto eliminará mi miedo y dará a mi mente la energía necesaria para estar en un completo silencio. En ocasiones, hay una detención entre dos pensamientos y, por un momento, siento que el espacio se expande. No tiene límite. El pensar es silencioso solo dentro de ese vasto espacio que el pensamiento no puede alcanzar. Entonces, ya no busco una respuesta y, al darle mi total atención, entro en lo desconocido. No busco, percibo. No tengo que buscar el bien; la atención es el único bien. Esa atención es el proceso de meditación.

Lo importante es la tranquilidad misma, el silencio como hecho mismo, no lo que se obtiene de él, Hay que encontrar la naturaleza del silencio, cuando el pensamiento, el sentimiento y el cuerpo están todos en silencio. ¿Qué ocurre cuando el pensamiento está verdaderamente tranquilo, y también el sentimiento? ¿Se despierta el silencio hacia sí mismo? En el acto de estar atento a la naturaleza del silencio, se despierta una inteligencia. Su aparición es importante, no lo que ella ilumina. Esa inteligencia es sagrada y no puede estar al servicio de mi ambición. EI silencio que aparece cuando me veo tomado por las ilusiones iluminador. Pero deja de serlo si lo deseo. Siento la acción de la realidad sobre mí, pero no me entrego a ella. Aprendo a dejar florecer mi pensamiento y, de esa manera, que alcance su fin. Esto es, el campo está libre. No me opongo. Un pensamiento que es una luz para sí mismo ya no busca la experiencia. Hay que pasar por el mundo del saber para entrar en lo desconocido, el vacío, lo real.

Comienzo a comprender que el silencio no llega porque busco hacer silencio. Llega una vez que la mente conoce el proceso del pensamiento y su condicionamiento por lo conocido. Para eso hay que observar cómo se observa a un niño que uno quiere sin compararlo, sin condenarlo. Uno observa para comprender. Solo cuando conozca este condicionamiento es que el silencio y la tranquilidad no serán la búsqueda de una seguridad, si no la libertad de recibir lo desconocido, la verdad. Entonces la mente se vuelve muy tranquila. Eso abre la puerta a un estado nuevo que es realidad, con inmensas posibilidades. Entonces, la mente ya no es el observador de lo desconocido; es lo desconocido mismo.

EI deseo de ser consciente es el deseo de ser. Solo puede ser comprendido en el silencio.

~ 78. LA SOLEDAD INTERIOR

Nuestro yo ordinario tiene sed de continuidad. Nuestra mente nunca esta inmóvil. No nos atrevemos a quedarnos sin pensar, sin hacer nada, frente a una soledad que nos aterra. Tenemos miedo de permanecer solos porque tememos no ser, no tener experiencias. Nuestra vida es una continuidad de lo conocido. Actuamos de lo conocido a lo conocido. No osamos abordar lo desconocido. Pero lo conocido no puede entrar en contacto con lo desconocido. Basada en lo conocido, la mente no puede comulgar con lo desconocido. Para que se revele lo desconocido, lo conocido debe cesar.

Entonces, ¿Cómo enfrentar lo real en mí mismo? Solo enfrentare lo real cuando comprenda el funcionamiento del yo ordinario, su deseo incesante de perpetuarse. ¿Qué puede experimentar ese yo? Para conocerme necesito ver los movimientos del yo con lucidez, infatigablemente. EI camino hacia ese conocimiento es arduo, pero aporta una dicha y un silencio incomparables. EI yo sube sin cesar y cae siempre, constantemente en persecución de algo, ganando o perdiendo, pero siempre frustrado. Siempre quiere «más» y sus deseos son contradictorios. Para comprenderlo, el pensamiento no debe interponerse. No debe haber juez que tome partido y que así avive los conflictos. No debe haber allí ni sujeto ni objeto de experiencia. Entonces hay una relación directa. Es esa relación directa la que hace nacer la comprensión. Allí hay un silencio que no proviene de una reacción. Aparece cuando se comprende el proceso del pensar.

Llega un momento en que experimento el sentimiento de total soledad, donde ya no sé cómo relacionarme con lo que me rodea. En todas partes, siempre, me siento solo. Hasta cuando estoy con mis amigos, con mi familia. Estoy con ellos, pero estoy solo. No conozco mi relación con ellos, lo que me relaciona con el otro. Es un sentimiento de soledad y aislamiento creado por las actividades egocéntricas de mi pensar, mi nombre, mi familia, mi posición. Hay que atravesarlos tan realmente como si franqueáramos una puerta. Y para atravesarla hay que vivir con ella, y desembocar entonces en algo mucho más grande, un estado más profundo: estar a solas conmigo mismo, la «individuación». Ya no es un estado de aislamiento porque se comprende el aislamiento, al igual que todo el proceso del pensar, de la experiencia y de lo que implican las provocaciones y las respuestas. Una vez que comprendemos el conjunto de los procesos de las influencias, en todos los niveles de nuestra conciencia, nos liberamos de ello, en el sentido de que la mente y el corazón ya no están conformados por los eventos exteriores ni por la experiencia interior. Es el estado en el que la mente esta sin provocación ni respuesta, es el estar a solas conmigo mismo. Únicamente a solas conmigo mismo puedo encontrar lo real.

Para vivir este silencio, para conocer lo que es, necesito llegar a la sensación de un vacío, el vacío de todas mis proyecciones imaginarias. Trato de salir de ese universo de ilusión que esconde mi realidad, no me dejo influenciar por él. Me concentro en «aquí, … ahora». No busco llenar el vacío, como siempre hago. Siento que soy ese vacío. Acepto que no haya nada. No busco ni refugio ni garantía. Me siento como un puesto de observación que solo ve el vacío. Busco el silencio. Ese silencio interior quiere decir abandono, sumisión. Mi yo ordinario se somete, la mente está más libre, esa actitud trasciende el pensamiento y la palabra. Es como una meditación sin actividad mental.

Necesito comprender el sentimiento de verdadera soledad, aunque no me sienta percibido, comprendido, por quienes me rodean y lo experimente como una gran tristeza. Esa soledad de lo que es ordinario, imaginario y mentiroso es algo muy grande. Significa que por primera vez sé que «yo soy». Es una soledad libre de todo lo conocido, libre de todo lo que no es ahora, el momento presente, fuera del tiempo. Esa soledad aparece como un vacío. Pero no es el vacío de la desesperanza. Es una transformación completa de la calidad del pensar. Cuando la mente está libre de toda cháchara, de todos sus miedos, sus quereres y pequeñeces, se vuelve silenciosa. Entonces viene la sensación de una completa nulidad que es la esencia misma de la humildad. Al mismo tiempo, siento realmente que entro en otro mundo, un mundo que aparece no porque falte algo, sino porque todo está, todo está aquí.



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