jueves

REENCARNACIÓN



Lección 4

 
REENCARNACIÓN



La doctrina de la Reencarnación ocupa un lugar muy importante en las enseñanzas de la Teosofía. Es la llave que abre la puerta del conocimiento de una gran cantidad de fenómenos de la vida humana que sin esta doctrina permanecerían inexplicables. En el mundo occidental la creencia más generalizada es que el Alma es creada junto con el nacimiento del cuerpo físico. Hoy en día sin embargo está teniendo lugar un revivir del interés por la doctrina de la Reencarnación tanto en círculos religiosos como en los de la psicología y la antropología.


Toda persona que realmente piense, encontrará serias dificultades en aceptar como infinitamente bueno a un Dios que trae a la existencia a ciertas personas en condiciones que aseguran un bienestar económico y a otras en la más abyecta pobreza; un Dios que otorga a algunos brillante inteligencia y a otros retardo mental; un Dios que, siendo infinitamente justo y omnipotente, permite que ciertas personas nazcan hermosas y sanas, y otras feas o deformes. Estas evidentes desigualdades, y muchísimas otras, son algo que observamos a diario. ¿Cómo puede entonces ser posible – se pregunta la persona de mente clara y compasiva – conciliar tales desigualdades como provenientes de un Dios de bondad y amor infinitos si, como algunos insisten, cada Alma es creada en el momento en que el individuo nace?


Frente a este dilema la teosofía postula un proceso por completo diferente al enunciar la doctrina de la Reencarnación. En nuestra primera lección establecimos que cada uno de nosotros es un fragmento en evolución de la vida del Logos de nuestro sistema solar. Esta Vida Divina está presente en cada átomo de la creación, y porque tanto su trascendencia como su inmanencia (presencia subjetiva) ocurren simultáneamente, resulta imposible aceptar la infantil idea de aquel Dios personal quién, por razones incomprensibles, juega malas pasadas a sus propios hijos, exigiendo a cambio un amor incondicional de parte de éstos.


Más aún, pocos estarán en desacuerdo respecto de que aquello que tiene un comienzo, también debe tener un fin. Sin embargo, en la opinión de aquellos que insisten en postular dogmas absurdos, el Alma tiene que tener un futuro interminable sin haber tenido jamás un pasado. ¡Esta idea es equivalente a afirmar que puede existir un palo con un solo extremo!


La teoría de la evolución es algo generalmente aceptado en nuestros días, y la Teosofía la ve como una ley aplicable tanto a la forma física del ser humano como a su crecimiento y desarrollo espirituales. Hasta ahora, tres hipótesis han sido esgrimidas con respecto al método seguido por la evolución que culmina en las metas de sabiduría, bondad e inteligencia.


La primera de ellas establece que la muerte, de modo presumiblemente milagroso transforma, a todos aquellos que no se han portado demasiado mal como para ir al “infierno”, en seres perfectos. La segunda hipótesis sugiere que la vida después de la muerte provee todas las oportunidades requeridas para lograr tal perfección. La tercera postula en cambio que el Alma debe retornar una y otra vez a la Tierra para aprender gradualmente todas las lecciones que la existencia física procura, tal como el niño vuelve a la escuela día tras día, año tras año hasta finalmente obtener su diploma de graduado.


La primera hipótesis es inadmisible simplemente porque una agencia uniforme operando de manera uniforme debe producir resultados uniformes, y porque mediante la observación clarividente se ha podido observar que aquellos que han fallecido continúan siendo en el plano astral iguales como eran en el plano físico, es decir, perfectamente capaces de errar tanto de hecho como en sus juicios y opiniones. Y aún haciendo a un lado la evidencia clarividente, es sensato suponer que si bien el cuerpo se acaba, la consciencia debe continuar. Y cuando observamos con cuánta lentitud vamos logrando progreso y expansión de consciencia durante los años de vida terrestre, resulta irracional afirmar que durante los breves instantes que demoramos en morir nuestro estado de consciencia se tornará perfecto. Esto ya no sería continuidad sino un quiebre drástico del proceso que nos haría vernos de pronto como extraños a nosotros mismos, irreconocibles. El insistir en esto, es pensar en términos de ciencia-ficción.


La segunda hipótesis que establece que la vida después de la muerte lleva a toda sabiduría se ve seriamente objetada por el hecho de que lo que el Alma ha aprendido bajo las condiciones de la vida terrestre en modo alguno va a ser aumentado y perfeccionado en las condiciones drásticamente modificadas de la vida astral. Si esto fuese posible, no existiría la necesidad de encarnar en el plano terrestre. No nos parece razonable suponer que un hombre que se somete al esfuerzo de especializarse en determinada profesión, dedique su vida a una actividad totalmente diferente. Evidentemente es absurdo suponer que una persona que se ha familiarizado de manera formativa con las condiciones de la vida física, pase para siempre a una esfera de condiciones enteramente diferentes en donde lo que ha aprendido anteriormente le serviría de poco o nada. Es lógico en cambio suponer que si la vida en la Tierra es un hecho establecido, ello obedece a un propósito definido en relación con el proceso evolutivo. Tal como se indica en la lección anterior, el despertar y la expansión de la consciencia individual se logran sólo a través de la limitación y la restricción impuestas por la materia física. La vida después de la muerte, siendo por completo subjetiva, está lejos de ofrecer el grado de limitación necesario para lograr tal despertar que es, al fin de cuentas, la meta definitiva del proceso evolutivo humano.


Atendidas tales consideraciones, la Teosofía rechaza las dos primeras hipótesis, aceptando en cambio la tercera porque es la más lógica y la que marcha más en armonía con la idea de un sistema racional y ordenado basado en la justicia impersonal de la ley cósmica.


La analogía de la escuela es particularmente apropiada. Es evidente que cuando cursamos los grados inferiores de la escuela primaria no podemos aspirar a transformarnos en médicos o abogados de la noche a la mañana. Se requieren doce años de escuela primaria y secundaria para poder ingresar a la universidad a estudiar medicina o leyes durante siete u ocho años más antes de lograr nuestro título. Debemos tener la paciencia de completar todas las fases de nuestra educación primaria antes de pasar a la siguiente. Del mismo modo, completamos nuestra educación cósmica con asistencia obligatoria a la escuela de la vida planetaria física.


Se nos dice que el ser humano es una inteligencia espiritual, una chispa de la Vida Divina encerrada en cuerpos de materia de diferente densidad, y que viene a la Tierra exclusivamente con el objeto de aprender. Para ello se hace necesario que pase por una larga sucesión de vidas a objeto de desarrollar sus poderes latentes a través de una dura lucha contra las circunstancias y en una red de relaciones e interacción con otras Almas que se encuentran en el mismo proceso. A través de estas vidas en cuerpos físicos el Alma va ganando conocimiento y experiencia que posteriormente transforma en facultades y poderes entre una encarnación y otra para ir ganando en estatura espiritual. Este proceso de transformar las experiencias en poderes puede ser comparado con el proceso de nuestra digestión, en el cual la comida que ingerimos es transformada químicamente por nuestro sistema digestivo e incorporada a nuestra corriente sanguínea en forma de aminoácidos y otros elementos que el cuerpo necesita para continuar viviendo, proceso que conocemos como asimilación. La vida escolar puede también ser utilizada como ejemplo si comparamos los períodos de estudio en los cuales nos llenamos la cabeza de información que posteriormente nuestra mente va transmutando en entendimiento y conocimiento de manera prácticamente sub-consciente, al igual que el proceso de nuestra digestión que ocurre automáticamente y sin intervención directa de nuestra voluntad.


De modo similar ocurre en el mundo celeste la transmutación de la experiencia ganada en el mundo físico a un nivel que está más allá de nuestra consciencia física objetiva, permitiendo así al Alma retornar a la vida física más sabia y mejor equipada para lo que le resta de aprendizaje en grados más avanzados.


Ocasionalmente una encarnación puede redundar en fracaso debido a que el Ego no consigue influenciar la personalidad lo suficiente para lograr su completa cooperación, en cuyo caso el progreso no sería apreciable. De hecho, a veces se retrocede un poco cuando las oportunidades de avance son desperdiciadas, lo que equivale al alumno que en la escuela debe repetir el grado por no haber estado dispuesto a estudiar como correspondía.


Pero a la larga nada se pierde, porque el fracaso es también educativo y puede ser trocado en triunfo mediante renovado esfuerzo en una encarnación futura.


Una equivocación desafortunadamente frecuente es la de confundir la doctrina de la Reencarnación con la teoría de la trasmigración. Esta última postula la entrada del alma humana en un cuerpo animal. Tal cosa estaría sin embargo en abierta contradicción con la ley natural de la evolución. Como hemos podido apreciar en las lecciones anteriores, la Mónada humana nunca ha sido otra cosa que humana, ya que al comienzo del ciclo de involución debe esperar pacientemente hasta que el planeta produzca – mediante la evolución de las formas – cuerpos lo suficientemente refinados y desarrollados para expresar consciencia humana. Resulta entonces inconcebible que en una etapa posterior a aquella en la cual comienza a encarnar, súbitamente haga lo que nunca ha hecho aún en su estado de máxima inmadurez: utilizar el cuerpo de un animal como vehículo permanente. La vida que ha sido individualizada en el reino humano no puede regresar al reino animal. ¡Suponer tal cosa equivale a aceptar la idea de que un bebé recién nacido puede volver la matriz de su madre y transformarse nuevamente en embrión!


Las almas menos evolucionadas son comparables a los alumnos de los grados más bajos de la escuela. Y aquellos que se van aproximando a su “graduación” son aquellas que empezaron a encarnar antes que la primera. En éstas últimas el grado de avance puede también ser resultado de la forma efectiva como aprovecharon sus oportunidades de aprendizaje, tal vez con mayor dedicación que otras. Es importante recordar, sin embargo, que tanto el peor de los criminales como el más elevado de los santos albergan en sí la misma semilla de Vida Divina, y que las posibilidades de hacerla germinar son idénticas para ambos. La diferencia entre ambos está determinada por el hecho del que el alma del criminal con toda probabilidad empezó a encarnar mucho después del alma del santo y aún le queda mucho por recorrer del camino ya recorrido por éste último. O también puede ser que su aprendizaje haya sido más lento que el de su hermano. Más aún, dadas las características del proceso, es perfectamente posible que el criminal haya aprendido alguna cosa que al santo aún le queda por aprender, ya que este tipo de aprendizaje no sigue líneas fijas sino que funciona en base a variantes.



***



Quisiéramos hacer aquí un paréntesis para aclarar el sentido en que utilizaremos la frase “en el comienzo”, al referirnos a la Creación del universo. La Creación es una constante, algo que no tiene principio ni fin; pero se nos dice que ocurre de manera cíclica, es decir, a un ciclo de manifestación activa sigue otro de inactividad. Pero ello no tiene nada que ver con la Vida en sí, ya que ésta es continua y sin principio ni fin. Los ciclos, sin embargo, comienzan y concluyen en el tiempo, aún considerando que algunos de ellos son de tal duración que solo resulta concebible para la mente humana caracterizarlos como “eones”. Tales ciclos no son sin embargo repetitivos, sino que ocurren en una especie de espiral. Se nos dice que cada ciclo de actividad comienza exactamente en el mismo punto donde concluyera el anterior, asegurando así la dinámica de mejoramiento que el proceso conlleva. Cada nuevo comienzo realiza en consecuencia una especie de recapitulación de todo lo desarrollado anteriormente (de forma similar a aquel ciclo menor que es la vida humana, cuando todo el desarrollo físico que el cuerpo del ser humano ha experimentado a través de millones de años, es recapitulado durante el período de gestación del feto humano, al igual que su desarrollo psicológico es recapitulado posteriormente durante la infancia y la juventud). Estamos, al presente, en el espiral llamado “período humano”. Cuando entremos al próximo espiral, o período superhumano, lo haremos enriquecidos con la cosecha de nuestras experiencias humanas transmutadas en poderes divinos con los cuales enfrentaremos las nuevas fronteras a conquistar en esferas más y más elevadas.


La doctrina de la Reencarnación provee la base para explicar mucho de aquello que permanece en el misterio si aceptamos la teoría de la creación del Alma al nacer la persona. Tal como indicamos anteriormente, a través de esta doctrina se explican las desigualdades de condiciones en las cuales nacemos, algunos en la abundancia, otros en la pobreza y la privación; algunos de padres amantes y bondadosos, otros abusados y maltratados por sus padres durante la niñez; algunos con físicos hermosos, otros con cuerpos deformes; algunos con dotes de genio, otros mentalmente retardados, etc. Los factores genéticos tampoco explican en su mayoría las circunstancias en las cuales una persona viene al mundo, ya que hijos inteligentes nacen de padres que no lo son, o hijos deformes de padres normales.


Incluso los mellizos son a veces diferentes en físico y en carácter, capacidad y habilidades. Si aceptamos la reencarnación como hipótesis de trabajo – ya que no como hecho probado – las diferencias mencionadas se hacen explicables cuando se establece que cada alma viene a la encarnación con el producto de sus acciones y esfuerzos en existencias anteriores. El genio, por ejemplo, no es, como algunos suponen, un “don de Dios”, porque resultaría incongruente suponer que el Dios infinitamente justo, amante y todopoderoso predicado por quienes niegan la reencarnación, va a otorgar caprichosamente dones a ciertas personas ¡negándolos en cambio a otras! Más sensato es suponer que el genio es el resultado de muchas vidas de esfuerzo y sacrificio que han otorgado a la mente del individuo una disposición creativa que destaca de lo común. Incluso en el caso de la persona mentalmente retardada existe una lección para el Ego aunque su expresión física esté severamente limitada por la lesión cerebral de su presente encarnación.


La reencarnación explica también la diferente disposición ética de las personas y su mayor o menor inclinación al bien o al mal. Tal disposición no puede considerarse exclusivamente como producto de la formación ambiental de la persona, ya que hay quienes habiendo nacido en cuna de oro tienen sin embargo inclinación al mal, mientras que otros que han nacido en la miseria y cuya niñez ha transcurrido sin formación moral alguna tienen en cambio una natural disposición a la bondad y al esfuerzo para superarse.


Es perfectamente razonable suponer que nuestro estado de consciencia individual presente y las virtudes y defectos que observamos en él son fruto de nuestro largo pasado, es decir, lo que ha quedado indeleblemente grabado en nosotros como consecuencia de lecciones aprendidas en otras vidas y otros cuerpos; no es razonable en cambio esperar que un alma joven y menos evolucionada tenga los mismos niveles de ética y moral que tienen el sabio y el santo.


Más aún, la doctrina de la reencarnación también ofrece una explicación aceptable en lo que se refiere a la existencia de hombres afeminados y mujeres con tendencias masculinas. El alma en sí no tiene sexo, pero utiliza en algunas vidas cuerpos masculinos y en otros cuerpos femeninos con el objeto de aprender las lecciones ofrecidas en ambos sexos. Obviamente, después de haber encarnado varias veces en cuerpo masculino, es natural suponer que en la próxima encarnación en un cuerpo femenino traerá consigo muchas de las tendencias masculinas que inevitablemente se harán presentes. A la inversa, después de varias vidas como mujer, el Ego tendrá que esforzarse en realizar los ajustes necesarios para identificarse con su nuevo sexo. El desarrollo del Ego requiere toda clase de lecciones aprendidas bajo diversas circunstancias; la clara comprensión de este postulado nos hará más tolerantes y menos inclinados a juzgar con dureza a aquellos a quienes consideramos como personas desviadas de lo natural.


La doctrina de la reencarnación es extraordinariamente antigua. No solo existe en las grandes escrituras hindúes y su tradición védica, sino también en las enseñanzas del Buda y en las del griego Pitágoras. Fue también enseñada entre los judíos en la época de Josefo y posteriormente en la Kabala esotérica. Los cristianos originales aceptaban la reencarnación, y hay en nuestros días muchos cristianos que la están examinando nuevamente como hipótesis lógica y sensata, encontrando en ella inspiración y esperanza. Resulta demás aparente que Jesús mismo la aceptaba si juzgamos por la clara aseveración que hiciera en cierta ocasión a sus discípulos respecto de que Juan Bautista era Elías que había retornado (Evangelio Seg. San Mateo, 11:14 y 10:13. Ver también Malaquías 4:5). El obispo Orígenes, uno de los más notables teólogos de la Iglesia Católica original, declaró: “Cada alma viene a este mundo fortalecida por sus victorias o debilitada por sus derrotas en vidas anteriores”.


Desafortunadamente las enseñanzas originales de los Padres Cristianos fueron siendo distorsionadas y malentendidas, y en el año 553 D.C., durante el Segundo Concilio Eclesiástico de la Iglesia que tuvo lugar en Constantinopla, se decidió declarar a todo aquel que se adhiriera a la doctrina de reencarnación, un “anatema”. Ello señaló el comienzo de la eliminación de esta doctrina de las enseñanzas cristianas oficiales. A pesar de esto, la doctrina ha permanecido vigente para aquellos que han tenido el valor y la convicción interior de afirmar su realidad.


Entre quienes han sostenido su creencia en la doctrina de la reencarnación se encuentran notables pensadores, tales como Emerson, Thoreau, Huxley, Goethe, Shelley, Schopenhauer, Whittier, Whitman, Browning, Tennyson, etc. Famosos industriales e inventores tales como Henry Ford y Thomas A. Edison, han proclamado su aceptación de esta doctrina.


Una pregunta válida que suele hacerse en el contexto de la reencarnación es, “Si en realidad he vivido anteriormente, ¿Cómo es que nada recuerdo de mis vidas anteriores?” H.P. Blavastky dice lo siguiente en respuesta a esta pregunta: “Al desintegrarse los principios que llamamos físicos con la llegada de la muerte, se desintegran también sus elementos constituyentes y con ellos la memoria, por la pérdida del cerebro. Esta memoria perdida es la de la personalidad que acaba de concluir con la muerte y no puede, en consecuencia, volver a grabar o a recordar nada en las subsiguientes encarnaciones del Ego. Reencarnación significa que el Ego ha de proveerse del nuevos vehículos (cuerpos) y con ellos un nuevo cerebro físico y en consecuencia una nueva memoria, y resulta por cierto absurdo suponer que este nuevo cerebro pueda recordar lo que no ha grabado”.


En el mismo libro, Blavatsky indica que el Ego tiene memoria propia y es capaz de recordar no solo sus personalidades anteriores, sino también las experiencias que le han sido provistas a través de éstas con la misma facilidad con que la personalidad recuerda lo que hizo el día anterior. No debemos suponer, afirma Blavatsky, que porque nuestra personalidad no recuerda vidas pasadas nuestro Ego las ha olvidado. Lo que ocurre es que el Ego, para transmitir su memoria a la personalidad, utiliza la consciencia en forma de disposición natural para algo, es decir, aquello que conocemos como “talento innato”, y también a través del reconocimiento instantáneo que a veces tenemos de viejos amigos o seres queridos a quienes tenemos la certeza de nunca haber visto en nuestra vida presente. Ello explica la atracción espontánea que sentimos por ciertas personas, como también muchos otros detalles de nuestra vida diaria a los cuales no damos mayor importancia debido a la costumbre. El método seguido por la naturaleza para asegurar nuestro desarrollo consiste en extraer lo valioso, dejando de lado los detalles; al igual que los detalles, los cuerpos mueren y se desintegran, pero las lecciones aprendidas a través de ellos permanecen.


Resulta útil comparar al Ego con un actor que participa en muchos roles diferentes, expresando parte de sí mismo en cada uno de ellos y utilizando todo el poder y la habilidad derivados de la experiencia de sus actuaciones anteriores, pero borrando tales papeles de su memoria por completo para poder representar su nuevo papel de la mejor manera posible. La famosa actriz Helen Hayes, por ejemplo, ha comentado que antes de empaparse del nuevo personaje que ha de representar, trata de limpiar la mente por completo de los roles que ha representado anteriormente; de otra manera no podría realizar una representación adecuada. Por cierto que recuerda los papeles que le tocó representar antes, ya que de ellos deriva su habilidad para representar adecuadamente su nuevo personaje; pero este nuevo rol requiere otro diálogo y otra personalidad. El Ego funciona de manera similar, recordando la memoria de vidas pasadas y desarrollando en cada una de éstas la habilidad para utilizar en forma crecientemente eficaz sus nuevas oportunidades de encarnación.


Hay por cierto personas que han desarrollado la habilidad y la sensitividad para recapturar recuerdos de vidas pasadas en su presente encarnación, pero normalmente tales individuos rehúsan discutir sus experiencias en este sentido por temor que se les malentienda. Desafortunadamente existen personas cuya imaginación les hace ver lo que no existe en este respecto.


Debido a ello se considera apropiado no solo guardar tales experiencias para sí, sino también ejercitar la más escrupulosa objetividad en lo que respecta a la facultad para recordar incidencias de vidas anteriores, ya que el tiempo y nuestras propias actitudes invariablemente determinarán su valor y exactitud.


En lo que respecta a nuestras futuras encarnaciones, se nos dice que existen tres factores que son determinantes en las circunstancias del próximo renacimiento de la persona. En primer lugar tenemos la Ley de la Evolución que tiende a ubicar al Ego encarnante en circunstancias que favorezcan el desarrollo de cualidades de las cuales carece, y en las cuales tenga oportunidad de aprender nuevas lecciones y desarrollar poderes aún no presentes en su actual estado de desarrollo. Pero esta ley opera dentro de los límites de otra ley fundamental: la de Causa y Efecto, que es la ley de justicia impersonal. Puede que las acciones anteriores del individuo hayan sido tales que le hayan hecho acreedor a las mejores oportunidades de avance; o tal vez hayan sido de menor mérito, en cuyo caso tendrá que conformarse con menos. Este es el segundo factor. El tercero es que la encarnación deberá ocurrir en un lugar y tiempo en donde pueda encontrarse con Egos con los cuales haya formado lazos de amor u odio, o de haber dañado o ayudado a otros en el pasado distante. Siempre se da la oportunidad de curar viejas heridas y de pagar deudas contraídas, de obtener compensación por daños recibidos inmerecidamente, o de desarrollar talentos frustrados en vidas anteriores debido a causas aún más anteriores. Todos estos factores deben ser considerados al enfrentar el Ego una nueva encarnación, pero sean cuales sean las circunstancias de ésta última, la ley funcionará imperturbable, imparcial y beneficente en la prosecución del desarrollo y avance del individuo, laborando constantemente para hacerle alcanzar la meta de perfección que éste persigue.


Cuando nos hacemos conscientes de esta verdad, se nos hace más fácil enfrentar la vida con todas sus alegrías y vicisitudes, sabiendo que dependemos fundamentalmente de nuestro propio esfuerzo para construir un futuro mejor no solamente para nosotros individualmente, sino también para nuestros congéneres.


El diagrama incluido en esta lección ilustra de manera gráfica las rondas de reencarnación a través de las cuales el Ego toma diferentes cuerpos en vidas sucesivas, desarrollando de esta manera la totalidad de su potencial. Más allá, en las regiones espirituales, permanece la Mónada Divina, fragmento inmortal de la Vida Una Universal que es el Ser eterno, el Dios en cada ser humano.


Lección 4 Anexo 1 - El ÁTOMO SIMIENTE


Se nos dice que el propósito de la vida física del ser humano no es la felicidad sino el aprendizaje. El Ego, rodeado de varios campos de energía a los cuales llamamos “cuerpos”, va ganando experiencia a través de la continua interacción con sus semejantes en diferentes ambientes y condiciones en las cuales va siendo colocado a través del proceso de la reencarnación.


Gracias a tales experiencias va aprendiendo de manera gradual y a veces dolorosa todas las lecciones que la escuela de la vida planetaria ofrece. Naturalmente, para ello se hacen necesarias muchas vidas, porque el perfeccionamiento de un Ego espiritual es algo en extremo difícil.


Este postulado, sensato y razonable, da origen a una pregunta perfectamente válida: ¿Cómo consigue el Ego retener la memoria de tales lecciones y de lo aprendido a través de ellas si consideramos que en cada nueva encarnación recibe un nuevo conjunto de cuerpos y un cerebro que no puede recordar lo que no ha grabado porque también es nuevo?


En respuesta, se nos dice que la memoria de Ego nada tiene que ver con el cerebro físico que muere al morir éste. La memoria de las experiencias de esa encarnación es incorporada en forma de síntesis en el único cuerpo permanente que el Ego posee: el Cuerpo Causal. Tal incorporación tiene lugar en términos de posibilidades vibratorias que emergen como facultades en las encarnaciones sub-siguientes del individuo, siendo éstas invariable y únicamente el resultado de sus esfuerzos personales en determinados campos de actividad durante encarnaciones anteriores.


Este proceso tiene lugar por medio del llamado “átomo simiente”, que viene a ser el equivalente de un “microfilme” que a grabando todo lo relativo a las tendencias y actividades del individuo. Existe por cierto un átomo simiente en cada uno de los vehículos o cuerpos que el Ego utiliza, a saber, el Físico, el Doble Etéreo, el Astral y el Mental, pero todos ellos constituyen, al igual que los cuerpos, una sola unidad durante la encarnación.


Se nos dice que el átomo simiente está ubicado en el ventrículo izquierdo del corazón, y que a la muerte del individuo deja el cuerpo físico por vía del nervio pneumogástrico. La parte física del átomo no puede por cierto continuar, pero las fuerzas que lo animan le hacen manifestarse ahora en los cuerpos sutiles.


Después de la muerte de la persona y la subsiguiente desintegración de estos vehículos, las fuerzas que animaron sus existencia en ellos incorporaron en el cuerpo causal los resultados, la cosecha de todos los aspectos positivos lograda por el individuo, reteniendo los negativos para reintegrarlos a la próxima encarnación en forma de residuo kármico. Esta es la forma en que la naturaleza se asegura de que al renacer, cada individuo reciba la condición kármica que le corresponde en relación con lo realizado en vidas pasadas.






💗





CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique


Lección 1 - EL PLAN DIVINO



Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA


Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL



Lección 13 - EL REINO DÉVICO








KARMA




Lección 5

KARMA





El postulado que afirma que nuestro universo está gobernado por la ley y el orden encuentra especial énfasis en el estudio de la Teosofía. Nada ocurre al azar o por casualidad en el Cosmos.


Todo obedece al gobierno de la Ley Natural, no sólo en el mundo físico, sino también en los mundos psicológico y espiritual, las esferas de la ética y la moral. No existe en el universo fuerza alguna que se pierda, y en virtud de ello tampoco existe en él una sola partícula de energía cuya actividad no produzca el efecto correspondiente. Si lanzamos al aire una piedra, ésta caerá al suelo debido a la ley de gravedad. Esta ley, y otras similares, son parte de la ley general de causa y efecto.


No existe causa sin efecto posterior, ni efecto sin causa anterior. De ello podemos deducir que la energía con que proyectamos nuestros pensamientos y nuestros deseos, por ejemplo, producirá, tarde o temprano, resultados definidos. No existe, por lo tanto, ser humano alguno que pueda escapar a las consecuencias de sus actos por insignificantes o intrascendentes que éstos parezcan. A veces estos resultados son inmediatos, pero en circunstancias más complejas puede transcurrir largo tiempo antes de que tengan lugar. Como hemos dicho anteriormente, la muerte no arregla la manera de ser de las personas de forma mágica, como algunos parecen creer, y es absurdo suponer que porque nos vamos a vivir a otra ciudad nuestras deudas desaparecerán milagrosamente; de hecho, nuestras obligaciones financieras continuarán exactamente en los mismos términos en que las contrajimos en la residencia que hemos dejado.


En Teosofía esta ley de causa y efecto es denominada karma, antiguo término sánscrito que significa “acción” pero que comprende ambas “acción” y “reacción”, es decir, la totalidad de la acción. Opera doquiera existan vida y relaciones, y adquiere una importancia muy especial respecto al ser humano quien, en virtud de su humanidad, es moralmente responsable por los efectos de las causas que inicia. Basta un poco de reflexión para darse cuenta de cuán inevitable es esta realidad. Es prácticamente imposible actuar sin afectar de alguna manera nuestras relaciones con familiares, amistades, asociados de negocios e incluso a veces personas extrañas con quienes accidentalmente nos encontramos. En el mundo occidental no existen idiomas con palabras que puedan ilustrar claramente este concepto, aunque tal vez el término utilizado por Emerson, “ley de compensación”, sea el que más se aproxima. Se trata del mismo principio enunciado por Jesús en el Sermón de la Montaña: “…Porque así como juzguéis, seréis juzgados, y con la vara que midáis a otros, seréis medidos…" (Evang. Seg. San Mateo, 7:2); y aquella declaración de San Pablo: “Aquello que el hombre siembre, eso mismo cosechará…”. Todo esto, como puede verse, implica acción a través de relaciones que a su vez provocan reacciones que se transforman en causas; éstas, a su vez, generan nuevas acciones y el proceso sigue repitiéndose de manera continua hasta formar una red que envuelve todo el universo. Debido a la consideración dada a este principio, queda claramente establecida la enorme importancia de nuestras actitudes en tales relaciones.


Estrictamente hablando, la palabra karma debiera aplicarse solamente a la ley en sí, pero se le suele dar diferentes connotaciones. Es común escuchar, acerca de alguien que ha atravesado por una situación dolorosa, “tal era su karma…”, o cuando se trata de explicar efectos de causas originadas en encarnaciones anteriores con la frase: “Este es el karma con que nací…”. En tales casos es, sin embargo, más apropiado hablar de “efectos kármicos” o “causas kármicas”, pero por conveniencia, la palabra karma es utilizada en estos casos para referirse a la causa, la acción o el efecto de la acción, como también a la totalidad del proceso.


Cuando comprendemos claramente la naturaleza de la ley del karma, nuestra vida se hace no sólo más inteligible, sino que además nos indica la forma de cooperar con ella, colaborando así al desarrollo del proceso evolutivo. El karma en sí es una ley en extremo compleja, probablemente el más incomprendido de todos los grandes principios que expone la Teosofía. Tal vez la mejor manera de aclarar conceptos al respecto sea el detenernos a considerar algunos de las concepciones erróneas prevalecientes en la actualidad al respecto.


No es enteramente apropiado, por ejemplo, hablar de “buen” o “mal” karma al referirnos a aquello que nos parece agradable o desagradable respectivamente. El karma no debe ser considerado como bueno o malo, ya que es siempre educativo, sea doloroso o placentero. Es la ley que favorece el desarrollo de nuestra alma, a través de la cual aprendemos a funcionar de manera armoniosa y eficaz.


Otro error generalizado es el de considerar al karma como un sistema de castigos y recompensas. Es verdad que traerá felicidad a aquéllos que causen felicidad, y lo opuesto a quienes causen desdicha, pero ello proviene del hecho de que esta ley es la que mantiene la armonía y el equilibrio en el universo de manera inherente; no se trata de un proceso impuesto desde fuera de él por alguna autoridad personal y de manera arbitraria. Somos inevitablemente, parte del universo, y como tales somos también parte de sus procesos. La ley del karma es por completo impersonal, lo que quiere decir que no incluye designios personales sobre cada uno de nosotros cualquiera que se la forma como se manifieste. Cuando comprendemos esto con claridad, cesamos de quejarnos de lo que estimamos como injusticias del destino al referirnos a nuestras desgracias personales, y nuestro oído interno comienza a escuchar sublimes acordes.


Comenzamos a darnos cuenta de que nuestra nota musical es parte integral de la sinfonía cósmica, y de que es en virtud de tal sinfonía – el gran esquema de la armonía universal – que nuestra nota encuentra su propio significado. Más aún, paradójicamente, ¡es en virtud de todas las notas aportadas por cada uno de nosotros que la sinfonía tiene lugar!


De todo esto podemos deducir que el karma es un proceso universal en el cual cada nota discordante que introducimos es inmediatamente rectificada y armonizada en los planos internos del ser para impedir que la sinfonía cósmica caiga en la disonancia. Conviene recordar, empero, que en lo que respecta a la consciencia y experiencia exteriores tal rectificación puede demorar años en llevarse a cabo.


Claramente queda establecido entonces que el karma no es sólo una ley de justicia retributiva que nos hace heredar el resultado de nuestras acciones, sino también algo de mayor magnitud: una ley que opera eternamente, y en todo momento, con el objeto de armonizar cada acción individual con la acción universal. Como resultado, nuestras acciones individuales caen dentro de las operaciones universales como pequeños círculos concéntricos dentro de círculos mayores. Cada parte está, en consecuencia, indisolublemente ligada al todo. El verdadero centro del universo es equilibrio. Es imposible alterar este equilibrio, porque se ajusta a sí mismo ante cada acción. La desarmonía que parece observarse a veces, proviene de la periferia, de ese mundo ilusorio de tiempo y espacio en donde por el momento existimos.


En el análisis final sólo existen dos movimientos básicos en el universo: ida y regreso, es decir, las fuerzas centrífuga y centrípeta. En la electricidad, éstas viajan entre los polos positivo y negativo; en mecánica las observamos en el desplazamiento del pistón y en el destino humano como causa y efecto, vale decir, la ley del karma. Incluso en las actividades menores de nuestra vida nos es dado observar tales fuerzas durante nuestra rutina diaria al levantarnos y abandonar nuestro hogar cada mañana rumbo a nuestro trabajo, para retornar por las tardes y acostarnos nuevamente por la noche. Observando estos aspectos, emerge, claramente, un principio: todo aquello que enviamos debe, en definitiva, retornar a nosotros, no porque nuestras acciones merezcan premio o castigo, sino porque hay un elemento de continuidad que es inherente en nosotros, que es básico en nuestra existencia y que no admite variación en lo que básicamente somos.


Tal como indicáramos en una lección anterior, el hombre funciona en tres mundos o campos de energía vibratoria (el físico, el emocional y el mental) en los cuales, para poder manifestarse, ha sido dotado de tres vehículos de expresión a los cuales llamamos “cuerpos”. En cada uno de estos campos de energía el hombre genera causas que retornan a él como efectos en exacta proporción a la energía que emplea al generarlas. Cada ser humano, se nos dice, está continuamente generando tales fuerzas y la forma en que realiza esto es la que determina no solamente la clase de vida que llevará aquí, con su secuela de éxitos y fracasos, o el estado que encontrará después de la muerte, sino también el tipo de ambiente y la relación que tendrá con otros seres humanos en futuras encarnaciones. Obviamente la balanza de la justicia no puede operar únicamente dentro de los confines de una sola vida. Muchas veces la justicia se manifiesta en vidas posteriores a través de efectos que restituyen o privan de acuerdo con las acciones previas del individuo. De ello se deduce que la reencarnación debe ser considerada como medio, para lograr un fin y no una finalidad en sí. De este modo podemos también inferir la importancia del papel que juega la doctrina en el plan evolutivo. Cuando el alma ha desarrollado ya el máximo potencial de sus capacidades y poderes, añadiendo a éstos perfecta nobleza de carácter, puede ya considerarse como que ha alcanzado la meta de perfección humana que la libera del proceso de reencarnación.


Otro malentendido respecto al karma es el de considerarlo de manera fatalista. “Es la ley, y nada puedo hacer para cambiarla…” oímos decir a veces. Esto es un error. Es verdad que no podemos aniquilar las leyes universales, pero también es cierto que podemos modificar sus efectos. Lo hemos hecho en el pasado y continuamos haciéndolo. De acuerdo con la Teosofía tenemos pleno derecho a ellos. En su libro “Karma”, Annie Besant indica que si estamos siendo víctimas de una situación kármica difícil y dolorosa, tenemos el derecho e incluso la obligación, a veces, de hacer todo lo posible por cambiarla. Es precisamente a través de tales esfuerzos, impuestos por la ley del Karma, que desarrollamos nuestros poderes y nuestra verdadera estatura espiritual, aprendiendo a enfrentar con éxito problemas y dificultades de todo orden. Ocurre a veces, sin embargo, que a pesar de todos nuestros esfuerzos la situación angustiosa prevalece, en cuyo caso es probable que esté obedeciendo al propósito de enseñarnos resignación, paciencia, o capacidad de sacrificio. No olvidemos que el dolor es nuestro mejor maestro y no siempre es sabio o conveniente eliminarlo.


Viene bien aquí recordar el viejo dicho: “Debemos aceptar lo inevitable con gracia y dignidad, pero primero asegurémonos de que es realmente inevitable…” El problema reside en que a veces no es fácil determinar tal cosa, y es en extremo importante en este caso saber exactamente lo que estamos haciendo, ya que nuestro esfuerzo por cambiar la situación puede redundar en peores consecuencias. A veces se hace necesario reflexionar y esperar, no de manera inerte o estática sino en una actitud de aceptación dinámica y alerta, hasta que nos sea dado claramente la solución del problema. Pero es un hecho que cualquier efecto kármico puede ser eliminado o modificado cuando las circunstancias y la Ley así lo permiten. Un ejemplo claro de cómo modificar leyes universales es el de los hermanos Wright. La ciencia del siglo pasado había declarado enfáticamente que nada que fuese más pesado que el aire podía volar. Si los hermanos Wright hubieran aceptado tal pronunciamiento como absoluto, el avión no se hubiese inventado. A pesar de que la ley de la gravedad es parte integral del mundo físico, los Wright descubrieron otros principios (la resistencia del aire y las leyes de la aerodinámica) que podían ser utilizadas para neutralizar la ley de la gravedad y, en cierto sentido, hacerla más completa. Porque hay que comprender que los principios naturales no son algo aislado, sino partes integrantes de aquel organismo funcional que llamamos el universo. En nuestros días viajamos a increíble velocidad por el aire e incluso nos hemos aventurado a viajar por los espacios siderales. Sin embargo, si el hombre hubiera tratado de volar sin antes estudiar cuidadosamente los principios que gobiernan la ley de la gravedad, el resultado hubiese sido desastroso. Supongamos que a nadie se le hubiese ocurrido utilizar el principio del desplazamiento para actualizar el principio de flotación; jamás pudiéramos haber echado al mar barcos de acero, y para viajar por mar aún tendríamos que depender de barcos de madera con velas cuya velocidad queda al capricho de los vientos. La ingeniería utilizada en la construcción del canal de Panamá es otro ejemplo de la utilización de la ley para neutralizar la misma.


Naturalmente, corresponde al individuo determinar cuándo debe aceptar los dictados de su karma o cuándo debe utilizar fuerzas para oponerlo. Si después de considerar la situación de manera cuidadosa e inteligente vemos la posibilidad de neutralizar sus dictados, la Ley misma nos permitirá hacerlo mediante la utilización de factores que neutralizarán los efectos indeseados. Pero nadie nos puede guiar en este sentido, y buscar libros al respecto es perder el tiempo porque las situaciones son diferentes para cada individuo. La forma de ser y actuar de cada persona es algo estrictamente individual, porque la naturaleza jamás se duplica con total exactitud en las personas o en las circunstancias. En nuestro estado de consciencia individual hay cierta yuxtaposición de elementos que es lo que nos hace a todos y cada uno únicos en nuestra individualidad. Y cuando empezamos gradualmente a encontrar soluciones apropiadas para nuestros problemas kármicos nos damos cuenta que éstas provienen desde dentro de nosotros mismos, es decir, ¡precisamente desde donde surgió nuestro problema! Por ello, la Teosofía afirma que la solución se encuentra invariablemente en el problema mismo y que para llegar a ella sólo basta con analizar el problema correctamente, algo que rara vez hacemos.


No importa cuán intrincados e innumerables hilos pueda poseer el karma de una persona, cada hilo es distinguible y ubicable con respecto a su fuente original, aquella que lo proyectó. Poniéndolo en términos científicos actuales, diremos que lo que hacemos es utilizar una frecuencia de energía vibratoria personal mediante la cual proyectamos parte de nosotros mismos una y otra vez. Tal frecuencia es, por cierto, propiedad exclusiva nuestra (similar a como ocurre con las estaciones de radio) y no puede ser duplicada porque está estructurada por los hilos de nuestra consciencia personal. Es fácil observar que existen infinitas posibilidades de distintas frecuencias en el universo, como también un infinito potencial para que la frecuencia vibratoria de un individuo encuentre y afecte la de otros cuando todas éstas funcionan dentro de una determinada conjunción de espacio y tiempo.

De lo anterior puede deducirse que cada uno de nosotros está continuamente creando su propio mundo. En las palabras de uno de los grandes Maestros del Oriente a un miembro de la Sociedad Teosófica en sus comienzos: “El hombre está continuamente poblando sus corrientes en el espacio con un mundo propio coronado con el producto de sus fantasías, deseos, impulsos y pasiones, y estas corrientes actúan sobre cualquier organismo lo suficientemente sensible con el cual entran en contacto en proporción directa a su intensidad dinámica”. (Véase “El Mundo Oculto”, por A.P. Sinnett).


Otro factor que tiene gran influencia en la ley del karma como principio preservador de la armonía y el equilibrio universales, es el llamado karma colectivo, es decir, el karma de familia, el karma nacional, e incluso el karma global de la humanidad. Se nos dice que en la interpretación esotérica del karma se reconoce que a pesar de que cada uno de nosotros es único, el individuo completamente desconectado de otros no existe excepto como producto de nuestra propia imaginación. Tal como estableciéramos anteriormente, operamos dentro de esta intrincada red de relaciones mutuas y en consecuencia la vida de cada individuo está de hecho ligada a la vida de toda la humanidad a través de los siempre crecientes círculos locales, nacionales, continentales y aún planetarios. Cada pensamiento está influenciado por la atmósfera mental predominante en el mundo (a la cual todos contribuimos), y cada acción que llevamos a cabo es el producto inconsciente de esta atmósfera. Esto puede parecer difícil de aceptar para muchos, pero basta observar hasta que punto es imposible separarnos de nuestras relaciones establecidas, para considerar tal postulado como razonable. Las consecuencias de lo que cada cual piensa y llamamos “la sociedad”, mezclándose allí con aguas de mucho otros orígenes. Ello hace que nuestro karma total sea el resultado de todas nuestras asociaciones mutuas, trasmutándose de nivel personal a nivel colectivo. Poniéndolo en otras palabras, cada uno de nosotros como individuos, compartimos el karma generado por otros individuos que a su vez comparten nuestro karma. Hay sin embargo diferencias en la parte que corresponde a cada cual, ya que cada persona recibe los resultados directos de su actividad personal establecidos en su propia frecuencia vibratoria y, de manera indirecta, los efectos de la actividad del resto de la humanidad.


Esto queda claramente demostrado en los efectos mundiales de las grandes guerras que envolvieron a la humanidad entera en sus redes. Cierto es que algunos de nosotros nada tuvimos que ver consciente o intencionalmente con los que originaron tales guerras; y es también posible que nada hayamos hecho en esta vida o en otra anterior para atraernos el karma de la guerra. Sin embargo, nadie que haya vivido durante esta época se ha librado de haber sido tocado en una forma y otra, aunque haya sido sólo a través de la desgracia o del dolor de amigos que fueron afectados directamente, por tales tragedias. “Vivimos en común con los demás”, se nos ha dicho, “Y debemos ser redimidos en común, siendo éste un axioma definitivo y probablemente descorazonador para aquellos que se suponen más avanzados que sus congéneres, pero, por otro lado, estimulante para aquellos que se han ido quedando rezagados”. (Véase “La Sabiduría del Yo Superior”, de Paul Brunton).


Miradas las cosas de este modo, llegamos a la conclusión de que al tratar de vivir en armonía con la Gran Ley Cósmica no solamente establecemos un karma grato para nosotros mismos, sino que al poblar continuamente el espacio con buenos pensamientos, deseos y acciones, éstos fluirán conjuntamente con los de otros en el río común de la vida, beneficiando a todos. Cada vez que pensamos, sentimos o actuamos de manera altruista y noble, estamos ayudando a “aligerar un poco el pesado karma del mundo”, que es lo que uno de los Maestros de Sabiduría nos ha pedido hacer. Por contraste, cada vez que actuamos de manera egoísta e innoble, estamos añadiendo al peso de aquel karma. A la humanidad le queda aún mucho camino por recorrer y mucho trabajo por realizar para lograr borrar los efectos de la barbarie y oscuridad de su pasado. Pero como a la larga todo depende de lo que realicemos como individuos, estaremos en situación de dedicarnos a acelerar tal proceso, no para que seamos nosotros individualmente los beneficiados con el resultado, sino fundamentalmente con el objeto de que la evolución proceda con mayor presteza para lograr así la “redención” de la humanidad en su totalidad.


Hay una gran verdad tras el mandamiento espiritual que nos insta a dar generosamente de nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra riqueza, nuestro conocimiento, nuestro amor y todo aquello que tengamos que dar. “Arroja tu pan a las aguas, y lo volverás a encontrar muchos días después” (Ecclesiastes 11:1). La frase “muchos días” puede aplicarse aquí como “muchas vidas”, pero lo importante es comprender que todo lo que damos, invariablemente vuelve a nosotros, de tal manera que aunque demos limitadamente, ello llevará a un intercambio emocional amistoso entre el que da y el que recibe, mediante el cual ambos crecerán en desarrollo.


La teosofía no sólo explica la ley sino que además sugiere lo más importante: que comencemos a trabajar en armonía con ella, comprendiendo que cada día que pasa se van produciendo nuevas causas y efectos que derivarán consecuencias futuras de considerable magnitud. Los lazos de afecto se irán entonces fortaleciendo y las cadenas del odio disolviendo para que en el futuro la vida pueda fluir de la manera más luminosa, más noble y más bella.


Naturalmente, se espera más de los que conocen la ley que de aquellos que no la conocen. Aceptar la guía impuesta por la ley del karma equivale a llevar una vida más útil más feliz. Cada uno de nosotros está destinado a transformarse en maestro de su destino y en capitán de su alma, y el aceptar esto sin vacilaciones trae consigo iluminación y la certeza de la existencia de la ley en acción.


El diagrama que acompaña esta lección ilustra cómo funciona la ley del karma a diferentes niveles – físico, emocional y mental – de acuerdo con las necesidades de nuestro Ego en desarrollo.




FÍSICA, MENTAL, Y EMOCIONALMENTE
A través de
Los NERVIOS
La VIRILIDAD
La CAPACIDAD EMOCIONAL
El EQUIPO MENTAL
Y
FACTORES FRUSTRANTES Y LIMITADORES
O
ALENTADORES Y CONDUCTORES DEL DESARROLLO.



💗




Extraído: RENARD, Enrique - CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES























LA HERMANDAD BLANCA



Lección 6



LA HERMANDAD BLANCA





La mayoría de los estudiantes que entran por primera vez al sendero del ocultismo han oído hablar de la Hermandad Blanca. Sin embargo pocos pueden indicar con precisión en qué consiste esta Organización, ya que nada saben de los seres que la componen, de la realidad de su existencia, ni del servicio que prestan a la humanidad a objeto de colaborar con el desarrollo del Plan Divino. El principal propósito de esta lección es aclarar conceptos y malentendidos acerca de este muy importante aspecto de la Teosofía, del cual todo serio estudiante de ocultismo debe estar apropiadamente informado.


“Hermandad Blanca” es el nombre que la ciencia oculta ha dado a aquel grupo de seres humanos quienes, habiendo concluido su evolución humana individual, han resuelto sin embargo continuar encarnando en el planeta para promover la evolución de la vida y guiar – dentro de lo permitido por la Ley Cósmica – el proceso evolutivo de la humanidad. Habiendo ya transitado el mismo sendero que los seres humanos recorremos en la actualidad, marcado por el error y la imperfección, han concluido su jornada al lograr la meta final de la evolución humana: el adepto, o ser humano perfecto, aquel a quién la vida planetaria física ya no tiene más lecciones que enseñar y que, en virtud de ello, ha obtenido su completa emancipación de las limitaciones impuestas por las leyes cósmicas. Respondiendo a su expreso deseo, la mayoría de los ocultistas se refieren a ellos como los Hermanos Mayores de la humanidad.


Hagamos un poco de historia acerca de cómo llegó el mundo occidental a tener conocimiento de la existencia de estos insignes Seres. En 1875, aquella notable ocultista, Helena P. Blavatsky, enunció la existencia de cierta hermandad de Adeptos que trabajan en aras del progreso evolutivo de la humanidad. En el oriente, especialmente entre hindúes y budistas, la existencia de estos Maestros es ampliamente conocida y aceptada; no parece haber sin embargo entre la gran mayoría de los fieles de tales religiones un conocimiento cabal acerca de los Mahatmas (nombre con el cual se les distingue en la India) ni en sus áreas de actividad, conocimiento probablemente reservado solo para quienes estudian los aspectos esotéricos del hinduismo y el budismo.


En 1880, un periodista británico de gran prestigio radicado en India, Alfred Percy Sinnett, editor de la revista “El Pionero”, fue autorizado, mediante la agencia de Madame Blavatsky, para entrar en correspondencia personal con algunos miembros de la hermandad. Este contacto epistolar (publicado posteriormente bajo el título “Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnett”, editado por Trevor Barrer) duró cuatro años (1880 – 1884) conteniendo una dispensa de conocimiento oculto de considerable volumen. En adición a su trabajo como editor de “El Pionero”, donde escribió extensamente en relación con esta nueva dispensa, el Sr.Sinnett publicó dos libros: “Budismo Esotérico” y “El Mundo Oculto”, en los cuales comenta en detalle sobre las ideas postuladas por sus corresponsales ocultos.


Por su parte, Madame Blavatsky contribuyó con varios trabajos bajo la dirección – e incluso a veces el dictado directo – de algunos Adeptos de la Hermandad acerca de esta antigua ciencia oculta a la cual se ha dado el nombre de Teosofía (Sabiduría Divina). Fue también ante la sugerencia de estos Maestros que Madame Blavatsky y su asociado Henry Steele Olcott fundaron, junto a un reducido grupo de personas, la Sociedad Teosófica en Nueva York, en 1875. Los propósitos de tal sociedad fueron claramente delineados, el principal de ellos siendo “La formación de un núcleo para el establecimiento de la fraternidad humana sobre la Tierra”, como también la propagación de un conocimiento que hasta ese momento yacía oculto, pero que ahora se ofrecía a todos aquellos interesados en explorarlo. La mayor parte de esta dispensa oculta se encuentra contenida en los dos principales trabajos de Madame Blavatsky, “Isis Sin Velo” (publ. 1878) y “La Doctrina Secreta” (publ. 1888).


Como es de esperar, la existencia de la Hermandad Blanca ha sido puesta en duda en Occidente. Si en verdad existen tales seres, se nos dice, ¿cómo es posible que nadie los vea y que nunca se oiga hablar de ellos? Cierto es que el hecho de que no estemos conscientes de algo en modo alguno significa que ese algo no exista, pero aun así, la idea de un grupo de superhombres de maravillosos poderes y sabiduría existiendo en la Tierra pero no funcionando públicamente es algo que no va bien con la mentalidad occidental, pragmática y materialista. Es sin embargo perfectamente razonable suponer que la vida humana en el planeta no tendría mayor sentido si no fuese por la idea de que su objetivo principal es el proceso de aprendizaje y desarrollo de cada ser humano dentro del Plan Evolutivo. Esta premisa nos lleva a la importante cuestión del propósito de la vida que, de acuerdo a la Teosofía, no es otro que el logro total de la perfección humana a nivel individual y colectivo; es decir, que el ser humano, una vez aprendidas todas las lecciones que la vida física en el planeta le ofrece, queda finalmente libre de la necesidad de volver a encarnar.


Habiendo ya concluido este aprendizaje obligatorio, desarrollando a través del esfuerzo y el dolor toda la sabiduría, las virtudes, y los poderes que yacen latentes en él, se encuentra ahora en el umbral de la Divinidad, ya preparado para una vida de gloriosa inmortalidad, servicio y futuro desarrollo en etapas de existencia sobrehumana caracterizadas por el amor y la felicidad. Este estado identifica al Adepto, miembro de la Hermandad Blanca, y a él, se nos dice, todo ser humano ha de llegar. Algunos seres humanos ya han logrado tal meta, con ello dando lugar a la existencia de la Hermandad.


En lo que respecta al misterio que rodea una existencia que parece caracterizada por la reclusión y el anonimato, un Adepto le comentó en cierta ocasión al Sr. Sinnett acerca de las funestas consecuencias que tendrían lugar si la Jerarquía decidiera hacerse pública en nuestros días y en nuestro presente estado de desarrollo.


La historia está llena de ejemplos de lo ocurrido a aquellos que tuvieron el valor de emanciparse de lo ordinario para mostrar el camino de la luz a sus semejantes, como también de las persecuciones y torturas de que fueron víctimas, ¡precisamente a manos de los beneficiados! Hay además otras razones, entre ellas la estricta prohibición establecida por la Ley Cósmica en lo que se refiere a la intervención directa de Adeptos en asuntos humanos, lo cual ocurre solo bajo condiciones tan específicas como excepcionales.


Naturalmente, los Miembros de la Jerarquía se adhieren estrictamente a los dictados de la Ley, respetando en este sentido no solo su solemne promesa, sino también la sabiduría inherente en las leyes universales que gobiernan su proceder. A todos nos llegará eventualmente el momento de tomar contacto con Adeptos, pero resulta inútil tratar de apresurar tal encuentro antes de que nuestro desarrollo individual haya logrado un determinado grado de avance.


Se nos dice que los poderes de un Adepto son tan estupendos como variados. Poseen telepatía, telequinesia, capacidad para levitarse y para materializar objetos solo mediante el poder de su mente; poseen además poder para curar enfermedades de todo tipo y para aparecer simultáneamente en dos lugares diferentes si las circunstancias lo requieren; su capacidad intelectual va más allá de todo lo concebible, añadiéndose a ello un grado de sabiduría sin parangón; tienen además la capacidad para moverse de manera consciente entre los planos físico, astral y mental cuando lo necesitan; la clarividencia y la clariaudiencia son normales en ellos y, poseyendo un cuerpo físico perfecto como resultado de la perfección de su doble Etérico y la ausencia de karma negativo, se encuentran liberados de los problemas inherentes en la vejez y las enfermedades. Aquellas personas que han tenido la oportunidad de verles e interactuar con ellos manifiestan invariablemente que se les ve perpetuamente jóvenes pese al paso de los años. Cuenta Madame Blavatsky que la primera vez que vio a su Maestro ella contaba 20 años de edad, pero que durante los siguientes 40 años de su vida siguió viéndolo exactamente igual: un hombre alto, de aspecto tan esplendoroso e imponente que inspiraba instantánea reverencia, y de una edad que ella calculó alrededor de los 35 años. Blavatsky afirma que tal es también el caso de otros adeptos con los cuales hubo de tomar contacto durante su trabajo oculto. El tiempo no parecía transcurrir para ellos, viéndoseles invariablemente jóvenes y vigorosos.


No se sabe con precisión la edad que puede alcanzar el cuerpo físico de un Adepto. Este es, al parecer, conocimiento iniciático aún fuera de nuestro alcance. Ciertas escuelas afirman sin embargo que tal longevidad alcanza los 700 años. A pesar de no existir pruebas para confirmar tal aseveración, el caso del llamado “Adepto Europeo”, conocido también como el Conde San Germán, tiende a confirmarla, ya que existe evidencia por parte de personas que le conocieron y que escribieron acerca de él hace más de 400 años, describiendo su fisonomía y carácter exactamente en los mismos términos en que lo hicieron otras personas que dicen haberle conocido 400 años después, a fines del siglo diecinueve.


Entre las razones ofrecidas para explicar la longevidad del cuerpo físico de un Adepto se esgrime el hecho de éste lo utiliza con muy poca frecuencia, su consciencia estando enfocada casi continuamente en el plano mental, que es el nivel desde el cual la Jerarquía principalmente guía el proceso evolutivo de la humanidad.


Muchos aspirantes al sendero oculto se preguntan a menudo por qué no les es dada la oportunidad de tomar contacto directo con los Maestros para así manifestarles su deseo de ponerse a su servicio en la gran Causa de la humanidad. La respuesta está dada en una de las cartas de un Adepto a uno de los teósofos originales, A.P. Sinnett: “No somos nosotros quienes estamos en situación de acercarnos a los aspirantes al discipulado; son los aspirantes quienes deben venir a nosotros…”.


Hay, por cierto razones perfectamente válidas para justificar tal posición. Los brazos de los Maestros están siempre abiertos para nosotros, pero somos nosotros quienes, al vivir una vida emancipada del comportamiento humano ordinario, caracterizada por el amor, la compasión y el servicio desinteresado al prójimo, nos hacemos candidatos al feliz encuentro. Si en efecto estamos interesados en vivir una vida superior a la existencia humana ordinaria, ello hará necesario un comportamiento y una forma de vivir que reflejen un estado mental y moral por sobre lo ordinario para así hacernos dignos del honor de encontrarnos en la sublime presencia de un Adepto. Cuando tal estado se alcanza, el contacto directo con Maestros de la Jerarquía Planetaria viene como el corolario natural de haber situado nuestra condición vibratoria en la misma frecuencia en que Ellos vibran. El recto vivir de aquel que busca más dar que recibir le pone en armonía con el magnetismo del Maestro, y, cuando menos lo espere, se encontrará de pronto en su bendita Presencia.


Se nos dice que los miembros de la Jerarquía están continuamente observando esa gran masa de seres que constituyen nuestra humanidad como si observaran puntos de luz en el firmamento. Aquellos puntos que destacan por su mayor brillo son las almas que se aproximan al final del sendero, y la atención de los Maestros se concentra en ellas para ayudarlas en su arribo al fin de una jornada invariablemente llena de pruebas y dificultades. A los que finalmente alcanzan la meta se les incorpora al trabajo de la Jerarquía. Cuando ello ocurre, el aspirante suele recibir inesperadamente una visita del Maestro porque se la ha ganado a través de su conducta, su espíritu de sacrificio y su dedicación a la Causa de la humanidad. Tal visita tiene por cierto un propósito más amplio que el de dar reconocimiento al aspirante, y ello es el darte instrucciones con respecto al trabajo oculto que se le encargará. Salvo lo anteriormente expuesto, tales visitas son extremadamente poco comunes.


Para lograr un mejoramiento en el magnetismo personal se requiere, como hemos dicho, un modo de vida recto en donde la introspección, la meditación, la auto-negación y los hábitos apropiados de dieta diaria (que debe excluir alcohol y carnes) tienen que formar parte integral en la vida de la persona.


No es necesario abundar en los beneficios que el contacto directo con un Adepto traerá al aspirante en lo que se refiere a su desarrollo espiritual. Completa lealtad y obediencia a las instrucciones e indicaciones del Maestro, harán su relación con El más estrecha y productiva. Confiriéndole perpetuidad. Porque es necesario consignar que las fuerzas del mal, conscientes de su progreso, desencadenarán sobre él todo su poder, obligándole a enfrentar toda suerte de tentaciones y dificultades en su empeño por hacerle caer. Del aspirante mismo dependerá entonces saber mantenerse a la altura que ha llegado, pero la ayuda del Maestro será también decisiva en su triunfo final.


De acuerdo a la Teosofía, el universo solar es réplica de un Universo Cósmico mucho más vasto. Consecuente con ello, se nos dice que la Hermandad Blanca – que apropiadamente podemos considerar como el Gobierno Interno del Mundo – es una réplica del Gobierno Espiritual del Universo Cósmico Septenario (Ver diagrama III). A este Gobierno se le conoce como “El Gran Trono Blanco” (ver Lección 12), su estructura reflejándose en la estructura de la hermandad Blanca.


El gobierno interno del mundo tiene siete “departamentos” o campos de actividad. Vemos lo razonable de esta estructura al menos en teoría. Si aceptamos que el propósito de la vida y la forma es el de progresar hacia una meta de perfección, resultará posible pensar en la vida como una escala que se extiende infinitamente tanto más allá de la etapa humana como antes de ésta, siendo el ser humano, por consiguiente, una especia de punto medio en este esquema de progreso. Como es lógico suponer, el proceso evolutivo ha tenido lugar durante eones y, a través de las edades, mucho seres humanos han trascendido el punto de avance en que nos encontramos ahora.


Habiendo completado su proceso evolutivo humano, los miembros de la Hermandad Blanca tiene ahora otra meta fundamental: la de servir a Aquél que es representante en este planeta del Rey y Señor del universo. Así como poderosos arcángeles llevan a cabo la septenaria labor del Logos (véase lección 12) en el esquema mayor, nuestros Hermanos Mayores llevan a cabo similar labor en el planeta a nombre de uno de aquellos poderosos Seres, a quién daremos el nombre de Logos Planetario o Señor de nuestro mundo. La Biblia se refiere a ellos como “La Comunión de los Santos”, y su labor comprende las múltiples actividades que caracterizan la vida planetaria a objeto de guiarla de acuerdo al Plan Divino.


Es entonces apropiado afirmar que la Hermandad Blanca o Jerarquía Planetaria, representa y recapitula en la Tierra la Jerarquía Espiritual de los mundos celestiales. Una vez más nos es dado observar como lo celestial se refleja en lo terreno de acuerdo al antiguo axioma Hermético: “Como es arriba, así es abajo”. Incluso la organización – si se nos permite usar tal término – de la Jerarquía, sigue el plan divino no solo en lo que se refiere a sus actividades sino también a su estructura. Hela aquí:


El primer lugar está el Rey, Aquél que representa al Logos Solar y su Presencia en nuestro planeta (la Palabra de Dios). Inmediatamente después de él vienen Tres que representan los tres aspectos de la Santísima Trinidad para manifestarla en la Tierra.


Se nos dice que estos cuatro magníficos Seres no son producto de nuestra evolución, pero que en épocas muy remotas vinieron a la Tierra a objeto de guiar la evolución de nuestra raza humana hasta que ésta fuese capaz de producir aquellos capaces de reemplazarles. A estos grandes Seres se les conoce con nombre de Budas Prateka y proceden del planeta Venus, en donde una raza humana anterior a la nuestra completó su evolución. Inmediatamente después de Ellos encontramos a Aquél que representa la más elevada expresión evolutiva de nuestra humanidad y que viviera su última encarnación como el Príncipe Siddarta Gautama, conocido para la mayoría como el Señor Buda. Se nos dice que no está lejano el momento en que le será confiada la tarea del Rey (probablemente algunos centenares de años en el futuro). Cuando esto ocurra, los budas Prateka se retirarán de nuestro mundo con destino a otros mundos en donde Su Presencia sea similarmente requerida. A partir de ese momento, nuestra evolución quedará bajo la tutela de Seres que han procedido de la misma.


Bajo éstos encontramos (en el nivel conocido como 7ª. Iniciación Mayor) a tres elevados Seres a quienes se conocen como, a) El Señor Maitreya, quién ocupa el cargo denominado “Bodhisattva de la Raza”, para los cristianos conocido como El Cristo; b) el Señor Vaivasvata, que ocupa el cargo de “Manu” o Padre de la Raza de nuestro actual período evolucionario llamado Ario; y, c) El Señor Mahachohan, a quien se considera como el Jefe directo de la Hermandad.


A nivel de 6ª. Iniciación encontramos siete adeptos que ostentan el título de “Chohan”, cada uno de ellos encabezando un Rayo o campo de actividad de acuerdo con el Plan del Logos en la estructura jerárquica (véase Diagrama 2 y Anexo 1).


Es necesario establecer que dentro de esta estructura existen varios otros Maestros no mencionados en los diagramas adjuntos debido a varias razones, entre ellas la escasa cantidad de información disponible acerca de Ellos, que probablemente obedece a su expreso deseo de permanecer en el anonimato. Se nos dice que el número de Maestros que integran la Hermandad Blanca es aproximadamente sesenta y cinco.


Para concluir esta lección, nada mejor que reproducir un párrafo del libro “Los Maestros”, de Annie Besant: “Ellos (los maestros) ayudan de varias maneras el progreso de la humanidad. Desde la más alta esfera entregan su luz y vida al mundo entero, para que ambas sean asimiladas como el calor del sol por todos aquellos que estén en situación de recibirlas. Así como el mundo físico vive gracias a la vida del Logos reflejada por el sol, el mundo espiritual vive bajo el mismo impulso reflejado por la Jerarquía Oculta. Los Maestros conectados con las religiones utilizan estas como depósitos en los cuales vierten su energía espiritual, para así distribuirla entre los fieles mediante la “gracia”.


Está además el gran trabajo intelectual mediante el cual los Maestros envían poderosas formas de pensamiento para ser captadas por hombres de genio y entregadas al mundo por su intermedio. También en el nivel intelectual envían mensajes a sus discípulos para indicarles las tareas a las cuales deben abocarse. A continuación viene el trabajo en el mundo mental concreto, la generación de formas de pensamiento que influencian la mente concreta guiándole hacia lo útil en las actividades del mundo, como también la enseñanza a aquellos que, habiendo desencarnado, se encuentran en los mundos superiores. También hay que considerar la gran actividad que llevan a cabo en los mundos intermedios, el auxilio que prestan a los llamados “muertos”, la dirección y supervisión general de la enseñanza que se da a los discípulos más jóvenes y la gran cantidad de ayuda que prestan en innumerables casos de desgracia o necesidad. Observan en el mundo físico la tendencia general de los acontecimientos, corrigiendo y neutralizando, hasta donde la Ley lo permita, las corrientes malignas y manteniendo el equilibrio continuado de las fuerzas que obran a favor y en contra de la evolución, el fortalecimiento del bien y el debilitamiento del mal”.




💗


CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique


Lección 1 - EL PLAN DIVINO

Lección 2 - LOS CUERPOS SUTILES DEL SER HUMANO

Lección 3 - VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA

Lección 7 - LA DOCTRINA DE LOS CICLOS

Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL

Lección 11 - EL PODER DEL PENSAMIENTO

Lección 12 - LA CUESTIÓN DEL MAL

Lección 13 - EL REINO DÉVICO

Lección14 - LA HERMANDAD UNIVERSAL







LA DOCTRINA DE LOS CICLOS



Lección 7


LA DOCTRINA DE LOS CICLOS



A esta altura de nuestro curso resultará ya claro para el estudiante que la Teosofía postula la idea de un propósito cósmico como factor y principio fundamental en la historia del ser humano. Ello por cierto implica la existencia de un plan de proporciones mucho mayores que las concebidas por los astrónomos y en una escala de tiempo que comprende billones de años hasta su total consecución.


El surgimiento y decadencia de las civilizaciones, bien documentados en las investigaciones de la antropología y la geología son, se nos dice, parte de este gran Plan Divino.


Naciones y pueblos van y vienen, cada una de ellas proveyendo el campo fértil para servir las necesidades evolutivas de los egos que en ellas encarnan, contribuyendo así con sus características especiales al proceso evolutivo del total de la humanidad.


De acuerdo a la Teosofía, este plan es septenario, es decir, que durante la evolución de la humanidad sobre la Tierra tienen lugar siete fases o períodos evolutivos que se mezclan temporalmente representando lo que en Teosofía se conoce como Razas Raíces; cada una de éstas entrega los vehículos (cuerpos) correspondientes para el continuado desarrollo del proceso evolutivo. Al hablar de “razas” en este contexto, no nos referimos al significado comúnmente dado a este término en estudios de etnología a objeto de identificar el color de la piel u otras características físicas. En este sentido la Teosofía establece que no son la forma de las facciones o el color de la piel los factores determinantes para identificar el estado de avance de un individuo sino su estado de consciencia. Como ejemplo de ello está el hecho de que una gran cantidad de personas provenientes de diferentes grupos étnicos componen en realidad la principal raza raíz floreciendo al presente en nuestro planeta. Todos estos grupos entregan su propia contribución especial al progreso de la humanidad.


En este plan evolutivo septenario, cada una de estas razas raíces tiene siete sub-divisiones a las cuales se conoce como Sub-razas.  Cada Sub-raza posee las características fundamentales de la raza raíz de la cual es parte, pero también tienen cada una su propia característica o cualidad particular. A su vez, las sub-razas se dividen en ramales. Utilizando una analogía familiar, pensemos en la evolución como un proceso educacional en el verdadero sentido de la palabra; solo que en este caso, en lugar de provenir la enseñanza desde el exterior por medio de un profesor, viene desde dentro de nosotros mismos estimulada por nuestras experiencias, lo cual hace posible el desarrollo del potencial que todos llevamos dentro como una semilla que aguarda su florecimiento. En esta analogía, cada raza raíz representa una escuela en la cual debemos aprender gran cantidad de lecciones; las sub-razas representan grados dentro de la escuela, y las ramales clases dentro de los grados. La asistencia del ser humano a estas escuelas es obligatoria.


Cada escuela tiene por objeto desarrollar un aspecto determinado de estado de consciencia, y el aprendizaje debe tener lugar en diferentes niveles y bajo variadas circunstancias. Y así como en el proceso educacional de nuestras escuelas se hace necesario recapitular brevemente las enseñanzas de un grado al comenzar el que sigue, la enseñanza cósmica aplica también el mismo sistema.


Cada escuela (o raza raíz) debe recapitular lo aprendido anteriormente para en seguida concentrarse en un nuevo aspecto de consciencia a desarrollar en la nueva escuela, al tiempo que un atisbo de otro aspecto futuro empieza también a tener lugar. La asistencia a todas estas escuelas es esencial si el Ego desea completar apropiadamente su educación evolutiva y pasar sus exámenes finales con éxito. El niño que ingresa a primer grado de escuela primaria lleva consigo el potencial que le convertirá en estudiante universitario años después: su potencial se haya desarrollado. La escuela (raza raíz) continuará existiendo mientras haya alumnos (egos) que necesiten aprender las lecciones que ésta ofrece. Al desaparecer el alumnado, la raza raíz desaparece, y la humanidad avanza hacia la fase siguiente. Y de este modo, tras el surgimiento y decadencia de las civilizaciones, tras la emergencia de grandes personajes, tras el hundimiento y el surgir de nuevos continentes, nos es posible vislumbrar el Gran Plan gradualmente mostrando su belleza y llevando a cabo su propósito mediante un vasto proceso de educación cósmica.


No debemos olvidar sin embargo, que todos los aspectos de consciencia a desarrollar en las diferentes razas existen en nosotros en estado de “semilla”, por así decir. Utilizando otra analogía, pensemos en la bellota, semilla de aspecto insignificante en comparación con el majestuoso árbol al cual da origen: la encina, que va ostentando las características propias de su potencial a medida que crece, utilizando para ello todas las influencias ambientales como alimento. Del mismo modo, la semilla del Adepto existe desde siempre en la Mónada quién, a través de un larguísimo proceso evolutivo, va gradualmente desarrollando su potencial hasta lograr su máxima expresión.


La hipótesis de la Teosofía postula que hasta el momento han aparecido cinco razas raíces en el planeta. Las dos primeras no dejaron restos arqueológicos o históricos debido que no poseyeron cuerpos físicos densos. Su existencia no puede en consecuencia ser documentada científicamente, pero se dice que los antiguos instructores de la humanidad las conocieron. Antiguas escrituras esotéricas, además de varias mitologías, se refieren a ellas, pero basta sólo un poco de reflexión para percatarse la lógica tras este postulado y de la necesidad de la existencia de tales razas. Lo que sigue es entonces presentado al estudiante para su consideración, pero no como hechos históricos verificables.


Se nos dice que la primera raza raíz floreció durante el período geológico conocido como Eoceno, entre 60 y 40 millones de años atrás. El aspecto de consciencia a desarrollar por esta raza fue el de la sensación o percepción, pero a un nivel muy primario, muy básico. Durante este período, el planeta fue presa de violentas convulsiones destinadas precisamente a hacer despertar respuestas sensoriales en esta raza de la infancia de la humanidad. Fue éste además un período de grandes cambios climáticos, erupciones volcánicas, inundaciones, maremotos, grandes calores alternando con fríos colosales, etc., en suma, todo aquello que era necesario para proveer las miríadas de impactos que provocasen algo similar a lo que ahora llamamos sensación. Esta primera raza fue por cierto andrógina o asexuada, los cuerpos de quienes las integraban hechos de materia etérea con aspecto de pequeñas nubes, y en forma alguna similar a los cuerpos densos que observamos en la actualidad. Su forma de reproducción fue en consecuencia por completo diferente a la actual. En la Doctrina Secreta, de H.P. Blavatsky, encontramos la siguiente información: “La primera Raza Raíz desarrolló la Segunda inconscientemente, tal como hacen algunas plantas; o tal vez como las amebas, solo que de forma más etérea, más amplia, en una mayor escala”. De los comentarios que siguen en el texto es posible inferir que el proceso fue bastante similar a lo que se conoce como mitosis celular (simple división), que es el sistema reproductor de las células.


Para esta Primera Raza no existió la muerte a nivel individual. Simplemente fue desapareciendo gradualmente y transformándose en una nueva raza, la Segunda, más humana y más física, aunque aún etérea.

De acuerdo con la Teosofía, la Segunda Raza Raíz existió durante el período Oligoceno, es decir entre 40 y 25 millones de años atrás. Fue éste un período de vegetación densisima seguido por violentos cambios terrestres también característicos del período Eoceno. El aspecto de consciencia a desarrollar por esta Segunda Raza fue el de la tendencia a la actividad, empezando a organizar sus cuerpos como vehículos de expresión activa a objeto de hacer sentir su influencia en el medio ambiente de su existencia. Es probable que los primeros rudimentos del cuerpo humano físico y sus órganos vitales, pero aún sin estructura ósea, hayan empezado a tomar forma entonces, conjuntamente con un semilenguaje de sonidos primitivos. En su libro “La Evolución del Hombre”, el profesor Emile Marcault explica: “Habiendo logrado incorporar un número de imágenes sensoriales del mundo exterior durante el primer período, en el cual desarrolló percepción, la Segunda Raza Raíz utilizó tales imágenes, imprimiendo en ellas el poder dinámico de su propia vida como medio de expresar sus intenciones”. De acuerdo a la Doctrina Secreta, esta Segunda Raza fue también andrógina, reproduciéndose mediante un proceso que podría denominarse “sudor”. Después de largos eones, se fue transformando en la Tercera Raza Raíz, la mamífera, antes de desaparecer por completo.

Fue en los comienzos de la Tercera Raza Raíz, llamada Lemuriana, que aparecieron los primeros esbozos de cuerpos humanos densos; pero no fue sino hasta bastante tiempo después, cerca de 18 millones de años atrás, que la separación de los sexos tuvo lugar, como también el desarrollo de cuerpos similares a los que utilizamos ahora. Originalmente, tales cuerpos eran bastante primitivos, pero de ninguna manera deben confundirse con los de los antropoides que la teoría Darwiniana ve como ancestros del ser humano. De acuerdo con la Doctrina Secreta, el famoso “eslabón perdido” entre los reinos humano y animal no existe, aunque el caso sea que los primeros cuerpos humanos densos hayan tenido un aspecto simiesco.
La tarea evolutiva o aspecto a desarrollar por esta raza fue el de la emoción. Al comienzo, la raza vivió una experiencia dictada por el impulso, con una mente incipiente, no desarrollada; pero a medida que sus sub-razas se fueron sucediendo, su facultad de pensar fue tornándose más y más activa, anunciando su definitivo despertar para el período siguiente.

El desarrollo de la mente analítica y el refinamiento del lenguaje vinieron a tener lugar en la Cuarta Raza Raíz, en Teosofía denominada Raza Atlante. Esta raza predominó durante el período plioceno, remontándose hasta el pleistoceno incluso, cerca de uno a cuatro millones de años atrás, sus últimas épocas teniendo lugar en un gran continente ahora sumergido en el Océano Atlántico cuyas islas se terminaron de hundir hace poco más de 9.564 antes de la era cristiana, llamado “Atlántida”. De ahí el nombre dado a este océano.

 Los atlantes desarrollaron una civilización en extremo materialista cuyos logros científicos se dice sobrepasan todo lo conocido por la ciencia actual. Entre los aspectos notables de su cultura se cuentan un considerable interés por la magia y la creación de artefactos de gran sofisticación y belleza. 

Desafortunadamente, existen indicaciones de que ciertas tendencias malignas empezaron a desarrollarse sin control, a punto tal que la situación llegó a ser considerada como un peligro para la normal prosecución del Plan Cósmico. Vinieron entonces una serie de cataclismos. El continente atlante sufrió una serie de violentas convulsiones comenzando a sumergirse, creando gigantescos maremotos y una inundación que dejó en las mentes de los sobrevivientes la idea – posteriormente transformada en tradición – de un diluvio universal.
Millones perecieron, pero otros millones lograron sobrevivir para encontrar abrigo en otras regiones. Los egos que pasaron por tal experiencia eventualmente conformaron la Quinta Raza Raíz, la Aria, cuyos comienzos la Teosofía indica tuvieron lugar cerca de un millón de años atrás en Asia Central, y cuya civilización predomina ahora en el planeta.

La Quinta Raza Raíz está, desafortunadamente, aún influenciada por mucho de la consciencia atlante. La actitud materialista que la ha caracterizado durante largo tiempo no se diferencia considerablemente de aquella que trajo consigo la caída del telón cósmico sobre la existencia de la Cuarta Raza. El orgullo intelectual y la indiferencia por los valores morales y humanos son, hasta el momento, defectos obviamente propios de la consciencia de nuestro mundo actual. Consideremos por un momento el uso que el ser humano ha hecho de la energía atómica, descubrimiento éste el más precario en el campo de la energía cósmica. Si efectivamente hemos de creer en la Ley del Karma, la crítica urgencia de utilizar apropiadamente tan tremendo poder ahora a nuestra disposición resulta evidente. La lucha entre el bien y el mal continúa, y continuará hasta que cada ser humano logre la perfección. Sin embargo, de cada uno de estos períodos emerge un grupo de Almas que han logrado gran avance y que se han transformado en los líderes de la nueva raza que ya empieza a alborear, la Sexta Raza Raíz.

Es importante establecer en lo relativo a los aspectos de consciencia desarrollar por cada Raza Raíz, que éstos son invariablemente recapitulados, es decir, desarrollados nuevamente por cada nueva raza que sigue, solo que presumiblemente a un nivel más elevado que la anterior. De este modo, la Cuarta Raza desarrolló la mente analítica, vale decir, el intelecto, pero la quinta está en proceso de desarrollar intelecto a un grado aún mayor, lo mismo ocurriendo con todos los demás aspectos de consciencia que la humanidad debe desarrollar.

Libros en relación con Lemuria y Atlántida pueden obtenerse en librerías de ocultismo para aquellos que estén interesados en el origen de las muchas leyendas que rodean estos misteriosos continentes ya sumergidos. Quisiéramos recordarles sin embargo, la importancia de aprender a distinguir entre la fantasía y la realidad; ésta última incluye conceptos tal vez menos espectaculares pero más auténticos, tales como los enunciados por la Teosofía al respecto. En cuanto a la validez de historias confirmadas por medio de personas clarividentes, el estudiante deberá decidir por sí mismo acerca de su veracidad y exactitud. Es en estos casos donde la diferencia de carácter de las personas hace que para algunos tales historias resulten útiles e informativas y para otros constituyan solo fantasías absurdas. Recordemos que las palabras de Jesús resultaban claras en su significado exterior para los pescadores y pastores que le escuchaban, pero El mismo instaba continuamente a sus discípulos para que las escucharan “con el oído interno” a objeto de captar su significado oculto. Tal actitud es en extremo importante en el estudio de la Teosofía.

Cada cual debe escoger, de acuerdo a su propio temperamento, la literatura que le parezca más apropiada sobre el fascinante tema de los orígenes del ser humano y su desarrollo. Lo importante, sin embargo, es aprender a leer entre líneas, buscando el verdadero significado que muchas veces sub-yace en determinadas palabras o frases. Debe comprenderse que el verdadero ocultismo escasamente puede ser puesto en palabras, y que éstas están destinadas solamente a provocar ciertas reacciones que deben apelar más a la intuición del estudiante que a su intelecto.

Observando nuestra herencia divina con ojos de ocultista, nos resultará evidente la trascendencia del momento que vivimos en el proceso evolutivo de la actualidad. En las lecciones que siguen, estableceremos la verdadera dimensión de nuestro potencial y cómo debemos aplicarlo la medida que transitamos por este período de transición rumbo a una nueva era que marcará una mayor expansión de consciencia dentro del permanente avance que representa nuestro destino como Egos evolucionantes.






CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES -  RENARD, Enrique

 
Lección 3 -  VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Lección 4 -  REENCARNACIÓN 

Lección 5 -  KARMA 

Lección 6 -  LA HERMANDAD BLANCA 

Lección 7 -  LA DOCTRINA DE LOS CICLOS 

Lección 8 -  EL DOBLE ETÉREO 

Lección 9 -  EL CUERPO ASTRAL 

Lección 10 -  EL PLANO MENTAL 

Lección 11 -  EL PODER DEL PENSAMIENTO 

Lección 12 -  LA CUESTIÓN DEL MAL 

Lección 13 -  EL REINO DÉVICO

Lección 14 -  LA HERMANDAD UNIVERSAL