XI EL SER ESENCIAL - RECONOCER UNA ACTITUD FALSA





La inmovilidad es nuestra naturaleza esencial.
Es la mayor fuerza de vida.
A partir de ella, todos los movimientos son posibles.

Veo el mundo más allá de las formas y esa visión
me permite conocer el mundo de mis formas.

El esfuerzo esencial es siempre la percepción de mí,
la conciencia de mí.
Todo está relacionado con eso: tocar mi esencia.

La fe es la certeza vivida de haber superado los límites de mi yo.

Veo todo tomado en conjunto: el ego y el verdadero yo.
Al ver, me libero.
Mi atención liberada, mi conciencia, conoce entonces
lo que soy esencialmente.
Es la muerte del «yo» ordinario.

Veo el yo ordinario cómo una proyección del yo, un fantasma.
La manifestación no es algo separado, sino una proyección de algo esencial.

La verdad no tiene continuidad porque está más allá del tiempo.
No es ella la que dura.



 

RECONOCER UNA ACTITUD FALSA


~ 117. LAS ETAPAS DEL TRABAJO

La inmovilidad es nuestra naturaleza esencial. Es la mayor fuerza de vida. A partir de ella, todos los movimientos son posibles. Sólo somos una energía en movimiento, un movimiento que nunca sede tiene. Si nuestras funciones pueden estar en reposo durante uno, dos o tres segundos, ese es un descubrimiento esencial, un conocimiento de sí.

Es la transformación de la energía lo que hace que cambie nuestro ser. Es un trabajo prolongado que implica varias etapas. Primero, hay un estado de observación, un estado de «vigilia critica», que equivale a una toma de conciencia interior, una fuerza que transforma: es darse cuenta de una actitud falsa. Esa fuerza viene de la conciencia interior del cuerpo, no de la representación mental. Es el desarrollo de una sensibilidad segura que muestra todas las faltas de un equilibrio afianzado sobre un solo centro. La etapa siguiente es la del soltar lo que nos tiene tomados, un estado de «confianza» donde se percibe lo falso. Al ser percibido, el impulso de soltar lo que nos bloquea ya está allí; se trata de disolver una cristalización. Es lo contrario de «querer hacer». Abandonarnos ese estado de conciencia que transforma todo en objeto. Eso quiere decir aceptar, dejar que se haga, sin ocuparnos de nuestras representaciones. El predominio del Yo se manifiesta en el cuerpo. En la respiración, el acento pasa de la inspiración a la espiración.

La tercera etapa está marcada por la toma de conciencia del Ser esencial. Cuando la forma del Yo llega a ser permeable, todo lo que estaba endurecido se encuentra disuelto y refundido para la formación del segundo cuerpo. Le sigue una confianza en lo esencial. Es una nueva etapa en la que se admite el fondo sin clasificar, sin nombrar. Esto requiere el valor de soportar ese momento cuando ya no comprendo, es decir, estar bajo la radiación del Ser y quedarse allí arriesgando, una y otra vez, las actitudes y creencias bien establecidas.

En esa transformación, no se trata de como producir un estado más abierto, sino de cómo permitirlo. La energía esta allí. No se trata de que yo la haga pasar, sino de dejarla pasar. Sino me someto a la acción, la acción no se realizará. De hecho, cuanto más se esfuerza uno, más estrecho se hace el pasaje, nada pasa. Las dos fuerzas están presentes y siempre están en nosotros: una fuerza activa, una fuerza pasiva. Lo que siempre quiere, mi cabeza, necesita quedarse pasivo. Entonces, la atención es activa. Aparece un sentimiento, un sentimiento que transforma todo, porque permite una relación.

En lo que soy hay una Presencia pura, un pensamiento puro. Está compuesta de innumerables olas, pero en su naturaleza es pura, vasta, sin límites. Se basta a sí misma. Las olas solo son olas, no son la energía en sí. Soy yo quien produce las olas. Si no hago nada para detenerlas, se detienen por sí mismas y no me molestan más. Se tranquilizan y siento la naturaleza pura de mi pensamiento, de mi mente. Las olas son lo mismo que la energía, pero las tomo por algo que no son. La energía siempre tiene olas, siempre un movimiento. Pero la ola, el movimiento, y la energía son la misma cosa. Lo importante es conocer la energía misma, pura. Si estuviera verdaderamente presente no habría en mi ni olas ni movimientos.

~ 118. UNA CONTRADICCIÓN FLAGRANTE

No somos lo que creemos ser. Siempre digo que busco. En realidad, soy buscado. Pero no lo sé suficientemente. Falta algo que pueda creer, algo absolutamente verdadero, que sea como un nuevo conocimiento, una fuerza nueva que triunfe sobre mi inercia.

Debe haber en mí una fuerza que venga de planos elevados del cosmos. Debe ser parte de mí mismo, debe emanar e irradiar en mí. Pero el estado de mi ser, de mi conciencia, no me permite sentirla. Estoy separado de la realidad por el espejismo de mi reacción en el momento de recibir una impresión. Esto me impide permanecer abierto a la totalidad de aquello a lo que me aproximo. Siempre hay palabras, emociones subjetivas y tensiones, y sus movimientos no se detienen. No conozco ese movimiento y, sin conocerlo, no puedo evaluarlo justamente. De manera que un nuevo orden, que sería el signo de mí transformación, no aparece. Tengo una forma de ser objeto para mí mismo, siempre pensando en mí, siempre con una queja. Esa manera falsa de estar ocupado de mí mismo no me puede enseñar nada nuevo.

Algo me pide ser consciente de lo que soy, de quién soy. Y me veo responder: «Yo. Yo estoy aquí. Soy yo mismo.» Pero siento que no es verdad, no soy realmente yo. Al mismo tiempo, es verdad que lo digo, que lo pienso. Y cuando lo digo, me siento el centro de todo. Me afirmo a mí mismo. Las cosas solo existen en relación conmigo mismo: me gustan, no me gustan, esto me es favorable o no. Estoy separado, opuesto a todo. Hasta mi deseo de conocerme, de ser más libre, más tranquilo, puede partir de allí. Comienzo a ver esos movimientos de mi «yo», siempre listo a defender, a sostener ese centro de gravedad que, en el fondo, no es realmente lo que soy. Al lado de esa afirmación hay algo que nada afirma, que nada pide, pero que es. Con cada afirmación, en cada instante, me veo rechazar, rechazarme a mí mismo, rechazar al otro.

No somos lo que creemos ser. Hay en nosotros un impulso esencial, un movimiento hacia la conciencia que viene de una necesidad innata hacia la realización de la totalidad de nuestro ser. Es un deseo viviente que me atrae hacia una expansión de mí mismo. Sabemos que ese deseo esta allí en ciertos momentos nos toca. Pero para nosotros aun no es un hecho real y la conciencia que tenemos de nosotros mismos no es transformada. De hecho, somos exactamente como todos los que nos rodean y que encontramos pequeños, estúpidos, mezquinos, envidiosos... Como ellos, no somos conscientes de los impulsos que nos mueven y que crean la corriente en la que vivimos. Continuamos comparándonos y creyendo en nuestra superioridad, refugiándonos detrás de ideas o esperanzas. Pero no lo queremos ver. Creemos que lograremos saber lo que esta más allá de la medida del estado habitual de nuestro ser, sin tomar en cuenta lo que nos lo impide. Esto crea en nosotros una cierta hipocresía, porque no hemos comprendido lo que constituye la trama de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y de nuestras acciones. De esta forma, no hemos visto todavía la contradicción flagrante entre nuestro deseo de expandir la conciencia y la fuente habitual de todo nuestro comportamiento. No hemos aceptado que para encontrar la verdad debemos comprender la fuente de nuestro pensamiento y de nuestras acciones: mi pequeño yo ordinario.

Siempre esperamos que algo se haga solo, mientras que la transformación solo se opera si poco a poco me entrego a esto, enteramente. Debemos pagar con el esfuerzo del recuerdo de si y el esfuerzo de la observación de sí, abandonando la mentira de todo lo que creemos, a cambio de un momento de realidad. Esto traerá una nueva actitud hacia nosotros mismos. Lo más difícil es aprender como pagar. Se recibe exactamente lo que se paga. Para sentir la autoridad de una Presencia sutil, debemos superar el muro de nuestro ego, el muro de nuestras reacciones mentales, de donde surge la idea de «yo». Hay que pagar. Sin pagar no tendremos nada.

~ 119. LA AFIRMACIÓN DE MI MISMO

El movimiento de energía en nosotros es un movimiento continuo que nunca se detiene. Solo pasa por fases de intensa proyección, que llamamos tensión, y por fases de regreso a sí mismo, que llamamos relajar, soltar. No puede haber tensión continua y no puede haber relajamiento continuo. Estos dos aspectos son la vida misma del movimiento de energía, la expresión misma de nuestra vida. Desde su fuente en nosotros, la energía se proyecta a través del canal de nuestras funciones hacia una meta de acción. En ese movimiento nuestras funciones crean una especie de centro que llamamos «yo» y creemos que esa proyección hacia el exterior es la afirmación de nosotros mismos. Ese «yo», alrededor del cual giran nuestros pensamientos y nuestras emociones, no se puede relajar, vive de tensiones, se nutre de tensiones.

Necesito sentirme sacudido por la manera en que las cosas me tocan, siempre relacionadas con mi amor propio, con lo que me gusta o lo que no me gusta, con lo que quiero o lo que no quiero. Es una cerrazón perpetua en la que me endurezco. Ese yo se protege, desea, pelea y juzga todo el tiempo. Quiere ser el primero, quiere ser reconocido, admirado, hacer sentir su fuerza y su poder. Cuando tengo una experiencia y está se inscribe en la memoria, todo eso se acumula y se vuelve un centro, un centro de posesión, un yo, un ego. Es a partir de ese centro que quiero hacer: cambiar, tener más, reformarme. Quiero convertirme en aquello, adquirir esto. Ese «yo» exige poseer siempre más. Es siempre él, con su ambición, su avidez, el que quiere mejorar. ¿Por qué ese yo tiene esa necesidad desmesurada de ser algo, de asegurarse de ello, de expresarlo en todo momento? Es el miedo de estar perdido. ¿No sería la identificación, en su base misma, el miedo?

El «yo» busca constantemente establecer una permanencia, la seguridad. Uno se identifica con todas las formas de pensamiento, de saber, de religión. Ese movimiento de identificación es todo lo que conocemos y apreciamos. Todos nuestros valores están allí dentro. Pero no obtendremos la paz permanente a través del deseo de encontrar la seguridad en la identificación. Es un proceso que solo puede llevar a un conflicto debido a las limitaciones de la mente ordinaria. Nada puede ser imaginado por ella, porque depende de las formas y del tiempo. No hay nada nuevo en ella. La paz permanente no se puede encontrar escapándose de esa mente. Esto solo es posible si ella está realmente tranquila y, entonces, la ambición y los deseos se acaban.

Para poder ver «lo que es», debo reconocer que mi estado no puede ser permanente. Cambia instante tras instante. Ese estado de impermanencia es mi verdad. No debo buscar evitarlo o poner mi esperanza en una rigidez que parece ser una ayuda. Debo vivir, experimentar ese estado de impermanencia y partir de allí. Hace falta que lo viva, que lo escuche. No solo que escuche lo que quiero, porque así nunca seré libre, sino que escuche lo que se presente, sin resistencia. Para escuchar no debo resistir. Ese acto de escuchar, de estar presente, es una verdadera liberación. Debo estar consciente de mis reacciones a todo lo que pasa en mí. No puedo no tener reacciones. Pero debo ser capaz de ir más allá, de tal manera que ellas no me impidan continuar mi búsqueda, Hasta que haya visto que lo que me impide acercarme a lo verdadero, a lo desconocido, es todo lo que es conocido. Debo sentir bien todo el condicionamiento de lo conocido, para liberarme de él. Solo cuando conozca ese condicionamiento es que el silencio, la tranquilidad, no serán la búsqueda de una seguridad, sino la libertad de recibir lo desconocido.

Cuando la mente se vuelve más libre y verdaderamente tranquila, hay una sensación de inseguridad en la cual hay, al mismo tiempo, una sensación de paz, una seguridad total, porque el «yo» que siempre quiere hacer está ausente. Entonces la mente ya no será un instrumento de evaluación, ya no será accionada por el querer hacer del «yo». En esa tranquilidad, todas las reacciones, deseos, exigencias, son abandonados. La mente está en reposo a causa de la visión de lo que es. Se establece un orden que no puedo establecer por mí mismo, pero al cual necesito someterme activamente. Hay como un sentimiento de respeto en mí. Y, de repente, veo que esto es la confianza. Tengo confianza en este orden, en esta ley, más que en mí mismo. Me confió a esté orden con todo mi ser.

~ 120. MI ACTITUD EXPRESA LO QUE SOY

Hay en mi dos centros de gravedad diferentes entre los cuales oscilo. Mi yo ordinario, que siempre responde para defender su existencia, y otro centro hecho de la sustancia real de lo que soy, que busca ver la luz en mí y expresarse a través de mí. Un centro no puede existir sin el otro. Se necesitan mutuamente. ¿Cómo establecer la relación entre los dos? ¿Qué actitud de mi parte permitiría la aparición de una nueva unidad?

Necesito un elemento de vigilia para ver que mi actitud es falsa. El yo se crispa sobre su centro, incluso para esperar que la conciencia aparezca. Tendría que confiar, realmente, confiar en el corazón de mí ser que me necesita. Creo confiar en él y en que no soy yo quien «puede hacer» algo por él. Y, sin embargo, la manera misma en que confío en él muestra un «hacer». No es que ese «yo» sea malo en sí mismo, sino que se desvía de lo que lo supera. Necesito verlo hasta que esto me produzca un choque.

Mi manera como estoy en mi cuerpo es testimonio o de deformaciones o de una forma interior que se desarrolla de una manera justa cuando no hay nada forzado. El conjunto de mi postura, la calidad de la tensión y del soltar, su relación y la respiración que pasan por mí, expresan la autenticidad de lo que soy. Es algo que debo experimentar constantemente. Para esto, necesito vigilar. Siempre puedo sorprenderme en el movimiento de concentración de mi energía, ya sea en mi cabeza o en mi plexo solar, que rompe el equilibrio de la unidad en mí. Me siento ubicado de una manera falsa. Es una toma de conciencia. La toma de conciencia de una actitud que no es justa. Entonces tengo que sentir muy fuertemente el movimiento hacia una actitud que sea justa, que yo sea signado por ella, para querer enseguida aspirar a restablecerla, a moverme alrededor de su eje. Si soy sensible al centro de mi esencia, veré enseguida que el soltar se hace. Se hace al mismo tiempo que aparece una rectitud. ¿Existe en mí el hecho, la realidad, de una confianza? ¿Puedo estar sin intervenir?

Es en mi actitud que expreso lo que soy, aquí, ahora, en este instante. Mi yo ordinario se expresa por una tensión constante en mi cuerpo, encima de la cintura. Una forma que se impone sobre mí y en la que no puedo aparecer. Solo veo mis actitudes falsas cuando hay un paro, un paro de los movimientos caóticos de mis pensamientos y de mis emociones. En ese paro aparece un silencio, un vacío de todos mis movimientos habituales, pero me siento vivo, aún más vivo. Consciente de estar aquí, consciente de existir, plena, enteramente. Esa conciencia sobrepasa todo y contiene todo. Mi cuerpo participa de ello, pues sin él no sería posible. Es como un espejo que refleja la luz. Veo el mundo más allá de las formas y esa visión me permite conocer el mundo de mis formas. Siento un elemento de querer ser, una conciencia, que me coloca en el corazón de estas dos realidades y les permite desempeñar su papel. Esta el sentido del Mi Mismo, del «Yo Soy» y el «yo» ordinario. Ya no se desvía ni teme ser aniquilado. Sabe por qué esta ahí. Encuentra su sentido.


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