DESDE OTRO NIVEL






DESDE OTRO NIVEL




~ 91. APARECE UNA ENERGÍA MÁS INTENSA

La energía proveniente de los centros superiores esta siempre aquí, y yo estoy menos o más abierto ella. Las funciones, mi cuerpo, siempre están aquí y gastan constantemente la energía. Son dos mundos diferentes, dos niveles de vida, pero entre los dos no hay nada. La cabeza dice «si»; el cuerpo dice «no». Sin embargo, dos fuerzas opuestas no llevan a un estado consciente, un estado en el cual no haya contradicción. Hace falta un tercer término, un término capaz de situar lo que dice «si» y lo que dice «no» en un todo que vaya más allá de su sola existencia.

Hay un movimiento de Presencia, un cambio, que debo valorar. Veo que cuando la atención de la cabeza se vuelve hacia el cuerpo, el cuerpo también está atento. El movimiento de mi pensamiento ha cambiado un poco, también el del cuerpo. Al mismo tiempo, hay un interés, un sentimiento que se despierta en mí. Pero veo que es débil, que cada parte tiene una tendencia a separarse para volver a su movimiento habitual. Siento en mis esas dos fuerzas: el «si» y el «no». Esa dualidad esta siempre aquí, pero yo no la comprendo porque no puedo quedarme delante de ella y acepto estar separado de ella. Cuando ese movimiento de relación, de unificación, se interrumpe, no puedo resistir a mis movimientos automáticos y mi atención se vuelve pasiva, está tomada. Sufro, pero si ese sufrimiento no sirve a nada, no me ayuda.

Para que haya una relación entre mi pensamiento y mi sensación, el cuerpo necesita ser tocado por un pensamiento que viene de otro nivel, de una parte, portadora de una energía más sutil, más pura. Mi cuerpo siente ese movimiento de energía. Comprende que él no puede recibirla en su estado pasivo y siente la necesidad de abrirse, de abandonar todas sus tensiones. Desde que el pensamiento y el cuerpo se vuelven uno hacia el otro, la velocidad de sus vibraciones cambia. El cuerpo se libera para dejar pasar la energía del pensamiento. Los dos deben tener la misma fuerza. Eso es lo más importante. Lo busco, observo. Me quedo muy tranquilo para que la fuerza pueda pasar. Me quedo delante hasta que la energía este allí y sea suficientemente fuerte para durar. Si mi mirada permanece muy clara, y si la fuerza es la misma en el pensamiento y en el cuerpo, bajo esa mirada se establece un intercambio; una energía más intensa, de una velocidad que no conocía, aparece y se instala en mí. Tiene una calidad nueva, una intensidad nueva. Necesito respetar ese movimiento, someterme a él. Mi cuerpo se abre a él; mi pensamiento se abre a él: la misma fuerza, el mismo respeto.

Esa relación del pensamiento y el cuerpo me exige una atención muy fuerte que permite una transformación de la energía. Cuando aparece una fuerza que viene de un poco más arriba de la cabeza, necesito entregarme a ella. Veo que toda la dificultad esta ahí. No me entrego a ella. Necesito ver mi resistencia y sufrirla, ver que es el ego el que resiste y que él necesita ceder su lugar. Es lo que se llama morir a sí mismo. Hay entonces un regalo, una relación completa que permite que esa fuerza actúe.

~ 92. EL EJERCICIO DE LA ATENCIÓN DIVIDIDA

Podría decirse que la actitud que tomamos, nuestra posición interior y exterior, es a la vez nuestra meta y nuestro camino. Estoy aquí y veo mi actitud física, veo que en esta posición habitual mí atención es prisionera de la actitud de mi cuerpo. No soy libre. Trato de cambiar mi posición. Le pido a mi cuerpo que se libere de sus tensiones, que entre en una actitud nueva sin tensión alguna. Mi espalda muy recta; los brazos, la cabeza, sin la menor tensión. La respiración, entonces, tiene más fuerza, está libre. Pero es como si la respiración, aunque es esencial, fuera un acto insuficiente; experimento la necesidad de abrirme más profundamente.

Cuando vuelvo mi atención desde mi pensamiento para entrar en contacto con mi cuerpo, mi pensamiento se abre. No son ya las mismas células las que vibran, las que están en movimiento mientras están comprometidas en mi pensamiento habitual. Es una parte del pensamiento capaz de una relación con una energía más sutil, más pura. Es una energía de un nivel más alto, que Gurdjieff explicaba que está constituida por el pensamiento real, la oración de ciertos seres. Necesito un vínculo con ese nivel y, para crearlo, necesito como un hilo que alcance tan alto cómo mi pensamiento lo permita. Puedo, entonces, como aspirar, o más bien succionar, la energía y dejar que ella pase a través de ese hilo.

Como ejercicio, divido mi atención en dos partes iguales. La primera mitad la dirijo hacia la sensación del proceso de la respiración. Siento que cuando inhalo el aire, la mayor parte, después de pasar a través de mis pulmones, vuelve a salir, mientras que una pequeña parte se queda allí y se asienta en mí. Siento que ella penetra en el interior como si se expandiera a través de todo el organismo. Como sólo una parte de mi atención está ocupada en observar la respiración, todas las asociaciones continúan siendo notadas por la parte libre de mi atención.

Dirijo entonces la segunda parte de mí atención hacia mi cerebro para tratar de observar claramente todo el proceso que allí se lleva a cabo; y comienzo a sentir ese desapego de las asociaciones, algo muy fino, casi imperceptible. No sé lo que es, pero lo veo aparecer: pequeño, liviano, tan delgado que nadie lo siente la primera vez, sino solo cuando la práctica me ha dado la sensación de ello. Al mismo tiempo, la mitad de mi atención permanece ocupada en la respiración y siento los dos a la vez.

Dirijo mi atención para ayudar a ese algo fino en mi cerebro a escurrirse, o más bien volar directamente, hacia el plexo solar. Lo que pasa en el cerebro no es importante. Lo que es importante es que eso que aparece en él debe fluir directamente hacia el plexo. Conscientemente, me concentro allí abajo y al mismo tiempo siento que respiro. Ya no tengo asociaciones. Y siento, más plenamente, que «Yo soy», «Yo puedo» y «Yo puedo querer», Del aire y del cerebro recibo el alimento para los diferentes cuerpos y veo con seguridad las dos fuentes reales de donde puede nacer el «Yo».

La práctica de este ejercicio puede aportar la posibilidad de un pensamiento activo, y con un pensamiento activo, el «Yo» puede llegar a ser más fuerte.

~ 93. EL CUERPO NECESITA ABRIRSE

En el movimiento de apertura hay un límite que no se supera. Para ir mas allá hace falta morir a sí mismo para nacer de nuevo; es decir, morir a un nivel de ser para resucitar a otro. Lo que tiene que cumplirse y que siempre queda a medio camino es la relación completa entre los centros. Está relación exige una apertura a una fuerza superior, a una energía que viene de una parte superior del cerebro. De otra manera, no puede durar. Esa apertura es lo más difícil, porque yo no quiero abrirme. Si no me abro, hay una intensidad que no se alcanza.

Para que la fuerza superior pueda unirse con el cuerpo, este debe abrirse completamente a esa fuerza. Siento un movimiento desde el cerebro que desciende hacia el cuerpo. Ese movimiento viene de arriba. Para sentirlo, mi atención debe estar muy activa, completamente vuelta hacia ese movimiento, y no debe perder su grado de actividad. Lo que es importante es la actitud justa ante esa energía. Hay que sentir la necesidad de entregarse a ella conscientemente para que ella pueda actuar. Entonces aparece un sentimiento y se produce una energía nueva que atraviesa mi cuerpo. Soy tocado por la calidad de esa energía. Ella tiene una intensidad, una inteligencia, una rapidez de vibración, una visión que no conocía en mí estado habitual. Siento que estoy libre, que no estoy tomado.

Esto exige de mi algo completamente nuevo. Lo que soy, esa atención activa, necesita encontrar su lugar entre dos niveles a fin de qué esa energía pueda durar. Estoy abierto a esa fuerza, y al mismo tiempo necesito actuar sobre el nivel de la vida a través de mi automatismo. Sin mí-sin mí aquí- esto no se hará. Se requiere una atención que permanezca continuamente consciente de ambos, tanto de esa energía más alta como del cuerpo, del movimiento que lo hace vivir. Estoy habitado por dos movimientos de energía al mismo tiempo. Si pierdo uno de ellos ya no actuó en este mundo. Si pierdo el otro, soy tomado por mis reacciones, por mi automatismo. Tengo que aprender a ponerme en marcha y al mismo tiempo a recibir impresiones sin dejar de estar abierto a esa energía de arriba.

Comienzo a ver lo que suelo llamar yo y a reconocer que no soy nada por mí mismo. En el seno de esa humildad hay un sentimiento que viene de las partes superiores de mí mismo; aparece como una luz, como una inteligencia, y con ella una confianza. Veo que quería cambiar algo que no me corresponde cambiar. Ahora puedo servir. Ya no intervengo y un silencio surge por sí mismo. En ese silencio, una energía desconocida se me revela, actúa sobre mí. La conciencia esta allí. Ella no necesita de un objeto. Aunque me permite saber de mi cuerpo, a través de sus percepciones, es la luz de la conciencia la que es percibida. Puedo dejarla que me revelé lo que soy y lo que son las cosas a mi alrededor. Cuando siento allí una energía pura y sin límites, veo que ella se basta a sí misma. Pero esa energía está en movimiento. Ella tiene sus olas y está siempre en movimiento. Las olas, los movimientos y la energía son una misma cosa. Y sin embargo la ola es el movimiento, no la energía misma. Lo que es importante es comprender la energía misma, la energía pura.

~ 94. UNA ESCALA CÓSMICA

Cada hombre lleva consigo un ideal, una aspiración a algo mejor, más alto. Puede tomar una forma u otra, pero lo que cuenta es el llamado a ese ideal, el llamado de su ser. Escuchar ese llamado es el estado de oración. Mientras esta en ese estado, el hombre produce una energía, una emanación especial, que solo el sentimiento religioso puede aportar. Todas esas emanaciones se concentran en la atmósfera, justo sobre el lugar que las produce. El aire las contiene por doquier. Se trata de entrar en contacto con esas emanaciones. A través de nuestro llamado, podemos crear un vínculo, como un cable telegráfico, que nos relaciona con ellas; y recoger esa energía para acumularla y dejarla que se cristalice. Tenemos ahora la posibilidad de manifestarla, de hacer que los otros la sientan; es decir, devolverla, para ayudar. La verdadera plegaria consiste en establecer ese contacto; alimentar y ser alimentados por esa energía especial que se llama la Gracia. Como un ejercicio para esto, al aspirar el aire, pensamos en Cristo, en Buda o en Mahoma, conservando los elementos activos que se han acumulado.

Necesitamos comprender la idea de una escala cósmica; es decir, de un vínculo que conecta a la humanidad con una influencia más elevada. Nuestra vida, nuestra razón de ser, solo puede comprenderse por su relación con las fuerzas cuya escala y grandeza superan mi persona. Estoy aquí para obedecer, para obedecer a una autoridad que reconozco como una unidad porque soy una partícula de ella. Ella exige ser reconocida, ser servida e irradiar a través de mí. Hay una necesidad de ponerme bajo esa influencia más alta y de relacionarme con ella al ponerme a su servicio. No me doy cuenta en un comienzo de que mi deseo de ser es un deseo cósmico y de que mi ser necesita situarse y encontrar su lugar en un mundo de fuerzas. Lo considero como mi propiedad subjetiva, algo que puedo usar para el beneficio de mi persona. Mi búsqueda se organiza según la escala de esa necesidad subjetiva y considera todo a partir de ese punto de vista subjetivo: Dios y yo. Sin embargo, en un momento dado, me doy cuenta de que la necesidad que experimento tiene un origen que no está solo en mí. Hay una necesidad cósmica de ese ser nuevo que yo podría llegar a ser. La humanidad -una cierta porción de la humanidad- necesita de esto. Y yo necesito también, con su ayuda, captar la influencia que está justo más arriba de mí.

La fuerza que encarnaba Gurdjieff creó un llamado. Sentimos que sin esa relación con una energía más alta la vida no tiene mucho sentido; pero solos, por nuestra propia cuenta, no tendremos la fuerza necesaria para obtenerla. Tiene que crearse una cierta corriente, un cierto magnetismo, en los cuales cada uno necesita encontrar su lugar; es decir, el lugar que permita a la corriente establecerse mejor. Toda nuestra responsabilidad esta allí. Todos los caminos tradicionales reconocen y sirven a esa meta de una manera que corresponda al desarrollo de los hombres en un lugar y un tiempo determinados. Hoy la humanidad necesita reencontrar el contacto con esa energía.

Esa es la razón por la cual Gurdjieff aportó a Occidente la ayuda de un Cuarto Camino que no excluye nada y toma en cuenta el desarrollo de las diferentes funciones en los hombres contemporáneos. Ese camino no es nuevo. Ha existido siempre, aunque en un círculo restringido. Hoy en día puede renovar el vínculo que se está debilitando entre dos niveles en el cosmos. Esto exige un gran trabajo. Primero se conforman los núcleos, los centros de trabajo donde se busca vivir el camino, las ideas, con los otros. La experiencia avanza con altos y bajos, con una responsabilidad más o menos asumida, donde todo el trabajo consiste en un juego de fuerzas de donde puede salir una liberación. Pero todavía incluye un número limitado de personas y esa fuerza necesita ser sentida en una escala mucho mayor de la humanidad para aportar una dirección a los hombres.


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