X UNA PRESENCIA QUE TIENE SU VIDA PROPIA - UNA ENERGÍA PURA






X
UNA PRESENCIA
QUE TIENE
SU VIDA PROPIA




Solo se puede conocer a Dios a través de la sensación.
El nombre de Dios es sensación pura, ardiente.

La relación entre los tres centros inferiores es absolutamente
necesaria. Ella permite abrirse a una energía nueva y solo se mantiene
si la relación es estable, sólida.

Comienzo a sentir bien esta Presencia, casi como otro cuerpo en mi cuerpo.

Quedarse delante de eso es justamente un sufrimiento voluntario.

Despierto para estar entero, para llegar a ser consciente
con una voluntad de ser nacida de la conciencia.

Creo una lucha entre el «sí» y el «no» para mi ser. Solo en este justo momento comienza el trabajo.

Un hombre consciente no sufre ya; en la conciencia se es feliz.

Pero el sufrimiento así preparado es indispensable para la transformación del hombre.



UNA ENERGÍA PURA


~ 106. UNA PARTÍCULA DE LA ENERGÍA MÁS ALTA

Vivimos en dos mundos. La reacción de nuestras funciones a todas nuestras impresiones representa el contacto con el mundo de abajo. La percepción de la energía fina en nosotros representa el contacto con el mundo de arriba. Estamos también habitados por dos movimientos simultáneos y opuestos: uno va hacia lo exterior; el otro, hacia lo interior. Ciertas células se multiplican para crear y mantener el cuerpo; otras, germinadoras, se contraen, se concentran, conservan la energía para creaciones ulteriores. Al manifestar en la vida, creemos que estamos creando, pero la verdadera creación se realiza a través de la absorción, EI papel de nuestra Presencia consiste en relacionar estos dos mundos.

Hay una fuerza de vida en mí que no siento, que no escucho, a la que no sirvo. Toda mi energía esta siempre llamada hacia fuera por los pensamientos y los deseos que solo buscan la satisfacción de mi avidez. Cuando veo la inutilidad de estos movimientos, siento la necesidad de una calma mucho mayor, de un estado de tranquilidad en el cual me despierto a una energía pura y libre. Es una necesidad de acceder a una densidad interior diferente, una calidad de vibraciones diferente. Esto, de hecho, es una espiritualización; el espíritu penetra la materia y la transforma. Necesito una sensación fuerte y muy profunda de la transición de una materia a la otra, de un elemento al otro. Las sensaciones se vuelen cada vez más sutiles a medida que la atención se purifica y se concentra; ella inunda y penetra el cuerpo para infiltrar todo lo que me rodea. No hay otro camino. Para eso, tengo que aprender a utilizar la soledad en la cual un recogimiento y una interiorización son posibles.

Para conocer esa sensación sutil, asumo la postura correcta y encuentro la actitud más justa; el cuerpo y la mente se hacen uno. Estoy lucido en todo instante, completamente atento. Un movimiento de profundo abandono, un soltar, se produce. Es la puerta abierta hacia la libertad. Aprendo lo que es la tranquilidad y veo que solo la lograre a través de la sensación. Me doy cuenta de que mi sensación se hace más fina a medida que las tensiones son reabsorbidas; ella sólo se hace sutil y penetrante allí donde no hay tensión alguna. Detrás de las formas mentales hay una capa en mí mismo a la que mi consciente habitual nunca llega. La siento como el vació, lo desconocido que esta vació de mi ego, algo que no conozco, mi esencia. Las vibraciones tan finas contenidas en lo que percibo como vació sobrepasan lo que conozco de mi densidad habitual, superan mi forma habitual de ser. En ese estado, mi pensamiento y sentimiento incluyen la forma. Mi pensamiento más inmóvil, sin palabras, es capaz de contener las palabras y las imágenes. Mi sentimiento, el sentimiento de mi esencia y no de mi forma, puede contener esa forma. El conocimiento de la verdad aparece ante mí por inclusión. Para ser penetrante, mi pensamiento permanece libre, sin reaccionar ni escoger, sin nada sobre lo cual apoyarse, pero sin miedo. Ante la necesidad de una visión, mi ego deja de proyectar su propia energía, su forma, deseando a toda costa que su identidad sea reconocida. Cede el lugar al sentimiento de la esencia, la voluntad de ser, al querer ser lo que soy, que no depende ni de la forma ni del tiempo. Tengo la impresión de una expansión que se hace mas allá de los límites de mi cuerpo. No pierdo la sensación de mi cuerpo y hasta tengo la impresión de contenerlo. Hay una sensación de una energía muy especial. Me parece que es allí donde está la vida. Mi pensamiento esta inmóvil para abarcar el todo. Puedo experimentar esto en la medida en que esa visión sea la necesidad de todo mi ser. Si me entrego a esto, esa energía podría ser el comienzo de un nuevo orden en mí.

Soy una partícula de la energía más alta. Me doy cuenta de ello a través de la sensación. Sólo se puede conocer a Dios a través de la sensación. El nombre de Dios es sensación pura, ardiente. El cuerpo es el instrumento de esta experiencia.

~ 107. ESTA PRESENCIA TIENE UNA VIDA PROPIA

Nuestros diferentes centros de energía reciben las impresiones y responden con el material que está registrado en ellos. Cada uno responde desde su punto de vista, con lo que sabe. La energía de esos centros tiene una cierta calidad y esa calidad no puede conocer sino lo que le corresponde. Pero hay en nosotros una realidad, una fuerza de una calidad muy superior a la de los centros de energía. Ella no puede ser percibida por cada uno de los centros por separado. Ellos son demasiado pasivos. Para estar abiertos y permeables a esa otra calidad, tienen que unirse, para volverse más activos e intensificar sus vibraciones. El trabajo consiste en aumentar la intensidad de los centros inferiores para permitir un contacto con los centros superiores.

Una vez que he alcanzado una tranquilidad, una libertad de toda tensión, descubro la realidad de una energía vibrante que antes no podía percibir. Es un movimiento de energía que viene de otro nivel, de un centro superior al cual de ordinario estoy cerrado. Para que ese centro superior pueda entrar en acción, hace falta que los otros centros se tranquilicen en un movimiento de abandono. Es muy difícil estar abierto a una energía superior. Sin embargo, la energía esta allí, pero el estado, el nivel de energía de mi pensamiento y de mí cuerpo no me permiten recibir la acción de esa energía. Es como si ella no estuviera allí. El cuerpo no es suficientemente tocado. Es el yo el que se queda con su fuerza. No permite que se produzca esa relación. El material de mí pensamiento conserva su autoridad e impide que se detenga el movimiento automático. Es necesario un sufrimiento. A través del sufrimiento, la atención se vuelve voluntaria. El grado elevado de voluntad de la atención produce, entonces, una apertura del cuerpo a la energía más fina. Todo depende de esa apertura, y desde que se hace ese movimiento de apertura, una fuerza proveniente de lo más alto, de otra parte, del cerebro, puede actuar. De manera que el estado es transformado.

Esa relación entre los tres centros inferiores es absolutamente necesaria. Ella permite abrirse a una energía nueva y solo se mantiene si la relación es estable, sólida, Esa energía necesita volverse una Presencia. Tengo que sentir que ella es viviente, que tiene su densidad propia, su ritmo propio, y que tiene una vida propia que yo necesito preservar. Esa sensación no puede ser demasiado tensa porque perdería su sentido. Tampoco puede ser demasiado tenue, porque, tal como soy actualmente, soy incapaz de sintonizarme con ella. La energía debe llenar el cuerpo y yo debo tener la impresión de que es a partir de ella que me muevo. Todo le está subordinado. Tengo que cederle el puesto.

Al abrirme, al obedecer a esa energía nueva, experimento un orden interior en el cual esa Presencia puede ver todas las partes y puede actuar a través de ellas si mi atención permanece activa en todas partes con la misma intensidad. Ese orden interior exige una atención tan total como sea posible. Esa nueva corriente de energía que aparece en nosotros y a la cual todo lo demás debe obedecer necesita adquirir fuerza y volverse permanente. El vínculo entre mi Presencia interior y mi cuerpo es el vínculo entre mi Presencia y la vida.

~ 108. DESDE UNA PARTE MÁS ALTA DE LA MENTE

Hay una energía que proviene de una parte más alta de la mente, pero nosotros no estamos abiertos a ella. Es una fuerza consciente que debe aparecer, entrar en el cuerpo, actuar sobre nosotros. Hoy en día ella no puede ni entrar ni actuar, porque no hay relación entre la mente y el cuerpo. Cuando estoy sometido al automatismo, las vibraciones son demasiado diferentes. La atención, que forma parte de esa fuerza, necesita ser desarrollada.

Estoy sentado aquí ahora. ¿Desde dónde puedo tratar de tener una relación con mi cuerpo? ¿Desde dónde puedo ver mí manera de ser? Esa sería una parte de mi mente a la cual yo no estoy abierto. Para tener una relación con mí cuerpo, tengo qué abrirme a mi mente y tranquilizar mí pensamiento ordinario. Ella no debe dispersarse ni seguir su curso habitual. Entonces, lo mental se inmoviliza; es como estar detenido entre dos pensamientos. Eso lo vuelve más sensible, más perceptivo, más viviente que aquello que está bajo su mirada. Mi atención se vuelve más activa y libera mi pensar; comienzo a ver. Esa visión es un contacto directo con la energía de otro nivel que está en mí. Una inteligencia nueva aparece y una relación con el cuerpo se vuelve posible.

Esa fuerza que viene de una parte superior del cerebro necesita entrar en el cuerpo y encontrar un lugar que este libre para actuar sobre los otros centros. Para que una vibración pueda producirse, hay que cederle el lugar, un espacio libre. La menor tensión lo hace imposible. Para recibir esa vida que está en mí, necesito tener un estado sin tensión alguna en ninguna parte. Me vuelvo inmóvil. Y cuando una verdadera inmovilidad es posible, toda huella de limitación desaparece. Estoy abierto, liviano, como transparente. Soy libre de todo límite. Estoy abierto a una energía que necesita llenar el cuerpo. Una fuerza necesita asumir la autoridad y la otra aceptar. Cuando me aproximo al estado de unidad, mi Presencia parece más viviente, más intensa en sus vibraciones que el cuerpo.

Incluso si aparece una relación entre la mente y el cuerpo, eso es insuficiente. No dura. Por un instante, la relación esta allí... y al momento siguiente ya no está juntos, Necesito de algo más. Debe desarrollarse una fuerza, una atención consciente que pueda durar. Eso depende de mí. 0 bien voy a abandonar el esfuerzo o bien puedo ser más atento si quiero. Entonces, soy responsable. Mi responsabilidad es justamente el acto de ver.

~ 109. LLEGAR A SER UN RECEPTÁCULO

Mi atención no es libre. No tiene una dirección consciente. Estoy frente a esto y porque lo siento, siento la necesidad de abrirme, y porque la veo, mi cuerpo se abre. Mi pensamiento permanece abierto a ella. Es un movimiento de acercamiento. Mi atención se intensifica. Dejó que el movimiento gane fuerza. Súbitamente siento que una energía nueva ha aparecido en mí; proviene de mucho más arriba y me atraviesa. Siento que soy el instrumento a través del cual ella puede actuar. Sin embargo, yo no la dejo actuar. Estoy demasiado tenso y quiero actuar por mí mismo. Quiero superar la prisión de mí yo ordinario; saberme animado por la fuerza de vida en mí que es única. Para que ella pueda actuar, todas mis partes, todos mis centros de energía, tendrían que tener una sola meta: la de cooperar para alcanzar la unidad con esa corriente que viene de los centros superiores. Toda la energía en mi esta como contenida en un circuito cerrado. No cerrado por un esfuerzo impuesto, sino cerrado en un todo por esa relación de las diversas partes de mí mismo. Necesito llegar a ser un receptáculo, después de conocer los canales a través o de los cuales pasa esa vida en mí.

Para que las fuerzas de arriba puedan ser absorbidas e influenciar una sustancia más espesa, más densa, se requiere de un circuito nuevo, de otro voltaje, capaz de electrificar la totalidad. Esto exige una corriente de sentimiento más pura en la cual no entre la materia de mis emociones subjetivas habituales; un estado de atención intensa que solo aparece cuando sinceramente veo que no sé nada. El hecho de reconocer que no veo nada, y de aparecer para ver, hace más lento mí automatismo y por un segundo veo lo que él me esconde y lo veo a él mismo. Veo el círculo subjetivo en el cual mis pensamientos y mis emociones dan vueltas, y veo más allá. Me siento el centro de un doble movimiento. Un movimiento de unificación que es como una vía de acceso a una fuerza más pura; y un movimiento de soltar en el cual esa fuerza puede ser absorbida. Esos dos movimientos se completan el uno al otro. Es la fluidez de la vida. En un momento de tranquilidad y de recogimiento todavía mayor, la vida hace que yo sienta su acción en mí. Percibo, a través de mí sensación, vibraciones de otra calidad. Penetro en el mundo de las sustancias finas. Eso crea una especie de campo magnético que refleja la energía de donde proviene una conciencia más alta. Es, sobre todo, un aporte de energía de un orden emocional diferente.

Para reconocer la verdad de esa Presencia inmaterial que está en mí, necesito estar disponible para ella de una manera completa, total. Siento que esa es hoy día mi utilidad, mi razón de ser. Para eso busco comprender mejor el estado en el cual yo pueda estar completamente pasivo y, sin embargo, muy despierto. Tengo que encontrar un equilibrio entre esa intensidad de presencia y esa relajación cada vez mayor, como si sintiera vivir en mí otro cuerpo. Para estar despierto a él, para tomar conciencia de él, necesito una postura recta, una actitud justa; mantenido y afincado en mí centro de gravedad interior que me sostenga y me mantenga en equilibrio. Hay que abrirse a ese centro de gravedad, al centro vital, el lugar dónde se hace el contacto con la fuerza de vida; sentir allí el centro de nuestras fuerzas, la fuente de donde ellas surgen y a donde ellas regresan de manera completamente natural. Cuando permito que la energía descienda y se acumule En el abdomen, conservo la sensación libre de mi Presencia. Mientras que cuando dejo que se acumule en el plexo o en la cabeza atento contra su libre y plena expansión. Mi centro de gravedad es el punto central entre un movimiento descendente y un movimiento ascendente. No es ni el corazón ni la cabeza, pero les da tal libertad que permite una fusión con los centros superiores.

Una postura justa exige también una respiración justa, y un tono muscular justo en el cual la energía pueda circular sin obstáculos por los canales que le son propios. Cuando hay un equilibrio entre la tensión y el movimiento de soltar, tengo la impresión de que la fuerza circula por canales que no conozco. Pero siento que el movimiento de recogimiento es dirigido por una especie de respiración que es como la conjunción de esos movimientos de energía que vienen a fundirse y disolverse en el cuerpo.


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Continúa: Cómo un segundo cuerpo






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