jueves

EL SER HUMANO Y SUS CUERPOS



Lección 2




El SER HUMANO Y SUS CUERPOS
 
La idea prevaleciente en algunas religiones es que el ser humano es un cuerpo con un alma. La Teosofía postula en cambio que el ser humano es un Alma con cuerpos; no solo uno, sino varios. Por otra parte, la idea del ateo que sugiere que el ser humano es solamente un cuerpo físico, es equivalente a confundir la casa con la persona que en ella vive. El ser humano, el verdadero ser humano, es la Mónada, un fragmento de la Divinidad, una chispa que surge de la Divina Llama.

Recordemos la historia bíblica en la cual Jesús, después de haber expulsado a los mercaderes del templo, dijo a quienes cuestionaron su proceder: “Destruid este templo, y lo volveré a levantar en tres días…” Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. (Evang. Según San Juan, 2:19, 21). Jesús por cierto hablaba desde el elevado estado de consciencia hacia el cual, de acuerdo con la Teosofía, todos debemos evolucionar; es decir, la Consciencia Crística que ve al cuerpo solo como un vehículo.

La semilla de todo poder y sabiduría está encerrada en el cuerpo aguardando florecer, y el ser humano, en el curso de su evolución, debe abocarse fundamentalmente al desarrollo de ese potencial.

Es indiscutible que solo a través de la limitación se suele desarrollar la percepción. Y es con este objeto que la Mónada se envuelve en diversos grados de materia densa y limitante; puesto en otras palabras, se rodea de campos de energía vibratoria de diferentes velocidades, a los cuales llamamos cuerpos. De éstos, el de vibración más lenta, y por ende el de mayor densidad, es el físico. Conviene nuevamente recordar que la Física contemporánea establece que materia y energía son intercambiables, y que aquello que para nuestros sentidos aparece como algo sólido es en realidad un vórtice de energía vibratoria, por inerte que nos parezca. Puede concluirse entonces que la dureza de una piedra es debida a la intensidad con que se agrupan los átomos que la componen, y esa intensidad está su vez determinada por la velocidad vibratoria con que aquellos se mueven.

En estos campos de energía en los cuales la Mónada se aprisiona voluntariamente para lograr el pleno desarrollo de su potencial y la expansión de consciencia en él implícita, las frecuencias vibratorias altas coexisten con las bajas sin interferir la una con la otra, de forma similar a las ondas de radio. Todos estamos familiarizados con el hecho de que la atmósfera está repleta de una gran variedad de ondas y de la posibilidad de capturar una con exclusión de todas las demás mediante el simple expediente de sintonizar la frecuencia de la onda deseada en un instrumento ideado para ello: el receptor de radio.

De acuerdo con la Teosofía, nuestro sistema solar está compuesto de siete tipos básicos de materia o campos de energía vibratoria dispuestos en esferas concéntricas que se compenetran e intercalan, a los cuales se da el nombre de planos: La evolución humana tiene lugar en tres de estos planos: el físico o gravitacional, el astral o emocional, y el mental o conceptual, -y el ser humano posee simultáneamente tres cuerpos hecho de estos tres tipos de materia para poder expresar respectivamente acción, emoción y pensamiento. Estos tres cuerpos son perecederos, y el individuo los renueva en cada encarnación según veremos más adelante (Lección 4).

Tales cuerpos no deben sin embargo ser considerados como algo fijo y estático, porque no lo están. Sabemos que aunque nuestro cuerpo físico parece el mismo día tras día, de hecho está continuamente cambiando, aunque con mucha más lentitud que los cuerpos astral y mental porque está compuesto de vibraciones mucho más lentas que las de éstos. Los cuerpos sutiles, es decir, el astral y el mental, deben en realidad ser considerados como focos de energía vibratoria que siguen un patrón determinado por las emociones y los pensamientos del individuo, las actitudes que mantiene respecto a la vida y al mundo, y la manera cómo reacciona ante lo que le acontece.

Estos cuerpos pueden ser considerados además como concentraciones individuales de las energías de los planos en los cuales operan. Al morir, el individuo se deshace de ellos uno tras otro, como si estuviera eliminando ropa gastada e inservible, para posteriormente asumir un nuevo conjunto de cuerpos al entrar nuevamente al mundo de la experiencia objetiva o mundo físico para continuar su aprendizaje en la escuela de la vida.



A objeto de hacer esta enseñanza más clara, nos referimos a los cuerpos por separado, dándoles los nombres antes mencionados, pero cabe recordar que ninguno de ellos está ni puede estar separado durante la vida física del individuo. De hecho, son interdependientes y funcionan como una sola unidad. Bien sabemos que es prácticamente imposible sentir emoción sin pensamiento alguno, o pensar con total ausencia de emoción o deseo. Por otro lado, la ciencia médica actual afirma que tanto los pensamientos como las emociones afectan al cuerpo físico y viceversa.

Ante la visión clarividente, el cuerpo astral aparece como un ovoide que compenetra y rodea el cuerpo físico. El cuerpo mental ofrece un aspecto similar, rodeando e compenetrando los dos anteriores. Los cuerpos astral y mental son invisibles a la vista ordinaria, pero negar por ello su existencia es como negar la existencia de los rayos X y docenas de otros tipos de ondas igualmente invisibles pero cuya existencia nadie pone en duda.

En consecuencia, el estudio de estos cuerpos ha sido realizado en base a la percepción de aquellas personas cuyo entrenamiento y disposición psíquica les permite verlos y analizarlos.

El cuerpo causal, mencionado en la primera lección de este curso, está compuesto de la materia más sutil del plano mental o región mental abstracta, de vibración más alta que la región mental concreta. Se nos dice que el cuerpo causal es el único cuerpo relativamente permanente del Ego espiritual que en él reside, y su nombre proviene del hecho de que en él se almacenan las causas que posteriormente se transformarán en efectos en el mundo visible objetivo. Y al hablar aquí de almacenamiento, no debe pensarse en una bolsa dentro de la cual se amontonan cosas, sino más bien de posibilidades vibratorias o focos de energía dentro del cuerpo causal que pueden coexistir sin interferencia mutua. El cuerpo causal es, en consecuencia, un depósito permanente del tesoro de experiencias que va emanando gradualmente del pensamiento, las emociones y las acciones del individuo en los tres planos en donde funcionan sus cuerpos. A esto se refiere San Mateo al hablar del “Cielo”, aquel lugar en donde “los tesoros no se corrompen” (Evang. 6:19 -21). Este tema será discutido en mayor detalle en las lecciones subsiguientes.

La descripción del cuerpo físico compuesto de sólidos, líquidos y gases no es necesaria en el presente contexto. Hay, sin embargo un aspecto muy importante del cuerpo físico que la ciencia ignora porque es invisible a la vista ordinaria. La Teosofía le llama “El Doble Etéreo”, o cuerpo vital. Este doble etéreo cumple importantes funciones en beneficio del cuerpo físico del cual es parte, constituyendo además el molde en base al cual este último es construido. El doble etéreo es entonces una contrapartida del cuerpo físico hecha de materia etérica, lo cual le hace también invisible a la vista ordinaria. (Cabe aquí destacar que en ciencia oculta en general la materia etérica es considerada para del mundo físico, un tipo de gas tan sutil, que escapa a la visión corriente). El doble etéreo no puede sustentar consciencia separadamente del cuerpo físico denso y, en consecuencia, no puede considerársele como un “cuerpo” en todo el sentido de la palabra. De hecho, es el eslabón que conecta el cuerpo físico a los cuerpos sutiles y el conductor de sensaciones entre éstos. Se nos dice que los átomos etéricos, que tienen forma de prismas, penetran los átomos físicos haciéndoles vibrar. De ésta manera tiene lugar una de las funciones más importantes del doble etéreo: la dispensa de energía solar o “Prana” al cuerpo físico. A la visión clarividente, el Prana aparece como pequeños glóbulos de luz rosada cuyo excedente el cuerpo descarga en varias direcciones. Esta descarga ofrece el aspecto de una luz plateado azulada.

Al doble etéreo se le llama también “El Aura de Salud”, ya que a través de sus vibraciones, tamaño y aspecto es posible determinar el estado de salud de la persona y su grado de vitalidad. Puede también ser retirado del cuerpo denso mediante trance mediumnico o por medio de la anestesia utilizada en intervenciones quirúrgicas. En tales circunstancias sin embargo, el doble etéreo queda aún ligado al cuerpo físico por un cordón de materia etérica denominado “El Cordón de Plata” al cual se hace referencia en la Biblia en Eclesiastes 12:6 : “Si se cortase el cordón plateado, el espíritu retornará a Dios, de dónde provino”. Ello confirma el aserto de la Teosofía, que afirma que al romperse el Cordón de Plata, el doble etéreo deja el cuerpo físico definitivamente privándole de vitalidad y provocando el proceso comúnmente llamado “muerte”. Ocurrida ésta, el doble etéreo comienza a desintegrarse lentamente en las proximidades del cadáver, su principal función para la presente encarnación del individuo ya concluida.


El cuerpo astral o emocional compenetra al cuerpo físico y su contrapartida etérea, extendiéndose más allá de ambos. Este cuerpo es el vehículo de las emociones y los deseos, manifestados en toda la gama que va desde las pasiones animales hasta las emociones refinadas y nobles, éstas últimas siendo un reflejo de los principios más elevados en el ser humano. Ante la observación clarividente, el cuerpo astral aparece como un ovoide luminoso, radiante y de gran colorido.

La materia que le compone aparece en continuo movimiento, como un brillante burbujeo, hecho que ha dado origen a su nombre. Cuando el cuerpo físico duerme, la consciencia del individuo se centra en la esfera astral de la Tierra, siéndole a veces posible recordar vagamente sus actividades astrales en forma de sueños que aparecen vívidos y reales. Gran parte de la materia del cuerpo astral se haya contenida dentro de los límites del cuerpo físico y, debido a que las líneas de energía del astral siguen el contorno del físico, el anterior tiende a mantener la misma forma de éste último durante el sueño. Ello permite que la persona sea reconocida por sus amigos y parientes en la esfera astral sin mayor dificultad.

Se nos dice que el cuerpo astral ofrece un aspecto extremadamente hermoso, lleno de vibrantes y luminosos colores cuando la persona posee un grado elevado de espiritualidad. Por contraste, en la persona aún no desarrollada, los colores tienden a verse opacos y oscuros. Cuando tendencias tales como la avaricia, el egoísmo, los celos y la sensualidad predominan, los tonos marrón oscuro, rojos y verdes sucios serán predominantes. Es común escuchar frases tales como “se puso verde de envidia” o “se puso lívido de terror”, expresiones éstas que describen adecuadamente el efecto de las emociones negativas sobre el aspecto del cuerpo astral que, de alguna manera, parecen reflejarse en el físico. Se nos dice que la pureza de actitudes y pensamientos restauran la belleza y la luminosidad de los verdaderos colores del cuerpo astral.

De acuerdo con la Teosofía cada uno de los antes mencionados planos o campos de energía vibratoria se subdivide en siete subplanos. Cada uno de estos subplanos posee una frecuencia vibratoria diferente aun cuando del mismo tipo general, como es lógico suponer siendo tales frecuencias parte del mismo plano.
El cuerpo mental, también conocido como cuerpo mental concreto o intelecto, deriva su nombre de la materia que le compone y que proviene de los cuatro subplanos inferiores del Plano Mental. El cuerpo causal en cambio, está compuesto de materia de los tres subplanos superiores del Plano Mental, siendo por ello el vehículo de consciencia a nivel Causal o Mental abstracto.

El cuerpo mental concreto es el vehículo a través del cual el ser humano expresa su pensamiento concreto, es decir, su intelecto. Este cuerpo compenetra los cuerpos físico y astral del individuo, y está en continua interacción con ellos. A través del estudio, el pensamiento y el ejercicio de emociones y aspiraciones nobles y elevadas, el hombre va refinando su cuerpo mental transformándolo en un instrumento sensitivo y refinado para irlo utilizando de manera más eficaz en su propio progreso. Cuando utilizamos el cuerpo mental (es decir, cuando pensamos), éste aumenta la rapidez de sus vibraciones y su tamaño. La continuidad de pensamiento prolonga este aumento de modo tal que podría decirse que el cuerpo mental está, de hecho, siendo construido paulatinamente, día tras día mediante el continuo y apropiado uso de la facultad de pensar. Así como las características del cuerpo astral están determinadas por el tipo de emociones de la persona, la calidad y luminosidad del cuerpo mental están determinadas por el tipo de pensamientos que le caracterizan. Y como raramente se siente emoción sin cierto grado de pensamiento o pensamiento sin emoción en absoluto – lo cual confirma la continua interacción entre los dos vehículos – en Teosofía en general se suele hacer referencia a tipos característicos de emoción/pensamiento al observar los colores que exhiben los cuerpos bajo diferentes pensamientos y emociones. El orgullo, por ejemplo, es observado por los clarividentes como anaranjado fuerte; el miedo, como gris lívido; la irritación, como escarlata; etc.… por contraste, los pensamientos y emociones de tipo altruista producen un tono rosa suave; el esfuerzo intelectual, amarillo brillante; el azul profundo, devoción; el verde esmeralda, simpatía, y la alta espiritualidad un lila o lavanda muy hermoso. Los colores determinan pues el estado de las emociones y los pensamientos del individuo en el momento en que éstos están siendo expresados, pero en el ser humano evolucionado los colores que expresan emociones y pensamientos elevados se van haciendo permanentes hasta finalmente determinar el aspecto definitivo de sus vehículos astral y mental, transformados ahora en fiel reflejo del estado de avance del individuo.

Y así llegamos a la consideración del cuerpo causal, que es el vehículo a través del cual el Ego o Alma toma contacto con los cuerpos antes mencionados rodeándolos y compenetrándolos, su periferia extendiéndose más allá de la de aquellos. Debido a la elevadísima vibración de la materia que lo compone, el cuerpo causal solo puede asimilar pensamientos puros, veraces y hermosos, desposeídos de todo aquello que pueda corresponder a vibraciones propias de cosas vulgares, groseras o malevolentes. Se nos dice que cuando surge el Ego espiritual - al individualizarse la Mónada en el reino humano - empieza a encarnar a nivel muy primitivo, dando con ello origen a un cuerpo causal sin mayor tamaño ni colorido. Es tan sólo una especial de burbuja transparente y vacía, hecha de una delicada película de materia mental superior. Pero a medida que las encarnaciones se suceden y el individuo evoluciona, los elementos positivos de sus pensamientos, emociones y acciones van siendo gradualmente asimilados por su cuerpo causal que así empieza a crecer y a llenarse de brillantes y hermosísimos colores. Como este vehículo se manifiesta en la región superior o Causal del plano mental, el proceso de su desarrollo es extremadamente lento; eventualmente, sin embargo, el individuo va alcanzando niveles de desarrollo que excluyen el egoísmo y favorecen el amor y la impersonalidad tanto en sus pensamientos como en sus emociones, además de la habilidad para trabajar eficazmente con ideas e ideales. Al llegar a este punto, las frecuencias vibratorias del cuerpo causal se manifiestan en el brillo incomparable de sus hermosísimos colores, tornándose en una esfera de luz vivísima de la cual se observan, surgiendo como en un arco iris multicolor, rayos de amor y servicio a los demás.

Se nos dice que el cuerpo causal, a diferencia de los antes mencionados vehículos a través de los cuales el ser humano expresa consciencia, no se desintegra después de cada encarnación del individuo. Los cuerpos mental, astral y físico deben en cambio ser renovados cada vez que el Ego vuelve a encarnar. Con las experiencias y lecciones de su última encarnación ya transmutadas en facultades e incorporadas a su cuerpo causal de manera permanente – con el consiguiente aumento de poderes y capacidades – cierta ley magnética y la necesidad de nuevas experiencias manifestados a través de la ley de Karma, impelen al Ego a encarnar nuevamente. Para ello atrae hacia sí primeramente materia del plano mental concreto y del plano astral para formar de manera incipiente sus nuevos vehículos mental y astral. Como es razonable suponer, al encarnar el Ego sus cuerpos tendrán características similares a los de su encarnación anterior, aún cuando no necesariamente el mismo sexo la misma raza, y su próxima tarea será la de desarrollar y refinar estos nuevos cuerpos durante la nueva encarnación.

Es por consiguiente razonable suponer que, al volver a reencarnar el Ego, su nuevo cuerpo físico se construirá en base a lo que él mismo ha establecido para sí mediante sus acciones en vidas anteriores, proceso que tiene lugar a través de la Ley del Karma que es la que determina las limitaciones o ventajas que el Ego exhibirá en su nueva vida. Al término de cada encarnación, el Ego se deshace sucesivamente de sus vehículos físico, astral y mental, incorporando a su cuerpo causal la cosecha de las experiencias obtenidas a través de éstos.

Este es, puesto de manera sucinta, el proceso evolutivo de lo que se ha dado en llamar la “etapa humana de desarrollo”. Como vemos, el progreso obtenido en cada encarnación depende únicamente del individuo mismo y de la capacidad que éste exhiba para utilizar y controlar sus vehículos apropiada y eficazmente. El esfuerzo serio y decidido para lograr este fin no tardará en rendir frutos, acordando al Ego la madurez necesaria para finalmente emanciparse de la necesidad de volver a encarnar. Claramente podemos observar entonces que tanto la vida como la muerte físicas son algo necesario e inevitable en la larga jornada hacia la meta, hacia nuestro objetivo fundamental, que es la perfección humana.

Antes de concluir esta lección es necesario comentar sobre el término “campo”, que se ha utilizado en el texto de esta lección conjuntamente con “planos” y “cuerpos”. En la primera lección hicimos referencia a la hipótesis de la Teosofía con respecto a ciertos campos de energía aún no postulados por la ciencia común, algunos de los cuales han sido mencionados en esta lección. El ser humano existe en un marco físico que está sujeto a las leyes de la gravedad, o lo que podríamos llamar “campo gravitacional”, cuya característica principal es la masa y cuyo desarrollo tiene lugar en términos de tiempo lineal. Sabe que su cuerpo físico proviene del protoplasma, misteriosa substancia que bajo el microscopio aparece igual en el ser humano o en el insecto... tiene además esta substancia una característica especial: un sentido de propósito, de la dirección que desea tomar para transformarse en lo que se ha de transformar, sea un ser humano o un insecto. No es, por tanto, en forma alguna una substancia inerte, sino una masa activa de movimiento constante que además parece demostrar inteligencia en la funcionalidad de su proceder. Algunos biólogos han llegado a la conclusión de que lo que aparece como propósito primordial en esta substancia de vida se manifiesta posteriormente a través del psiquis del ser humano como algo dirigido de manera consciente. La inferencia aquí es clara: el hilo de la vida es algo continuo cualquiera sea el nivel en el cual esta se manifieste, concepto éste que va en completa armonía con las ideas de la Teosofía al respecto.

De acuerdo con la Teosofía, el doble etéreo, el cuerpo astral y el cuerpo mental (que constituyen lo que en psicología llaman “el psiquis”), funcionan en el campo psicodinámico, término que ilustra la naturaleza dinámica de las fuerzas que lo componen.

Estas fuerzas están en movimiento continuo, similarmente al incesante fluir de protoplasma del plano físico. Así como la radiación y movimiento constantes constituyen la característica fundamental del campo psicodinámico, la masa es la característica principal del campo gravitacional o físico.
La Mónada se proyecta en el campo psicodinámico enfocando en éste las energías que requiere para sus experiencias a este nivel, aquellas que tienen relación con los pensamientos y las emociones. En esta región se encuentran los dominios del poder personal, de la consciencia y de aquello que Carl Jung ha llamado “el inconsciente personal”. Pero en ella este “inconsciente personal” se une al “inconsciente colectivo” de forma tal que las influencias de este océano de fuerzas psíquicas están continuamente ejerciendo su influencia sobre la personalidad del individuo. Otros campos y tipos de frecuencia más elevados son también postulados como componentes esenciales de esta teoría, pero éstos están por momento fuera de contexto en esta lección.

De lo anteriormente expresado puede deducirse que estos “cuerpos” no son otra cosa que focos de energía localizados. Constituyen excelentes instrumentos, pero también pueden transformarse en peligrosos tiranos si el individuo rehúsa esforzarse para controlarlos. La actitud más apropiada al respecto queda claramente enunciada en aquella pequeña obra maestra de ética y ocultismo de J.Krishnamurti titulada “A Los Pies del Maestro”, de la cual extractamos algunos párrafos:


“El cuerpo es tu animal, el caballo en el cual cabalgas. Debes, en consecuencia, tratarlo bien y cuidarlo como corresponde. No debes exigirlo excesivamente, y debes alimentarlo solamente con comida sana y agua pura; debes también mantenerlo inmaculado y libre de la más mínima suciedad, ya que sin un cuerpo perfectamente limpio y saludable no podrás realizar la ardua labor de preparación a que estás abocado ni soportar con éxito la continua tensión a que se le somete. Pero debes ser tú quien controle este cuerpo en lugar de ser él quien te controle a ti. El Cuerpo Astral tiene sus deseos, por docenas; desea que cedas al enojo, a las palabras ofensivas, a los celos, a la codicia, a la envidia por las posesiones de otros, a la depresión, etc. Todas estas cosas desea tu cuerpo astral no porque quiera hacerte daño, sino porque le agradan las vibraciones violentas y le gusta cambiarlas continuamente. Pero no eres tú realmente quien desea tales cosas, y en consecuencia debes aprender a discriminar entre tus deseos y los de tu cuerpo.”

“Tu Cuerpo Mental cae en el orgullo de sentirse como algo separado de los demás, y de considerarse gran cosa en comparación con aquellos a quienes estima inferiores a él. Incluso aun cuando ha decidido renunciar a las cosas mundanas trata de ser calculador en beneficio propio y te hará pensar en su propio interés en lugar de hacerte pensar en el trabajo de tu Maestro y en la ayuda desinteresada a otros. Cuando trates de meditar, tratará de hacerte pensar en diferentes cosas que le interesan a él en lugar de permitirte la única cosa que tú realmente deseas. Tú no eres esta mente, pero ella ha sido puesta a tu disposición para que la utilices. De manera que también aquí debes aprender a distinguir, debes vigilar incesantemente si no deseas fallar”.

El diagrama incluido en esta lección puede resultar útil para su estudio. Muestra de manera lineal los siete planos o campos de energía que estructuran el universo incluyendo los tres donde evoluciona el ser humano, que son los más densos. Pero hay que recordar que estos planos son en realidad estados de materia dispuestos en esferas que se compenetran. En consecuencia, la Tierra, al igual que otros cuerpos planetarios, no es una esfera solamente, sino siete esferas que se compenetran y coexisten en el mismo espacio. Los diferentes planos son aquí presentados separadamente uno encima del otro, el más denso abajo, solo para facilitar su estudio.


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CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique

Lección 1 - EL PLAN DIVINO



Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA


Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL



Lección 13 - EL REINO DÉVICO










LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE




Lección 3

VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE


Una de las ventajas del estudio de la Teosofía es que los que la estudian pierden el temor a aquella transición desde el plano físico a los planos superiores comúnmente llamada “muerte”.

Casi todos los seres humanos no familiarizados con las ideas teosóficas sienten tal terror ante la idea de que inevitablemente tendrán que morir algún día, que sin vacilar relegan al fondo de sus mentes esta realidad a objeto de no amargar o entristecer su existencia diaria. La Teosofía, sin embargo, aclara conceptos en este sentido, y lo que antes se veía como algo aterrador, comienza ahora a verse como una aventura inevitable para la cual es necesario prepararse cuidadosa e inteligentemente, tal como hacemos cuando nos disponemos a viajar a otro país, tomando las medidas necesarias para enfrentarlas con éxito. Por ejemplo, si el país que planeamos visitar es frío, necesitamos saberlo de antemano para llevar ropa adecuada para el frío.

Hay quienes insisten que es imposible saber con certeza lo que ocurre después de la muerte; afirman que no hay razón para suponer que algo realmente pueda ocurrir con respecto a la continuidad de vida consciente para cada persona y niegan la posibilidad de vivir nuevas experiencias. La Teosofía en cambio, considerando que el ser humano es un peregrino inmortal con un futuro inconcebiblemente más largo que el de una sola vida terrestre, ha realizado los esfuerzos necesarios para reunir toda la evidencia posible que indique existencia individual consciente después de la muerte del cuerpo físico.

Tal evidencia es ofrecida en esta lección sin pretensiones dogmáticas y sin intención de afirmar de que se trata de la última palabra al respecto. No cabe duda que en décadas futuras la investigación científica en esta área revelará muchos factores no existentes en la actualidad como fuentes de información. Más aún, si consideramos que cada persona es única en su individualidad en este mundo objetivo, es razonable suponer que en la vida después de la muerte cada persona mostrará las mismas características individuales que le distinguieron durante la vida terrestre. La vida “al otro lado” es de tipo subjetivo, y sus características, se nos dice, están determinadas por las actitudes, los pensamientos, los actos y en general por el estado de consciencia que ha alcanzado el individuo en la encarnación recién concluida.

Existe, por cierto, en la gran mayoría de los seres humanos la tendencia natural a creer en la inmortalidad del Alma, lo cual puede ser considerado como evidencia intuitiva. Y aunque este tipo de evidencia sea ignorado por quienes solo confieren valor al pensamiento objetivo, es un hecho que la tendencia a creer en la inmortalidad del Alma ha perdurado a través de innumerables edades a pesar de las dudas y temores que a todos nos han asaltado durante determinados momentos en nuestras vidas.

Bien mirada, esta tendencia aparece como algo demasiado profundo y universal para descartarla simplemente como algo basado en la necesidad de creer en un “más allá”, o en un simple deseo subconsciente de inmortalidad. De hecho, es inherente en la naturaleza del ser humano, en su ansia de vivir y su capacidad para ello. Puede también provenir de la memoria del Alma que recuerda a través de sus numerosas encarnaciones el haber muerto muchísimas veces. A este respecto es curioso observar como muchos niños pequeños parecen a veces recordar fases de sus transiciones anteriores cuando les oímos decir a veces, “cuando yo estaba en el Cielo, etc.…”, u otras frases similares que revelan hechos ocurridos antes de su presente encarnación.

En tales casos, el niño está aún cercano a la experiencia previa a su nacimiento y, en consecuencia, no impedido por el escepticismo que irá desarrollando a medida que se vaya transformando en adulto.
Debemos también recordar que todos los grandes Fundadores de las principales religiones del mundo invariablemente predicaron la existencia de la vida del más allá como principio universal. A ello se añade algo muy importante: la evidencia acumulada a través de la investigación psíquica y confirmada por el hecho de que algunos de los investigadores no solo son psíquicos sino también reconocidas figuras en el campo de la ciencia convencional. Los psicólogos contemporáneos también parecen dispuestos a aceptar la idea de la continuación de la existencia consciente después de la muerte mayormente debido a los experimentos realizados en base a percepción extrasensorial, que aunque no del todo concluyentes debido a su naturaleza subjetiva, claramente indican la posibilidad de la continuación de la existencia individual después de la muerte del cuerpo físico. Y por último, la Teosofía esgrime el arma de la razón.

Las leyes naturales, que operan admirablemente en lo que respecta a conservación de energía, más el proceso evolutivo del ser humano en sí, claramente sugieren que las experiencias de éste jamás se pierden, y que la evolución física marcha a la par con la evolución espiritual. La vida es tanto continua como dinámica, hecho que resulta obvio aún para una persona con los más rudimentarios poderes de observación. Se nos dice que este proceso evolutivo ha pasado por todos los reinos de la naturaleza partiendo desde el más inferior, y no resulta lógico suponer que una vez que se ha manifestado en el más avanzado de los reinos físicos – aquel en el cual precisamente alcanza individualización, como veremos más adelante – esta individualidad va a estar destinada a perecer juntamente con las formas (cuerpos) a través de las cuales se expresa. Aquel notable ocultista, Manly Hall, lo ha expresado hermosamente en uno de sus iluminados textos: “Si como el teólogo insiste, hay una chispa divina en cada criatura humana, esta chispa es entonces eterna e indestructible, y no existe razón alguna para presumir que Dios en la naturaleza vive para siempre, pero en el Hombre está por siempre muriendo”.

Atendidas tales consideraciones, la Teosofía afirma que el verdadero ser humano de ninguna manera muere al abandonar su cuerpo físico. Por el contrario, después de un cierto tiempo se encuentra más vivo que nunca porque ha perdido su identificación con la materia física y por ende las limitaciones de consciencia que ésta impone. Cuando el individuo deja de utilizar su cuerpo físico, es como si los alambres eléctricos que conectan un receptor se hubieran cortado enmudeciéndolo; pero ello por cierto no significa que la emisora que está transmitiendo a través de ese y otros receptores haya dejado de transmitir. Su medio de expresión le ha fallado en ese receptor, pero el locutor sigue siendo capaz de hablar.

Conviene también estableces claramente un hecho que puede resultar sorprendente para la mente occidental. A través de la investigación clarividente se ha logrado observar que después de dejar el cuerpo físico, el individuo continúa siendo exactamente lo que era antes de que se cortaran los “alambres”. Enfrenta ahora una aventura que ha debido enfrentar muchas veces en el pasado, el único cambio en él estando determinado por lo que ha logrado incorporar en su consciencia durante su última encarnación. La pérdida de su cuerpo físico es como la pérdida de su automóvil, tiene muy poco que ver con lo que el individuo es intrínsecamente. Continuamos siendo lo que somos, con o sin cuerpo físico, con nuestras virtudes y defectos. Es sólo el uso que hagamos de nuestra próxima encarnación lo que nos hará cambiar, aumentando virtudes y eliminando defectos.

Veamos ahora la parte mecánica del proceso de desencarne o muerte. De acuerdo a las descripciones de clarividentes, al morir el cuerpo físico, el Doble Etéreo, que es la batería que le imparte vitalidad, gradualmente se retira llevando consigo la fuerza vital y los vehículos superiores astral y mental. Queda sin embargo conectado aunque brevemente al cuerpo físico por un hilo magnético de materia etérica conocido como el “Cordón de Plata” (ver Lección 2). Es en aquel momento, cuando ya la consciencia física está por desaparecer, que los eventos de la vida recién pasada desfilan rápidamente en orden inverso frente a la persona, hecho que ha quedado claramente establecido por aquellas personas que han estado a punto de morir pero que han sido vueltos a la vida en el último momento. Finalmente el Cordón de Plata se rompe y el individuo, envuelto en la luz gris/plateada de su doble Etérico flota brevemente sobre el cadáver físico en un estado de serena inconsciencia. Se nos dice que el proceso de morir no difiere considerablemente de lo que sentimos al quedarnos dormidos excepto que, cuando dormimos, el doble Etérico se mantiene unido al cuerpo físico vitalizándolo y sin romper la conexión magnética que permite el flujo de fuerza vital. Se nos dice que quienes estén presentes en el solemne momento del desencarne de la persona, pueden en realidad serle de mucha ayuda con solo permanecer en silencio y sin manifestaciones emocionales frente a lo que está teniendo lugar.

Después de un lapso que, se nos dice, varía aproximadamente entre 36 y 72 horas, el Ego se desprende del Doble Etéreo, liberándose así en forma definitiva de su atadura física. El Doble Etéreo se empieza entonces a desintegrar, y la consciencia del individuo empieza a enfocarse ahora en su cuerpo astral o emocional, de lo cual podemos deducir que las emociones sobreviven a la muerte del cuerpo físico.

Tal como explicáramos en la lección anterior, las emociones y los deseos se manifiestan con gran intensidad en este mundo más tenue, más sutil que la materia física visible, al cual llamamos Plano Astral. Se trata de una esfera de energía vibratoria con características propias y con sus propias frecuencias. Estas frecuencias están divididas básicamente en siete tipos que conforman los siete sub-planos del Plano Astral, constituyendo materia astral que va desde la más grosera hasta la más sutil. Cuando una persona fallece se sentirá atraída, como es natural, al nivel vibratorio astral determinado por los hábitos e inclinaciones que han caracterizado su vida y que estarán en relación directa con la de la persona en el sub-plano que le corresponde por afinidad. Si las emociones fueron groseras, primitivas, la persona se encontrará de pronto en uno de los subplanos inferiores debido a que sus vibraciones estarán en afinidad con las de ese sub-plano. Por el contrario, si las emociones son elevadas y nobles, el individuo despertará a la consciencia en uno de los sub-planos superiores del Mundo Astral.

Se nos dice que el cuerpo astral tiene una especie de consciencia elemental vaga que, inmediatamente después de la muerte del cuerpo físico y de la desintegración del Doble Etéreo, percibe el cambio. De ese vago estado de consciencia solo emerge una consideración: la de protegerse y resistir una posible desintegración el mayor tiempo posible. Para ello arregla la materia astral que le compone (que en la persona corriente contiene mezclada materia de los siete sub-planos del Plano Astral) en capas concéntricas, ubicando la más densa en el exterior. Es esta capa exterior la que determina el estado de consciencia del individuo después de la muerte y la que le “ubica” en el nivel vibratorio astral que le corresponde. Esto naturalmente representa una especie de prisión que le permite recibir solo las influencias propias de ese tipo de vibración.

Gradualmente, sin embargo, la capa exterior se va desintegrando hasta desaparecer, otorgando al individuo el estado de consciencia propio de la capa siguiente. Esta a su vez se desintegra, al igual que las otras sucesivamente, y el estado de consciencia de la persona se empieza a identificar con la materia de los sub-planos superiores, permitiéndole así percibir y vivir la armonía y la belleza de los niveles astrales superiores.
En consecuencia, si una persona ha vivido su vida terrestre de manera depravada, entregándose desenfrenadamente a la satisfacción de bajos deseos y pasiones innobles, ello le significará un período de intenso sufrimiento después de la muerte de su cuerpo físico. Evidentemente en este caso no nos referimos a sufrimiento físico, sino a aquel que proviene de tener que enfrentarse con deseos cuya satisfacción es imposible debido a la ausencia del cuerpo físico, que era el instrumento mediante el cual tales deseos se satisfacían. Obviamente, tal experiencia hará pensar al individuo que se encuentra en el “infierno”. Pero debemos recordar que esta situación no constituye el famoso “castigo” implícito en tal definición, sino simplemente el funcionamiento impersonal de la Ley de Causa y Efecto que da a cada cual el resultado de lo que cada cual ha sembrado; es decir, las causas que hemos iniciado durante nuestra vida terrestre, cuyos efectos tienen lugar posteriormente en la vida astral.

Como es natural deducir de lo anterior, el individuo de gustos refinados, que ha sabido controlar sus apetitos inferiores, no atravesará conscientemente por la dolorosa experiencia emocional antes descrita porque su cuerpo astral no incluirá materia astral que vibre en frecuencias bajas. En lugar de ello, dormirá apaciblemente durante su paso por los sub-planos astrales inferiores, para recuperar la consciencia en los superiores, encontrando allí una vida muy similar a la que viviera en el plano físico.

La existencia astral sin embargo no es eterna. Toda persona, no importa cuán abyecto su tipo de vida en la Tierra, es eventualmente purgada de sus deseos emocionales inferiores, las capas de su cuerpo astral desintegrándose una tras otra hasta dejarlo constituido exclusivamente por material astral sutil y elevada, confiriendo del este modo una existencia grata y feliz al individuo por el resto de su vida astral.

Se nos dice que de los siete sub-planos astrales, los tres superiores constituyen algo similar a los aspectos hermosos y gratos de la vida en el plano físico, aun cuando de mucha mayor belleza, colorido y vitalidad que éste último debido a la naturaleza sutil y brillante de los niveles astrales superiores. El Ego es ahora capaz de manifestarse en tales niveles porque tanto sus pensamientos como sus emociones han sido purificados y refinados al punto que ya no existe en ellos materia mental y astral grosera que responda a deseos bajos o pensamientos impuros. Existe, sin embargo, una importante diferencia entre la vida astral y la vida terrestre: los pensamientos son visibles en el mundo astral, y el engaño y la hipocresía son imposibles porque a cada individuo se le ve y se le percibe exactamente como es.

La comunicación entre las personas se realiza de manera al presente indescriptible para quienes estamos aún en el plano físico, toda vez que allí el lenguaje no existe en los términos en que lo entendemos en éste último. El mundo astral ha sido llamado “el universo sin obstrucción” debido a que la materia que lo compone es tan fácil de manipular que basta con pensar en algo para materializarlo en el acto. Lo desconcertante para el Ego recién arribado a este plano es que al dejar de pensar en el objeto en cuestión, éste desaparece.

Se nos dice que aquellos que han hecho su transición desde el Plano Físico al Plano Astral (a quienes la mayoría de la humanidad considera equivocadamente como “muertos”), pueden comunicarse fácilmente con los llamados “vivos” durante el sueño de esto últimos, pero durante las horas de vigilia tal comunicación es imposible debido a que la consciencia del hombre físico está aún enfocada en el Plano Físico. La forma más eficaz de ayudar a quienes han hecho su transición es a través de oraciones y pensamientos de amor, pidiendo que su paso por los niveles astrales inferiores sea rápido. Los estados depresivos causados por la pena provocada por la partida de seres queridos tendrán un efecto detrimental sobre éstos y deben ser evitados a toda costa por grande que sea el esfuerzo requerido. Es necesario recordar que la persona no está muerta sino que ha cambiado su estado consciente debido a la pérdida de su cuerpo físico. El ignorar esta importante premisa puede incluso demorar el progreso del “fallecido” durante su jornada por la esfera astral.

Al igual que cuando cambiamos de ciudad, yéndonos a vivir a otra en la cual encontramos nuevas amistades y relaciones, nuestros familiares fallecidos encuentran en el Plano Astral nueva compañía que les ayuda en la jornada y nuevas ocupaciones, y es razonable suponer que la duración de la vida astral de cada sujeto en cada sub-plano astral será proporcional a la cantidad de tiempo que el sujeto haya dedicado a actividades similares en el Plano Físico. Los hábitos adquiridos, la disciplina ejercitada, las emociones que han llegado a ser parte de lo más íntimo de nuestro ser, constituyen los “materiales” de los cuales consta la experiencia astral. No es incorrecto entonces afirmar que cada persona crea su propio “cielo” o su propio “infierno”.
Al cabo de un tiempo, el cuerpo astral también muere. Con el paso de los años la persona va quedando más y más distanciada de la prisión de la existencia física y, a medida que las impurezas de la materia de su cuerpo astral van siendo eliminadas, las emociones puras van siendo incorporadas en su cuerpo causal, contribuyendo éstas a la formación de la esencia del verdadero Ser del individuo, su Ego o Alma Inmortal. De acuerdo a la investigación clarividente, la duración término medio de la existencia astral de un individuo es aproximadamente entre 20 y 40 años, y el Ego, al verse liberado de ésta por la desintegración de su cuerpo astral experimenta, se nos dice, una extraordinaria sensación de libertad, aún mayor que aquella experimentada al abandonar su cuerpo físico. A esto parece referirse la famosa “entrada al Cielo” postulada en muchas religiones.

La experiencia en el mundo celestial compuesto de los cuatro sub-planos inferiores del Plano Mental está, se nos dice, caracterizada por un intenso grado de extática felicidad. En este mundo las penas y la maldad son imposibles, porque las vibraciones propias de tales expresiones no encuentran forma de manifestarse en él. Es también un mundo en donde el poder del individuo para lograr sus aspiraciones está limitado solamente por su capacidad para aspirar. Debemos comprender que no se trata solo de un lugar sino más bien de un estado de consciencia cuyas energías vibratorias poseen frecuencias elevadísimas que requieren un tipo de contacto totalmente diferente. Liberado de la necesidad de oír, ver y sentir a través de los órganos del cuerpo físico, el individuo ni siquiera necesita la mayor capacidad que le confiere el plano astral en este sentido. En lugar de ello, experimenta dentro de sí un poder que le permite la comprensión total de cualquier situación de manera por completo integral. Además, le basta con pensar en algún lugar, para encontrarse allí de inmediato. Le basta con pensar en un amigo muy querido, para encontrarse de inmediato en su presencia. Los malentendidos son imposibles en el mundo mental. Es un mundo lleno de luces trepidantes, inundado de color y música, donde el Ego experimenta un estado de felicidad indescriptible, en apariencia rodeado de todos sus seres queridos y capaz de la completa realización de sus mayores aspiraciones.

Se nos asegura que mientras nuestra consciencia esté sometida a los cinco sentidos para expresarse, nos será por completo imposible vislumbrar siquiera la gloria inefable de este mundo celestial que en la tradición oculta se conoce con el nombre de Devachán (morada de los ángeles).

En este mundo, que más que tal es un estado de consciencia, el Ego asimila y transmuta en facultades las experiencias y aprendizajes de la vida terrestre. Puede, por cierto utilizar sólo la cantidad de experiencia que ha obtenido, y no podrá involucrarse en actividades que no deriven de tales experiencias; pero mientras más amigos tiene (es decir, mientras más ama), más altruista se hace su devoción y más noble su carácter.
Como consecuencia de ello, su permanencia en el mundo celeste deberá extenderse proporcionalmente a la amplia cosecha producto de sus esfuerzos en la vida física.

Cualquiera sea la duración de la permanencia del individuo en el Devachán, ésta estará invariablemente condicionada por sus necesidades evolutivas. Concluida aquella, la irresistible oleada de vida lo llevará hacia los tres sub-planos superiores del mundo mental, conocido también como mundo Causal o Mental Abstracto, en donde todas las facultades obtenidas por el individuo serán incorporadas al único cuerpo permanente de que dispone durante todas sus encarnaciones: el Cuerpo Causal.

El verdadero hombre, el Ego, habiendo concluido ya otra ronda de encarnación, ha vuelto a su verdadero hogar y permanecerá en él por un tiempo, en un nivel al cual realmente pertenece y que representa un estado de éxtasis indescriptible. Para la gran mayoría de las personas de nuestra humanidad ésta es una experiencia breve y un estado de consciencia similar al del ensueño; sin embargo, y aún en estados de evolución muy limitados, el alma es capaz de percibir el valor y el propósito de las lecciones aprendidas, incorporándolos a su Cuerpo Causal como un residuo positivo que se manifestará en forma de consciencia e ideales en el futuro.

Quisiéramos referirnos nuevamente al término “campos de energía” brevemente explicado en la lección anterior en relación con la región etérica del plano físico y los mundos astral y mental concreto. En estos postulados, los tres sub-planos superiores del plano mental son el lugar de “residencia” del Cuerpo Causal, y a esta región se la llama Campo Conceptual.

Se dice entonces que el ser humano existe en el Campo Físico o Gravitacional; experimenta en el Campo Psicodinámico (astral/mental), y vive en el Campo Conceptual, su verdadera morada de la cual se encuentra exiliado durante la duración de su aprendizaje en la escuela de la vida planetaria física. El Campo-Conceptual o Causal es el medio de lo trascendente, de la trascendencia en sí, tal como en el Campo Gravitacional o Físico la característica es la masa, y la del Campo Psicodinámico o Etérico, Astral, y Mental Concreto, son la radiación y el movimiento constantes. El Campo Conceptual es donde se manifiesta el poder impersonal, así como en el Campo Psicodinámico se manifiesta el poder personal. Cuando el ser humano sea capaz de funcionar consciente y simultáneamente en estos campos – como indudablemente será el caso para todos en el futuro – poseerá completo dominio sobre sus propios propósitos y la habilidad inmediata para utilizar de manera útil y efectiva los resultados de cualquier experiencia por la que atraviese. El Campo Conceptual es donde se encuentran los arquetipos en el sentido Platónico, la morada de lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Se nos dice que ciertas Potencias Espirituales que residen a niveles aún más elevados que el del Plano Mental, ejercen su influencia sobre el Campo Conceptual de manera similar a como las influencias de éste último actúan cobre el Campo Psicodinámico. El Campo Espiritual, nivel donde residen aquellas Entidades, es algo acerca de lo cual sólo podemos conjeturar, ya que en nuestro presente nivel evolutivo no existe mayor información. Podemos sin embargo referirnos a este Campo de manera hipotética, estableciendo que su principal característica es la “eternalidad”, tal como la masa, el desplazamiento y la trascendencia son característicos de los planos mencionados anteriormente. Pero así como es hasta cierto punto posible lograr una vaga idea respecto a la naturaleza de tal “eternalidad”, nos será, por el momento, completamente imposible vislumbrarla en su totalidad. Este Campo Espiritual constituye sin embargo una parte esencial de nuestra hipótesis, ya que la energía espiritual en la cual se basa la fuerza de la Vida que todo lo sustenta, es una realidad innegable y, como tal, debe tener una fuente de origen. Es también, presumiblemente, el campo en el cual reside la Mónada humana para dirigir desde allí esa extensión de sí misma que llamamos el Ego y mediante la cual lleva a cabo su largo peregrinaje evolutivo tras la obtención de consciencia individual. Se nos dice además que, una vez concluido este peregrinaje con la producción de una personalidad perfecta a nivel humano, el cuerpo causal se disuelve, y el Ego, llevando consigo todos aquellos elementos de la personalidad que ha perfeccionado y hecho eternos, es reabsorbido por la Mónada, ahora preparada para un futuro proceso evolutivo a niveles tan sobrehumanos que resultan para nosotros inconcebibles.

Retornemos al tema del ciclo que llamamos vida y muerte.

Después de un tiempo de permanencia en el Cuerpo Causal – cuya duración depende de las circunstancias evolutivas del sujeto – el Ego es impulsado por ciertas leyes cósmicas a encarnar nuevamente. Se nos dice que al ocurrir esto le es dado tener una rápida visión en relación con las lecciones que le esperan en esta nueva encarnación, después de lo cual ciertas corrientes de energía vital le instan al proceso de adquirir un nuevo conjunto de cuerpos para su próxima encarnación. Sólo por el imperativo del Alma apoyado en la necesidad de enfrentar nuevas experiencias y aprendizajes, es el Ego impulsado nuevamente hacia la ronda de nacimiento y muerte, proceso que repite continuamente hasta que las posibilidades de aprendizaje se agotan y el Alma, ahora perfeccionada debido al completo desarrollo de su potencial humano, se encuentra finalmente ante el umbral de la Divinidad.





CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES -  RENARD, Enrique
 
Lección 3 -  VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Lección 4 -  REENCARNACIÓN 

Lección 5 -  KARMA 

Lección 6 -  LA HERMANDAD BLANCA 

Lección 7 -  LA DOCTRINA DE LOS CICLOS 

Lección 8 -  EL DOBLE ETÉREO 

Lección 9 -  EL CUERPO ASTRAL 

Lección 10 -  EL PLANO MENTAL 

Lección 11 -  EL PODER DEL PENSAMIENTO 

Lección 12 -  LA CUESTIÓN DEL MAL 

Lección 13 -  EL REINO DÉVICO

Lección14 -  LA HERMANDAD UNIVERSAL 
 







REENCARNACIÓN



Lección 4

 
REENCARNACIÓN


La doctrina de la Reencarnación ocupa un lugar muy importante en las enseñanzas de la Teosofía. Es la llave que abre la puerta del conocimiento de una gran cantidad de fenómenos de la vida humana que sin esta doctrina permanecerían inexplicables. En el mundo occidental la creencia más generalizada es que el Alma es creada junto con el nacimiento del cuerpo físico. Hoy en día sin embargo está teniendo lugar un revivir del interés por la doctrina de la Reencarnación tanto en círculos religiosos como en los de la psicología y la antropología.
Toda persona que realmente piense, encontrará serias dificultades en aceptar como infinitamente bueno a un Dios que trae a la existencia a ciertas personas en condiciones que aseguran un bienestar económico y a otras en la más abyecta pobreza; un Dios que otorga a algunos brillante inteligencia y a otros retardo mental; un Dios que, siendo infinitamente justo y omnipotente, permite que ciertas personas nazcan hermosas y sanas, y otras feas o deformes. Estas evidentes desigualdades, y muchísimas otras, son algo que observamos a diario. ¿Cómo puede entonces ser posible – se pregunta la persona de mente clara y compasiva – conciliar tales desigualdades como provenientes de un Dios de bondad y amor infinitos si, como algunos insisten, cada Alma es creada en el momento en que el individuo nace?
Frente a este dilema la teosofía postula un proceso por completo diferente al enunciar la doctrina de la Reencarnación. En nuestra primera lección establecimos que cada uno de nosotros es un fragmento en evolución de la vida del Logos de nuestro sistema solar. Esta Vida Divina está presente en cada átomo de la creación, y porque tanto su trascendencia como su inmanencia (presencia subjetiva) ocurren simultáneamente, resulta imposible aceptar la infantil idea de aquel Dios personal quién, por razones incomprensibles, juega malas pasadas a sus propios hijos, exigiendo a cambio un amor incondicional de parte de éstos.
Más aún, pocos estarán en desacuerdo respecto de que aquello que tiene un comienzo, también debe tener un fin. Sin embargo, en la opinión de aquellos que insisten en postular dogmas absurdos, el Alma tiene que tener un futuro interminable sin haber tenido jamás un pasado. ¡Esta idea es equivalente a afirmar que puede existir un palo con un solo extremo!
La teoría de la evolución es algo generalmente aceptado en nuestros días, y la Teosofía la ve como una ley aplicable tanto a la forma física del ser humano como a su crecimiento y desarrollo espirituales. Hasta ahora, tres hipótesis han sido esgrimidas con respecto al método seguido por la evolución que culmina en las metas de sabiduría, bondad e inteligencia.
La primera de ellas establece que la muerte, de modo presumiblemente milagroso transforma, a todos aquellos que no se han portado demasiado mal como para ir al “infierno”, en seres perfectos. La segunda hipótesis sugiere que la vida después de la muerte provee todas las oportunidades requeridas para lograr tal perfección. La tercera postula en cambio que el Alma debe retornar una y otra vez a la Tierra para aprender gradualmente todas las lecciones que la existencia física procura, tal como el niño vuelve a la escuela día tras día, año tras año hasta finalmente obtener su diploma de graduado.
La primera hipótesis es inadmisible simplemente porque una agencia uniforme operando de manera uniforme debe producir resultados uniformes, y porque mediante la observación clarividente se ha podido observar que aquellos que han fallecido continúan siendo en el plano astral iguales como eran en el plano físico, es decir, perfectamente capaces de errar tanto de hecho como en sus juicios y opiniones. Y aún haciendo a un lado la evidencia clarividente, es sensato suponer que si bien el cuerpo se acaba, la consciencia debe continuar. Y cuando observamos con cuánta lentitud vamos logrando progreso y expansión de consciencia durante los años de vida terrestre, resulta irracional afirmar que durante los breves instantes que demoramos en morir nuestro estado de consciencia se tornará perfecto. Esto ya no sería continuidad sino un quiebre drástico del proceso que nos haría vernos de pronto como extraños a nosotros mismos, irreconocibles. El insistir en esto, es pensar en términos de ciencia-ficción.
La segunda hipótesis que establece que la vida después de la muerte lleva a toda sabiduría se ve seriamente objetada por el hecho de que lo que el Alma ha aprendido bajo las condiciones de la vida terrestre en modo alguno va a ser aumentado y perfeccionado en las condiciones drásticamente modificadas de la vida astral. Si esto fuese posible, no existiría la necesidad de encarnar en el plano terrestre. No nos parece razonable suponer que un hombre que se somete al esfuerzo de especializarse en determinada profesión, dedique su vida a una actividad totalmente diferente. Evidentemente es absurdo suponer que una persona que se ha familiarizado de manera formativa con las condiciones de la vida física, pase para siempre a una esfera de condiciones enteramente diferentes en donde lo que ha aprendido anteriormente le serviría de poco o nada. Es lógico en cambio suponer que si la vida en la Tierra es un hecho establecido, ello obedece a un propósito definido en relación con el proceso evolutivo. Tal como se indica en la lección anterior, el despertar y la expansión de la consciencia individual se logran sólo a través de la limitación y la restricción impuestas por la materia física. La vida después de la muerte, siendo por completo subjetiva, está lejos de ofrecer el grado de limitación necesario para lograr tal despertar que es, al fin de cuentas, la meta definitiva del proceso evolutivo humano.
Atendidas tales consideraciones, la Teosofía rechaza las dos primeras hipótesis, aceptando en cambio la tercera porque es la más lógica y la que marcha más en armonía con la idea de un sistema racional y ordenado basado en la justicia impersonal de la ley cósmica.
La analogía de la escuela es particularmente apropiada. Es evidente que cuando cursamos los grados inferiores de la escuela primaria no podemos aspirar a transformarnos en médicos o abogados de la noche a la mañana. Se requieren doce años de escuela primaria y secundaria para poder ingresar a la universidad a estudiar medicina o leyes durante siete u ocho años más antes de lograr nuestro título. Debemos tener la paciencia de completar todas las fases de nuestra educación primaria antes de pasar a la siguiente. Del mismo modo, completamos nuestra educación cósmica con asistencia obligatoria a la escuela de la vida planetaria física.
Se nos dice que el ser humano es una inteligencia espiritual, una chispa de la Vida Divina encerrada en cuerpos de materia de diferente densidad, y que viene a la Tierra exclusivamente con el objeto de aprender. Para ello se hace necesario que pase por una larga sucesión de vidas a objeto de desarrollar sus poderes latentes a través de una dura lucha contra las circunstancias y en una red de relaciones e interacción con otras Almas que se encuentran en el mismo proceso. A través de estas vidas en cuerpos físicos el Alma va ganando conocimiento y experiencia que posteriormente transforma en facultades y poderes entre una encarnación y otra para ir ganando en estatura espiritual. Este proceso de transformar las experiencias en poderes puede ser comparado con el proceso de nuestra digestión, en el cual la comida que ingerimos es transformada químicamente por nuestro sistema digestivo e incorporada a nuestra corriente sanguínea en forma de aminoácidos y otros elementos que el cuerpo necesita para continuar viviendo, proceso que conocemos como asimilación. La vida escolar puede también ser utilizada como ejemplo si comparamos los períodos de estudio en los cuales nos llenamos la cabeza de información que posteriormente nuestra mente va transmutando en entendimiento y conocimiento de manera prácticamente sub-consciente, al igual que el proceso de nuestra digestión que ocurre automáticamente y sin intervención directa de nuestra voluntad.
De modo similar ocurre en el mundo celeste la transmutación de la experiencia ganada en el mundo físico a un nivel que está más allá de nuestra consciencia física objetiva, permitiendo así al Alma retornar a la vida física más sabia y mejor equipada para lo que le resta de aprendizaje en grados más avanzados.
Ocasionalmente una encarnación puede redundar en fracaso debido a que el Ego no consigue influenciar la personalidad lo suficiente para lograr su completa cooperación, en cuyo caso el progreso no sería apreciable. De hecho, a veces se retrocede un poco cuando las oportunidades de avance son desperdiciadas, lo que equivale al alumno que en la escuela debe repetir el grado por no haber estado dispuesto a estudiar como correspondía.
Pero a la larga nada se pierde, porque el fracaso es también educativo y puede ser trocado en triunfo mediante renovado esfuerzo en una encarnación futura.
Una equivocación desafortunadamente frecuente es la de confundir la doctrina de la Reencarnación con la teoría de la trasmigración. Esta última postula la entrada del alma humana en un cuerpo animal. Tal cosa estaría sin embargo en abierta contradicción con la ley natural de la evolución. Como hemos podido apreciar en las lecciones anteriores, la Mónada humana nunca ha sido otra cosa que humana, ya que al comienzo del ciclo de involución debe esperar pacientemente hasta que el planeta produzca – mediante la evolución de las formas – cuerpos lo suficientemente refinados y desarrollados para expresar consciencia humana. Resulta entonces inconcebible que en una etapa posterior a aquella en la cual comienza a encarnar, súbitamente haga lo que nunca ha hecho aún en su estado de máxima inmadurez: utilizar el cuerpo de un animal como vehículo permanente. La vida que ha sido individualizada en el reino humano no puede regresar al reino animal. ¡Suponer tal cosa equivale a aceptar la idea de que un bebé recién nacido puede volver la matriz de su madre y transformarse nuevamente en embrión!
Las almas menos evolucionadas son comparables a los alumnos de los grados más bajos de la escuela. Y aquellos que se van aproximando a su “graduación” son aquellas que empezaron a encarnar antes que la primera. En éstas últimas el grado de avance puede también ser resultado de la forma efectiva como aprovecharon sus oportunidades de aprendizaje, tal vez con mayor dedicación que otras. Es importante recordar, sin embargo, que tanto el peor de los criminales como el más elevado de los santos albergan en sí la misma semilla de Vida Divina, y que las posibilidades de hacerla germinar son idénticas para ambos. La diferencia entre ambos está determinada por el hecho del que el alma del criminal con toda probabilidad empezó a encarnar mucho después del alma del santo y aún le queda mucho por recorrer del camino ya recorrido por éste último. O también puede ser que su aprendizaje haya sido más lento que el de su hermano. Más aún, dadas las características del proceso, es perfectamente posible que el criminal haya aprendido alguna cosa que al santo aún le queda por aprender, ya que este tipo de aprendizaje no sigue líneas fijas sino que funciona en base a variantes.

***

Quisiéramos hacer aquí un paréntesis para aclarar el sentido en que utilizaremos la frase “en el comienzo”, al referirnos a la Creación del universo. La Creación es una constante, algo que no tiene principio ni fin; pero se nos dice que ocurre de manera cíclica, es decir, a un ciclo de manifestación activa sigue otro de inactividad. Pero ello no tiene nada que ver con la Vida en sí, ya que ésta es continua y sin principio ni fin. Los ciclos, sin embargo, comienzan y concluyen en el tiempo, aún considerando que algunos de ellos son de tal duración que solo resulta concebible para la mente humana caracterizarlos como “eones”. Tales ciclos no son sin embargo repetitivos, sino que
ocurren en una especie de espiral. Se nos dice que cada ciclo de actividad comienza exactamente en el mismo punto donde concluyera el anterior, asegurando así la dinámica de mejoramiento que el proceso conlleva. Cada nuevo comienzo realiza en consecuencia una especie de recapitulación de todo lo desarrollado anteriormente (de forma similar a aquel ciclo menor que es la vida humana, cuando todo el desarrollo físico que el cuerpo del ser humano ha experimentado a través de millones de años, es recapitulado durante el período de gestación del feto humano, al igual que su desarrollo psicológico es recapitulado posteriormente durante la infancia y la juventud). Estamos, al presente, en el espiral llamado “período humano”. Cuando entremos al próximo espiral, o período superhumano, lo haremos enriquecidos con la cosecha de nuestras experiencias humanas transmutadas en poderes divinos con los cuales enfrentaremos las nuevas fronteras a conquistar en esferas más y más elevadas.
La doctrina de la Reencarnación provee la base para explicar mucho de aquello que permanece en el misterio si aceptamos la teoría de la creación del Alma al nacer la persona. Tal como indicamos anteriormente, a través de esta doctrina se explican las desigualdades de condiciones en las cuales nacemos, algunos en la abundancia, otros en la pobreza y la privación; algunos de padres amantes y bondadosos, otros abusados y maltratados por sus padres durante la niñez; algunos con físicos hermosos, otros con cuerpos deformes; algunos con dotes de genio, otros mentalmente retardados, etc. Los factores genéticos tampoco explican en su mayoría las circunstancias en las cuales una persona viene al mundo, ya que hijos inteligentes nacen de padres que no lo son, o hijos deformes de padres normales.
Incluso los mellizos son a veces diferentes en físico y en carácter, capacidad y habilidades. Si aceptamos la reencarnación como hipótesis de trabajo – ya que no como hecho probado – las diferencias mencionadas se hacen explicables cuando se establece que cada alma viene a la encarnación con el producto de sus acciones y esfuerzos en existencias anteriores. El genio, por ejemplo, no es, como algunos suponen, un “don de Dios”, porque resultaría incongruente suponer que el Dios infinitamente justo, amante y todopoderoso predicado por quienes niegan la reencarnación, va a otorgar caprichosamente dones a ciertas personas ¡negándolos en cambio a otras! Más sensato es suponer que el genio es el resultado de muchas vidas de esfuerzo y sacrificio que han otorgado a la mente del individuo una disposición creativa que destaca de lo común. Incluso en el caso de la persona mentalmente retardada existe una lección para el Ego aunque su expresión física esté severamente limitada por la lesión cerebral de su presente encarnación.
La reencarnación explica también la diferente disposición ética de las personas y su mayor o menor inclinación al bien o al mal. Tal disposición no puede considerarse exclusivamente como producto de la formación ambiental de la persona, ya que hay quienes habiendo nacido en cuna de oro tienen sin embargo inclinación al mal, mientras que otros que han nacido en la miseria y cuya niñez ha transcurrido sin formación moral alguna tienen en cambio una natural disposición a la bondad y al esfuerzo para superarse.
Es perfectamente razonable suponer que nuestro estado de consciencia individual presente y las virtudes y defectos que observamos en él son fruto de nuestro largo pasado, es decir, lo que ha quedado indeleblemente grabado en nosotros como consecuencia de lecciones aprendidas en otras vidas y otros cuerpos; no es razonable en cambio esperar que un alma joven y menos evolucionada tenga los mismos niveles de ética y moral que tienen el sabio y el santo.
Más aún, la doctrina de la reencarnación también ofrece una explicación aceptable en lo que se refiere a la existencia de hombres afeminados y mujeres con tendencias masculinas. El alma en sí no tiene sexo, pero utiliza en algunas vidas cuerpos masculinos y en otros cuerpos femeninos con el objeto de aprender las lecciones ofrecidas en ambos sexos. Obviamente, después de haber encarnado varias veces en cuerpo masculino, es natural suponer que en la próxima encarnación en un cuerpo femenino traerá consigo muchas de las tendencias masculinas que inevitablemente se harán presentes. A la inversa, después de varias vidas como mujer, el Ego tendrá que esforzarse en realizar los ajustes necesarios para identificarse con su nuevo sexo. El desarrollo del Ego requiere toda clase de lecciones aprendidas bajo diversas circunstancias; la clara comprensión de este postulado nos hará más tolerantes y menos inclinados a juzgar con dureza a aquellos a quienes consideramos como personas desviadas de lo natural.
La doctrina de la reencarnación es extraordinariamente antigua. No solo existe en las grandes escrituras hindúes y su tradición védica, sino también en las enseñanzas del Buda y en las del griego Pitágoras. Fue también enseñada entre los judíos en la época de Josefo y posteriormente en la Kabala esotérica. Los cristianos originales aceptaban la reencarnación, y hay en nuestros días muchos cristianos que la están examinando nuevamente como hipótesis lógica y sensata, encontrando en ella inspiración y esperanza. Resulta demás aparente que Jesús mismo la aceptaba si juzgamos por la clara aseveración que hiciera en cierta ocasión a sus discípulos respecto de que Juan Bautista era Elías que había retornado (Evangelio Seg. San Mateo, 11:14 y 10:13. Ver también Malaquías 4:5). El obispo Orígenes, uno de los más notables teólogos de la Iglesia Católica original, declaró: “Cada alma viene a este mundo fortalecida por sus victorias o debilitada por sus derrotas en vidas anteriores”.
Desafortunadamente las enseñanzas originales de los Padres Cristianos fueron siendo distorsionadas y malentendidas, y en el año 553 D.C., durante el Segundo Concilio Eclesiástico de la Iglesia que tuvo lugar en Constantinopla, se decidió declarar a todo aquel que se adhiriera a la doctrina de reencarnación, un “anatema”. Ello señaló el comienzo de la eliminación de esta doctrina de las enseñanzas cristianas oficiales. A pesar de esto, la doctrina ha permanecido vigente para aquellos que han tenido el valor y la convicción interior de afirmar su realidad.
Entre quienes han sostenido su creencia en la doctrina de la reencarnación se encuentran notables pensadores, tales como Emerson, Thoreau, Huxley, Goethe, Shelley, Schopenhauer, Whittier, Whitman, Browning, Tennyson, etc. Famosos industriales e inventores tales como Henry Ford y Thomas A. Edison, han proclamado su aceptación de esta doctrina.
Una pregunta válida que suele hacerse en el contexto de la reencarnación es, “Si en realidad he vivido anteriormente, ¿Cómo es que nada recuerdo de mis vidas anteriores?” H.P. Blavastky dice lo siguiente en respuesta a esta pregunta: “Al desintegrarse los principios que llamamos físicos con la llegada de la muerte, se desintegran también sus elementos constituyentes y con ellos la memoria, por la pérdida del cerebro. Esta memoria perdida es la de la personalidad que acaba de concluir con la muerte y no puede, en consecuencia, volver a grabar o a recordar nada en las subsiguientes encarnaciones del Ego. Reencarnación significa que el Ego ha de proveerse del nuevos vehículos (cuerpos) y con ellos un nuevo cerebro físico y en consecuencia una nueva memoria, y resulta por cierto absurdo suponer que este nuevo cerebro pueda recordar lo que no ha grabado”.
En el mismo libro, Blavatsky indica que el Ego tiene memoria propia y es capaz de recordar no solo sus personalidades anteriores, sino también las experiencias que le han sido provistas a través de éstas con la misma facilidad con que la personalidad recuerda lo que hizo el día anterior. No debemos suponer, afirma Blavatsky, que porque nuestra personalidad no recuerda vidas pasadas nuestro Ego las ha olvidado. Lo que ocurre es que el Ego, para transmitir su memoria a la personalidad, utiliza la consciencia en forma de disposición natural para algo, es decir, aquello que conocemos como “talento innato”, y también a través del reconocimiento instantáneo que a veces tenemos de viejos amigos o seres queridos a quienes tenemos la certeza de nunca haber visto en nuestra vida presente. Ello explica la atracción espontánea que sentimos por ciertas personas, como también muchos otros detalles de nuestra vida diaria a los cuales no damos mayor importancia debido a la costumbre. El método seguido por la naturaleza para asegurar nuestro desarrollo consiste en extraer lo valioso, dejando de lado los detalles; al igual que los detalles, los cuerpos mueren y se desintegran, pero las lecciones aprendidas a través de ellos permanecen.
Resulta útil comparar al Ego con un actor que participa en muchos roles diferentes, expresando parte de sí mismo en cada uno de ellos y utilizando todo el poder y la habilidad derivados de la experiencia de sus actuaciones anteriores, pero borrando tales papeles de su memoria por completo para poder representar su nuevo papel de la mejor manera posible. La famosa actriz Helen Hayes, por ejemplo, ha comentado que antes de empaparse del nuevo personaje que ha de representar, trata de limpiar la mente por completo de los roles que ha representado anteriormente; de otra manera no podría realizar una representación adecuada. Por cierto que recuerda los papeles que le tocó representar antes, ya que de ellos deriva su habilidad para representar adecuadamente su nuevo personaje; pero este nuevo rol requiere otro diálogo y otra personalidad. El Ego funciona de manera similar, recordando la memoria de vidas pasadas y desarrollando en cada una de éstas la habilidad para utilizar en forma crecientemente eficaz sus nuevas oportunidades de encarnación.
Hay por cierto personas que han desarrollado la habilidad y la sensitividad para recapturar recuerdos de vidas pasadas en su presente encarnación, pero normalmente tales individuos rehúsan discutir sus experiencias en este sentido por temor que se les malentienda. Desafortunadamente existen personas cuya imaginación les hace ver lo que no existe en este respecto.
Debido a ello se considera apropiado no solo guardar tales experiencias para sí, sino también ejercitar la más escrupulosa objetividad en lo que respecta a la facultad para recordar incidencias de vidas anteriores, ya que el tiempo y nuestras propias actitudes invariablemente determinarán su valor y exactitud.
En lo que respecta a nuestras futuras encarnaciones, se nos dice que existen tres factores que son determinantes en las circunstancias del próximo renacimiento de la persona. En primer lugar tenemos la Ley de la Evolución que tiende a ubicar al Ego encarnante en circunstancias que favorezcan el desarrollo de cualidades de las cuales carece, y en las cuales tenga oportunidad de aprender nuevas lecciones y desarrollar poderes aún no presentes en su actual estado de desarrollo. Pero esta ley opera dentro de los límites de otra ley fundamental: la de Causa y Efecto, que es la ley de justicia impersonal. Puede que las acciones anteriores del individuo hayan sido tales que le hayan hecho acreedor a las mejores oportunidades de avance; o tal vez hayan sido de menor mérito, en cuyo caso tendrá que conformarse con menos. Este es el segundo factor. El tercero es que la encarnación deberá ocurrir en un lugar y tiempo en donde pueda encontrarse con Egos con los cuales haya formado lazos de amor u odio, o de haber dañado o ayudado a otros en el pasado distante. Siempre se da la oportunidad de curar viejas heridas y de pagar deudas contraídas, de obtener compensación por daños recibidos inmerecidamente, o de desarrollar talentos frustrados en vidas anteriores debido a causas aún más anteriores. Todos estos factores deben ser considerados al enfrentar el Ego una nueva encarnación, pero sean cuales sean las circunstancias de ésta última, la ley funcionará imperturbable, imparcial y beneficente en la prosecución del desarrollo y avance del individuo, laborando constantemente para hacerle alcanzar la meta de perfección que éste persigue.
Cuando nos hacemos conscientes de esta verdad, se nos hace más fácil enfrentar la vida con todas sus alegrías y vicisitudes, sabiendo que dependemos fundamentalmente de nuestro propio esfuerzo para construir un futuro mejor no solamente para nosotros individualmente, sino también para nuestros congéneres.
El diagrama incluido en esta lección ilustra de manera gráfica las rondas de reencarnación a través de las cuales el Ego toma diferentes cuerpos en vidas sucesivas, desarrollando de esta manera la totalidad de su potencial. Más allá, en las regiones espirituales, permanece la Mónada Divina, fragmento inmortal de la Vida Una Universal que es el Ser eterno, el Dios en cada ser humano.

Lección 4 Anexo 1
El ÁTOMO SIMIENTE


Se nos dice que el propósito de la vida física del ser humano no es la felicidad sino el aprendizaje. El Ego, rodeado de varios campos de energía a los cuales llamamos “cuerpos”, va ganando experiencia a través de la continua interacción con sus semejantes en diferentes ambientes y condiciones en las cuales va siendo colocado a través del proceso de la reencarnación.
Gracias a tales experiencias va aprendiendo de manera gradual y a veces dolorosa todas las lecciones que la escuela de la vida planetaria ofrece. Naturalmente, para ello se hacen necesarias muchas vidas, porque el perfeccionamiento de un Ego espiritual es algo en extremo difícil.
Este postulado, sensato y razonable, da origen a una pregunta perfectamente válida: ¿Cómo consigue el Ego retener la memoria de tales lecciones y de lo aprendido a través de ellas si consideramos que en cada nueva encarnación recibe un nuevo conjunto de cuerpos y un cerebro que no puede recordar lo que no ha grabado porque también es nuevo?
En respuesta, se nos dice que la memoria de Ego nada tiene que ver con el cerebro físico que muere al morir éste. La memoria de las experiencias de esa encarnación es incorporada en forma de síntesis en el único cuerpo permanente que el Ego posee: el Cuerpo Causal. Tal incorporación tiene lugar en términos de posibilidades vibratorias que emergen como facultades en las encarnaciones sub-siguientes del individuo, siendo éstas invariable y únicamente el resultado de sus esfuerzos personales en determinados campos de actividad durante encarnaciones anteriores.
Este proceso tiene lugar por medio del llamado “átomo simiente”, que viene a ser el equivalente de un “microfilme” que a grabando todo lo relativo a las tendencias y actividades del individuo. Existe por cierto un átomo simiente en cada uno de los vehículos o cuerpos que el Ego utiliza, a saber, el Físico, el Doble Etéreo, el Astral y el Mental, pero todos ellos constituyen, al igual que los cuerpos, una sola unidad durante la encarnación.
Se nos dice que el átomo simiente está ubicado en el ventrículo izquierdo del corazón, y que a la muerte del individuo deja el cuerpo físico por vía del nervio pneumogástrico. La parte física del átomo no puede por cierto continuar, pero las fuerzas que lo animan le hacen manifestarse ahora en los cuerpos sutiles.
Después de la muerte de la persona y la subsiguiente desintegración de estos vehículos, las fuerzas que animaron sus existencia en ellos incorporaron en el cuerpo causal los resultados, la cosecha de todos los aspectos positivos lograda por el individuo, reteniendo los negativos para reintegrarlos a la próxima encarnación en forma de residuo kármico. Esta es la forma en que la naturaleza se asegura de que al renacer, cada individuo reciba la condición kármica que le corresponde en relación con lo realizado en vidas pasadas.





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CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES - RENARD, Enrique

Lección 1 - EL PLAN DIVINO



Lección 4 - REENCARNACIÓN

Lección 5 - KARMA

Lección 6 - LA HERMANDAD BLANCA


Lección 8 - EL DOBLE ETÉREO

Lección 9 - EL CUERPO ASTRAL

Lección 10 - EL PLANO MENTAL



Lección 13 - EL REINO DÉVICO




KARMA




Lección 5

KARMA





El postulado que afirma que nuestro universo está gobernado por la ley y el orden encuentra especial énfasis en el estudio de la Teosofía. Nada ocurre al azar o por casualidad en el Cosmos.

Todo obedece al gobierno de la Ley Natural, no sólo en el mundo físico, sino también en los mundos psicológico y espiritual, las esferas de la ética y la moral. No existe en el universo fuerza alguna que se pierda, y en virtud de ello tampoco existe en él una sola partícula de energía cuya actividad no produzca el efecto correspondiente. Si lanzamos al aire una piedra, ésta caerá al suelo debido a la ley de gravedad. Esta ley, y otras similares, son parte de la ley general de causa y efecto.

No existe causa sin efecto posterior, ni efecto sin causa anterior. De ello podemos deducir que la energía con que proyectamos nuestros pensamientos y nuestros deseos, por ejemplo, producirá, tarde o temprano, resultados definidos. No existe, por lo tanto, ser humano alguno que pueda escapar a las consecuencias de sus actos por insignificantes o intrascendentes que éstos parezcan. A veces estos resultados son inmediatos, pero en circunstancias más complejas puede transcurrir largo tiempo antes de que tengan lugar. Como hemos dicho anteriormente, la muerte no arregla la manera de ser de las personas de forma mágica, como algunos parecen creer, y es absurdo suponer que porque nos vamos a vivir a otra ciudad nuestras deudas desaparecerán milagrosamente; de hecho, nuestras obligaciones financieras continuarán exactamente en los mismos términos en que las contrajimos en la residencia que hemos dejado.

En Teosofía esta ley de causa y efecto es denominada karma, antiguo término sánscrito que significa “acción” pero que comprende ambas “acción” y “reacción”, es decir, la totalidad de la acción. Opera doquiera existan vida y relaciones, y adquiere una importancia muy especial respecto al ser humano quien, en virtud de su humanidad, es moralmente responsable por los efectos de las causas que inicia. Basta un poco de reflexión para darse cuenta de cuán inevitable es esta realidad. Es prácticamente imposible actuar sin afectar de alguna manera nuestras relaciones con familiares, amistades, asociados de negocios e incluso a veces personas extrañas con quienes accidentalmente nos encontramos. En el mundo occidental no existen idiomas con palabras que puedan ilustrar claramente este concepto, aunque tal vez el término utilizado por Emerson, “ley de compensación”, sea el que más se aproxima. Se trata del mismo principio enunciado por Jesús en el Sermón de la Montaña: “…Porque así como juzguéis, seréis juzgados, y con la vara que midáis a otros, seréis medidos…" (Evang. Seg. San Mateo, 7:2); y aquella declaración de San Pablo: “Aquello que el hombre siembre, eso mismo cosechará…”. Todo esto, como puede verse, implica acción a través de relaciones que a su vez provocan reacciones que se transforman en causas; éstas, a su vez, generan nuevas acciones y el proceso sigue repitiéndose de manera continua hasta formar una red que envuelve todo el universo. Debido a la consideración dada a este principio, queda claramente establecida la enorme importancia de nuestras actitudes en tales relaciones.

Estrictamente hablando, la palabra karma debiera aplicarse solamente a la ley en sí, pero se le suele dar diferentes connotaciones. Es común escuchar, acerca de alguien que ha atravesado por una situación dolorosa, “tal era su karma…”, o cuando se trata de explicar efectos de causas originadas en encarnaciones anteriores con la frase: “Este es el karma con que nací…”. En tales casos es, sin embargo, más apropiado hablar de “efectos kármicos” o “causas kármicas”, pero por conveniencia, la palabra karma es utilizada en estos casos para referirse a la causa, la acción o el efecto de la acción, como también a la totalidad del proceso.

Cuando comprendemos claramente la naturaleza de la ley del karma, nuestra vida se hace no sólo más inteligible, sino que además nos indica la forma de cooperar con ella, colaborando así al desarrollo del proceso evolutivo. El karma en sí es una ley en extremo compleja, probablemente el más incomprendido de todos los grandes principios que expone la Teosofía. Tal vez la mejor manera de aclarar conceptos al respecto sea el detenernos a considerar algunos de las concepciones erróneas prevalecientes en la actualidad al respecto.

No es enteramente apropiado, por ejemplo, hablar de “buen” o “mal” karma al referirnos a aquello que nos parece agradable o desagradable respectivamente. El karma no debe ser considerado como bueno o malo, ya que es siempre educativo, sea doloroso o placentero. Es la ley que favorece el desarrollo de nuestra alma, a través de la cual aprendemos a funcionar de manera armoniosa y eficaz.

Otro error generalizado es el de considerar al karma como un sistema de castigos y recompensas. Es verdad que traerá felicidad a aquéllos que causen felicidad, y lo opuesto a quienes causen desdicha, pero ello proviene del hecho de que esta ley es la que mantiene la armonía y el equilibrio en el universo de manera inherente; no se trata de un proceso impuesto desde fuera de él por alguna autoridad personal y de manera arbitraria. Somos inevitablemente, parte del universo, y como tales somos también parte de sus procesos. La ley del karma es por completo impersonal, lo que quiere decir que no incluye designios personales sobre cada uno de nosotros cualquiera que se la forma como se manifieste. Cuando comprendemos esto con claridad, cesamos de quejarnos de lo que estimamos como injusticias del destino al referirnos a nuestras desgracias personales, y nuestro oído interno comienza a escuchar sublimes acordes.

Comenzamos a darnos cuenta de que nuestra nota musical es parte integral de la sinfonía cósmica, y de que es en virtud de tal sinfonía – el gran esquema de la armonía universal – que nuestra nota encuentra su propio significado. Más aún, paradójicamente, ¡es en virtud de todas las notas aportadas por cada uno de nosotros que la sinfonía tiene lugar!

De todo esto podemos deducir que el karma es un proceso universal en el cual cada nota discordante que introducimos es inmediatamente rectificada y armonizada en los planos internos del ser para impedir que la sinfonía cósmica caiga en la disonancia. Conviene recordar, empero, que en lo que respecta a la consciencia y experiencia exteriores tal rectificación puede demorar años en llevarse a cabo.

Claramente queda establecido entonces que el karma no es sólo una ley de justicia retributiva que nos hace heredar el resultado de nuestras acciones, sino también algo de mayor magnitud: una ley que opera eternamente, y en todo momento, con el objeto de armonizar cada acción individual con la acción universal. Como resultado, nuestras acciones individuales caen dentro de las operaciones universales como pequeños círculos concéntricos dentro de círculos mayores. Cada parte está, en consecuencia, indisolublemente ligada al todo. El verdadero centro del universo es equilibrio. Es imposible alterar este equilibrio, porque se ajusta a sí mismo ante cada acción. La desarmonía que parece observarse a veces, proviene de la periferia, de ese mundo ilusorio de tiempo y espacio en donde por el momento existimos.

En el análisis final sólo existen dos movimientos básicos en el universo: ida y regreso, es decir, las fuerzas centrífuga y centrípeta. En la electricidad, éstas viajan entre los polos positivo y negativo; en mecánica las observamos en el desplazamiento del pistón y en el destino humano como causa y efecto, vale decir, la ley del karma. Incluso en las actividades menores de nuestra vida nos es dado observar tales fuerzas durante nuestra rutina diaria al levantarnos y abandonar nuestro hogar cada mañana rumbo a nuestro trabajo, para retornar por las tardes y acostarnos nuevamente por la noche. Observando estos aspectos, emerge, claramente, un principio: todo aquello que enviamos debe, en definitiva, retornar a nosotros, no porque nuestras acciones merezcan premio o castigo, sino porque hay un elemento de continuidad que es inherente en nosotros, que es básico en nuestra existencia y que no admite variación en lo que básicamente somos.

Tal como indicáramos en una lección anterior, el hombre funciona en tres mundos o campos de energía vibratoria (el físico, el emocional y el mental) en los cuales, para poder manifestarse, ha sido dotado de tres vehículos de expresión a los cuales llamamos “cuerpos”. En cada uno de estos campos de energía el hombre genera causas que retornan a él como efectos en exacta proporción a la energía que emplea al generarlas. Cada ser humano, se nos dice, está continuamente generando tales fuerzas y la forma en que realiza esto es la que determina no solamente la clase de vida que llevará aquí, con su secuela de éxitos y fracasos, o el estado que encontrará después de la muerte, sino también el tipo de ambiente y la relación que tendrá con otros seres humanos en futuras encarnaciones. Obviamente la balanza de la justicia no puede operar únicamente dentro de los confines de una sola vida. Muchas veces la justicia se manifiesta en vidas posteriores a través de efectos que restituyen o privan de acuerdo con las acciones previas del individuo. De ello se deduce que la reencarnación debe ser considerada como medio, para lograr un fin y no una finalidad en sí. De este modo podemos también inferir la importancia del papel que juega la doctrina en el plan evolutivo. Cuando el alma ha desarrollado ya el máximo potencial de sus capacidades y poderes, añadiendo a éstos perfecta nobleza de carácter, puede ya considerarse como que ha alcanzado la meta de perfección humana que la libera del proceso de reencarnación.

Otro malentendido respecto al karma es el de considerarlo de manera fatalista. “Es la ley, y nada puedo hacer para cambiarla…” oímos decir a veces. Esto es un error. Es verdad que no podemos aniquilar las leyes universales, pero también es cierto que podemos modificar sus efectos. Lo hemos hecho en el pasado y continuamos haciéndolo. De acuerdo con la Teosofía tenemos pleno derecho a ellos. En su libro “Karma”, Annie Besant indica que si estamos siendo víctimas de una situación kármica difícil y dolorosa, tenemos el derecho e incluso la obligación, a veces, de hacer todo lo posible por cambiarla. Es precisamente a través de tales esfuerzos, impuestos por la ley del Karma, que desarrollamos nuestros poderes y nuestra verdadera estatura espiritual, aprendiendo a enfrentar con éxito problemas y dificultades de todo orden. Ocurre a veces, sin embargo, que a pesar de todos nuestros esfuerzos la situación angustiosa prevalece, en cuyo caso es probable que esté obedeciendo al propósito de enseñarnos resignación, paciencia, o capacidad de sacrificio. No olvidemos que el dolor es nuestro mejor maestro y no siempre es sabio o conveniente eliminarlo.

Viene bien aquí recordar el viejo dicho: “Debemos aceptar lo inevitable con gracia y dignidad, pero primero asegurémonos de que es realmente inevitable…” El problema reside en que a veces no es fácil determinar tal cosa, y es en extremo importante en este caso saber exactamente lo que estamos haciendo, ya que nuestro esfuerzo por cambiar la situación puede redundar en peores consecuencias. A veces se hace necesario reflexionar y esperar, no de manera inerte o estática sino en una actitud de aceptación dinámica y alerta, hasta que nos sea dado claramente la solución del problema. Pero es un hecho que cualquier efecto kármico puede ser eliminado o modificado cuando las circunstancias y la Ley así lo permiten. Un ejemplo claro de cómo modificar leyes universales es el de los hermanos Wright. La ciencia del siglo pasado había declarado enfáticamente que nada que fuese más pesado que el aire podía volar. Si los hermanos Wright hubieran aceptado tal pronunciamiento como absoluto, el avión no se hubiese inventado. A pesar de que la ley de la gravedad es parte integral del mundo físico, los Wright descubrieron otros principios (la resistencia del aire y las leyes de la aerodinámica) que podían ser utilizadas para neutralizar la ley de la gravedad y, en cierto sentido, hacerla más completa. Porque hay que comprender que los principios naturales no son algo aislado, sino partes integrantes de aquel organismo funcional que llamamos el universo. En nuestros días viajamos a increíble velocidad por el aire e incluso nos hemos aventurado a viajar por los espacios siderales. Sin embargo, si el hombre hubiera tratado de volar sin antes estudiar cuidadosamente los principios que gobiernan la ley de la gravedad, el resultado hubiese sido desastroso. Supongamos que a nadie se le hubiese ocurrido utilizar el principio del desplazamiento para actualizar el principio de flotación; jamás pudiéramos haber echado al mar barcos de acero, y para viajar por mar aún tendríamos que depender de barcos de madera con velas cuya velocidad queda al capricho de los vientos. La ingeniería utilizada en la construcción del canal de Panamá es otro ejemplo de la utilización de la ley para neutralizar la misma.

Naturalmente, corresponde al individuo determinar cuándo debe aceptar los dictados de su karma o cuándo debe utilizar fuerzas para oponerlo. Si después de considerar la situación de manera cuidadosa e inteligente vemos la posibilidad de neutralizar sus dictados, la Ley misma nos permitirá hacerlo mediante la utilización de factores que neutralizarán los efectos indeseados. Pero nadie nos puede guiar en este sentido, y buscar libros al respecto es perder el tiempo porque las situaciones son diferentes para cada individuo. La forma de ser y actuar de cada persona es algo estrictamente individual, porque la naturaleza jamás se duplica con total exactitud en las personas o en las circunstancias. En nuestro estado de consciencia individual hay cierta yuxtaposición de elementos que es lo que nos hace a todos y cada uno únicos en nuestra individualidad. Y cuando empezamos gradualmente a encontrar soluciones apropiadas para nuestros problemas kármicos nos damos cuenta que éstas provienen desde dentro de nosotros mismos, es decir, ¡precisamente desde donde surgió nuestro problema! Por ello, la Teosofía afirma que la solución se encuentra invariablemente en el problema mismo y que para llegar a ella sólo basta con analizar el problema correctamente, algo que rara vez hacemos.

No importa cuán intrincados e innumerables hilos pueda poseer el karma de una persona, cada hilo es distinguible y ubicable con respecto a su fuente original, aquella que lo proyectó. Poniéndolo en términos científicos actuales, diremos que lo que hacemos es utilizar una frecuencia de energía vibratoria personal mediante la cual proyectamos parte de nosotros mismos una y otra vez. Tal frecuencia es, por cierto, propiedad exclusiva nuestra (similar a como ocurre con las estaciones de radio) y no puede ser duplicada porque está estructurada por los hilos de nuestra consciencia personal. Es fácil observar que existen infinitas posibilidades de distintas frecuencias en el universo, como también un infinito potencial para que la frecuencia vibratoria de un individuo encuentre y afecte la de otros cuando todas éstas funcionan dentro de una determinada conjunción de espacio y tiempo.

De lo anterior puede deducirse que cada uno de nosotros está continuamente creando su propio mundo. En las palabras de uno de los grandes Maestros del Oriente a un miembro de la Sociedad Teosófica en sus comienzos: “El hombre está continuamente poblando sus corrientes en el espacio con un mundo propio coronado con el producto de sus fantasías, deseos, impulsos y pasiones, y estas corrientes actúan sobre cualquier organismo lo suficientemente sensible con el cual entran en contacto en proporción directa a su intensidad dinámica”. (Véase “El Mundo Oculto”, por A.P. Sinnett).

Otro factor que tiene gran influencia en la ley del karma como principio preservador de la armonía y el equilibrio universales, es el llamado karma colectivo, es decir, el karma de familia, el karma nacional, e incluso el karma global de la humanidad. Se nos dice que en la interpretación esotérica del karma se reconoce que a pesar de que cada uno de nosotros es único, el individuo completamente desconectado de otros no existe excepto como producto de nuestra propia imaginación. Tal como estableciéramos anteriormente, operamos dentro de esta intrincada red de relaciones mutuas y en consecuencia la vida de cada individuo está de hecho ligada a la vida de toda la humanidad a través de los siempre crecientes círculos locales, nacionales, continentales y aún planetarios. Cada pensamiento está influenciado por la atmósfera mental predominante en el mundo (a la cual todos contribuimos), y cada acción que llevamos a cabo es el producto inconsciente de esta atmósfera. Esto puede parecer difícil de aceptar para muchos, pero basta observar hasta que punto es imposible separarnos de nuestras relaciones establecidas, para considerar tal postulado como razonable. Las consecuencias de lo que cada cual piensa y llamamos “la sociedad”, mezclándose allí con aguas de mucho otros orígenes. Ello hace que nuestro karma total sea el resultado de todas nuestras asociaciones mutuas, trasmutándose de nivel personal a nivel colectivo. Poniéndolo en otras palabras, cada uno de nosotros como individuos, compartimos el karma generado por otros individuos que a su vez comparten nuestro karma. Hay sin embargo diferencias en la parte que corresponde a cada cual, ya que cada persona recibe los resultados directos de su actividad personal establecidos en su propia frecuencia vibratoria y, de manera indirecta, los efectos de la actividad del resto de la humanidad.

Esto queda claramente demostrado en los efectos mundiales de las grandes guerras que envolvieron a la humanidad entera en sus redes. Cierto es que algunos de nosotros nada tuvimos que ver consciente o intencionalmente con los que originaron tales guerras; y es también posible que nada hayamos hecho en esta vida o en otra anterior para atraernos el karma de la guerra. Sin embargo, nadie que haya vivido durante esta época se ha librado de haber sido tocado en una forma y otra, aunque haya sido sólo a través de la desgracia o del dolor de amigos que fueron afectados directamente, por tales tragedias. “Vivimos en común con los demás”, se nos ha dicho, “Y debemos ser redimidos en común, siendo éste un axioma definitivo y probablemente descorazonador para aquellos que se suponen más avanzados que sus congéneres, pero, por otro lado, estimulante para aquellos que se han ido quedando rezagados”. (Véase “La Sabiduría del Yo Superior”, de Paul Brunton).

Miradas las cosas de este modo, llegamos a la conclusión de que al tratar de vivir en armonía con la Gran Ley Cósmica no solamente establecemos un karma grato para nosotros mismos, sino que al poblar continuamente el espacio con buenos pensamientos, deseos y acciones, éstos fluirán conjuntamente con los de otros en el río común de la vida, beneficiando a todos. Cada vez que pensamos, sentimos o actuamos de manera altruista y noble, estamos ayudando a “aligerar un poco el pesado karma del mundo”, que es lo que uno de los Maestros de Sabiduría nos ha pedido hacer. Por contraste, cada vez que actuamos de manera egoísta e innoble, estamos añadiendo al peso de aquel karma. A la humanidad le queda aún mucho camino por recorrer y mucho trabajo por realizar para lograr borrar los efectos de la barbarie y oscuridad de su pasado. Pero como a la larga todo depende de lo que realicemos como individuos, estaremos en situación de dedicarnos a acelerar tal proceso, no para que seamos nosotros individualmente los beneficiados con el resultado, sino fundamentalmente con el objeto de que la evolución proceda con mayor presteza para lograr así la “redención” de la humanidad en su totalidad.

Hay una gran verdad tras el mandamiento espiritual que nos insta a dar generosamente de nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra riqueza, nuestro conocimiento, nuestro amor y todo aquello que tengamos que dar. “Arroja tu pan a las aguas, y lo volverás a encontrar muchos días después” (Ecclesiastes 11:1). La frase “muchos días” puede aplicarse aquí como “muchas vidas”, pero lo importante es comprender que todo lo que damos, invariablemente vuelve a nosotros, de tal manera que aunque demos limitadamente, ello llevará a un intercambio emocional amistoso entre el que da y el que recibe, mediante el cual ambos crecerán en desarrollo.

La teosofía no sólo explica la ley sino que además sugiere lo más importante: que comencemos a trabajar en armonía con ella, comprendiendo que cada día que pasa se van produciendo nuevas causas y efectos que derivarán consecuencias futuras de considerable magnitud. Los lazos de afecto se irán entonces fortaleciendo y las cadenas del odio disolviendo para que en el futuro la vida pueda fluir de la manera más luminosa, más noble y más bella.

Naturalmente, se espera más de los que conocen la ley que de aquellos que no la conocen. Aceptar la guía impuesta por la ley del karma equivale a llevar una vida más útil más feliz. Cada uno de nosotros está destinado a transformarse en maestro de su destino y en capitán de su alma, y el aceptar esto sin vacilaciones trae consigo iluminación y la certeza de la existencia de la ley en acción.

El diagrama que acompaña esta lección ilustra cómo funciona la ley del karma a diferentes niveles – físico, emocional y mental – de acuerdo con las necesidades de nuestro Ego en desarrollo.





FÍSICA, MENTAL, Y EMOCIONALMENTE
A través de
Los NERVIOS
La VIRILIDAD
La CAPACIDAD EMOCIONAL
El EQUIPO MENTAL
Y
FACTORES FRUSTRANTES Y LIMITADORES
O
ALENTADORES Y CONDUCTORES DEL DESARROLLO.



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Extraído: RENARD, Enrique - CURSO INTRODUCTORIO, 14 LECCIONES