jueves

REENCARNACIÓN



Lección 4

 
REENCARNACIÓN


La doctrina de la Reencarnación ocupa un lugar muy importante en las enseñanzas de la Teosofía. Es la llave que abre la puerta del conocimiento de una gran cantidad de fenómenos de la vida humana que sin esta doctrina permanecerían inexplicables. En el mundo occidental la creencia más generalizada es que el Alma es creada junto con el nacimiento del cuerpo físico. Hoy en día sin embargo está teniendo lugar un revivir del interés por la doctrina de la Reencarnación tanto en círculos religiosos como en los de la psicología y la antropología.
Toda persona que realmente piense, encontrará serias dificultades en aceptar como infinitamente bueno a un Dios que trae a la existencia a ciertas personas en condiciones que aseguran un bienestar económico y a otras en la más abyecta pobreza; un Dios que otorga a algunos brillante inteligencia y a otros retardo mental; un Dios que, siendo infinitamente justo y omnipotente, permite que ciertas personas nazcan hermosas y sanas, y otras feas o deformes. Estas evidentes desigualdades, y muchísimas otras, son algo que observamos a diario. ¿Cómo puede entonces ser posible – se pregunta la persona de mente clara y compasiva – conciliar tales desigualdades como provenientes de un Dios de bondad y amor infinitos si, como algunos insisten, cada Alma es creada en el momento en que el individuo nace?
Frente a este dilema la teosofía postula un proceso por completo diferente al enunciar la doctrina de la Reencarnación. En nuestra primera lección establecimos que cada uno de nosotros es un fragmento en evolución de la vida del Logos de nuestro sistema solar. Esta Vida Divina está presente en cada átomo de la creación, y porque tanto su trascendencia como su inmanencia (presencia subjetiva) ocurren simultáneamente, resulta imposible aceptar la infantil idea de aquel Dios personal quién, por razones incomprensibles, juega malas pasadas a sus propios hijos, exigiendo a cambio un amor incondicional de parte de éstos.
Más aún, pocos estarán en desacuerdo respecto de que aquello que tiene un comienzo, también debe tener un fin. Sin embargo, en la opinión de aquellos que insisten en postular dogmas absurdos, el Alma tiene que tener un futuro interminable sin haber tenido jamás un pasado. ¡Esta idea es equivalente a afirmar que puede existir un palo con un solo extremo!
La teoría de la evolución es algo generalmente aceptado en nuestros días, y la Teosofía la ve como una ley aplicable tanto a la forma física del ser humano como a su crecimiento y desarrollo espirituales. Hasta ahora, tres hipótesis han sido esgrimidas con respecto al método seguido por la evolución que culmina en las metas de sabiduría, bondad e inteligencia.
La primera de ellas establece que la muerte, de modo presumiblemente milagroso transforma, a todos aquellos que no se han portado demasiado mal como para ir al “infierno”, en seres perfectos. La segunda hipótesis sugiere que la vida después de la muerte provee todas las oportunidades requeridas para lograr tal perfección. La tercera postula en cambio que el Alma debe retornar una y otra vez a la Tierra para aprender gradualmente todas las lecciones que la existencia física procura, tal como el niño vuelve a la escuela día tras día, año tras año hasta finalmente obtener su diploma de graduado.
La primera hipótesis es inadmisible simplemente porque una agencia uniforme operando de manera uniforme debe producir resultados uniformes, y porque mediante la observación clarividente se ha podido observar que aquellos que han fallecido continúan siendo en el plano astral iguales como eran en el plano físico, es decir, perfectamente capaces de errar tanto de hecho como en sus juicios y opiniones. Y aún haciendo a un lado la evidencia clarividente, es sensato suponer que si bien el cuerpo se acaba, la consciencia debe continuar. Y cuando observamos con cuánta lentitud vamos logrando progreso y expansión de consciencia durante los años de vida terrestre, resulta irracional afirmar que durante los breves instantes que demoramos en morir nuestro estado de consciencia se tornará perfecto. Esto ya no sería continuidad sino un quiebre drástico del proceso que nos haría vernos de pronto como extraños a nosotros mismos, irreconocibles. El insistir en esto, es pensar en términos de ciencia-ficción.
La segunda hipótesis que establece que la vida después de la muerte lleva a toda sabiduría se ve seriamente objetada por el hecho de que lo que el Alma ha aprendido bajo las condiciones de la vida terrestre en modo alguno va a ser aumentado y perfeccionado en las condiciones drásticamente modificadas de la vida astral. Si esto fuese posible, no existiría la necesidad de encarnar en el plano terrestre. No nos parece razonable suponer que un hombre que se somete al esfuerzo de especializarse en determinada profesión, dedique su vida a una actividad totalmente diferente. Evidentemente es absurdo suponer que una persona que se ha familiarizado de manera formativa con las condiciones de la vida física, pase para siempre a una esfera de condiciones enteramente diferentes en donde lo que ha aprendido anteriormente le serviría de poco o nada. Es lógico en cambio suponer que si la vida en la Tierra es un hecho establecido, ello obedece a un propósito definido en relación con el proceso evolutivo. Tal como se indica en la lección anterior, el despertar y la expansión de la consciencia individual se logran sólo a través de la limitación y la restricción impuestas por la materia física. La vida después de la muerte, siendo por completo subjetiva, está lejos de ofrecer el grado de limitación necesario para lograr tal despertar que es, al fin de cuentas, la meta definitiva del proceso evolutivo humano.
Atendidas tales consideraciones, la Teosofía rechaza las dos primeras hipótesis, aceptando en cambio la tercera porque es la más lógica y la que marcha más en armonía con la idea de un sistema racional y ordenado basado en la justicia impersonal de la ley cósmica.
La analogía de la escuela es particularmente apropiada. Es evidente que cuando cursamos los grados inferiores de la escuela primaria no podemos aspirar a transformarnos en médicos o abogados de la noche a la mañana. Se requieren doce años de escuela primaria y secundaria para poder ingresar a la universidad a estudiar medicina o leyes durante siete u ocho años más antes de lograr nuestro título. Debemos tener la paciencia de completar todas las fases de nuestra educación primaria antes de pasar a la siguiente. Del mismo modo, completamos nuestra educación cósmica con asistencia obligatoria a la escuela de la vida planetaria física.
Se nos dice que el ser humano es una inteligencia espiritual, una chispa de la Vida Divina encerrada en cuerpos de materia de diferente densidad, y que viene a la Tierra exclusivamente con el objeto de aprender. Para ello se hace necesario que pase por una larga sucesión de vidas a objeto de desarrollar sus poderes latentes a través de una dura lucha contra las circunstancias y en una red de relaciones e interacción con otras Almas que se encuentran en el mismo proceso. A través de estas vidas en cuerpos físicos el Alma va ganando conocimiento y experiencia que posteriormente transforma en facultades y poderes entre una encarnación y otra para ir ganando en estatura espiritual. Este proceso de transformar las experiencias en poderes puede ser comparado con el proceso de nuestra digestión, en el cual la comida que ingerimos es transformada químicamente por nuestro sistema digestivo e incorporada a nuestra corriente sanguínea en forma de aminoácidos y otros elementos que el cuerpo necesita para continuar viviendo, proceso que conocemos como asimilación. La vida escolar puede también ser utilizada como ejemplo si comparamos los períodos de estudio en los cuales nos llenamos la cabeza de información que posteriormente nuestra mente va transmutando en entendimiento y conocimiento de manera prácticamente sub-consciente, al igual que el proceso de nuestra digestión que ocurre automáticamente y sin intervención directa de nuestra voluntad.
De modo similar ocurre en el mundo celeste la transmutación de la experiencia ganada en el mundo físico a un nivel que está más allá de nuestra consciencia física objetiva, permitiendo así al Alma retornar a la vida física más sabia y mejor equipada para lo que le resta de aprendizaje en grados más avanzados.
Ocasionalmente una encarnación puede redundar en fracaso debido a que el Ego no consigue influenciar la personalidad lo suficiente para lograr su completa cooperación, en cuyo caso el progreso no sería apreciable. De hecho, a veces se retrocede un poco cuando las oportunidades de avance son desperdiciadas, lo que equivale al alumno que en la escuela debe repetir el grado por no haber estado dispuesto a estudiar como correspondía.
Pero a la larga nada se pierde, porque el fracaso es también educativo y puede ser trocado en triunfo mediante renovado esfuerzo en una encarnación futura.
Una equivocación desafortunadamente frecuente es la de confundir la doctrina de la Reencarnación con la teoría de la trasmigración. Esta última postula la entrada del alma humana en un cuerpo animal. Tal cosa estaría sin embargo en abierta contradicción con la ley natural de la evolución. Como hemos podido apreciar en las lecciones anteriores, la Mónada humana nunca ha sido otra cosa que humana, ya que al comienzo del ciclo de involución debe esperar pacientemente hasta que el planeta produzca – mediante la evolución de las formas – cuerpos lo suficientemente refinados y desarrollados para expresar consciencia humana. Resulta entonces inconcebible que en una etapa posterior a aquella en la cual comienza a encarnar, súbitamente haga lo que nunca ha hecho aún en su estado de máxima inmadurez: utilizar el cuerpo de un animal como vehículo permanente. La vida que ha sido individualizada en el reino humano no puede regresar al reino animal. ¡Suponer tal cosa equivale a aceptar la idea de que un bebé recién nacido puede volver la matriz de su madre y transformarse nuevamente en embrión!
Las almas menos evolucionadas son comparables a los alumnos de los grados más bajos de la escuela. Y aquellos que se van aproximando a su “graduación” son aquellas que empezaron a encarnar antes que la primera. En éstas últimas el grado de avance puede también ser resultado de la forma efectiva como aprovecharon sus oportunidades de aprendizaje, tal vez con mayor dedicación que otras. Es importante recordar, sin embargo, que tanto el peor de los criminales como el más elevado de los santos albergan en sí la misma semilla de Vida Divina, y que las posibilidades de hacerla germinar son idénticas para ambos. La diferencia entre ambos está determinada por el hecho del que el alma del criminal con toda probabilidad empezó a encarnar mucho después del alma del santo y aún le queda mucho por recorrer del camino ya recorrido por éste último. O también puede ser que su aprendizaje haya sido más lento que el de su hermano. Más aún, dadas las características del proceso, es perfectamente posible que el criminal haya aprendido alguna cosa que al santo aún le queda por aprender, ya que este tipo de aprendizaje no sigue líneas fijas sino que funciona en base a variantes.

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Quisiéramos hacer aquí un paréntesis para aclarar el sentido en que utilizaremos la frase “en el comienzo”, al referirnos a la Creación del universo. La Creación es una constante, algo que no tiene principio ni fin; pero se nos dice que ocurre de manera cíclica, es decir, a un ciclo de manifestación activa sigue otro de inactividad. Pero ello no tiene nada que ver con la Vida en sí, ya que ésta es continua y sin principio ni fin. Los ciclos, sin embargo, comienzan y concluyen en el tiempo, aún considerando que algunos de ellos son de tal duración que solo resulta concebible para la mente humana caracterizarlos como “eones”. Tales ciclos no son sin embargo repetitivos, sino que
ocurren en una especie de espiral. Se nos dice que cada ciclo de actividad comienza exactamente en el mismo punto donde concluyera el anterior, asegurando así la dinámica de mejoramiento que el proceso conlleva. Cada nuevo comienzo realiza en consecuencia una especie de recapitulación de todo lo desarrollado anteriormente (de forma similar a aquel ciclo menor que es la vida humana, cuando todo el desarrollo físico que el cuerpo del ser humano ha experimentado a través de millones de años, es recapitulado durante el período de gestación del feto humano, al igual que su desarrollo psicológico es recapitulado posteriormente durante la infancia y la juventud). Estamos, al presente, en el espiral llamado “período humano”. Cuando entremos al próximo espiral, o período superhumano, lo haremos enriquecidos con la cosecha de nuestras experiencias humanas transmutadas en poderes divinos con los cuales enfrentaremos las nuevas fronteras a conquistar en esferas más y más elevadas.
La doctrina de la Reencarnación provee la base para explicar mucho de aquello que permanece en el misterio si aceptamos la teoría de la creación del Alma al nacer la persona. Tal como indicamos anteriormente, a través de esta doctrina se explican las desigualdades de condiciones en las cuales nacemos, algunos en la abundancia, otros en la pobreza y la privación; algunos de padres amantes y bondadosos, otros abusados y maltratados por sus padres durante la niñez; algunos con físicos hermosos, otros con cuerpos deformes; algunos con dotes de genio, otros mentalmente retardados, etc. Los factores genéticos tampoco explican en su mayoría las circunstancias en las cuales una persona viene al mundo, ya que hijos inteligentes nacen de padres que no lo son, o hijos deformes de padres normales.
Incluso los mellizos son a veces diferentes en físico y en carácter, capacidad y habilidades. Si aceptamos la reencarnación como hipótesis de trabajo – ya que no como hecho probado – las diferencias mencionadas se hacen explicables cuando se establece que cada alma viene a la encarnación con el producto de sus acciones y esfuerzos en existencias anteriores. El genio, por ejemplo, no es, como algunos suponen, un “don de Dios”, porque resultaría incongruente suponer que el Dios infinitamente justo, amante y todopoderoso predicado por quienes niegan la reencarnación, va a otorgar caprichosamente dones a ciertas personas ¡negándolos en cambio a otras! Más sensato es suponer que el genio es el resultado de muchas vidas de esfuerzo y sacrificio que han otorgado a la mente del individuo una disposición creativa que destaca de lo común. Incluso en el caso de la persona mentalmente retardada existe una lección para el Ego aunque su expresión física esté severamente limitada por la lesión cerebral de su presente encarnación.
La reencarnación explica también la diferente disposición ética de las personas y su mayor o menor inclinación al bien o al mal. Tal disposición no puede considerarse exclusivamente como producto de la formación ambiental de la persona, ya que hay quienes habiendo nacido en cuna de oro tienen sin embargo inclinación al mal, mientras que otros que han nacido en la miseria y cuya niñez ha transcurrido sin formación moral alguna tienen en cambio una natural disposición a la bondad y al esfuerzo para superarse.
Es perfectamente razonable suponer que nuestro estado de consciencia individual presente y las virtudes y defectos que observamos en él son fruto de nuestro largo pasado, es decir, lo que ha quedado indeleblemente grabado en nosotros como consecuencia de lecciones aprendidas en otras vidas y otros cuerpos; no es razonable en cambio esperar que un alma joven y menos evolucionada tenga los mismos niveles de ética y moral que tienen el sabio y el santo.
Más aún, la doctrina de la reencarnación también ofrece una explicación aceptable en lo que se refiere a la existencia de hombres afeminados y mujeres con tendencias masculinas. El alma en sí no tiene sexo, pero utiliza en algunas vidas cuerpos masculinos y en otros cuerpos femeninos con el objeto de aprender las lecciones ofrecidas en ambos sexos. Obviamente, después de haber encarnado varias veces en cuerpo masculino, es natural suponer que en la próxima encarnación en un cuerpo femenino traerá consigo muchas de las tendencias masculinas que inevitablemente se harán presentes. A la inversa, después de varias vidas como mujer, el Ego tendrá que esforzarse en realizar los ajustes necesarios para identificarse con su nuevo sexo. El desarrollo del Ego requiere toda clase de lecciones aprendidas bajo diversas circunstancias; la clara comprensión de este postulado nos hará más tolerantes y menos inclinados a juzgar con dureza a aquellos a quienes consideramos como personas desviadas de lo natural.
La doctrina de la reencarnación es extraordinariamente antigua. No solo existe en las grandes escrituras hindúes y su tradición védica, sino también en las enseñanzas del Buda y en las del griego Pitágoras. Fue también enseñada entre los judíos en la época de Josefo y posteriormente en la Kabala esotérica. Los cristianos originales aceptaban la reencarnación, y hay en nuestros días muchos cristianos que la están examinando nuevamente como hipótesis lógica y sensata, encontrando en ella inspiración y esperanza. Resulta demás aparente que Jesús mismo la aceptaba si juzgamos por la clara aseveración que hiciera en cierta ocasión a sus discípulos respecto de que Juan Bautista era Elías que había retornado (Evangelio Seg. San Mateo, 11:14 y 10:13. Ver también Malaquías 4:5). El obispo Orígenes, uno de los más notables teólogos de la Iglesia Católica original, declaró: “Cada alma viene a este mundo fortalecida por sus victorias o debilitada por sus derrotas en vidas anteriores”.
Desafortunadamente las enseñanzas originales de los Padres Cristianos fueron siendo distorsionadas y malentendidas, y en el año 553 D.C., durante el Segundo Concilio Eclesiástico de la Iglesia que tuvo lugar en Constantinopla, se decidió declarar a todo aquel que se adhiriera a la doctrina de reencarnación, un “anatema”. Ello señaló el comienzo de la eliminación de esta doctrina de las enseñanzas cristianas oficiales. A pesar de esto, la doctrina ha permanecido vigente para aquellos que han tenido el valor y la convicción interior de afirmar su realidad.
Entre quienes han sostenido su creencia en la doctrina de la reencarnación se encuentran notables pensadores, tales como Emerson, Thoreau, Huxley, Goethe, Shelley, Schopenhauer, Whittier, Whitman, Browning, Tennyson, etc. Famosos industriales e inventores tales como Henry Ford y Thomas A. Edison, han proclamado su aceptación de esta doctrina.
Una pregunta válida que suele hacerse en el contexto de la reencarnación es, “Si en realidad he vivido anteriormente, ¿Cómo es que nada recuerdo de mis vidas anteriores?” H.P. Blavastky dice lo siguiente en respuesta a esta pregunta: “Al desintegrarse los principios que llamamos físicos con la llegada de la muerte, se desintegran también sus elementos constituyentes y con ellos la memoria, por la pérdida del cerebro. Esta memoria perdida es la de la personalidad que acaba de concluir con la muerte y no puede, en consecuencia, volver a grabar o a recordar nada en las subsiguientes encarnaciones del Ego. Reencarnación significa que el Ego ha de proveerse del nuevos vehículos (cuerpos) y con ellos un nuevo cerebro físico y en consecuencia una nueva memoria, y resulta por cierto absurdo suponer que este nuevo cerebro pueda recordar lo que no ha grabado”.
En el mismo libro, Blavatsky indica que el Ego tiene memoria propia y es capaz de recordar no solo sus personalidades anteriores, sino también las experiencias que le han sido provistas a través de éstas con la misma facilidad con que la personalidad recuerda lo que hizo el día anterior. No debemos suponer, afirma Blavatsky, que porque nuestra personalidad no recuerda vidas pasadas nuestro Ego las ha olvidado. Lo que ocurre es que el Ego, para transmitir su memoria a la personalidad, utiliza la consciencia en forma de disposición natural para algo, es decir, aquello que conocemos como “talento innato”, y también a través del reconocimiento instantáneo que a veces tenemos de viejos amigos o seres queridos a quienes tenemos la certeza de nunca haber visto en nuestra vida presente. Ello explica la atracción espontánea que sentimos por ciertas personas, como también muchos otros detalles de nuestra vida diaria a los cuales no damos mayor importancia debido a la costumbre. El método seguido por la naturaleza para asegurar nuestro desarrollo consiste en extraer lo valioso, dejando de lado los detalles; al igual que los detalles, los cuerpos mueren y se desintegran, pero las lecciones aprendidas a través de ellos permanecen.
Resulta útil comparar al Ego con un actor que participa en muchos roles diferentes, expresando parte de sí mismo en cada uno de ellos y utilizando todo el poder y la habilidad derivados de la experiencia de sus actuaciones anteriores, pero borrando tales papeles de su memoria por completo para poder representar su nuevo papel de la mejor manera posible. La famosa actriz Helen Hayes, por ejemplo, ha comentado que antes de empaparse del nuevo personaje que ha de representar, trata de limpiar la mente por completo de los roles que ha representado anteriormente; de otra manera no podría realizar una representación adecuada. Por cierto que recuerda los papeles que le tocó representar antes, ya que de ellos deriva su habilidad para representar adecuadamente su nuevo personaje; pero este nuevo rol requiere otro diálogo y otra personalidad. El Ego funciona de manera similar, recordando la memoria de vidas pasadas y desarrollando en cada una de éstas la habilidad para utilizar en forma crecientemente eficaz sus nuevas oportunidades de encarnación.
Hay por cierto personas que han desarrollado la habilidad y la sensitividad para recapturar recuerdos de vidas pasadas en su presente encarnación, pero normalmente tales individuos rehúsan discutir sus experiencias en este sentido por temor que se les malentienda. Desafortunadamente existen personas cuya imaginación les hace ver lo que no existe en este respecto.
Debido a ello se considera apropiado no solo guardar tales experiencias para sí, sino también ejercitar la más escrupulosa objetividad en lo que respecta a la facultad para recordar incidencias de vidas anteriores, ya que el tiempo y nuestras propias actitudes invariablemente determinarán su valor y exactitud.
En lo que respecta a nuestras futuras encarnaciones, se nos dice que existen tres factores que son determinantes en las circunstancias del próximo renacimiento de la persona. En primer lugar tenemos la Ley de la Evolución que tiende a ubicar al Ego encarnante en circunstancias que favorezcan el desarrollo de cualidades de las cuales carece, y en las cuales tenga oportunidad de aprender nuevas lecciones y desarrollar poderes aún no presentes en su actual estado de desarrollo. Pero esta ley opera dentro de los límites de otra ley fundamental: la de Causa y Efecto, que es la ley de justicia impersonal. Puede que las acciones anteriores del individuo hayan sido tales que le hayan hecho acreedor a las mejores oportunidades de avance; o tal vez hayan sido de menor mérito, en cuyo caso tendrá que conformarse con menos. Este es el segundo factor. El tercero es que la encarnación deberá ocurrir en un lugar y tiempo en donde pueda encontrarse con Egos con los cuales haya formado lazos de amor u odio, o de haber dañado o ayudado a otros en el pasado distante. Siempre se da la oportunidad de curar viejas heridas y de pagar deudas contraídas, de obtener compensación por daños recibidos inmerecidamente, o de desarrollar talentos frustrados en vidas anteriores debido a causas aún más anteriores. Todos estos factores deben ser considerados al enfrentar el Ego una nueva encarnación, pero sean cuales sean las circunstancias de ésta última, la ley funcionará imperturbable, imparcial y beneficente en la prosecución del desarrollo y avance del individuo, laborando constantemente para hacerle alcanzar la meta de perfección que éste persigue.
Cuando nos hacemos conscientes de esta verdad, se nos hace más fácil enfrentar la vida con todas sus alegrías y vicisitudes, sabiendo que dependemos fundamentalmente de nuestro propio esfuerzo para construir un futuro mejor no solamente para nosotros individualmente, sino también para nuestros congéneres.
El diagrama incluido en esta lección ilustra de manera gráfica las rondas de reencarnación a través de las cuales el Ego toma diferentes cuerpos en vidas sucesivas, desarrollando de esta manera la totalidad de su potencial. Más allá, en las regiones espirituales, permanece la Mónada Divina, fragmento inmortal de la Vida Una Universal que es el Ser eterno, el Dios en cada ser humano.

Lección 4 Anexo 1
El ÁTOMO SIMIENTE


Se nos dice que el propósito de la vida física del ser humano no es la felicidad sino el aprendizaje. El Ego, rodeado de varios campos de energía a los cuales llamamos “cuerpos”, va ganando experiencia a través de la continua interacción con sus semejantes en diferentes ambientes y condiciones en las cuales va siendo colocado a través del proceso de la reencarnación.
Gracias a tales experiencias va aprendiendo de manera gradual y a veces dolorosa todas las lecciones que la escuela de la vida planetaria ofrece. Naturalmente, para ello se hacen necesarias muchas vidas, porque el perfeccionamiento de un Ego espiritual es algo en extremo difícil.
Este postulado, sensato y razonable, da origen a una pregunta perfectamente válida: ¿Cómo consigue el Ego retener la memoria de tales lecciones y de lo aprendido a través de ellas si consideramos que en cada nueva encarnación recibe un nuevo conjunto de cuerpos y un cerebro que no puede recordar lo que no ha grabado porque también es nuevo?
En respuesta, se nos dice que la memoria de Ego nada tiene que ver con el cerebro físico que muere al morir éste. La memoria de las experiencias de esa encarnación es incorporada en forma de síntesis en el único cuerpo permanente que el Ego posee: el Cuerpo Causal. Tal incorporación tiene lugar en términos de posibilidades vibratorias que emergen como facultades en las encarnaciones sub-siguientes del individuo, siendo éstas invariable y únicamente el resultado de sus esfuerzos personales en determinados campos de actividad durante encarnaciones anteriores.
Este proceso tiene lugar por medio del llamado “átomo simiente”, que viene a ser el equivalente de un “microfilme” que a grabando todo lo relativo a las tendencias y actividades del individuo. Existe por cierto un átomo simiente en cada uno de los vehículos o cuerpos que el Ego utiliza, a saber, el Físico, el Doble Etéreo, el Astral y el Mental, pero todos ellos constituyen, al igual que los cuerpos, una sola unidad durante la encarnación.
Se nos dice que el átomo simiente está ubicado en el ventrículo izquierdo del corazón, y que a la muerte del individuo deja el cuerpo físico por vía del nervio pneumogástrico. La parte física del átomo no puede por cierto continuar, pero las fuerzas que lo animan le hacen manifestarse ahora en los cuerpos sutiles.
Después de la muerte de la persona y la subsiguiente desintegración de estos vehículos, las fuerzas que animaron sus existencia en ellos incorporaron en el cuerpo causal los resultados, la cosecha de todos los aspectos positivos lograda por el individuo, reteniendo los negativos para reintegrarlos a la próxima encarnación en forma de residuo kármico. Esta es la forma en que la naturaleza se asegura de que al renacer, cada individuo reciba la condición kármica que le corresponde en relación con lo realizado en vidas pasadas.





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CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique

Lección 1 - EL PLAN DIVINO



Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA


Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL



Lección 13 - EL REINO DÉVICO




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