VI PARA ESTAR CENTRADO - UN SENTIDO DEL TODO de La Realidad del Ser de Gurdjieff por Jeanne Salzman




VI
PARA ESTAR CENTRADO



Nos hace falta encontrar el camino hacia una posible unidad.

Nuestra meta es estar centrados al mismo tiempo en el sentido de una concentración de nuestras energías, y en el sentido de encontrar el centro de nuestro ser.

Mi meta es llegar a ser una unidad. Para eso tengo que estar centrado.
Para que mi ser emerja del silencio, hace falta una sensación que sea realmente igual en todas partes; una unidad de vibraciones, hasta que un estado sin olas pueda aparecer.

EI centro de gravedad es la sede de la unidad.

Participo en la vida a través de la respiración.

La respiración que puedo percibir no es el soplo vital.

La corriente que trae el aire adentro y que lo lleva afuera
es el soplo vital.




UN SENTIDO DEL TODO




~ 61. LA META DE MI ESFUERZO

Estamos divididos entre un movimiento de interiorización, de regreso a nosotros mismos, a nuestra naturaleza esencial, y un movimiento hacia el exterior. Estamos ocupados, a veces con uno, a veces con el otro, y no logramos vivir los dos simultáneamente. Esto se vuelve una suerte de oposición y nos pasamos toda nuestra vida buscando una forma de vivir en la que esa tensión pueda ser resuelta. Necesitamos sentir esa contradicción, darle toda su importancia. Nos hace falta una nueva manera de abordar este problema que no ponga en peligro la totalidad de nuestro ser. Nos hace falta encontrar el camino hacia una posible unidad. Una unidad que englobe todos los centros y funciones de nuestro ser en un movimiento al servicio de la fuerza de vida única, un movimiento de interiorización para que esta fuerza pueda actuar a través de ellos en un movimiento hacia el exterior. Esto quiere decir que de esos dos aspectos algo es asumido, algo es reconocido. Ellos son indispensables el uno para el otro. Esta fuerza de vida no puede actuar sin mí; y por mi parte debo renunciar a toda pretensión de ser algo independiente, por mí mismo, sin esa vida.

Siempre estamos centrados por una fuerza que nos impulsa a una realización. Pero esa fuerza y esa realización tienen un sentido diferente dependiendo del yo del que se trate. Para encarar la vida, es la fuerza del yo la que me impulsa, y siento mi vida como una red de relaciones vistas desde un centro. Yo siento ese centro: soy yo. Llamo yo a ese centro, y es desde allí desde donde pienso y siento. Todo el espacio esta tomado por mi noción habitual de yo que regresa incluso en mis mejores momentos de trabajo. Es siempre una sola parte de mí mismo la que reclama; a veces mi cabeza, a veces mi emoción, hasta puede ser mi cuerpo, pero nunca juntos para actuar. No hay un sentido del todo.

Estar centrado significa renunciar. Cada parte del todo debe renunciar a la pretensión de querer, ver y dirigir el todo; es decir, renunciar a una pretensión de ser el todo. Como si me sometiera a un orden más grande que yo, un orden de una escala cósmica, Y para permitir que ese movimiento se haga en mi es necesario que todas mis partes acepten servirle, acepten permanecer voluntariamente pasivas delante de él. Mi plexo y mi cabeza se relajan profundamente. La energía no se fija, permanece en movimiento. Siento su movimiento de descenso hacia su fuente, como si ella necesitara recentrarse antes de volver a subir a alimentar los otros centros. Es un movimiento constante de circulación, de equilibrio, de relación. Para esto necesito de mis funciones, pero no de cualquier funcionamiento que produzca un obstáculo. Necesito de mi pensar, pero no de pensamientos, palabras e imágenes que retienen la energía pura del pensamiento y lo vuelven pasivo. Necesito de mi sentimiento, pero no de un sentimiento sometido por una imagen a la cual esta pasivamente apegado. Necesito de un cuerpo sin ninguna tensión, inmóvil, pasivo, que no retenga la energía en ningún lugar. Veo que necesito de la ayuda de mis funciones; sin esto, esas funciones llegaran a ser un obstáculo infranqueable. No me puedo abrir a la Presencia sin ellas. En mi estado habitual, esa energía en movimiento que llamamos atención no es voluntaria. Tiene una calidad muy baja, sin poder, y fluye pasivamente hacia el exterior. Mi atención tiene la posibilidad de transformarse, de adquirir una calidad más pura al mantenerse en una dirección que reconozco como necesaria. El movimiento de mi energía cambia. En lugar de ir hacia fuera, por la fuerza de mi atención activamente vuelta hacia adentro, la energía se concentra hasta formar el centro de gravedad de mi Presencia. Todo mi trabajo, todo mi es fuerzo, consististe en mantener esa dirección: mantener un cuerpo tan relajado, tan suelto, que la energía no pueda salir; mantener un pensamiento vigilante, vuelto hacia mí, que controle con su presencia la inmovilidad de mi cuerpo; mantener el sentimiento de lo que quiere ser reconocido, de lo que esta aquí. Es un esfuerzo de atención que viene de todas las partes de mí mismo para purificarse y así concentrarse sobre mí. Descubro un trabajo de mis funciones que es diferente de su trabajo pasivo habitual; un trabajo donde ellas son llamadas a obedecer al movimiento de mi atención.

Toda mí lucha, la meta de mí esfuerzo, es alcanzar una cierta unidad. Para conocer un estado más consciente, trato de equilibrar mis centros; los vínculos entre las diferentes partes de mi Presencia son mantenidos por la atención que se despierta. Mis partes deben aprender a trabajar juntas en la misma dirección, a ocuparse de la misma meta, la de recibir la misma impresión. Veo que esta visión, mi comprensión de las cosas, mi inteligencia, depende de ese estado de Presencia. Cuando estoy totalmente atento a esa Presencia, siento la vida en ella, una vida misteriosa que me relaciona con todo lo viviente del mundo. Mi visión de mí mismo está relacionada con el todo.

~ 62. EL PRIMER SENTIMIENTO DE UNIDAD
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Gurdjieff enseñó que en el cuerpo físico hay sustancias más finas que se interpenetran y que bajo ciertas condiciones pueden producir un segundo y hasta un tercer cuerpo independientes. EI cuerpo físico trabaja con estas sustancias, pero ellas no le pertenecen y no se cristalizan en él. Sus funciones son análogas a las de los cuerpos superiores, pero son significativamente diferentes. En el nivel de los centros ordinarios las funciones emocionales e intelectuales están diferenciadas, pero en los centros superiores no están separadas. Tal como somos, las funciones del cuerpo físico gobiernan a las demás; todo es gobernado por el cuerpo, y él, a su vez, por las influencias exteriores. Los sentimientos son las funciones que ocupan el lugar del segundo cuerpo. Ellas dependen de choques e influencias accidentales. El pensar corresponde a las funciones del tercer cuerpo. Cuando hay otros cuerpos, el control emana del cuerpo superior. Hay un solo Yo, indivisible y permanente. Hay una individualidad que domina el cuerpo físico y se impone sobre sus resistencias y repugnancias. En lugar de un pensar mecánico, está la conciencia. Existen la voluntad y el poder que nacen de esa conciencia.

Estoy abierto a las influencias que me rodean y vulnerable a la fuerza de atracción del plano ordinario, porque no estoy centrado en mí mismo. Al ser yo pasivo, mis centros están a merced de cualquier choque que los haga vibrar. Pero cuando se forme un eje, un centro de gravedad que atraiga mis funciones, los choques vendrán de otro plano. Mientras mis fuerzas permanezcan fijas conscientemente en ese centro de gravedad soy invulnerable a la atracción del plano ordinario. Los choques de afuera no me afectan porque su vibración está por debajo de las de mi concentración y no puede tener un efecto disruptor. Por el contrario, el choque vivificante, que comunica una vibración más rápida a mis centros, tiene un efecto de cohesión, de unificación.

Cuando estoy tranquilo, siento muy bien que soy un todo. Por lo común, lo que se expresa a través de «yo soy» cambia constantemente. Entonces soy consciente, tras todos los movimientos, de una identidad que se mantiene firme, de un movimiento alrededor de un eje que mantiene un cierto equilibrio. Es como si, tras todas esas vibraciones que se propagan, yo intuyera que hay una vibración completamente diferente en su intensidad. Me cuesta sintonizarme con ella y sintonizar las vibraciones demasiado lentas e incoherentes que me ponen en movimiento. Escucho esas vibraciones de una cierta manera y cuanto más las escucho más sensible a ellas me vuelvo, más aparece la resonancia de un sonido de base, como en un trasfondo. Y como estoy sensible, él se vuelve irresistible. Mis movimientos, mis otras vibraciones experimentan un cambio, como si todas las notas discordantes buscarán armonizarse y el movimiento se acelerará por sí mismo. Aquí nada podrá tener lugar inconscientemente. Sólo puedo aceptar y desear conscientemente ser el vínculo de esa metamorfosis. Es a esto a lo que yo sirvo. Es este el sentido de mí vida. Esta comprensión aporta una tranquilización de todas mis tensiones para corresponder a esa vibración esencial. Necesito comprender lo que quiero, con una sinceridad despierta para que esa fusión tal vez pueda realizarse. Algo debe ceder su lugar.

La apertura a la Presencia exige una atención voluntaria y sostenida por todo mi ser. Tengo que encontrar en mí un deseo y un poder de atención, una voluntad, que sobrepase mis capacidades habituales. Es un «super esfuerzo», un esfuerzo consciente. Tengo que mantener la conciencia de ser una unidad independiente mientras ocurre la manifestación, mantenerme relacionado adentro y al mismo tiempo relacionarme con lo exterior. EI esfuerzo consiste en darme cuenta del vínculo entre las funciones y las partes superiores de los centros, y esto me da el primer sentimiento de unidad, de ser un todo. Esto me exige una atención voluntaria, concentrada en el punto de división de las fuerzas y mantenida allí. Ella depende de mi sentimiento de mí, mi sentimiento de Presencia de «yo». Necesito conocerme como un todo y expresarme como un todo, ser un todo. Pero esa necesidad de ser un todo sólo puede venir si tengo la suficiente comprensión de que vivo parcialmente, de que estoy preso todo el tiempo en una u otra parte de mí mismo. Entonces, cuando todas las funciones ordinarias participan del recuerdo de mí, hay, al mismo tiempo, una apertura hacia los centros superiores. La apertura se produce a través de una atención que se va haciendo cada vez más fina.

~ 63. CENTRARNOS GRACIAS A LA CONCIENCIA

Ningún movimiento consciente se puede hacer a menos que yo este centrado en una forma interior que corresponda a mi doble naturaleza humana. Mientras mis centros no estén relacionados y sean permeables a una energía esencial que trascienda su comprensión, no tenemos esa relación, no tenemos esa permeabilidad; de modo que nuestros actos nunca son conscientes, lo queramos o no. A menudo, las asociaciones son puestas en movimiento por los choques causados a nuestro amor propio y veo el mundo exterior a través de ese estado de ánimo. Veo esto como el centro de gravedad de mí estado que deforma el sentido de mis percepciones. Entonces me doy cuenta de que soy esclavo de mi amor propio. No me comporto en la vida como un ser viviente en sí mismo. Sólo existe en mí el amor propio. No sé lo que es amar.

Reconocemos que las funciones pueden existir sin la conciencia y empezamos también a damos cuenta de que la conciencia puede existir sin las funciones. Necesitamos comprender que nuestra meta se alcanza gracias a la conciencia de centramos en nosotros mismos. Esa es nuestra posibilidad como hombres y a la vez nuestro riesgo, pues podemos tanto encontramos como perdemos.

Comienzo a ver que vivo desgarrado entre dos realidades: por una parte, la realidad de mi existencia sobre la tierra, que me limita en el tiempo y en el espacio, que me amenaza en mí existencia y me tienta con las posibilidades de satisfacción; por la otra, una realidad de ser que esta mas allá de esa clase de existencia. Una realidad por la cual uno siente nostalgia, que nos llama, llama a nuestra conciencia, a través de todas las desdichas, las miserias y decepciones, para llevamos a servir al Ser, a la calidad divina. Si tomo conciencia del mundo solamente para subsistir en el, el ser esencial queda velado. Incluso si subsisto de una manera inteligente y razonable, no veo el sentido de mi vida. No tengo dirección. Estoy completamente orientado hacia la existencia exterior, y eso me impide tomar conciencia de mi ser genuino. Por otra parte, cuando siento y recibo la impresión de mi ser, el trae consigo la fuerza de funciones diferentes de aquellas con las que siempre vivo. Bajo esa impresión olvido mi vida y me retiro en el aislamiento. EI mundo me reclama sin tomar en cuenta la voz interior. El ser me reclama sin tomar en cuenta las exigencias de la existencia. Son los dos polos de un mismo Yo, de un mismo Ser. Necesitamos adquirir un estado de ser en el cual uno está cada vez más abierto y obediente a la acción de una fuerza esencial en nosotros, y al mismo tiempo ser capaces de expresar esa fuerza, de permitirle hacer su obra en el mundo.

Si observo mi estado en este momento, veo que no tengo un centro de gravedad. No tengo un «yo». Estoy habituado a llamar a mí cuerpo y a mis otras funciones «yo». Tengo varios «yoes», pero no tengo un Yo verdadero, siempre el mismo, que no cambia. Un Yo que podría querer: no desear, no esperar, sino querer. Las diferentes partes en mí no están relacionadas unas con otras. Mi sentimiento no siente lo que mi cabeza piensa, y mi cabeza no piensa lo que mi sensación experimenta. Su intensidad es diferente y ellos no tienen la misma meta. Están ocupados personalmente, cada uno por sí mismo con su propia meta, con sus propios deseos.

Mis pensamientos, mis emociones y sensaciones de todo tipo no se detienen jamás y, al tomarlas por realidades, les doy mí atención. Siento que ellos me impiden aproximarme a una realidad que nunca toco, una realidad que siento como un vacío, el vacío de mí yo habitual. Siento la necesidad de conocer, de ser suficientemente libre para entrar en contacto con esa realidad. Siento la necesidad de una aproximación. Desde que siento esa necesidad, se opera en mi un dejar caer, una liberación, un soltar. Es como si se abriera un espacio y en ese espacio la energía se reuniera para formar un todo indivisible. Y de repente, me siento otro ser. Ese momento de unidad es un cambio completo en la conciencia de mí mismo. No queda nada de la manera de pensar y de sentir ordinaria.

La posibilidad de crecimiento interior es abrirse a una función nueva que pasa de un centro a otro y termina por relacionarlos. El pensamiento necesita independizarse para conservar la experiencia del recuerdo de sí que pasa después al centro del movimiento, luego al centro emocional, y de allí se conecta con los centros superiores. Para esto debe haber un centro de gravedad interior. Necesito ver lo que esto exige.


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