UNA ACTITUD DE VIGILANCIA







UNA ACTITUD DE VIGILANCIA



~ 133. LA MEDITACIÓN NO ES LA CONTEMPLACIÓN


Desde hace miles de años el cerebro humano ha sido condicionado a actuar del centro a la periferia y de la periferia al centro por un movimiento de energía de ida y vuelta. Ese movimiento ¿Puede detenerse? Si se detiene, aparece una energía. Ella es ilimitada, sin causa, sin comienzo ni fin. Para ella es necesario ante todo limpiar la casa, una tarea que exige una atención completa. El cuerpo debe volverse muy sensible y el cerebro completamente vacío, sin deseo. La comprensión no viene por un esfuerzo de adquirir o de llegar a ser, sino solo cuando la mente esta inmóvil.

Nuestra naturaleza verdadera, lo desconocido que no puede ser nombrado porque no tiene forma, puede ser percibido en el paro entre dos pensamientos o dos percepciones. Esos momentos de paro, de «stop», constituyen una apertura al instante, a una Presencia sin fin, eterna. Habitualmente, no podemos creer en ella porque pensamos que lo que no tiene forma no es real. Entonces, dejamos pasar la posibilidad de una experiencia del Ser.

Es el miedo de no ser nada lo que nos empuja a colmar el vacío, a desear adquirir o a llegar a ser. Y es ese miedo, consciente o no, el que provoca la destrucción de nuestra posibilidad de ser. No podemos hacer desaparecer ese miedo por un acto de voluntad o por nuestros esfuerzos para liberarnos de él. O poner un deseo a otros deseos no hace más que engendrar una resistencia, y la comprensión no puede venir de una resistencia. Sólo podemos ser liberados de ese miedo en la vigilancia, al tomar conciencia de él. Con lucidez, debemos ver el conflicto de los deseos contradictorios en el cual vivimos. No se trata de concentrarse en un solo deseo, sino de liberarse del conflicto engendrado por la avidez. Con la disolución del conflicto llega la tranquilidad. La realidad se revela.

La meditación es la forma más alta de la inteligencia, una intensa vigilancia que libera la mente de sus reacciones y que, por ese hecho y sin ninguna intervención voluntaria, produce un estado de quietud. Se necesita una energía extraordinaria, que solo puede aparecer cuando no hay ningún conflicto en nosotros, cuando el ideal, las creencias, la esperanza y el miedo han desaparecido por completo. Entonces, no aparece una contemplación, sino un estado de atención en el que ya no hay nadie ni para participar ni para identificarse con la experiencia. Ya no hay, pues, experiencia. Comprender ese hecho es importante en el más alto grado para aquel que quiere saber lo que es la verdad, lo que es Dios, lo que esta más allá de las construcciones de la mente humana.

En ese estado de vigilancia, no hago nada, estoy presente. La mente está en un estado de atención en el que hay una lucidez, una observación sin opción de todo lo que pienso, de todo lo que experimento, de todo lo que hago. La mente puede concentrarse sin fronteras. Ese estado crea una quietud y cuando la mente está perfectamente en calma, sin ilusión alguna, «algo» que no es construido por la mente, lo inexpresable con palabras, empieza a existir.

~ 134. ABRIRSE SIN MIEDO

La mente es mi instrumento de conocimiento, pero no conocerá la verdad, lo esencial, por un proceso cualquiera, por una disciplina, por un cambio o por añadir o quitar algo. Todo lo que ese instrumento puede hacer es estar tranquilo, sin siquiera la intención de recibir la verdad. Esto es extremadamente difícil, porque creo siempre que puedo tener la experiencia de lo real haciendo ciertas cosas. Mientras que lo único que importa es que mi mente este libre, sin límites, sin barreras, sin condicionamiento; en un estado de vigilancia extrema, sin exigir, sin esperar, viviendo el instante mismo. Esa vigilancia es su actividad propia, su poder. Nosotros la llamamos atención. Debería decir que yo me vuelvo pura atención, Entonces, la verdad podrá serme revelada.

¿Cómo comprendemos la enseñanza de Gurdjieff?

Nuestra existencia depende de un cierto estado de ser en el que vivimos. En ese estado de nuestro ser toda nuestra vida está condicionada, es dirigida por ciertas influencias. Toma una cierta forma en la que somos prisioneros; una forma de pensar, de sentir y de actuar que la mantienen sometida a esas influencias. Lo que sucede en mi está determinado. Si uno se da cuenta de la limitación de su estado, siente la necesidad de un cambio. Uno se enfrenta a la pregunta que constituye el primer trabajo, la primera búsqueda interior verdadera: ¿es posible un cambio? Esa primera visión de lo verdadero y de lo falso es testimonio de un cambio de la conciencia.

La posibilidad de un esfuerzo consciente aparece con la observación de sí. Ella llama a una nueva actitud hacia mí mismo y requiere una relación entre mis diferentes centros; es una forma interior nueva. Uno no puede observarse sin recordarse de sí mismo. En un estado puedo observar, en otro no puedo. Si tengo la sinceridad de aceptar no saber, puedo observarme, pero lo que me lo impide es la mentira de decir «yo». Si me miro con una idea de mí mismo, pongo la confianza en mis funciones, que crean una especie de centro que llamo «yo», alrededor del cual giran mis pensamientos y mis emociones. Esto me impide ampliar la conciencia de la totalidad de mi ser.

Lo que puede cambiar en mi es la conciencia de mí mismo, y la observación de sí sólo da resultado cuando está ligada a la meta de la conciencia de sí. Necesito verme vivir. Esto exige una cierta libertad en la que otros elementos desconocidos de mi ser son experimentados como más reales. Se trata de la búsqueda de un nuevo orden, un nuevo estado de Ser, en el cual el cuerpo y sus atributos, mis funciones, están sometidos a una fuerza superior que los anima. Hay entonces la lucha del «sí» y del «no» y la aparición de la voluntad. Esto podrá producir un segundo cuerpo, es decir, un cuerpo interior que dará una nueva forma a mi vida.

A veces mi trabajo marcha mejor, a veces menos bien. No comprendemos lo que sucede en nosotros. Queremos que suceda algo y creemos que eso se deberá a nuestros esfuerzos. Creemos que tenemos que forzar un pasaje hacia el ser. Pero es todo lo contrario. El ser trabaja siempre en nosotros, tratando de romper la dura coraza del yo y de entrar en la luz de la conciencia. Así mismo, la fuerza de impulso primordial de la voluntad humana esta animada por la tendencia del ser hacia la luz. De suerte que nuestros esfuerzos no producen la experiencia del ser, sino solamente preparan el camino para tenerla. La experiencia no se me debe, no es el producto de un hacer, sino una revelación de lo que es. Si repetimos incesantemente nuestros esfuerzos, y es necesario que sean repetidos, es para aprender a dejar que emerja la realidad del Ser. Queremos intentar abrirnos sin miedo, no abrirnos una o dos veces, sino de una manera constante, hasta tomar conciencia de ese poder del ego que nos separa de la vida. Emprendemos esa aventura de abrirnos para conocer todos los signos por los cuales el Ser se hace sentir. Aprendemos a mirarnos no como la medida de todas las cosas ni como el amo de nuestra vida. Lo aprendemos al sentimos participar de un gran Todo.

~ 135. ESTAR VIGILANTES ES NUESTRA VERDADERA META

No podemos cambiar nuestra estructura física, orgánica. Estamos condicionados en nuestros movimientos y en nuestras actitudes. Nuestras emociones, nuestro pensamiento, también están condicionados. Uno se encuentra prisionero en un círculo estrecho por ese condicionamiento. Lo único que puede cambiar esa falta total de libertad es el acto de ver, la posibilidad de conciencia.

Yo puedo verme con los ojos y puedo verme con una mirada interior. La posibilidad de una toma de conciencia, de un conocimiento de lo que soy, depende de esa mirada interior que aprendo a descubrir en mí. Ella pertenece a una forma nueva, a un cuerpo interior que necesita entrar en relación con mi cuerpo físico. Solo cuando esa mirada está presente, cuando mi automatismo está bajo su luz, podrá establecerse una relación. Y es solo en esa relación, que se hace y se deshace, donde me doy cuenta de lo que soy. No hay sumisión ciega. Hay como una entrega consciente sin perderse y un retiro sin rechazo, sin endurecimiento. Esto exige una atención tan total como sea posible, lo que requiere una tranquilidad muy grande. Uno no puede estar sin relación, uno obedece siempre a una relación, Uno está relacionado con algo más alto o bien uno esta tomado. Es una lucha de fuerzas.

Quiero conocerme como un todo. Entonces, trato de mirar en mí mismo y de estar vigilante. Estar vigilantes es nuestra verdadera meta. Si uno trabaja solo o con otros, sin estar vigilante interiormente, no sirve para nada: uno será tomado por una cosa o por otra. Debo estar vigilante, y se trata de un esfuerzo intenso porque todo depende de ello. Al mismo tiempo quiero ir hacia la vida y, al hacerlo, me pierdo. Si, yo quiero perderme. Sin embargo, no sé lo que esto quiere decir. Siempre pienso que es esa identificación diabólica, esa horrible vida, la que me toma. Pero eso no es verdad. Soy yo quien voy hacia ella. Allí hay algo que me gusta. Sin embargo, no sé por qué. Y debo ver qué hay una cuestión esencial: después de todo, se trata de mí, de nada más. Necesito de esa vigilancia, de esa manera de estar allí todo el tiempo. Me volveré un ser diferente cuando sea verdaderamente capaz de mantenerme en esa actitud.

¿Cómo vivir esa apertura a la única realidad y al mismo tiempo estar ante la vida y vivirla? Lo esencial, sin lo cual no habrá despertar, es ese movimiento de apertura al hecho de ser, de existir. De inmediato, encuentro mi obstáculo: mi cabeza está ocupada todo el tiempo. No basta notarlo de una vez y para siempre. Me es preciso vivirlo como mi verdad hasta que pueda contener en mi atención todos mis pensamientos, mis emociones, mis actos, sin intentar excluir ni condenar nada. Para ello necesito un cierto espacio interior y una atención libre. Es solo en la libertad de mí atención donde puede aparecer una mirada verdadera.

Una visión continua de lo que sucede en nosotros es el comienzo de una cristalización, la formación de algo indivisible, individual. Mientras más clara sea la visión, más viva será la recepción de la impresión, y mayor la transformación de nuestro pensamiento y de nuestro sentimiento. Cuando ellos están relacionados el pensamiento es lúcido y el sentimiento es claro y sutil. Entonces, podemos abrimos a estar enteramente bajo la acción de una fuerza superior. Es necesario sentir un remordimiento de conciencia, un sentimiento que ilumine, la visión de lo que falta. Solo con ese sentimiento de remordimiento empezamos a ver claro.

La lucidez, la observación que puede tener lugar a través de un espacio interior, disuelve todas las formas de condicionamiento. Ser lúcido es estar consciente de la manera en que uno camina, se sienta, utiliza las manos, escucha las palabras que emplea. Es observar todos sus pensamientos, todas sus emociones, todas sus reacciones, en un estado de atención que es claro y completo, que no tiene límites. La lucidez es tomar conciencia totalmente de sí mismo.

~ 136. UNA MIRADA DE LO ALTO

Una actitud de vigilancia, de cuestionamiento, nos lleva en la dirección de una vida más objetiva. Es difícil aceptar la idea de tener una vida objetiva y, al mismo tiempo, una vida personal; es decir, ser subjetivo, dejarse ir hacia su vida personal. Es todavía incluso más difícil aceptar que, en algún sentido, sea con ella que debemos pagar. Por supuesto, soy forzosamente personal, subjetivo, con mi cuerpo, con lo que me gusta o no me gusta, con mis emociones personales. Mi vida subjetiva estará siempre allí. Pero debo conocerla, debo experimentarla. Mi vida subjetiva es lo que soy; soy yo. Al mismo tiempo, hay algo en mí que me permite ser objetivo frente a ella. Si quiero abrirme a otra influencia, mi vida subjetiva debe ser puesta en su sitio, dándole justo lo que es objetivamente necesario. No puedo tener una fuerza nueva sobre toda mi debilidad. jamás poder llegar a la tranquilidad sin sacrificar mi agitación y mis tensiones. No puedo conocer una atención libre sin sacrificar lo que la esclaviza. Debo pagar por todo. Por un estado nuevo, debo sacrificarlo todo. Uno nunca puede recibir más de aquello a lo que renuncia. Lo que se recibe es proporcional a o que se sacrifica.

Para una vida más objetiva, es necesario un pensamiento objetivo, esto es, una mirada de Lo Alto, una mirada libre, aquella que ve. Sin esa mirada puesta sobre mí, y que me ve, mi vida es una vida de ciego, que va donde el impulso la lleva sin saber bien como ni por qué. Sin esa mirada puesta sobre mí, no puedo saber que existo.

Tengo el poder de elevarme por encima de mí mismo y verme libremente …, ser visto. Tengo el poder de que mi pensamiento no esté esclavizado. Para ello, es necesario que él se desprenda de todas las asociaciones que lo retienen cautivo, pasivo. Es preciso que corte los hilos que lo atan a todas esas imágenes, a todas esas formas; es necesario que se libere de la atracción constante de la emoción. Es preciso que sienta el poder que tiene de resistir a esa atracción, de verla mientras se eleva progresivamente sobre ella. En ese movimiento, él se vuelve activo. Se activa purificándose, y así adquiere una meta, una meta única: pensar «Yo», comprobar «quien soy», entrar en ese misterio. Esa mirada me sitúa y a la vez me libera. Y en mis mejores momentos de recogimiento, accedo a un estado donde me es dado conocer, sentir el beneficio de esa mirada que desciende sobre mí, que me abarca. Me siento bajo su irradiación.

Siempre, el primer paso es el reconocimiento de lo que falta; siento la necesidad de un pensamiento activo. La necesidad de un pensamiento libre vuelto hacia mí, para tomar realmente conciencia de mí existencia. Esta es mi lucha: una lucha contra la pasividad de mi pensamiento, una lucha para salir de la ilusión del «yo». Sin esta lucha nada más consciente podrá nacer. Sin este esfuerzo, mi pensamiento volverá a caer en un sueño poblado de saber impreciso, de movimientos de todo tipo, de palabras, de imágenes, de sueños: el pensamiento de un hombre sin inteligencia. Es terrible darse cuenta de golpe de que uno ha vivido sin un pensamiento propio, independiente, sin nada que vea lo que es real. 0 sea, sin relación con el mundo más alto. Comprendo que es en mi esencia que reencuentro al que ve.

Ese pensar libre e imparcial, que ve y que conoce, pertenece a lo que Gurdjieff llamaba «el Individuo», La naturaleza nos ha dado el sentimiento y la sensación. Pero el pensar está formado por la conciencia voluntaria. Es la sede de la voluntad. Mediante la separación del cuerpo, que el pensar ve como un saco vacío, viene la libertad, el desapego. Y a través del desapego, uno se reencuentra con la sensación de eternidad.


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Continúa: Una nueva manera de ser







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