LECCION 1
EL PLAN DIVINO Y EL PROPOSITO DE LA
VIDA
Las explicaciones ofrecidas tanto en esta lección como en
las que siguen, tratan de procesos que no son observables en un sentido
objetivo. Son explicaciones metafísicas que describen procesos ocultos de los
cuales provienen los procesos observables u objetivos. Pero cualesquiera sean
las hipótesis científicas del momento acerca de los orígenes del Universo y de
la vida (y no olvidemos que [estas han sido modificadas repetidamente a través
de los siglos), es indiscutible que la vida y la forma de alguna manera
aparecieron en el escenario cósmico. Ello nos permite entonces suponer que en
un futuro lejano el Hombre estará en situación de ampliar su capacidad de
observación, utilizando métodos más avanzados que le permitirán probar o negar
aquello que por el momento debe permanecer como hipótesis.
Existen, sin embargo, antiquísimas enseñanzas basadas en la
investigación directa de aquellos a quienes ha sido dada la posibilidad de explicar
esferas de existencia más sutiles que la física, y en ellas se nos dice que lo que percibimos a través de
nuestros cinco sentidos es tan solo una fracción de la realidad universal que
nos rodea, y que las respuestas definitivas a los misterios de esta
realidad yacen, por el momento, fuera de nuestro alcance. Sin embargo, la Mente
y la Intuición, no estando sujetas a las limitaciones impuestas por los cinco
sentidos, anhelan tales respuestas. O, para expresarlo en otros términos, la Mente pregunta y la Intuición responde;
porque es necesario comprender que las dos no son lo mismo aunque dependan la
una de la otra y se complementen mutuamente.
Tres hipótesis respecto al origen y la existencia de la vida
y la forma han sido seriamente consideradas.
La primera, establece que
todo lo que existe es resultado de la casualidad, (“una concurrencia fortuita
de átomos”, se nos dice), el Universo es un caos sin planeamiento ni
organización, y la vida humana es una creación que se produjo espontáneamente y
sin razón específica.
La
segunda hipótesis, establece que el Universo bien puede ser producto de
leyes naturales bien definidas con respecto a sus procesos físicos; pero esta
organización concluye en cierto punto, dejando tras sí una combinación de caos
y cosmos, parcialmente ordenada y en parte caótica como resultado.
La tercera, postula en
cambio que el Universo es una organización precisa y ordenada, que la vida es
eterna, auto-existente, sin principio ni fin, y que todas las formas que la
animan son creaciones de una Inteligencia Divina que opera de acuerdo a leyes
perfectamente definidas y establecidas.
La Teosofía sugiere que esta tercera hipótesis es la que
mejor resiste el análisis de la razón, el estudio y la observación del mundo
que nos rodea. Considerando que un mínimo de observación de procesos naturales
tales como los sistemas planetarios, por ejemplo, deja en claro la existencia
de una ley natural en continua operación, y que la percepción del hombre con
respecto a la magnitud de tal ley continúa en aumento, la idea de un universo
caótico y otro parcialmente caótico y parcialmente ordenado no parece factible.
Si en cambio resolvemos aceptar la hipótesis de un universo de ley y orden,
ello implica la aceptación de un universo con significado, es decir, con un
propósito. La pregunta que sigue es entonces: ¿Cuál es el propósito de la
existencia del Universo? La Teosofía responde que el propósito no es otro que el de
proveer el escenario y los medios para procurar la transformación de nuestras
posibilidades latentes en poderes activos.
El plan concebido para llevar a cabo este desarrollo se
manifiesta en el proceso que llamamos evolución (del latín evolvere, que significa
desenvolver), y consiste en el desenvolvimiento o desarrollo de la consciencia a través de
experiencias en formas (cuerpos) primitivas inicialmente, pero más y más
refinadas a medida que la consciencia evoluciona haciéndose más refinada.
De lo anterior podrá observarse que la Teosofía va más allá
de la teoría de Darwin respecto a la evolución de las especies, ya que ésta
solo se refiere a la evolución de la forma, el concepto teosófico añadiendo el
corolario indispensable de la evolución de la consciencia. En otras palabras,
la forma existe para que la conciencia pueda expresarse y evolucionar a través
de ella. Al comienzo vaga e instintiva, esta conciencia va haciéndose
gradualmente más alerta, más clara y más especializada. Poco a poco va siendo
capaz de producir vehículos (cuerpos) más sofisticados y sutiles que le van
permitiendo mejores medios expresión. El potencial de este proceso no tiene
límites, y el factor que lo controla es la vida misma que, a medida que se va
manifestando, va también mejorando y adaptando sucesivamente nuevas y más
refinadas formas de acuerdo a sus necesidades evolutivas.
La vida es continua y sin fin: las formas, en cambio, son
temporales y perecen cuando el objetivo para el cual fueron creadas ha sido
logrado. Creemos útil postular aquí que, de acuerdo con la Teosofía, la
experiencia evolutiva tiene lugar a través de muchas vidas vividas
alternativamente en cuerpos masculinos y femeninos, en diferentes circunstancias
y en diferentes civilizaciones. El propósito tras esta premisa es el de
procurar la mayor cantidad posible de diversidad de experiencias a través de
las cuales lleva a cabo su proceso de aprendizaje el Alma humana. De ahí el
sabio axioma que establece que
el planeta es la escuela de Dios, y que el propósito de nuestra vida en él no
es la felicidad, sino el aprendizaje.
El segundo postulado de la Teosofía respecto a la evolución,
es que ésta no procede en línea recta hacia arriba, sino que representa la
segunda mitad de un movimiento circular cuya primera mitad intitula involución,
a saber:
Durante el período involucionario (arco descendente del
círculo), la vida “desciende” de un estado puro e indiferenciado (que podría
calificarse de “inconsciencia”) sumergiéndose sucesivamente en estados de
materia de mayor densidad. La segunda mitad del círculo (arco ascendente) que
propiamente podemos llamar evolución, comienza cuando, estimulada por las
restricciones y limitaciones impuestas por la materia densa, la conciencia va
despertando gradualmente para comenzar su prolongado ascenso hacia la
auto-conciencia y posteriormente hacia estados aún más elevados. Conviene hacer
presente que al hablar de “ascenso” y “descenso”, el estudiante no debe pensar
en términos de altura o distancia, sino simplemente en sucesivas fases de mayor
o menor densidad en el prolongado proceso de la vida en desarrollo. Al utilizar
tales términos, la Teosofía se está refiriendo a la asimilación de materia más
y más densa (involución), seguida por un gradual cambio a materia menos densa
(evolución) de las formas o cuerpos ocupados temporalmente por el Alma a objeto
de procurarse experiencias. Este proceso queda simbolizado en la parábola del
hijo pródigo que reclamó su herencia y dejó la morada de su Padre, solo para
descubrir al cabo de un tiempo que se encontraba disgustado e insatisfecho de
su estado “inferior” y consumido por el deseo de retornar a su hogar.
En Teosofía se nos dice que el universo está compuesto de
siete grados básicos de materia manifestándose como esferas de energía
vibratoria. La Tierra no es, en consecuencia, una sola esfera, sino siete
esferas que se Interpenetran e interactúan. La más densa de éstas es la que
conocemos como mundo físico. Nuestros sentidos, claro está, no nos permiten en
nuestro estado de desarrollo presente, percibir las otras seis esferas, pero la
esfera física en sí nos ofrece un ejemplo de la interpenetración de materias de
diferente densidad cuando colocamos en una vasija arena (sólidos), agua
(líquidos) y aire (gaseosos), elementos que coexistirán en la vasija formando
un todo pero sin interferir mutuamente, es decir, manteniendo cada uno su
propia densidad. Conviene aquí recordar que la Física contemporánea nos asegura que materia y energía son una misma
cosa manifestándose de diferente manera. No hay pues contradicción al
referirse a diferentes estados de materia como grados de energía vibratoria,
porque la densidad de la materia está dada por la frecuencia vibratoria de los
átomos que la componen.
A éstos siete grados básicos de materia se les da el nombre
de planos o mundos, siendo en realidad campos de energía manifestados en el escenario
cósmico en el cual evoluciona el hombre a través de la experiencia individual y
colectiva. En las lecciones que siguen trataremos de ellos en mayor detalle.
El proceso creativo
Brevemente trataremos de aclarar el concepto de la Teosofía
acerca de la Creación y la evolución que yace velado por símbolos en las
enseñanzas de las grandes religiones.
La Teosofía postula que tras toda manifestación de vida se
encuentra la Existencia Una, eterna e infinita, incognoscible porque la mente
finita del hombre no puede comprender lo infinito.
Desde este Primer Principio, al cual se ha dado el nombre de
Absoluto, emana todo lo manifestado, y a El todo debe retornar.
En este Absoluto o Existencia Única, nuestro universo viene
a ser como la ola en el océano: una manifestación que aparece y desaparece
sucesivamente. De ello podemos deducir una conclusión tan cierta como
sorprendente: la “Creación” entendida literalmente de las primeras palabras del
Evangelio según San Juan “En el principio era el Verbo, etc.…”, no existe como
tal, porque la manifestación que aparece y desaparece sucesivamente, es decir,
que se manifiesta y se desmanifiesta, para volver a manifestarse, lo hace en
períodos sucesivos de igual duración. En Teosofía se nos dice que el período objetivo de
manifestación y actividad o Manvántara es seguido por un período
subjetivo que no tiene existencia física llamado Pralaya, de la misma
duración. No debe pensarse sin embargo que el Pralaya como algo muerto
totalmente inactivo. La diferencia con el Manvántara es que la actividad del
Pralaya es subjetiva y asimilativa, no experiencial. En otras palabras, durante el Manvántara tiene lugar la
actividad y la experiencia, y durante el Pralaya se
produce la asimilación de todo lo aprendido a través de la experiencia. (Un
ejemplo de este sistema está dado en la nutrición del cuerpo físico. Cuando
comemos, estamos en actividad; pero al terminar de comer, nuestra actividad
consciente, cesa para dar lugar a la actividad interna –léase, subjetiva- del
organismo, que trabaja independientemente de nuestra voluntad para asimilar lo
ingerido y transformarlo en aminoácidos que, una vez incorporados a la
corriente sanguínea, sustentarán su energía. Nuestro sistema digestivo transforma la comida en
energía: el sistema del
universo transforma la experiencia en facultades. De esta manera, al
finalizar el Pralaya, un nuevo Manvántara surge, pero ahora a un nivel más
elevado como consecuencia de lo asimilado).
Se nos dice que del Absoluto emergen numerosos universos,
cada uno de éstos conteniendo innumerables sistemas solares: cada sistema solar
es a su vez activado y controlado por un poderosísimo Ser al cual se da el
nombre de Logos o Palabra de Dios. De ahí las palabras de San Juan que ahora
citamos en su totalidad: “En el principio era el Verbo (palabra), y el Verbo
era con Dios, y el Verbo era Dios”. Este Ser está en todo, y todo es parte de Él.
Desde su propia Naturaleza, la Mente Divina ha traído nuestro sistema solar a
la existencia conjuntamente con millones de sistemas similares, y quienes
estamos dentro del sistema somos en consecuencia fragmentos en evolución de su
propia vida. De Él venimos y a Él retornaremos. A través de las innumerables
células de nuestro cuerpo, de nuestros sentimientos y de nuestros pensamientos.
El hombre no puede penetrar el inescrutable misterio de su origen, pero puede
ponderar acerca de la magnitud de la Creación, de las posibilidades y
naturaleza de otros universos y del hecho de que incluso el Logos del sistema
se encuentra en evolución, porque el proceso es universal y, como ya hemos
dicho, sin un final establecido.
De acuerdo a la hipótesis teosófica, tres estupendos
impulsos de Vida son necesarios para traer el universo a la existencia o
comienzo del Manvántara. A éstos se
les conoce como “Las Tres Emanaciones” u
“Oleadas de Vida”
Diagrama nº 1
que están
simbolizadas en todas las Escrituras de las grandes religiones. La primera
oleada o ígnea energía creativa -que corresponde al Espíritu Santo o Tercera
Persona de la Santísima Trinidad cristiana, surge del Logos estableciendo una
vibración en una determinada área de los espacios siderales, electrificando,
vivificando o separando en átomos la materia primordial o pregenética
eternamente subyacente en el espacio. Al hablar de “materia” en este contexto,
no debe pensarse en un tipo de materia como aquella que nos es familiar en el
plano físico, sino más bien de una latencia que permanece como tal hasta que el
Espíritu Santo la “despierta” a la existencia activa. Se nos dice que esto se logra
mediante un proceso expresado simbólicamente como un “dividirse en innumerables
fragmentos sin destruirse”, siendo ésta una de las muchas paradojas que suelen
encontrarse en el estudio de la ciencia oculta. El Bhagavad Gita lo expresa de
la siguiente manera: “Habiendo impregnado este universo con fragmentos de mi
Ser, continúo existiendo”. Es entonces apropiado concluir que no existe un solo
átomo dentro del cual no esté la existencia de Dios. Del mismo modo, la Vida
Divina solo puede manifestarse cuando anima materia. Ambas pues, Vida Divina y
materia, son inseparables doquiera exista manifestación.
La primera Oleada de Vida establece los siete tipos de
materia o campos de energía vibratoria antes mencionados, desplazándose desde
su centro hacia fuera y viceversa, preparándola así para su ingreso en ella
(involución) en una jornada de enorme duración.
Cuando finalmente produce el nivel vibratorio más denso, que
es el plano físico, la formación de átomos y moléculas físicos empieza a tener
lugar estableciendo los elementos químicos en base a los cuales se construirán
las formas.
Se nos dice que este proceso lleva incalculables eones de
tiempo pero, antes de completarse, la Segunda Oleada de Vida –que corresponde
al Hijo Segunda Persona de la Trinidad- surge incontenible. (Se nos asegura que
éstas oleadas no tienen lugar en un solo impulso sino en varios sucesivamente,
lo cual da lugar a los distintos reinos de la Naturaleza). Similarmente a la
primera, la Segunda Oleada se desplaza de adentro hacia fuera y viceversa,
otorgando a la materia recién creada características que la harán responder al
estímulo externo a través del pensamiento, el deseo y otros factores. Al llegar
el impulso de Vida a su máxima extensión exterior, el proceso de involución
(arco descendente) cesa para dar comienzo al proceso de evolución (arco
ascendente).
A objeto de amplificar esta explicación, utilicemos la
analogía de un hombre que está siendo llevado inconsciente al interior de una
prisión, en la cual finalmente despierta para comenzar su jornada hacia el
exterior, hacia la liberación. En este ejemplo el hombre no representa un
individuo sino la Vida en sí. A medida que la oleada de Vida empieza a ascender
(no en términos de altura sino de estado de consciencia, comienza a construir
las formas de materia ahora conteniendo las características impartidas durante
su descenso (involución). El trabajo de este proceso “ascendente” queda de
manifiesto en la formación de las estructuras minerales, vegetales y animales a
través de las cuales evoluciona la Vida manifestada hacia organismos cada vez
más complejos y sofisticados.
Resumiendo,
la primera oleada da origen a la materia: la segunda construye las formas: y la
tercera, correspondiente al Padre o Primera Persona en la Trinidad trae consigo
las mónadas que así comienzan su largo peregrinaje en pos de consciencia
individual. (Conviene aquí aclarar que estas mónadas lo son solo en
latencia, el término apropiado siendo en realidad “rayos monádicos” de la única
Mónada Universal, es decir, el Logos. Serán mónadas propiamente tales sólo
cuando alcancen un desarrollo comparable al de su Originador, algo que está
bastante más allá de la etapa humana de la evolución).
El
término “mónada” proviene de la palabra griega “monos”, que significa “uno e indivisible”. Desde
el punto de vista filosófico la mónada humana es el microcosmos o unidad
ultérrima. En Teosofía el término se utiliza para designar al Yo espiritual e
inmortal, aquél que después de un largo peregrinaje por las formas de los reinos
inferiores de la Naturaleza, pasa finalmente al reino humano y posteriormente a
estados más avanzados. En los reinos inferiores no puede aún expresar
consciencia individual, pero al ingresar al reino humano un cambio drástico
tiene lugar: la individualización, es decir, brota la conciencia del YO,
inexistente en los reinos mineral, vegetal y animal. El punto focal de este
nuevo estado de conciencia es lo que en Teosofía se conoce como el Ego
Espiritual, extensión de la mónada humana que las religiones llaman Alma. Se
puede decir entonces que el Ego Espiritual nace al pasar la mónada humana o
“rayo monádico” del reino animal al reino humano. Es ese momento el que da
origen al Ego Espiritual portador de la consciencia individual que se irá
expandiendo gradualmente hasta transformarse definitivamente en Mónada
Individual.
La mónada ha sido definida también como “un fragmento de la
Vida Divina”, separado de ella por una finísima película de materia; esta
materia es tan sutil que, así como permite la separación entre una forma y
otra, no ofrece en cambio dificultad alguna a la libre comunicación de la vida
monádica con otras unidades similares manifestando la Vida Divina. H.P.
Blavatsky define la mónada como “consciencia más materia”, pero, como puede colegirse de lo
expresado en el párrafo anterior, la mónada no está consciente de nada. Casi se
la podría definir como un potencial espiritual no diferenciado a punto de
embarcarse en un peregrinaje larguísimo para desarrollar ese potencial, y del
cual emergerá con una consciencia totalmente diferenciada, expandida y
enormemente enriquecida. Tal realización la obtiene a través de las
limitaciones y constantes impactos que imponen los mundos de materia densa.
Se nos dice que estas mónadas potenciales aguardan en su propio
Plano Monádico en espera de que las formas evolucionen de los reinos mineral,
vegetal y animal, en los cuales se va incubando lentamente y durante largas
edades la Vida manifestada; ésta infunde a las formas la necesidad de
extenderse y reproducirse haciéndolas cada vez más refinadas y sensitivas,
continuamente modificándolas y mejorándolas para adaptarlas a sus necesidades
evolutivas. Es aquí donde puede observarse claramente aquella “ansia de vivir”,
típica de todo en la Naturaleza, la influencia monádica constituyendo el
impulso de la tendencia hacia la superación, característica que continuamente
incide en la evolución de la vida y la forma.
Cuando las formas se encuentran lo suficientemente
evolucionadas para ser utilizadas como vehículos de consciencia humana, las
mónadas toman posesión de ellas mediante su antes mencionada extensión, el Ego
Espiritual, que a su vez debe reducir parcialmente su frecuencia vibratoria
para poder identificarla con la lenta vibración de la materia física. Al
“descender” las mónadas hasta el Plano Mental, se encuentran allí con materia
mental que ha estado evolucionando en preparación para este encuentro y, al
unirse con ella, tiene lugar la formación de lo que en Teosofía se conoce como
el Cuerpo Causal, que pasa a constituir el vehículo más importante de la
consciencia humana individual. El Ego, que vive en el Cuerpo Causal, es pues el
punto focal de la consciencia individual como extensión de la mónada, y la
personalidad, representada por los pensamientos, las emociones y las acciones
del individuo, es a su vez una extensión del Ego. El hombre es pues un ser
triple, a saber: la mónada, su extensión el ego, y la extensión del ego, la
personalidad.
Puede así observarse claramente que desde la parte más
elevada de la consciencia humana hasta la más baja, existe un cordón
indestructible de comunicación, siendo esto lo que distingue a la
individualidad humana de las formas de aquellos reinos inferiores al humano, a
saber, el mineral, el vegetal y el animal.
Una de las preguntas más frecuentes en Antropología es
aquella que tiene relación con nuestro descenso de los animales en el proceso
evolutivo. Pero de lo expresado anteriormente puede deducirse que, así como
vida – que se ha hecho inseparable de la consciencia – y las formas (cuerpos)
que habitamos evidentemente evolucionaron hacia su estado actual a través de
los reinos inferiores, la consciencia humana en sí nunca ha sido otra cosa que
humana: nada que podamos llamar “Yo” puede habitar formas de los reinos
inferiores. La consciencia del yo pertenece a la extensión de la consciencia
monádica, y ésta viene a la existencia física únicamente a través de la
individualización y la formación del Cuerpo Causal.
Para describir la tercera oleada de Vida, se ha utilizado la
analogía de la canilla del agua de un lavabo que deja escurrir el chorro de
agua cuando se abre, representando de éste modo el descenso de la Vida Divina
en respuesta al ascenso de la vida de los planos inferiores para lograr el
encuentro entre ambas. Al producirse este encuentro, tiene lugar el fenómeno
que llamamos “consciencia”.
Permítasenos utilizar nuevamente el ejemplo del hombre que
ha sido llevado dormido a la prisión. Al despertar allí el individuo (léase, la
vida) se encuentra en posesión de una lámpara con la cual puede encontrar su
camino hacia la libertad. Este proceso se conoce con el nombre de
individualización y marca la transición desde el simple estado de consciencia
colectivo del reino animal hacia el estado de auto-consciencia individual en
cuyo comienzo tiene lugar la formación del Alma Humana, que en Teosofía se
denomina el “Ego Espiritual”. Y si bien es cierto que esta Alma individual
jamás puede ser parte del mundo animal, debe sin embargo considerársela al
comienzo como algo inmaduro y en consecuencia aún privado de la completa
libertad que constituye su meta fundamental.
Se nos dice que el reino animal posee un “alma grupal” que
se manifiesta a través de una grande y variada cantidad de cuerpos animales de
diferentes especies. En otras palabras, el animal es, de hecho, solo una parte
de esta alma colectiva y las experiencias obtenidas en cuerpos animales son
incorporadas a ella al morir el animal para ser compartida por los animales que
en el futuro nazcan de ella. Para ilustrar esta idea demos como ejemplo el de
un vaso de agua clara. Dividamos luego el agua en vasitos pequeños dentro de
los cuales vertiremos diferentes tinturas en cada uno, hecho lo cual vertimos
los vasitos de vuelta en el vaso.
Utilizando un término común en química diremos que las
diferentes tinturas se encuentran ahora “en solución”. Y si volvemos a verter
el contenido del vaso grande en los vasitos pequeños, una parte de los colores
de cada vasito estará ahora presente en todos ellos. Y si el proceso se repite
una y otra vez utilizando esencialmente tinturas de los mismos colores, el
resultado será la intensificación de los colores en la solución.
De modo similar las experiencias de los animales van siendo
almacenadas en su alma grupal dando lugar a aquello que se conoce como
instinto, elemento que permite al patito recién incubado por una gallina
reconocer de inmediato el agua como su elemento natural, o que concede a los
pájaros su natural habilidad para construir un nido fuerte y resistente sin haber
tomado jamás clases de arquitectura.
Es necesario comprender que el proceso evolutivo que tiene
lugar a través de los reinos inferiores hacia la meta superior de la Humanidad,
es prácticamente inconsciente y, en consecuencia, sumamente lento. Al llegar al
reino humano el progreso del individuo queda en cambio bajo su propio control.
Debido a que esta nueva consciencia individual es aún feble y a que la Mónada
no ha aprendido todavía a controlar apropiadamente sus vehículos, el progreso
continúa siendo lento. Pero después del transcurso de muchas encarnaciones
alternadas con períodos de descanso que permiten al individuo la asimilación de
las lecciones aprendidas a través de la experiencia personal, la consciencia va
creciendo y expandiéndose, estableciendo gradualmente un control más eficaz y
directo sobre el proceso.
Atendido lo anterior, resulta evidente la gran importancia
de este paso que es la entrada al reino humano como también la gran cantidad de
responsabilidad que éste conlleva en la jornada evolutiva.
El Ego entra inicialmente a un nivel extremadamente
primitivo, comenzando a ascender lenta y penosamente a medida que va
aprendiendo sucesivamente las lecciones de la escuela planetaria.
La inteligencia hace su aparición bajo el estímulo y el
impulso del deseo, fortalecida por el recuerdo de su gratificación. Al comienzo
no conoce la moralidad ni distingue entre el bien y el mal. Pero poco a poco va
tomando consciencia de que vive en un mundo regido por leyes naturales,
experimentando placer cuando las respeta y dolor cuando las ignora. Vienen
entonces los Grandes Instructores en diferentes eras para ayudar al hombre en
su evolución enseñándole a distinguir entre el bien y el mal, es decir, aquello
que va en armonía con la corriente evolutiva y aquello que va en oposición a
ella.
Se nos dice que el método de la evolución humana incluye la
necesidad de lograr experiencia en cuerpos de diferentes razas y sub-razas
caracterizadas por ciertas peculiaridades que son necesarias para que el
individuo alcance el pleno desarrollo de su potencial humano. En consecuencia,
se le hace nacer en varias razas de manera sucesiva con el objeto de que
aprenda determinadas lecciones provistas por diferentes tipos de cuerpos y
condiciones ambientales. Cada nación tiene lecciones especiales que enseñar a
los Egos que encarnan en ellas, estableciendo así su contribución a la
civilización en general. Grecia, por ejemplo, dio al mundo su mensaje de
belleza: Roma, el de la ley y la organización: y las razas actuales están
desarrollando el intelecto.
El Ego encarna de raza en raza, de nación en nación, como un
niño que pasa de una clase a otra en la escuela. A veces encarna en un cuerpo
femenino para aprender las lecciones que dicen relación con el corazón y los
sentimientos: otras veces en cuerpos masculinos a objeto de aprender las
lecciones del intelecto. Las experiencias en cuerpos de ambos sexos y en razas
variadas son algo absolutamente necesario para lograr el pleno desarrollo del
enorme potencial humano.
Considerando lo anterior, la interrogante respecto del
propósito de la existencia queda definitivamente aclarada al final del ciclo
evolutivo, cuando miles de millones mónadas que no tenían consciencia de su
existencia individual se encuentran ahora espiritualmente conscientes de ella.
El proceso ha sido hermosamente expresado en la frase “Dios duerme en el mineral, sueña en el vegetal, despierta en el
animal, obtiene autoconsciencia en el Hombre y, finalmente, consciencia
universal en Cristo, el “Ser Interno”.
Antes de concluir esta lección es necesario referirnos a la
hipótesis teosófica que establece al Hombre como un ser compuesto de siete “principios”, a saber, tres
principios superiores que conforman el Ego espiritual imperecedero y cuatro
principios inferiores que conforman la personalidad perecedera de la cual se
sirve el Ego para su progreso (ver diagrama 3). A los tres principios superiores, Atma
(Voluntad), Buddhi (Amor-Sabiduría-Intuición), y Manas (Mente Abstracta), se
da el nombre de Tríada Superior. A los cuatro principios inferiores, Manas Inferior (Mente Concreta o
Intelecto), Astral
(Emociones-Deseos), Prana (Vitalidad), y Doble Etérico
(Contrapartida del Cuerpo Físico), se les denomina cuaternario inferior. De esto puede colegirse que el Hombre es triple
en su constitución fundamental, a saber: La Mónada (que es el verdadero Ser),
el Ego (que es una extensión de la Mónada), y la Personalidad (que es una
extensión del Ego). La Mónada y el Ego representan nuestra individualidad
inmortal; la personalidad nuestro aspecto finito que renovamos vida tras vida.
Los diagramas que acompañan esta lección pueden resultar
útiles para el estudiante, pero no deben ser interpretados literalmente sino de
manera más bien simbólica en su descripción de los procesos aquí postulados. El
diagrama I tiene relación con las tres oleadas de Vida y su “descenso” y
“ascenso” a través de los diferentes planos de la Naturaleza. Puede observarse
que cada plano tiene un nombre. En las lecciones siguientes encontraremos más
información acerca de estos campos de energía que la Teosofía denomina
“planos”. El diagrama II representa el descenso de la consciencia hacia la
materia densa de los respectivos reinos y también su posterior ascenso, pasando
por ellos desde el mineral al vegetal y al animal, para finalmente alcanzar el
estado de “individualización” o reino humano, dando con ello origen al Ego
Espiritual. El diagrama III describe los siete principios en el Hombre.
CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique