jueves

LA CUESTIÓN DEL MAL





Lección 12


LA CUESTIÓN DEL MAL



En Teosofía se nos dice que el Principio Divino - nuestro Dios manifestado - está en todo lugar, en todo lo que existe, y que el ser humano es divino en origen y esencia. Siendo así, ¿por qué debemos los seres humanos pasar por este prolongado proceso evolutivo para alcanzar la perfección? ¿Por qué hemos de caer en la maldad y el pecado? Y si Dios es bueno, ¿Cómo puede ser que exista el mal en el ser humano, a quien se considera como el microcosmos reflejo del Macrocosmos que es la Divinidad?

La idea de aquel ser maligno llamado Satanás, quien parece estar continuamente ganándole la batalla al Ser Supremo, resulta absurda para todos aquellos que se molesten en pensar un poco. Con toda certeza todos hemos meditado más de una vez acerca de esta aparente confusión y del significado que el mal tiene en sí, o de si efectivamente hay una razón para que exista del todo.

En primer lugar, resultará útil reemplazar la palabra “malo” por “incompleto”. La Teosofía postula a la Deidad Suprema como El Absoluto, que en sí es no condicionado y no manifestado, pero del cual un universo objetivo y condicionado se manifiesta periódicamente. Esta manifestación, siendo una expresión parcial y en consecuencia limitada de Aquello que es ilimitado, tiene que ser imperfecta. La idea Divina tras esta limitación impuesta es la de ofrecer la oportunidad al ser humano de alcanzar la perfección por sí mismo, por su propio esfuerzo, ganando su propia estatura divina al lograr maestría y dominio sobre las leyes universales.

Es necesario comprender que en el universo objetivo nada ocurre sino es en relación con otra cosa; así como hay objeto, debe también haber sujeto; en otras palabras, dualidad, el principio fundamental de la polaridad. Se nos dice que este principio se establece desde el comienzo mismo de la manifestación universal. Como resultado, todo lo que existe tiene su contrapartida, no en un sentido absoluto sino como condición relativa. Tanto el mal como el bien no existen salvo como expresiones de relatividad.

Conviene hacer notar que la dualidad de la Deidad manifestada está claramente establecida en la Biblia, a pesar de lo cual este postulado es porfiadamente ignorado. En Isaías (45:5) encontramos las siguientes palabras: “Yo formo la Luz, y también he creado la oscuridad; he creado la paz y he creado el mal; yo, el Señor, he hecho todas estas cosas”. Posteriormente, en Amos (3:6), leemos: “… ¿Habrá mal en la ciudad sin que el Señor lo haya creado?”. Hemos citado solo dos pasajes, pero hay muchos otros que invocan la dualidad del universo, el concepto de los pares opuestos. Y mientras más meditamos acerca del bien y del mal, con mayor certeza llegamos a la conclusión de que ambos emanan de acciones y actitudes, y que en consecuencia no existen como factores absolutos.

Para comprender la explicación que ofrece la Teosofía acerca del mal, se hace innecesario considerar nuevamente aquel concepto básico que llamamos Evolución. Se hace necesario también postular que la evolución no es producto de una serie de circunstancias fortuitas, sino que es un proceso dinámico y activo con propósitos claramente establecidos a través del Plan que persigue el total desarrollo de la manifestación.

En eones pasados, las Mónadas humanas, “unidades de Espíritu” inconscientes, comenzaron a “descender” por el sendero de la involución. (Ver lección 1), ganando primeramente experiencia básica en los reinos inferiores de la vida hasta finalmente alcanzar el reino humano. Al presente, las Mónadas humanas están recién en el viaje de “ascenso”, es decir, en evolución, que les va gradualmente otorgando expansión de consciencia y conocimiento. Y uno de los principales aspectos del conocimiento es el muy delicado “don de elegir”, es decir, la habilidad para establecer juicios (idealmente, juicios cada vez más correctos) para así poder distinguir entre aquello que colabora con el progreso del ser humano y aquello que lo obstaculiza.

La Teosofía postula que todo aquello que está en armonía con el Plan Divino y que contribuye a su desarrollo, es “bueno”, y todo aquello que conspira contra tal progreso es “malo”. De ello puede colegirse que el mal proviene exclusivamente del uso inapropiado de nuestras facultades, de nuestra propia inteligencia mal empleada, del mal uso de los divinos poderes que nos son inherentes. En el libro “Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnet”, leemos lo siguiente: “Ni el mal ni el bien son causa independiente en la Naturaleza. La Naturaleza está destituida de bondad o maldad: sólo obedece leyes inmutables… el verdadero mal procede de la inteligencia humana, y se origina por completo en el hombre racional cuando éste se disocia de ella”. El Maestro K.H., autor de esta frase, agrega más adelante en la misma carta: “El mal es la exageración del bien, lo que da origen al egoísmo y la codicia humanas”.

La lógica tras este postulado es clara, y confirma la moderna teoría psicológica que afirma que todo aquello que es llevado a extremo se transforma en lo opuesto. Comer, por ejemplo, es esencial para nuestro bienestar físico, pero comer en exceso es glotonería, y el resultado será la enfermedad. La religión practicada con amor y humildad es esencial para nuestro progreso espiritual; pero cuando se exagera a través de la intolerancia y el dogmatismo se transforma en prejuicio y fanatismo.

Cuando el ser humano, el Ego, inició su larga jornada evolutiva era inocente e ignorante, es decir, era incapaz de establecer juicios morales. En el simbólico “Jardín del Edén” del Génesis (que simboliza aquel estado de inocencia inconsciente), no tuvo noción de la enormidad de la tarea que tenía por delante, como tampoco de los factores que habría de emplear para estimular o demorar su progreso hacia la meta establecida. Pero una vez que “comió del fruto del árbol del bien y del mal, conoció su desnudez…”. Tales frases son solo un símbolo mitológico utilizado para expresar una verdad: el despertar del Ego a la consciencia de su Yo y al conocimiento de las dualidades entre las cuales debía empezar a elegir. Ya no pudo contar con la excusa de la ignorancia y la inocencia. Y este fue un paso inevitablemente necesario para llevarle al mundo de la experiencia auto consciente, la lucha y el aprendizaje a través del dolor.

Dejó para siempre su paraíso de éxtasis inconsciente, y el conocimiento del Árbol de la Vida y la necesidad de tener que volver a encarnar repetidamente son ahora parte de su futuro.

Volverá, sin embargo, a encontrar su paraíso perdido, pero ahora en un estado de éxtasis consciente, el Edén ganado mediante su propio esfuerzo.

De hecho, la historia de Adán y Eva (Génesis, 2:4), es un conjunto de símbolos a través de los cuales los hechos y principios del comienzo del proceso evolutivo han sido representados por personas. Veamos:

Adán, (hombre, en inglés Man, es decir, Manas, el Pensador), representa al Ego o Alma en el drama de la Creación. Eva (madre) es la personalidad mortal que procede del Ego (la costilla de Adán) y mediante la cual éste logra la experiencia consciente.

La serpiente es la personificación del deseo que tienta a Eva (la personalidad), y a través de ésta a Adán (el Ego), a la actividad que busca experiencia y conocimiento, y consecuentemente a la pérdida de la ignorancia y la inocencia respectivamente. Abel a su vez representa el lado espiritual de la personalidad, Caín el lado inferior, terrestre.

Puesto en otras palabras, el espíritu, sumergido en la materia, es finalmente avasallado por la naturaleza física, lo cual provoca “la caída” del hombre. Caín, es decir, la naturaleza inferior, vaga hacia la tierra de Nod (el Plano Físico), su contacto consciente con el espíritu cortado y teniendo que trabajar la tierra. El significado raíz del nombre Caín es “artesano”, en este caso queriendo ilustrar la tarea del hombre de moldear la materia física trasformándola en instrumento útil y lograr mediante ella su glorioso destino final.

Ahora bien, el primer hijo de Caín fue Enoch, nombre que significa dedicación o conocimiento. Sólo mediante las limitaciones y restricciones impuestas por la materia densa despierta el conocimiento. El hijo del Enoch es Irad, que significa “vigilante”. Es decir, que con la experiencia producto del conocimiento también nace la capacidad para mantenerse en guardia contra la debilidad moral.

El resultado queda simbolizado en el hijo de Irad, Mahujael, “el disciplinado” o “sometido a Dios”. El hijo de éste, Mathusael, es el “hombre de Dios”, y el hijo de Mathusael, Lamech, implica “fuerte” o “poderoso”. Claramente podemos ver aquí el significado alegórico del mito del Génesis. La experiencia y el conocimiento conllevan la vigilancia: la vigilancia conlleva la auto disciplina, y la disciplina produce al hombre de Dios, que es fuente de poder. Tal es, puesta de manera sucinta, la historia de la evolución del Alma. El pecado original es simplemente la ignorancia; la meta y victoria final, el retorno a la naturaleza Divina innata, fuente de todo poder.

Cuando comenzamos a comprender el verdadero significado de la evolución, la existencia del bien y del mal deja de parecernos un misterio. Bueno es todo aquello que trabaja en armonía con la Naturaleza; malo todo aquello que trabaja contra ella. En las etapas iniciales de la evolución humana, la gratificación del deseo fue una de las tendencias principales heredadas del reino animal por el hombre, reforzada por la mente pensante concentrada en sí mismo. Pero hallando que la satisfacción de los deseos no trae placer duradero, el hombre aprende gradualmente a conquistarlos en vez de satisfacerlos, o mejor dicho, a trasmutarlos de forma más y más elevada hasta que la sed de realidad espiritual llega a ser el deseo principal. Pero debemos comprender que es mediante el deseo expresado en diversos niveles más los esfuerzos realizados por el ser humano para satisfacerlo, que tiene lugar el desarrollo de fuerzas y capacidades que posteriormente le ayudarán a alcanzar su meta espiritual.

De esto puede deducirse que aquello que es bueno en una etapa, se hace decididamente inconveniente en otra posterior. Lo que es bueno para un individuo puede ser obstáculo para otro que necesite otro tipo de experiencia de acuerdo a su necesidad evolutiva individual. Características de tipo agresivo tales como la avaricia y el egoísmo, que a cierto nivel de desarrollo constituyen un estímulo para el Ego inmaduro, se tornan inconvenientes cuando obstaculizan la cooperación y la unidad, características de una etapa más avanzada. El egoísmo, por ejemplo, ha sido comparado con un andamio, necesario durante la construcción del edificio pero que, siendo feo y antiestético, se le retira cuando la construcción está terminada.

Estamos perfectamente conscientes también, de que lo que es aceptado como “bueno” en algunas culturas, resulta inaceptable en otras. Y si tratamos de analizar el problema de un modo no inherente en el proceso Involutivo/evolutivo, nos encontraremos frente a un misterio impenetrable. Pero considerando el mal como algo que obstaculiza nuestro progreso pondrá las cosas en adecuada perspectiva, haciéndole más fácil de identificar y ayudándonos así a ser más caritativos con el comportamiento de nuestro prójimo.

El mal cumple también un papel muy importante en el proceso de desarrollo evolutivo porque, ¿es acaso posible adquirir valor, por ejemplo, cuando no hay nada que temer? Es sabido que la fuerza física se desarrolla a través del ejercicio muscular utilizando pesas o resistencias. Similarmente, la fuerza moral se robustece en la lucha contra el mal.

La experiencia nos dice que nuestras acciones impropias nos traen dolor, y es debido a ello que adquirimos la importante virtud de la discriminación entre lo correcto y lo incorrecto, lo constructivo y lo destructivo. Comprendemos que aquello que es bueno en dosis pequeñas, es malo en dosis mayores (“el mal es la exageración del bien”) adquiriendo así temperancia en la acción y en la satisfacción de nuestro deseos.

Se nos dice que esta capacidad para distinguir correctamente entre lo bueno y lo malo es el primer paso para entrar al sendero de la vida superior. A través de la experiencia dolorosa que nos viene no como castigo sino como consecuencia inevitable de la ley de Acción y Reacción (karma), aprendemos un sinfín de cosas. El dolor estimula la actividad porque nos compele a esforzarnos para eliminarlo. Es, en consecuencia un purificador de primera clase. El poeta inglés John Keats escribió: “¿No vemos acaso cuán necesario es el mundo del dolor para educar la inteligencia y tornarla en Alma?...”

Probablemente la conclusión más importante a sacar de esta lección es que la lucha por la vida no es algo que deba ser evitado sino algo que debe aceptarse como la verdadera razón de nuestra existencia en un mundo en evolución. La maldad, el orgullo, la agresión, la intolerancia, la falta de respeto y el egoísmo existen en todos nosotros en mayor o menor grado. Pero también tenemos generosidad, humildad, dulzura, tolerancia y filantropía. Y como la lucha parece inclinarse invariablemente a favor de aquel centro de Divinidad inherente en nosotros, el conflicto interior parece no tener fin. Es más, resulta esencial que éste continúe hasta que logremos completar nuestro proceso de madurez espiritual. Sri Aurobindo escribió: “El crear de la materia un templo de la Divinidad pareciera ser la tarea impuesta al espíritu que viene al universo material”.

Cuando descubrimos nuestra verdadera naturaleza interna, observamos al mal desde una perspectiva apropiada. Observando nuestro mundo actual, nos preocupa la evidencia del mal que parece invadir sin control nuestra civilización provocando lo que aparece como una revolución mundial. Como resultado de ello, nuestra sociedad sufre de un profundo sentimiento de inseguridad al observar las explosivas fuerzas del mal en acción. Caer en tal sentimiento equivale a desconocer la vida espiritual, que es nuestra herencia divina. Tagore, el gran poeta indo, escribió en cierta ocasión: “Sabemos que nuestros males son como meteoritos, fragmentos de vida dispersos que requieren la atracción de un gran ideal para ser asimilados en el todo de la Creación”.

Cuando miramos al cielo por la noche, ¿no nos resulta evidente la forma ordenada y precisa en que existen aquellos millones de estrellas y planetas en sus órbitas bajo el gobierno de la Ley Natural? Y al observar esto, ¿no nos resulta claro ver cuán escasos son los meteoritos que parecen separarse de este orden para seguir su propio curso? Y aun así, si observamos éstos últimos con detención, veremos que tarde o temprano entran en la órbita de algún planeta o caen en él desintegrándose y desapareciendo. Y si realmente nos consideramos ciudadanos del universo dispuestos a respetar la Ley Natural que lo rige, ¿no será sensato tratar a los meteoritos – es decir, a los males de nuestra naturaleza inferior- como algo pasajero, manteniéndonos al mismo tiempo serenos y confiados en la natural bondad de nuestro Ego que bien conoce como lidiar con ellos de manera eficaz?

El poder de nuestra Alma es como una marea capaz de transformarse en maremoto, pero que al mismo tiempo puede mantenerse cautiva e inútil tras las barreras que nosotros mismos hemos erigido y que, en consecuencia, solo nosotros podemos retirar. Esta es la verdadera libertad que debemos buscar realmente, la misma que todo ser humano tiende a buscar instintivamente o no. Y es sobre esta premisa básica en Teosofía que podemos definir al mal como la ausencia del bien. La filosofía Vedanta afirma: “No penséis en el mal y el bien como dos esencias separadas, porque no son sino la misma cosa apareciendo en diferentes grados con disfraz diferente y produciendo en consecuencia diferentes maneras de sentir en la misma mente”. De ello puede concluirse que no existe deseo, por inferior que sea, que no pueda ser transformado en algo elevado.

Vistas tales consideraciones, la Teosofía jamás se concentra de manera puritana en la vileza del pecador, sino en el potencial que éste lleva en sí para transformarse en santo. Se nos sugiere que en lugar de perder tiempo examinando los peores aspectos de nuestra personalidad – u opuestamente pretender que no existen – nos resultará más útil tratar de elevar nuestra consciencia a un nivel donde tales cosas no pueden encontrar expresión. En un mundo donde la lucha por la vida parece inevitable, es perfectamente posible vivir de acuerdo a una actitud interior que arroje luz sobre la oscuridad y que pueda cambiar la tristeza de muchos en alegría. La paz nos llegará cuando aceptemos la naturaleza del mundo y la naturaleza de la lucha de manera impersonal y altruista, deseando que el amor gane la batalla no para nosotros individualmente sino para la humanidad entera.


Cada persona tiene sus propias batallas que ganar, la conquista de su propia ignorancia, el logro de un atisbo de la Luz como resultado de una vida de correcto proceder, hasta que la lucha entre el bien y el mal se resuelva. Porque al ganar esas pequeñas batallas la competencia se torna en cooperación, la avaricia en amor, y aquello que otrora fuera considerado bueno pero que bajo las presentes circunstancias es malo, será transmutado nuevamente en algo positivo en beneficio de nuestro continuado desarrollo.
Para concluir, citemos las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Antes de comentar sobre la paja en el ojo ajeno, ved la viga en el propio”. (Lucas, 6:41).




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CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique

Lección 1 - EL PLAN DIVINO



Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA


Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL



Lección 13 - EL REINO DÉVICO





EL REINO DÉVICO



Lección 13

EL REINO DÉVICO



La mayoría de las tradiciones religiosas del mundo incluye la existencia de los ángeles. Se presume que se trata de seres espirituales, y en consecuencia invisibles a los ojos humanos. Y es sin duda por ello que los ángeles – qué según la teosofía son seres perfectamente reales – han sido relegados por la gente en general al terreno de la fantasía o mitología.

Por otro lado, aquellas personas de tipo religioso o devoto aceptan la existencia del Reino de los Ángeles como dogma de fe. Sin embargo, ni éstos últimos ni los anteriores poseen una idea clara de la naturaleza de estos seres ni de la infinita variedad que caracteriza su reino; tampoco poseen información en lo relativo a su origen, su razón de ser, ni del papel que juegan en el Plan Divino. Los postulados ofrecidos en esta lección exploran los conceptos teosóficos en relación con el llamado Reino Dévico o Angélico.

La palabra “dévico” proviene de “Deva”, término sánscrito que significa literalmente “ser que brilla”, pero cuyo significado general abarca lo que en la tradición cristiana se conoce como Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones, Principados , Querubines, Serafines, etc.…

Dada la inhabilidad del ser humano corriente para comprobar por sí mismo la existencia de los ángeles, la Teosofía se apoya en el testimonio de clarividentes quienes, invariablemente, describen a los ángeles como seres etéreos y tan intensamente radiantes que parecen estar hechos de materia ígnea. Entre los clarividentes más notables que han tenido oportunidad de observar Devas, se encuentran Geoffrey Hodson (autor del “El Reino de Los Dioses” y otras obras que describen el resultados de sus observaciones) y H.P. Blavatsky, cuya descripción de los ángeles coincide en afirmar que se trata de “seres que irradian una luz desconocida en tierra y mar”.

En “La Doctrina Secreta”, H.P. Blavatsky resume el reino dévico de la siguiente manera: “El Cosmos entero está controlado, animado y guiado por una Jerarquía de seres espirituales de infinita variedad, cada una de ellos cumpliendo una misión determinada, y cuyos integrantes, llamémosles como les llamemos –Dhyan Chohans o Arcángeles, Devas o Ángeles- no son otra cosa que “mensajeros” en el sentido de que son agentes de las leyes kármicas y cósmicas. Estos seres varían infinitamente en lo que se refiere a sus grados de consciencia e inteligencia, y llamarles puramente “espíritus” sin conexión alguna con la materia terrestre es caer en indulgencia poética, ya que cada uno de ellos fue o se apresta a ser un ser humano en un ciclo pasado o futuro respectivamente. En consecuencia, la variedad incluye dos tipos fundamentales: aquellos que podrían definirse como seres humanos incipientes y aquellos que son seres humanos perfeccionados porque han ya trascendido el reino humano. Estos últimos, en su presente existencia en esferas menos materiales, difieren moralmente de los seres humanos corrientes en el hecho de que no están sujetos a los sentimientos propios de la personalidad y naturaleza emocional humanas, características éstas puramente terrestres”.

Madame Blavatsky agrega que esta diferencia es debido a que los perfeccionados, es decir, aquellos que han ya completado su proceso evolutivo humano, han logrado, en virtud de ello, liberarse de las limitaciones impuestas por la personalidad y las emociones humanas. Los incipientes, en cambio, no tienen aún cuerpo físico, careciendo así del sentido de la personalidad o EGO-ísmo. Este postulado teosófico, basado en la observación clarividente directa, está en oposición a la idea tradicional cristiana que sostiene que los ángeles son seres humanos fallecidos.

La observación clarividente, utilizada también para determinar lo que ocurre cuando la gente fallece, indica claramente que las personas siguen siendo exactamente como eran cuando aún estaban vivos en cuerpo físico, tanto en temperamento como en virtudes y defectos. Y es evidente que no podría ser de otra manera, ya que no es sensato suponer que la pérdida de un vehículo (el físico) tenga el efecto de modificar drásticamente la manera de ser de la persona que lo ocupara durante un tiempo. Un chofer no deja de serlo porque abandona su automóvil y adquiere otro. La etapa evolutiva que llamamos humana requiere gran cantidad de tiempo y esfuerzo para alcanzar su meta de perfección, y resulta infantil pretender que defectos que no han podido ser erradicados durante una vida de 60 o 70 años de duración van a desaparecer como por arte de magia al morir el cuerpo de la persona.

Recapitulando lecciones anteriores recordaremos que la teosofía postula el universo como compuesto de siete tipos básicos de materia, vale decir, siete campos de energía vibratoria manifestados en forma de esferas que se compenetran e interactúan. Más aún, teniendo en cuenta aquel axioma oculto que establece que todo lo manifestado obedece a un propósito claramente predeterminado en el Plan de la evolución cósmica, es razonable suponer que los seis campos de energía que coexisten con el físico compenetrándolo, tienen un importantísimo papel que desempeñar en este Plan.

Estos campos, dispuestos como esferas, constituyen lugares de manifestación de numerosas entidades cuyos cuerpos están hechos de la materia del campo al cual pertenecen. Hay, en consecuencia, ángeles astrales, mentales y otros más elevados y más sutiles aún, tan sutiles de hecho, que sus “cuerpos”, sin forma, aparecen a la observación clarividente sólo como complejas y hermosas radiaciones de luz.
No existe la “magia” en los trabajos de la Naturaleza, y aquello que conocemos como Ley Natural no es en forma alguna una fuerza ciega siguiendo dictados automáticamente sino más bien el trabajo de Altas Inteligencias cuya real naturaleza permanece fuera del entendimiento humano y a través de las cuales fluye la vida del Logos, nuestro Padre Celestial. Estas Altas Inteligencias realizan su labor secundadas por innumerables huestes de seres angélicos de menor grado que pueblan los campos vibratorios antes mencionados formando una gigantesca estructura compuesta de Jerarquías, Órdenes, Grados, etc.….
Hemos dicho también que el proceso evolutivo no procede en línea recta sino en un círculo cuya primera mitad llamamos “arco descendente” y su segunda “arco ascendente”, es decir, involución y evolución respectivamente. Se nos dice que estos seres, en su inmensa variedad, pueblan ambos arcos. Hay, en consecuencia, Devas que están aún involucionando, es decir, descendiendo hacia la materia física, hacia la etapa humana, como también aquellos que están emergiendo de ella a través del arco ascendente, entrando a la etapa super humana y exhibiendo, como es lógico, un grado de consciencia superior al de los anteriores y por cierto también al de los seres humanos. Estos dos grupos dévicos se clasifican separadamente: a los que se encuentran en el arco descendente se les llama “espíritus de la naturaleza”; y a los que se encuentran en el ascendente, ángeles, arcángeles, etc.….

Al describir la gran variedad de seres que pueblan el reino dévico, trataremos de clasificarlos en términos de su naturaleza, sus campos de actividad y el papel que desempeñan en el desarrollo del Plan Cósmico. Comenzaremos por los espíritus de la naturaleza, a quienes se da también el nombre de “elementales”. En un texto básico como éste resulta prácticamente imposible mencionar todas las variedades existentes, pero mencionaremos a aquellos considerados como los más representativos de su medio y que constituyen la especie más familiar para el ser humano en lo que respecta a Devas.

En su libro “El Lado Oculto de las Cosas”, C.W. Leadbeater nos dice: “En el estudio de los espíritus de la naturaleza nos encontramos con un reino radicalmente diferente (al reino humano), sin sexo, libre de miedo y que nada sabe acerca de aquello que llamamos “la lucha por la vida”: y sin embargo el resultado eventual de su desarrollo es, en todo respecto, el mismo que se obtiene siguiente nuestra propia línea…”

En “La Antigua Sabiduría de la Vida”, Clara Codd dice lo siguiente: “Puede decirse que no existe actividad alguna que no exprese algún tipo de consciencia aunque ésta no implique inteligencia humana. No podemos ver la vida y la inteligencia tras el viento soplando o las flores creciendo, pero el hecho de que no la veamos no significa que no esté presente”. Más directamente expresado, si no lo estuviera, ¡el viento no soplaría y las flores no crecerían!

La teosofía postula que los elementales son fundamentalmente seres sub humanos, y representan para los ángeles más o menos lo que los animales representan para el ser humano. El hecho de que se encuentren en el plano astral no implica que sean seres evolucionados, ya que se encuentran aún involucionando en el arco descendente.

En general, los elementales pueden ser divididos en cuatro grupos principales que animan los cuatro elementos básicos del mundo físico, a saber:

1. Elementales de Tierra
2Elementales del Agua
3. Elementales del Aire
4. Elementales del Fuego

Esta clasificación, se nos dice, fue realizada por los antiguos alquimistas de la Edad Media, y la tradición popular les ha dado los nombres de Gnomos, Ondinas, Silfos y Salamandras, respectivamente. Esta es otra de las razones por las cuales se les ha dado el nombre de “elementales”. Y al utilizar el término “animan”, lo que se quiere decir es que las plantas no crecerían si no fuese por los elementales de tierra; el agua no tendría vitalidad ni frescura si no fuese por las ondinas; la ausencia de silfos provocaría la ausencia de vientos y formaciones de nubes necesarias para la lluvia; y la combustión del fuego no sería posible sin las salamandras.

La variedad terrestre conocida generalmente como “gnomos” trabaja sobre la superficie terrestre y es el agente principal en el crecimiento y mantenimiento del reino vegetal, de cuya estabilidad depende nuestro equilibrio atmosférico. Trabajan como operarios bajo la dirección de Devas mayores que diseñan los diversos tipos de plantas, árboles y flores, y les comunican vitalidad a través de la energía solar de la cual son agentes.

La tradición popular ha dado a los elementales diferentes nombres. Debido a que sus cuerpos están hecho de la materia astral más próxima a la materia física, son a veces vistos por personas cuya percepción visual puede caer momentáneamente más allá de la vibración física, es decir, un estado temporal de clarividencia relativamente frecuente en gentes de los campos no contaminada con las densas vibraciones de la vida urbana de las ciudades, gente de vida simple y sana que se encuentran vibratoriamente más cercanos a los reinos sutiles de la Naturaleza. Debido a esto, la tradición campesina habla con frecuencia de encuentros entre gnomos y seres humanos y habiendo también un sinnúmero de leyendas que hablan de hadas, duendes, sátiros, faunos, etc., nombres que suelen ser aplicados a las múltiples variedades existentes o a todas las variedades en conjunto dependiendo del lugar y país donde sean observados.

Dado el hecho que su estado de consciencia es limitado, los elementales realizan su trabajo de manera instintiva, similarmente a las abejas o las hormigas en sus muy bien organizadas actividades. Trabajan arduamente, pero sin evidenciar cansancio alguno al no estar sometidos a limitaciones impuestas por el cuerpo físico tales como la necesidad de dormir, comer y beber para sustentar su vida. Mantienen su energía mediante la constante absorción de vitalidad o Prana yacente en la atmósfera que les rodea. Las partículas de materia etérica cargadas de Prana, (que no es otra cosa que energía solar procesada por la atmósfera del planeta), son absorbidas por sus cuerpos que simultáneamente expelen las partículas agotadas.

Se nos dice que los elementales no envejecen, y sus cuerpos no están sujetos al crecimiento identificado con el cuerpo físico, que va de niño a adulto. Su nacimiento tiene lugar cuando su cuerpo se materializa del éter circundante, y mantiene el mismo aspecto a lo largo de toda su existencia. Esta puede ser bastante más prolongada, en algunas de sus especies, que la vida del cuerpo físico del hombre, pero los hay tan pequeños y efímeros como para existir sólo unos días.

La muerte de un elemental ocurre como resultado del agotamiento de la energía etérica que les sustenta y de cierta resistencia de su parte a continuar renovándola. Al ocurrir esto, se reintegran al alma grupal del reino elemental (algo similar al alma grupal de los animales), en la cual pueden lograr cierto grado de consciencia siempre que estén suficientemente evolucionados. Posteriormente, la Ley Cíclica, que actúa sobre esta alma grupal, activa nuevamente el deseo de separación, ejerciendo presión sobre la plasticidad de la materia astral y etérica materializando así cuerpos similares y en armonía con el grado evolutivo que esos elementales hayan alcanzado en la vida anterior.

En las palabras C.W. Leadbeater, la vida de los elementales de tierra o gnomos “parece estar enmarcada en un tipo de existencia alegre y despreocupada, algo parecido a la consciencia infantil cuando el niño se encuentra entregado a juegos que le reportan gran diversión. Los elementales no tienen sexo, no sufren enfermedades y no tienen necesidad de abocarse a la “lucha por la existencia”, estando en consecuencia liberados de las causas más fértiles del sufrimiento humano. Pueden ser bastante afectuosos y capaces de formar amistades de las cuales derivan enorme alegría. Pueden también experimentar celos o fastidio, pero tales reacciones tienden a desaparecer rápidamente ante el intenso placer que experimentan en sus actividades concernientes a las operaciones de la Naturaleza, siendo ésta su característica más prominente”.

El aspecto que los elementales ofrecen a la vista clarividente varía considerablemente no sólo en términos de especies y tamaños, sino también en colorido. Generalmente son de tamaño relativamente pequeño, especialmente en lo que se refiere a elementales de tierra cuyo tamaño va desde unos centímetros y medio metro. Salamandras y silfos ostentan gran variedad de tamaño. En el incendio de un bosque, por ejemplo, se encontrará salamandras bastante grandes, pero también las hay en la llama de una vela, pequeñitas.
Las hadas son invariablemente pequeñas, algunas siendo observadas como diminutas mientras trabajan en el colorido y el aroma de las flores, de los cuales, se nos dice, son responsables. En lo que respecta a colorido, similarmente a como ocurre con la flora del planeta, los elementales de las áreas ecuatoriales o tropicales ostentan colores vivos y variados, mientras que aquellos que habitan las zonas templadas y más cercanas a los polos son de colores pálidos. Comparaciones efectuadas entre el aspecto de gnomos de Escocia (verde azulado suave), Bélgica (azul grisáceo), y aquellos observados en la zona mediterránea al sur de Italia, por ejemplo (rojos brillantes, amarillo dorado, verde esmeralda, lavanda, azul turquesa, etc.), claramente demuestran esta característica.

En lo que respecta a su relación con el reino humano, C.W. Leadbeater en su libro “El Lado Oculto de las Cosas” dice lo siguiente: “La mayoría de los Espíritus de la Naturaleza desconfían del ser humano y tratan de evitar su contacto. Esto no debe sorprendernos. Ven al hombre como una especie de demonio furibundo, destruyendo y arruinando todo doquiera llega. Lo ven matando por deporte a los hermosos animales a quienes disfrutan observando en paz. Lo ven cortando los árboles, pisoteando los prados, arrancando las flores para después botarlas descuidadamente. Lo ven reemplazando la encantadora vida agreste de la Naturaleza con horribles estructuras de ladrillo y cemento, y arruinando la fragancia de las flores con las fétidas y venenosas emanaciones de las fábricas. ¿Tenemos realmente derecho a sentirnos sorprendidos de que las hadas nos miren con horror y se asusten de nosotros tal como nosotros nos asustamos ante la presencia de un reptil venenoso? No solo traemos devastación a todo aquello que les es querido y respetado, sino que además nuestros malos hábitos y emanaciones les resultan desagradables. Envenenamos el aire puro con nuestros cigarrillos y nuestras bebidas alcohólicas. Nuestros descontrolados deseos y pasiones desatan un verdadero huracán de corrientes astrales que les molesta y altera, provocándoles la misma indignación que sentiríamos si alguien nos bañase con un balde de agua inmunda”.  En otro de sus libros, “El Plano Astral”, el mismo autor añade: “Por otra parte, en muchas ocasiones ciertos elementales han entablado amistad con seres humanos ofreciéndoles ayuda dentro de sus medios…”. Esta aseveración demuestra otra interesante característica de estas entidades: así como se les encuentra en varios planos de la Naturaleza, los elementales también difieren individualmente en grados de consciencia, inteligencia y poder. Es en consecuencia erróneo suponer que todos los elementales tienen una disposición amable y amistosa. Tal como ocurre entre seres humanos, los hay malignos y los hay bondadosos.

El papel que cumplen los elementales en el Plan Divino consiste fundamentalmente en la construcción de las formas existentes en los diferentes reinos que pueblan el planeta, especialmente el reino vegetal. No existe árbol, planta o flor cuya forma no haya sido construida por elementales bajo la dirección y creatividad de ciertos Devas; de ahí que se les conozca a unos y otros como “los constructores del sistema”. La inmensa variedad floral del planeta deja de manifiesto no solo la gran cantidad de elementales que realizan este trabajo, sino además el número de Devas que intervienen, ya que cada tipo de flor, por ejemplo, tiene su propio Deva como creador y diseñador de su forma, perfume y color. Puesto en otras palabras, los Devas son los artistas creadores; los elementales son los artesanos constructores.

Ángeles Mayores y Menores

En el arco evolutivo ascendente encontramos a estos Devas quienes, similarmente a los elementales, se distinguen por su gran variedad. Los hay aquellos que revelando un elevado estado de consciencia y una gran inteligencia creativa guían, como indicamos anteriormente, a los elementales en la construcción de las formas existentes en el planeta. Estos Devas forman parte de una gigantesca estructura jerárquica que incluye desde el modesto Deva que anima la vida de un rosal al colosal arcángel que representa nuestro Logos Solar cuya presencia anima la vida de nuestro sistema solar.

Los hay aquellos que ostentan el grado de Logos Planetario y que rigen los tres planos, mental, astral y físico, en los cuales tiene lugar la evolución humana, trabajando en perfecta coordinación con los adeptos de la Jerarquía Planetaria conocida como la Hermandad Blanca para asegurar el desarrollo del plan evolutivo y el progreso continuado de la humanidad.

El radio de sus actividades es, sin embargo, infinitamente más vasto de lo que es dable imaginar a primera vista, incluyendo innumerables huestes de devas menores quienes diseñan la gran variedad de formas existentes en el reino vegetal de acuerdo con las necesidades evolutivas de la vida vegetal.
Los devas existentes en la Región Abstracta del plano mental son conocidos en teosofía como “arupa”, término sánscrito que significa “sin forma”, porque la materia que constituye sus cuerpos no se precipita en formas definidas sino más bien en una radiante y compleja vibración de luz. En la Región Concreta del plano mental los devas tienen, en cambio, forma definida y se les conoce como devas “rupa”, es decir, con forma definida.

Se nos dice que en los planos superiores al plano mental hay por cierto innumerables entidades dévicas aún más elevadas que las de la Región Abstracta, seres elevadísimos conocidos en las antiguas escrituras orientales como Adityas, Dhyani Budas, etc., y en la tradición cristiana como Arcángeles, Querubines, Serafines, etc.

La existencia y el trabajo de estas Grandes Inteligencias como portadoras de la Voluntad Divina en la administración de la Naturaleza son reconocidas en todas las grandes religiones. Los diferentes nombres con que estas religiones distinguen a tales Seres dejan de manifiesto su conocimiento de la estructura jerárquica a la cual pertenecen.

Al igual que los elementales, los ángeles son andróginos. Su aspecto a la vista clarividente es radiante, lleno de luz, cuerpo y rostro manteniendo una vaga semblanza a la del ser humano y, contrariamente a lo retratado en la pintura tradicional de occidente, sin alas. (Claramente, cuando se tiene un cuerpo estructurado de materia sutil, no tan sujeta a las leyes de gravedad como la materia física, la necesidad de alas es inexistente). Las alas de aquellos ángeles pintados en iglesias y cuadros de la época renacentista principalmente, parecen tener origen en la compleja radiación de luz que suele emanar de la parte superior de sus cuerpos, observada por clarividentes de la época.

Campos de Actividad – Los Siete Rayos

1º. Rayo = Liderazgo (Característica = Fuerza)
2º. “= Enseñanza (““= Sabiduría)
3º. “= Cultura (““= Tacto)
4º. “= Arte (““= Armonía)
“= Ciencia (““= Conocimiento)
6º. “= Religión (““= Devoción)
7º. “= Ritual (““= Servicio)

Los devas del primer Rayo supervisan el trabajo de los ángeles menores en lo que respecta a la construcción de formas. Los del segundo dedican sus esfuerzos al campo de la enseñanza. Los del tercero trabajan con las corrientes de pensamiento que estimulan el desarrollo de valores culturales en los diversos países. Los del cuarto rayo son los generadores del esfuerzo creativo y la inspiración manifestada a través de músicos, pintores y artistas en general. Los del quinto utilizan también corrientes mentales para estimular los descubrimientos científicos del hombre. Los del sexto estimulan en la humanidad las tendencias devotas, colaborando con el desarrollo de las religiones. Finalmente, los del séptimo Rayo ayudan a orientar las fuerzas y corrientes ocultas activadas por rituales místicos o religiosos para beneficio de las fieles y para su desarrollo espiritual a través del campo de la devoción.

No puede dejar de mencionarse la existencia de ciertos devas de indescriptible esplendor, capaces de traer a la existencia sistemas solares completos solo mediante el poder de su mente, canales perfectos de la Voluntad, Creatividad y Energía del Ser Supremo. En este nivel se encuentran cuatro elevadísimos Seres a quienes la tradición oriental llama “Lipikas” (sánscrito; literalmente, escribas), conocidos en ciencia oculta como los Señores del Karma, regentes de una de las leyes cósmicas más importantes en la evolución humana: La Ley del Karma o Ley de Consecuencia. A su disposición se encuentran millones de devas encargados de ejecutar los dictados de esta Ley que rige el comportamiento de la humanidad tanto a nivel individual como colectivo.

Se dice que al ocurrir el nacimiento del Ego humano – evento que tiene lugar cuando la Mónada hace su ingreso al reino humano después de completar su evolución a nivel del reino animal –se le asigna un deva para que le acompañe a través de su peregrinaje evolutivo en la nueva etapa. A este deva, que la tradición cristiana ha dado en llamar “el Ángel Guardián”, se le conoce en la tradición oculta como el Ángel Solar. Su misión es la de proteger al Ego - hasta donde sea posible y permitido - de influencias exteriores peligrosas, y de asegurar su avance.

Se nos dice además, que estos devas solares fueron traídos desde otras regiones cósmicas para acelerar el avance evolutivo de nuestra humanidad que aparentemente procedía con excesiva lentitud. La presencia de un deva solar en cada ser humano se llevó a cabo para devolver a los Egos humanos su ritmo evolutivo apropiado, estimulando así su desarrollo.

Existen numerosos casos que confirman la evidencia de la protección que nos da nuestro Ángel Solar, incluso a nivel físico. Entre otros, puede citarse el caso de cierto niño pequeño quien, durante un terremoto que afectó Taormina, en Sicilia, quedó sepultado vivo bajo los escombros. Cuando las cuadrillas de rescate lo encontraron días después en perfecto estado de salud y sin deshidratación, manifestó que había estado recibiendo diariamente comida y bebida a través de “una señora de vestiduras blancas y brillantes”. (El aspecto andrógino y delicado de los devas puede inducir a considerárseles como seres de sexo femenino por la persona inexperta). Pero la protección dévica es también particularmente eficaz a nivel astral.

Otras actividades

El trabajo de los devas en general es específico y perfectamente organizado. Dividen el planeta en sectores de los cuales son responsables y a los cuales atienden en orden jerárquico. Devas mayores y menores, asistidos por elementales, atienden todas las necesidades de los diferentes reinos de la vida en evolución, asegurando la supervivencia de las formas y estimulando su crecimiento y mejoramiento. Son, en el más amplio sentido, los constructores y mantenedores del sistema, y es a través de esta noble actividad que tiene lugar su propio proceso evolutivo. Se nos dice que no existe lago, montaña, aldea, casa, sección del océano, e incluso árbol o arbusto, que no tenga su propio deva animando la vida en ellos existente.

Los hay cuyo trabajo consiste en la formación de vetas minerales en la tierra. Se nos dice que los metales nobles hallados en ciertas regiones del planeta han sido materializados por devas especializados en este tipo de actividad. Geoffrey Hodson dice haber observado clarividentemente un grupo de tres devas aparentemente suspendidos en el aire sobre una montaña a buena altura y proyectando un rayo de luz dorada como fuerza productora de oro, la formación de una veta del precioso metal empezando distinguirse varios metros bajo la superficie de la tierra.

La observación clarividente de devas coincide en afirmar que sus cuerpos tienen un aspecto transparente, dando la impresión de estar hechos de substancia ígnea. Resulta posible observarles cuando están inmóviles, pero cuando están en movimiento, su cuerpo pierde definición transformándose en un borrón luminoso como una neblina en desplazamiento.

La Jerarquía Angélica

De acuerdo a Santo Tomás y la tradición cristiana, existen nueve órdenes Angélicas reconocidas y estructuradas en tres Jerarquías, a saber:

1. Serafines, Querubines y Tronos;
2. Dominaciones, Virtudes y Potestades; y
3. Principados, Arcángeles y Ángeles.

Los integrantes de estas Jerarquías llevan a cabo las siguientes funciones en los respectivos campos de actividad:

Tronos: Representan la función de liderazgo, la Voluntad Universal en acción, siendo éste evidentemente el grupo angélico más elevado de aquellos que trabajan en nuestro sistema solar.

Serafines: Representan el Amor Universal, la cohesión de la fuerza centrípeta en acción.

Querubines: Representan las funciones del análisis y la multiplicidad, la Mente Universal en acción, el Espíritu de la
Naturaleza que incluye a los devas de Nuestra Señora (La Madre Divina) cuyo “departamento” – si se nos permite tal definición – representa el aspecto femenino de la Naturaleza, la Maternidad de la vida.

Dominaciones: a estos devas se les conoce como los “Agentes de Oferta y Demanda”, y representan la economía de la Naturaleza. Son responsables por la exacta distribución y apropiada utilización de la energía que anima el universo.

Principados: son los devas que gobiernan áreas, provincias, naciones. En este sentido, se nos dice que la totalidad de la raza humana se encuentra presidida por un elevadísimo arcángel cuyo trabajo se realiza a través de los llamados “Ángeles de las Naciones”. Estos son en realidad poderosos arcángeles que representan y animan la consciencia de cada nación establecida en la Tierra, guiando su evolución y desarrollo mediante la supervisión de su karma y su dharma. Son ellos los que actúan sobre líderes políticos, inspirándolos a tomar decisiones que aseguren el cumplimiento del destino de cada país, estimulando su proceso evolutivo hasta donde la Ley cósmica lo permite.

Potestades: estos devas son los reguladores de la Ley de Causa y Efecto y de la transmutación del mal en bien. Se les conoce también como los Señores del Karma. Están encargados de mantener el apropiado equilibrio entre el bien y el mal en la vida humana y también de la preservación de la armonía planetaria.

Virtudes: trabajan con los aspectos concretos de las materias astral y mental.

Arcángeles: son los “oficiales ejecutivos” en la administración cósmica en ciertos aspectos, especialmente en lo que se refiere al reino animal y sus variadas especies.

Ángeles: son esencialmente habitantes del plano astral, y su función principal tiene relación con las evoluciones de los reinos humano y vegetal. Su propia evolución ocurre como resultado del servicio que prestan a estos dos reinos.

Aunque los nombres de las entidades en esta clasificación de nueve tipos provienen de la tradición judeocristiana, la tradición oculta en general confirma esta estructura jerárquica aunque los nombres difieren en otras escuelas y religiones de acuerdo con los diferentes idiomas.

Devas especializados

Existe, se nos dice, un buen número de devas cuya labor puede calificarse de altamente especializada. Y aunque en un texto básico como éste es imposible mencionarlos a todos, bien vale destacar la labor de cierto ángel conocido como el deva constructor de la forma humana. La idea habitual apoyada por la ciencia tradicional es que el embrión humano se desarrolla por sí mismo dentro de la matriz de la madre bajo el impulso químico provisto por ésta. En teosofía, en cambio, se nos dice que nada en el universo ocurre por sí mismo cuando se trata de la construcción de una forma. En lo que respecta al embrión humano, la observación clarividente de Geoffrey Hodson y otros, nos dice que en el momento de la concepción, un deva especializado coloca el átomo permanente del individuo que se apresta a encarnar en la nueva célula recién formada por el espermatozoide y el óvulo, conocida como el “zigote”. La presencia de este átomo vivificada por la corriente egoica que sobre él desciende (es decir, la energía creativa microscópica de la “palabra-fuerza”) entrega a la célula doble del nuevo organismo su apropiado ímpetu biológico; puesto en otras palabras, la hace crecer al impulso de la “Palabra” o sonido creativo. Con esta energía creativa proyectada a través del átomo permanente y la célula doble o zigote, se producen cuatro reacciones. No está dentro del contexto de esta lección comentar sobre tres de éstas, pero Hodson dice lo siguiente respecto a la cuarta:

“La cuarta reacción en los efectos del proceso de germinación, es la llamada de los Devas Constructores de la forma humana. El tipo de deva que acude al llamado depende de las características de la resonancia del sonido emitido. Elementales constructores también escuchan el sonido y acuden presurosos porque están entonados con el tipo de vibración tonal emitida por el individuo que va a reencarnar. Al arribar al lugar de la escena, penetran su esfera de influencia encontrándose en una atmósfera que les es congenial porque está regida por el acorde inherente al individuo. Los elementales proceden entonces instintivamente a absorber y especializar materia, para subsiguientemente irla añadiendo al embrión en desarrollo”.

Este tipo de observación, confirmada por otros clarividentes, describe en consecuencia la mecánica de la concepción y desarrollo fetal del cuerpo humano, proceso ignorado por la ciencia médica y por la mayoría de los seres humanos. Se nos dice que el deva principal cuenta no solo con la colaboración de elementales en este trabajo, sino también la de dos devas adicionales con los cuales se va estructurando el cuerpo del feto utilizando como guía las característica del molde etéreo determinado por los Señores del Karma en consonancia con la situación kármica que el individuo se ha labrado en previas encarnaciones.

Los elementales que colaboran en esta extraordinaria labor, lo hacen de manera instintiva y bajo la dirección de los devas. Estos, en cambio, realizan el trabajo desde su elevado estado de consciencia, guiados por el amor y el deseo de colaborar con el Plan Divino.

Mucho más puede decirse, por cierto, acerca del maravilloso Reino Dévico, también conocido como El Reino de los Dioses por aquellos que han tenido el singular privilegio de observarlo de manera clarividente. Información más detallada podrá encontrarse en la literatura recomendada al final de esta lección.

¿Es sensato creer en la existencia de los ángeles como seres reales? Para aquellos que creen en la realidad de la evolución evidentemente lo es. No carece de lógica suponer que así como existen reinos menos evolucionados que el humano, también debe haberlos más avanzados. El reino dévico es un reino más avanzado que evoluciona paralelamente al reino humano y que colabora con la evolución de éste último.

Concluimos citando una vez más a Leadbeater: “Existe entre la gente común gran confusión respecto a los ángeles. La sola idea de la realidad de su existencia es algo tan hermoso y poético, que la mayoría de las personas tiende a considerar tal realidad solo como poesía. Se habla acerca de estos magníficos Seres con la misma idea con que se habla de cuentos de hadas: muy hermosos, pero no reales. Nada puede estar, sin embargo, más lejos de la verdad que semejante conclusión. La gloria radiante de los Seres Angélicos es mucho más real que todo lo que existe en el plano físico. Más aún, si hemos de comparar sus cuerpos y los nuestros, los de ellos son mucho más reales y de mucha mayor duración, ya que estas nobles entidades viven una vida mucho más larga, mucho más vívida y en un estado de consciencia mucho más elevado que el que nosotros ostentamos en este nuestro mundo físico”.






CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES -  RENARD, Enrique
 
Lección 3 -  VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Lección 4 -  REENCARNACIÓN 

Lección 5 -  KARMA 

Lección 6 -  LA HERMANDAD BLANCA 

Lección 7 -  LA DOCTRINA DE LOS CICLOS 

Lección 8 -  EL DOBLE ETÉREO 

Lección 9 -  EL CUERPO ASTRAL 

Lección 10 -  EL PLANO MENTAL 

Lección 11 -  EL PODER DEL PENSAMIENTO 

Lección 12 -  LA CUESTIÓN DEL MAL 

Lección 13 -  EL REINO DÉVICO

Lección14 -  LA HERMANDAD UNIVERSAL 






LA HERMANDAD UNIVERSAL






Lección 14




HERMANDAD UNIVERSAL



En teosofía se nos dice que el concepto de la hermandad de todos los seres tiene su origen en aquella premisa fundamental que establece que toda manifestación de vida tiene un origen común: la Fuente Suprema, sin importar cuán variada y diversificada esta sea.

Gradualmente la humanidad va empezando a comprender y a acercarse a la idea de la unidad de toda vida, aceptándola al comienzo tal vez sólo como una premisa intelectual, pero que poco a poco se irá haciendo parte de nuestra consciencia interna y externa en respuesta a la realidad que encierra.

Demás está decir que tal realización deberá traer consigo una completa reorientación de nuestras actitudes no sólo con respecto a otros seres humanos, sino también para con los otros reinos de la Naturaleza y sus criaturas, afirmando con ello el reconocimiento de que toda vida es Divina y que la aparente separación de seres y objetos es simplemente la especialización de focos de consciencia, de una consciencia que es Una y universal.

Se nos dice que no nos sería posible compartir nada, que ni siquiera podríamos reconocernos o comunicarnos mutuamente si no fuera por nuestra participación en esta unidad que caracteriza la existencia consciente. Cuando nos damos cuenta de esta profunda verdad, es imposible dejar de ver que la hermandad es algo tan básico, tan natural como el brillo del sol o el alimento que nos procura La Tierra. Todos los grados de consciencia y de inteligencia son en realidad expresiones de la Vida Una. Del microbio al hombre, del átomo al ángel, el universo es la expresión de la Deidad, al margen del nombre con que la identifiquemos. Elevados o bajos, grandes o pequeños, verdaderamente “en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestra existencia”.

Este concepto de la hermandad postulado por la teosofía viene a ser entonces algo más que un simple ideal humanístico de bondad y consideración por los demás, cosa por cierto esencial si el hombre desea vivir en paz y armonía manifestando amor y compasión por toda criatura viviente. Decimos que es algo más que un noble ideal porque al postular la idea de la Vida Una como la raíz de todas las cosas y de todas las criaturas la Teosofía pone claro énfasis en el hecho de que la Ley de la Hermandad es tan inexorable como la ley de gravedad o cualquiera otra de las leyes que rigen el universo. Los efectos de la violación del esta ley en lo que respecta a actitudes individuales pueden no ser evidentes de inmediato, pero tarde o temprano tendrán lugar. El terrible caos que observamos sobre la faz de La Tierra en estos días es resultado directo de siglos de continua violación de la Ley de la Hermandad.

La naciente capacidad del hombre actual para comprender la trascendental verdad de “la identidad fundamental de cada alma con el Alma Universal” y la unidad de la familia de la humanidad, es algo que no ha ido paralelo con su capacidad para inventar métodos de destrucción mutua. Por ello, continúa persiguiendo lo que considera su propio interés por medio de la violencia e ignorando el bienestar de su prójimo. Porque olvida que aunque cada uno de nosotros tiene una función específica que llevar a cabo en el esquema general del universo, somos también parte de un solo Cuerpo, y el daño infligido a uno, es daño infligido a todos. No podemos considerar nuestra unidad como una simple metáfora, ni siquiera desde el punto de vista físico. Detengámonos por un momento para reflexionar acerca de lo obvio que resulta el hecho de que el aire que respiramos es el mismo, y que resulta muy difícil determinar en qué momento el aire que fue nuestro un momento antes se encuentra ahora en el cuerpo de otro ser humano y es parte de él; el oxígeno que respiramos es acarreado por los glóbulos rojos para mantener nuestra vitalidad, y al mismo tiempo exhalamos dióxido de carbono a la atmósfera que así mantiene su constitución apropiada en beneficio del reino vegetal. De hecho estamos continuamente recibiendo y contribuyendo a la misma atmósfera, y resulta difícil determinar en qué momento una cosa se torna en la otra. Y de acuerdo con esta reflexión, incluso los átomos de carbono, que son parte integral de nuestros cuerpos, pueden transformarse en parte de otra persona en cualquier momento dado.

Los arrabales pobres de una ciudad son generalmente sucios e insalubres, transformándose con ello en focos de enfermedades y epidemias. Ciertamente tal situación constituye una amenaza para la ciudad entera, al margen de cuán a salvo se consideren los ciudadanos que viven en barrios lujosos. También nos estamos empezando a dar cuenta de que la injusticia y el prejuicio pueden crear serios problemas morales y sociales para la ciudad, porque la Ley de la Hermandad opera tanto en lo moral como en lo físico.

Todos los hombres son iguales en cuanto a su origen e identidad divinos aunque existan vastas desigualdades de circunstancias y de desarrollo evolutivo entre unos y otros. Las lecciones anteriores sobre Reencarnación y Karma trataron acerca de estas diferencias. En otras lecciones hemos tratado sobre el desarrollo del Ego. Algunos Egos lograron individualización antes que otros, y los hay quienes aprendieron sus lecciones con mayor rapidez, superando así a sus propios contemporáneos. Algunos han escogido escalar la montaña en línea recta con todas las dificultades que ello representa; otros han preferido la ruta más prolongada que remonta la ladera lentamente en un camino lleno de curvas. Conviene sin embargo recordar las palabras del divino Sri Krishna en el Bhagavad Gita: “Sea cual fuere la forma como los hombres se acerquen a Mí, serán bienvenidos, ya que todos los senderos que escojan son Mi sendero”.

La mejor ilustración del concepto de la hermandad es aquella establecida por la familia, en la cual los miembros de más edad guían y ayudan a los más jóvenes sin alardes de superioridad o arrogancia. Los problemas y aflicciones de cada miembro, así como sus triunfos y alegrías, invariablemente afectan a todo el grupo familiar, ya que todos los que le componen están unidos por un sentimiento común de lazos afectivos e intereses comunes. La familia del Hombre, es decir, la humanidad, está destinada a manifestar el mismo sentimiento de unidad y consideración mutua.

Queda por cierto claramente establecido que la evolución humana aún tiene camino por recorrer, y que a través de su historia las manifestaciones de hermandad han sido breves y fragmentadas. Cuando el hombre hizo su aparición por vez primera en la escena cósmica, su única preocupación fue la propia supervivencia. No podemos decir que en nuestra época presente hemos logrado la emancipación total de semejante actitud, pero aún en aquel hombre primitivo un cambio gradual empezó a efectuarse cuando empezó a evidenciar un deseo de cuidar a los niños del grupo familiar, asegurando así la continuación de la especie. Posteriormente, los lazos de lealtad se extendieron para incluir a otros miembros del clan o tribu o religión a los cuales perteneciera el individuo.

Los Grandes Instructores de la humanidad siempre procuraron despertar en él el sentido unificador de la vida en común, pero sus seguidores interpretaron tal cosa como aplicable sólo a aquellos que también estaban dispuestos a seguir aquella determinada religión, excluyendo al resto. Este sentido limitado de la hermandad basado en una determinada fe fue llevado a cabo a expensas del concepto de la hermandad universal. El exclusivismo de la anterior proscribió el inclusivismo de esta última, pero en la historia del buen samaritano encontramos un claro ejemplo de hermandad en el individuo que no titubeó en sacrificarse personalmente para ayudar a alguien que no era de su propia gente, y Jesús utilizó esta parábola para ilustrar dramáticamente el verdadero sentido de la hermandad universal.

A medida que las diferentes épocas han ido transcurriendo con millones de seres transitando el sendero de la evolución, el concepto de la hermandad ha ido gradualmente cobrando importancia. Hubo una época, por ejemplo, en que se consideraba normal comprar y vender esclavos y tratarles con crueldad. Al cabo de un tiempo empezó a considerarse inaceptable tratarles mal, pero ello no implicaba prohibición de tenerlos. Tiempo después la idea del derecho moral de un ser humano de transformarse en dueño de otro empezó a ser vista como algo inapropiado. Hoy en día, la esclavitud es vista como un horror de tiempos pasados, y es completamente ilegal en todo país civilizado. Aquellos que en encarnaciones anteriores la practicaron sin mayores consideraciones, han avanzado en el sendero, y ahora la ven como algo totalmente inaceptable. Incluso – y aunque parezca paradojal – la erupción de hostilidades raciales es considerada por algunos como preludio a un reconocimiento más universal de la unidad esencial del hombre; la violencia en la cual encuentra expresión por el momento es el extremo sombrío del espectro de las relaciones humanas, pero al otro extremo vamos encontrando cada vez en mayor cantidad a aquellos que empiezan a vislumbrar la luz de la hermandad y la buena voluntad. La inhumanidad del ser humano para con sus congéneres está aún lejos de ser erradicada en este planeta, pero cuando observamos atentamente el plan evolutivo y nos damos cuenta de que cada cual cosecha lo que siembra y que tal es el sistema que nos enseña el recto proceder, resulta posible vislumbrar un futuro en el cual el reconocimiento de la interdependencia de los seres humanos y su mutua responsabilidad por el bienestar de la humanidad serán los principios fundamentales que gobiernen el nuevo orden social internacional que ha de eliminar las ciegas hostilidades y brutalidades aún existentes.

La certeza de que esto constituirá tarde o temprano una realidad inevitable no significa en modo alguno que podemos darnos el lujo de abandonar nuestros esfuerzos para que este cambio ocurra lo antes posible. Porque es necesario comprender que el que tiene que llevarlo a cabo es el propio ser humano, porque se trata de un proceso que no puede ser impuesto desde fuera por una deidad imaginaria.

En aquel notable libro “La Voz del Silencio”, en el capítulo titulado Los Siete Portales, al peregrino se le dice que deberá prepararse para responder a ciertas preguntas. Una de ellas es: ¿Has entonado tu corazón y tu mente con la mente y el corazón de toda la humanidad?”. La virtud de la compasión predicada con igual énfasis tanto por el Buda como por el Cristo, es la principal virtud a ser desarrollada íntegramente por todo aspirante al Sendero. El estar “en armonía total con todo aquello que vive; el amar al prójimo como a sí mismo, como hermano y discípulo de un solo Maestro e hijo de la misma madre” es la exigencia que se hace al peregrino que desea recorrer el Sendero espiritual.

Ninguno de nosotros sabe en qué estado de desarrollo se encuentra en comparación con quienes le rodean. Es lógico suponer que en cierto momento estuvimos en la misma situación en que ahora se encuentra nuestro hermano menos desarrollado y que, de igual manera, algún día nos encontraremos donde el actual gigante espiritual, nuestro hermano mayor, se encuentra ahora, porque entre todos nosotros existen diferentes grados de avance que son como escalones en la escala del progreso espiritual. De ahí lo inapropiado de juzgar a nuestro prójimo.

Tenemos no sólo un origen común, sino también una lucha y un destino comunes, y esta es la clara realidad que la humanidad aún no comprende, y sin la cual no nos será posible traer la ansiada paz que el mundo tanto necesita.

Si la prueba de la hermandad humana es difícil, el ser humano tiene aún otra similar que enfrentar y conquistar: la vida, cualquiera sea la forma en que ésta se manifieste. Él es el hermano mayor de los seres de otros reinos de la Naturaleza y es, en consecuencia, kármicamente responsable por la explotación de recursos naturales y por sus relaciones con el reino animal en particular. Porque es necesario comprender que aquel que acepta la validez del concepto de la Vida Una, jamás podrá excusarse de la crueldad de infligir deliberado sufrimiento a los animales. La reverencia por toda vida debe ser la base de la ética de quienes deseen vivir sus vidas en consonancia con verdaderos principios ocultos.

Citamos nuevamente la Voz del Silencio: “Habla la Compasión y nos dice, “¿Puede acaso haber felicidad cuando todo aquello que vive está sufriendo? ¿Tenemos derecho a salvarnos mientras escuchamos el grito angustiado del mundo entero?”. Estas palabras son dichas a aquellos que habiendo llegado al fin de la jornada humana se aprestan a ser liberados de la necesidad de volver a renacer en este mundo. La voz les pregunta si se sienten contentos al dejar a sus hermanos menores en el sufrimiento. Tendrán entonces que elegir entre cruzar el Portal hacia la liberación total o escuchar la voz angustiada de la humanidad y retornar, manteniéndose altruistas hasta el fin.

La Compasión es la principal virtud que el Iniciado debe manifestar antes de obtener la liberación. El conocimiento puede ser utilizado para bien o para mal, pero la compasión no tiene alternativa: escucha el grito angustiado y corre a prestar ayuda. Cada paso dado en nombre de la compasión es pues un paso apropiado. La práctica de la hermandad es la verdadera expresión de nuestra consciencia de la unidad de toda vida y de nuestro origen común en la Fuente Suprema.

El Maestro K.H. escribió en una de sus cartas a A.P. Sinnet lo siguiente: “El término Hermandad Universal no es algo venal. La humanidad entera tiene derecho a esperar ciertas cosas de nosotros… y esta es la única base segura para lograr una moral universal verdadera. Y si esto fuere solo un sueño, es sin duda un noble sueño para el género humano; y es también la aspiración más elevada del verdadero adepto.





RENARD, Enrique