sábado

LOS CUATRO ELEMENTOS por OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV










¿Habéis notado que, de entre los cuatro elementos, la tierra es la única que tiene como característica la inmovilidad? Los otros elementos, el agua, el aire, el fuego, se mueven, se desplazan. Sólo la tierra permanece inmóvil, e incluso puede decirse que es la materia sobre la cual se encarnizan los otros tres con el fin de darle forma, de modelarla. Especialmente el fuego.

Pero este fuego del que hablo, y que actúa sobre la tierra. No es evidentemente el fuego que solemos encender. Es el fuego del sol, y él es el origen de todos los otros movimientos. Sí, todos los cambios que ocurren sobre la tierra son producidos por el sol. Sin el sol, el aire no se desplazaría. El agua permanecería estancada y la tierra informe. Es el elemento fuego el que desencadena el movimiento.

Por analogía, puede decirse que es el espíritu quien origina los movimientos que se producen en la materia. La materia es inerte, informe, recibe la vida y el movimiento del espíritu. Esto es lo que expresa Moisés en el comienzo del Génesis: “y la tierra estaba informe y vacía, y el Espíritu de Dios se movía por encima de las aguas.” Una vez que se ha comprendido esta verdad, se comprende que son siempre las ideas las que dirigen y moldean el mundo, la sociedad, los individuos.

Por consiguiente, el que quiere tener poderes sobre sí mismo, debe dar a su espíritu más libertad para expresarse y actuar sobre su propia materia. Lo que está arriba debe dirigir y dominar lo que está abajo. Todo viene de arriba y se refleja abajo. La imagen de la acción del sol sobre la tierra es la que mejor expresa esta idea. La vida y la muerte sobre la tierra son producidas por el simple efecto de los rayos del sol y de su calor. De igual forma, nuestra vida física, nuestro cuerpo físico, “están determinados por el movimiento de nuestro espíritu.”

Pero -y este es también un punto esencial- habréis sin duda observado que el sol no actúa directamente sobre la tierra. Actúa por medio del aire y del agua. Del mismo modo, el espíritu necesita intermediarios para alcanzar el cuerpo físico. Según el esquema que se elija para explicar la estructura del hombre, si se adopta el esquema de los tres planos, se dirá que la acción del espíritu sobre el cuerpo físico se hace a través del alma, es decir el intelecto y el corazón; o bien, si se adopta el esquema de los seis cuerpos, se dirá que la acción del cuerpo átmico (el espíritu) sobre el cuerpo físico, tiene como intermediarios los cuerpos búdico, causal, mental, astral.

Pero también hay la posibilidad de considerar que existe otro intermediario entre el espíritu y el cuerpo físico: es el sistema simpático, y en particular el plexo solar. En la medida en que el cerebro está unido al sistema simpático, si por medio del plexo solar el hombre llega a hacer el vínculo entre su conciencia y su subconsciencia, puede llegar a actuar sobre el cuerpo físico. Pero, preguntaréis, ¿Cómo actuar sobre el plexo solar?. A través del cuerpo astral, con el sentimiento. El pensamiento (el aire) actúa sobre el sentimiento (el agua) y es el sentimiento el que actúa sobre el plexo solar, ese gran depósito de todas las energías vitales.

Hay que comprender bien esta realidad de la jerarquía entre los elementos, del fuego a la tierra. Quien no respete esta jerarquización, nunca llegará a dominarse ni a poner orden en sí mismo. Están siempre a merced de los acontecimientos, de las condiciones materiales. Al ignorar que existen otros factores mucho más poderosos que los del plano físico, y con los cuales debe trabajar, permanecerá adherido a la tierra, no podrá elevarse para actuar con esos factores y dominar la situación. Sólo el que ha comprendido el sentido de los cuatro elementos y de su jerarquía camina hacia el triunfo, hacia la realización de su ideal sublime: se vuelve dueño de sí mismo y de sus pasiones.

Diréis: “¡Pero esto lo he comprendido hace mucho tiempo!” No, si lo hubieseis comprendido, seríais un verdadero escultor, un pintor, un mago. Sabríais que, puesto que el sol es la causa primera, debéis ocuparos del sol, es decir de vuestro espíritu. Él es el que orientará los vientos, las corrientes aéreas: vuestros pensamientos. Esas corrientes se dirigirán hacia las regiones donde haya agua: lagos, estanques, ríos, mares, es decir hacia el mundo del sentimiento, de las emociones. Y los pondrá en movimiento. Y vuestros sentimientos esculpirán vuestro cuerpo, vuestro rostro. Pues así como el agua posee grandes poderes sobre la tierra, el sentimiento tiene el poder de modelar el cuerpo físico, de darle forma.

Abordamos aquí la cuestión de la escultura psíquica. El que quiera esculpirse a sí mismo y dar a su cuerpo la forma o la salud necesarias, la estabilidad necesaria, la resistencia o la expresividad necesarias, debe conocer esta ley de la preeminencia del espíritu. No es posible darse forma o modelarse de otra manera: sólo se consigue deformarse, destruirse. Y desgraciadamente, esto se ve todos los días: seres que se destruyen, que se deforman cada vez más porque no han estado en una Escuela divina para aprender la verdadera ciencia del espíritu.

La paz y la guerra, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad tienen por causa ideas, pensamientos. A pesar de las explicaciones científicas tan profundas que da en su libro “El Capital”, Karl Marx se equivoca cuando dice que es la economía la que condiciona la vida de las sociedades. Detrás de la economía están las ideas. Son las ideas, buenas o malas... o mejor dicho: las opiniones, las que dirigen el mundo, las que desplazan los recursos y los capitales. Pero como las ideas no se ven, se obtienen conclusiones erróneas que demuestran que nunca se ha comprendido el mecanismo secreto de la naturaleza.

¿Cómo aplicar esta ciencia de los cuatro elementos en la vida cotidiana, en los pensamientos, en los sentimientos? Sólo una Enseñanza iniciática puede enseñároslo. Desde hace años que os explico sin cesar cómo realizar en la vida cotidiana las operaciones cabalísticas, alquímicas, astrológicas, por la forma de alimentarse, de comportarse, de hablar, de amar ...

Si por ejemplo debéis encontraros con alguien para resolver un problema delicado, concentraos primero en el espíritu a fin de que venga a manifestarse, es decir a controlar vuestros pensamientos; los pensamientos a su vez controlarán las emociones, los sentimientos, y entonces los gestos, la voz, las palabras llegarán a ser, también, obedientes, y tomaréis así buenas decisiones. Sí, ante todo el espíritu. Es como una conexión que debéis hacer: situáis a vuestro ser bajo el control del espíritu y, poco a poco, todo se organiza, todo se ordena, y actuáis de una forma tan armoniosa, tan equilibrada, que obtenéis el éxito. Si no se actúa de esta forma, sucede todo lo contrario ya que al no controlar el espíritu, los pensamientos y los sentimientos, entonces el cuerpo se apodera de la situación, gesticula, pronuncia palabras poco afortunadas: lo estropeáis todo.

Veis que os doy una aplicación para la vida cotidiana de la ciencia que concierne a los cuatro elementos. Para cada cosa, ya sea que comáis, que habléis, antes de comenzar, preocupaos primero de invocar al espíritu, el resto vendrá después.

Cuántas personas vienen a mí para quejarse de la actitud de los demás respecto a ellos: la mujer, los niños, los hermanos, las hermanas, los padres, los suegros, los vecinos, los colegas, el jefe... Según ellos, todos están en contra suyo: no los aman, no los obedecen, no los respetan. Y para explicar esta situación, invocan argumentos realmente muy curiosos. ¿Cuál es la verdadera explicación?.. ¡Hela aquí! Cuando un gran personaje, un rey, debe visitar una ciudad, ¿Qué es lo que se ve? Oh, todo un barullo: se anuncia su llegada por todas partes, se organizan preparativos, se limpia, se decora y se eligen a las personas más cualificadas, las más representativas, las más inteligentes para recibirlo. Y cuando el rey llega, la ciudad ha quedado tan transformada que casi no se la reconoce.

Pues bien, si trabajáis sobre vosotros mismos para llegar a ser más grandes, más nobles, más dueños de vosotros mismos, por donde vayáis, por dondequiera que paséis, las personas, las cosas, cambiarán para recibiros. Mientras que si sois hombres ordinarios, nada mejorará para vosotros, al contrario, siempre estaréis expuestos a sufrir disgustos por parte de los demás. Así pues, depende de vosotros. Si desarrolláis cada vez más en vosotros el amor y la luz, vuestro entorno, vuestra mujer, vuestros hijos, vuestros vecinos cambiarán. Diréis: “Pero cómo, ¿van a cambiar?” Evidentemente, hablo del aspecto interior: en vuestra morada y en todos los seres que os rodean, vendrán a instalarse entidades selectas, benéficas para vosotros. Diréis: “Pero es mi mujer. Son mis hijos, ¡no van a cambiar!” Es evidente que su apariencia seguirá siendo la misma, pero en ellos se introducirán entidades nuevas que os ayudarán, os amarán. Y las otras entidades, las que os eran hostiles, pues bien, partirán, serán reemplazadas.

Cuando conseguís dar el primer lugar al espíritu, a la luz, al amor, a la sabiduría, por donde quiera que vayáis, producís efectos benéficos sobre vuestro entorno que comienza entonces a cambiar de actitud hacia vosotros. Naturalmente, ese cambio no se produce en un día, pero ninguno de vuestros esfuerzos será inútil, todos darán siempre resultados. Porqué ningún aspecto de la actividad humana escapa a esta ley de los intermediarios, ni siquiera la vida interior, espiritual, mística.

Tomemos ahora el ejemplo de los adeptos a una religión. Cuando se dice a algunos que su plegaria debe pasar por intermediarios, a través de toda una jerarquía Angélica, no lo aceptan. Quieren relacionarse directamente con Dios. Y además afirman que ellos se dirigen a Dios y Dios les responde. O a veces es a la inversa: ¡Dios les habla y ellos le responden! Son cristianos pero se diría que nunca oyeron hablar de la escalera de Jacob. Esa escalera representa precisamente la jerarquía de las criaturas, desde los grandes Maestros hasta los Serafines. Sobre esa escalera las criaturas suben y bajan, y fuera de esta escalera es imposible subir hasta el Señor. La vida entera está ahí para demostrar la necesidad de una escalera... ¡aunque sea para subir a un techo! Diréis que existen otros medios. Sí, pero los otros medios son siempre equivalentes a una escalera.

Tomemos otro ejemplo: escribís una carta y queréis que llegue directamente hasta el rey. Pues bien, aunque no la enviéis por correo, deberá pasar sin embargo por algunos intermediarios antes de llegarle, por un ministro o un secretario... Esto es la jerarquía. Y en todas partes, sobre la tierra y en el Cielo, existe una jerarquía. Las piedras, las plantas, el organismo humano, las estrellas, los mundos presentan una jerarquía. Y sin embargo, cualquier cristiano que sea cuestionado a este respecto, no os aceptará esta jerarquía pues se imagina que irá directamente a estrechar la mano del Señor: «¿How do you do? 

Es como esa buena mujer que, hace años, venía siempre a contarme sus conversaciones con Jesús: ella era médium por así decirlo, y cada vez que la encontraba, tenía nuevas historias para relatarme. Un día me dijo: “Esta mañana hablé con Dios Padre. - ¿Ah sí, con Dios Padre? - Sí, Jesús estaba ocupado y en su lugar vino el Padre. - ¿Y qué le dijo? - Pues bien, le pregunté qué es lo que debía comprar en el mercado y me dio algunos consejos.” Estas son las ocupaciones del Señor: responder a las buenas mujeres respecto a las legumbres, jabones o escobas. Parece que el Señor es muy gentil, os da respuestas sobre todo lo que le preguntéis...

De cualquier forma, es obligado volver sobre la noción de la jerarquía entre los elementos: fuego, aire, agua y tierra. Observad solamente vuestro globo: los océanos y los mares (el agua) ocupan más espacio que los continentes; la atmosfera (el aire) que lo rodea, ocupa más espacio que el agua y, más allá el éter (el fuego) es aún mucho más vasto. Y mirad el árbol: está hecho con un poco de tierra, algo más de agua, mayor cantidad de aire, pero esencialmente está hecho de luz y de fuego. La prueba, quemad un árbol y veréis: produce llamas en gran cantidad, un poco menos de gas, algo menos aún de vapor de agua, y quedan apenas un puñado de cenizas.

No acabaríamos nunca de estudiar las aplicaciones de esta ley de jerarquización de los elementos, así como de las relaciones que existen entre la tierra, el agua, el aire y el fuego.

El agua sostiene la tierra y la alimenta. El aire sostiene el fuego y lo alimenta. El agua está por encima de la tierra, pero ella es la que es su servidora, su nodriza. Mientras que el aire está por debajo del fuego y él es quien lo alimenta. El aire y el fuego son masculinos. La tierra y el agua son femeninas. Cuando el fuego actúa sobre el aire, aparece una quintaesencia que es el azufre. Cuando el aire actúa sobre el agua aparece otro elemento: el mercurio. Y cuando el agua actúa sobre la tierra, es la sal la que aparece. Cuando el alquimista sabe cómo trabajar con el mercurio, el azufre y la sal, logra descubrir la piedra filosofal.


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Extraído


http://www.libroesoterico.com/biblioteca/Angeles%20Invocacion/Los%20Angeles%204%20Elementos%20y%20Angeles%20Guardianes.pdf




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